Orlando Araujo, tal vez, represente la figura de un académico, investigador y creador alejado de la figura del “intelectual total” bourdieuano. Sin embargo, su carácter anfibio, esa subjetividad “entre” que oscilaba desde las ciencias sociales a las ciencias humanas, le permitió abrir brechas y proyectos que, sin intenciones de dar respuestas “totales” a los dilemas de su presente, funcionan hoy como claves de lectura para abordar de forma articulada el campo de la cultura, el poder y la economía.
Más que un intelectual, Orlando Araujo vendría a ser un “crítico total”, es decir, un investigador que persiste en mantener, en tensión permanente, el principio de incertidumbre que subyace en los modos de lectura. Lector paria, lector intersticial, que se mueve, que oscila, que abre puertas para que cada quien, partiendo de sí mismo, pueda conjugar el deseo de comprender en función de explicar aquello que no se ha realizado todavía.
En sus textos, podemos atisbar los confines de la crítica, sus márgenes y, por tanto, la pulseada constante del crítico por rebasarlos, por desestabilizar, por llevarlos más allá de toda experiencia conocida. Así, la figura de Araujo no representa a los biempensantes que, queriendo quedar bien con todos, terminan por surfear la ola del momento. Araujo trabaja la falta para roerla y, desde allí, generar diálogos que se movilizan y juegan en los límites del lenguaje.
Desde MenteKupa, en el día de su cumpleaños, rendimos un homenaje araujeano a Orlando Araujo. De allí que las líneas que siguen busquen abordar el registro de sus trabajos críticos, de sus modos de leer y de las imágenes que intervinieron en la realidad de su tiempo para transformarla. Nos centraremos, desde la revisión de Narrativa venezolana contemporánea, en la figura del Araujo lector para identificar la “illusio” que se produce entre el crítico, la obra crítica y la recepción de las ideas desprendidas de su ejercicio. Nos aproximaremos, entonces, al Araujo lector desde la lectura, pues, como él mismo llegó a afirmar, era ella la única instancia crítica que le parecía auténtica y creadora, a pesar de que otras pudieran llegar a ser más eficaces en lo ideológico y lo pedagógico.
1.
En Narrativa venezolana contemporánea, la máquina crítica araujeana se pone en marcha desde el enfoque y el estilo, rebelando, para quien la lee, tanto sus límites como su potencia. Respecto al enfoque, hay honestidad y apuesta. A diferencia de lo que podría ser la introducción a una antología de la narrativa venezolana del siglo XX, en el libro de Araujo se pueden observar, desde su inicio, cuáles son y serán los cortes y recortes que transitarán las casi cuatrocientas páginas que componen la reciente edición de Monte Ávila editores.
Desde sus primeras páginas, la máquina crítica irá contra el llamado efecto de demostración, es decir, contra el traslado de las formas literarias foráneas que buscan ser pegadas, como un barniz, en la fisonomía cultural venezolana. La apuesta es entonces por aquello que resulta innovador dentro de las reglas y modos de funcionamiento del campo literario y cultural venezolano. Para ello, historiará la génesis de dicho campo con la intención de construir la constelación germinal de los estilos, los temas y los ejes narrativos de nuestra literatura contemporánea. Allí Gallegos tiene su peso y, como decíamos en un texto anterior, funciona como un mandarín cuyos dominios persisten a pesar de su muerte.
2.
Respecto al estilo, en el libro podemos observar remixes, collages y brevedad. Sus textos sobre Rómulo Gallegos y Enrique Bernardo Núñez, por ejemplo, articulan un efecto recombinatorio que recorre todo el libro. Si comparamos los índices de Lengua y creación en la obra de Rómulo Gallegos, Narrativa venezolana contemporánea y La obra literaria de Enrique Bernardo Núñez, estaremos frente a la presencia de un collage en proceso que se combina y recombina según los autores, los períodos, las etapas creativas y sus apuestas narrativas.
Así como Gallegos legó al campo literario un playlist con karaoke incluido para que cada quien cantara como quisiera, Araujo nos legó una PC portátil con traktor DJ instalado para que los críticos venideros pudiéramos realizar nuestros propios remixes.
Finalmente, la contundencia del estilo araujeano se rebela en su brevedad. La intención académica no está en la revisión minuciosa y exegética de los textos. Por el contrario, la intención se efectúa en la contundencia del comentario, lo que nos lleva, irremediablemente, a revisar los textos citados para comprobar si, efectivamente o no, lo criticado es comprobable. En su estilo, si estuviese fechado a modo de diario, podríamos adivinar y comprobar los efectos y comentarios producto de sus ejercicios de lectura. Por tanto, la máquina crítica araujeana es también íntima.
3.
Ricardo Piglia decía que la crítica es una forma moderna de la autobiografía, que los críticos escribían su vida al escribir sus lecturas. Y es en esta afirmación donde se ubica la apuesta del enfoque y del estilo de máquina crítica araujeana que, a su vez, revela un dispositivo de lectura.
Si un dispositivo, como nos recuerda Gilles Deleuze, siempre sigue direcciones diferentes y forma procesos en desequilibrio constante, la máquina crítica araujeana, en tanto dispositivo de lectura, viene a explicar y al mismo tiempo desestabilizar el campo literario y cultural venezolano. Es por ello que un libro como Narrativa venezolana contemporánea es mucho más que una revisión del estado del campo. En tanto tal, el libro vendría a dar cuenta de la “illusio” producida entre el creador de la obra y el Araujo lector y crítico. Nos abre la puerta al mundo privado y subjetivo de la máquina de lectura araujeana, permitiéndonos acceder a aquello que Normand Holland definió como el efecto de lectura: la fantasía nuclear del sujeto que lee.
4.
Como un detective de la Hard-Boiled norteamericana, Araujo se arroja al campo literario venezolano con la intención de que ningún crimen quede impune. Indaga, ordena, desordena, corta y recorta con precisión e ironía. Basta con leer cuando, a sus casi cuarenta años, se lamenta del tiempo perdido leyendo obras que no le representaron ni generaron ningún efecto. O también, las páginas en las que, preguntándose por la inercia de Peonía de Manuel Vicente Romero García, comienza a enumerar párrafos, metáforas y frases candidatas al “salón de la infamia” de la literatura venezolana.
El efecto de desestabilización araujeano es el despliegue de una política de la amistad en el sentido derrideano, es decir, la imposibilidad de generar un discurso universalmente fraterno. En su máquina crítica, a pesar de que reconoce a muchos de los autores citados como sus amigos, no hay ni concesiones ni elogios vanos.
5.
Así como Fernando Coronil observa, dentro del campo las ciencias sociales, las líneas de continuidad y ruptura entre el período gomecista y la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez en lo relacionado a la persistencia de ciertas discusiones en el campo político y del poder, Araujo va a observar esas mismas líneas de continuidad y ruptura entre la obra de Rómulo Gallegos y País Portátil de Adriano González León, para definir los temas y las tensiones narrativas de la literatura venezolana.
En el medio está la historización del proceso de estructuración del campo literario venezolano que, leído junto al Estado Mágico de Coronil y los libros Venezuela Violenta y Situación industrial de Venezuela, por ejemplo, ponen de manifiesto las articulaciones entre el campo de la cultura, el poder y la economía.
6.
La máquina crítica araujena plantea una constelación fundante del campo literario venezolano y los modos en los que esta se va derivando con el pasar de los años. Rómulo Gallegos, Guillermo Meneses, Arturo Uslar Pietri, Enrique Bernardo Núñez, Ramón Díaz Sánchez, Miguel Otero Silva y Antonio Arráiz, vendrían a dar cuenta de un proceso de renovación literaria que rompe con el pintorequismo folklórico, la sátira costumbrista, la moral y los personajes prometéicos de las creaciones literarias previas. Luego, González León, Britto García, Mariño-Palacio, Noguera y otros, funcionan como ejes de articulación para dejar claro que Venezuela, a pesar de la deuda que tiene con Rómulo Gallegos, no es un país de un solo novelista.
7.
En esta “guerra” desplegada por la máquina crítica araujeana, que en definitiva es también una guerra contra sí mismo, los recortes siempre terminan por revelar los límites y márgenes del ejercicio crítico. A pesar de que, por ejemplo, dedica un capítulo a la literatura escrita por mujeres y que lo intenta hacer con la misma garra que recorre todos los capítulos, no deja de notarse un dejo afable y de compasión respecto a las obras tratadas. En este límite queda clara la inscripción patriarcal y machista de la literatura venezolana. Una inscripción que ha abierto una brecha que cada vez se expande más y que exige el desarrollo de trabajos de investigación como los que Mariana Libertad Suárez y Oriele Benavides, por citar solo un par de investigadoras, han venido realizando durante los últimos años.
Araujo no podía decirlo todo. Su estructura de sentimientos, por más que la crítica le haya permitido descentrarse de ella, es la estructura de sentimientos propia de los tiempos que vivió. Hoy día, como un homenaje certero que vaya más allá de las bienales y las conmemoraciones vanas, es necesario retomar la máquina crítica araujeana para descomponerla y estirarla, para someterla e incorporarla en un diálogo con las herramientas que la crítica contemporánea nos pone a disposición.