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No hay personaje más trágico en la tradición judeocristiana que Caín. Dios se muestra indiferente ante sus ofrendas. Por el contrario, recibe con agrado las de Abel. Lo más terrible del relato es que Dios no da ninguna explicación del porqué de su desdén. Simplemente, sucede. En esa falta de justificación radica la ira de Caín que, en último término, le llevará a matar a su hermano.
Steinbeck reactualizó el mito, situándolo en el Estados Unidos rural de 1917, a pocas fechas de la entrada del país en la Primera Guerra Mundial. El título elegido, Al este del Edén, hacía referencia a la tierra de Nod, donde fue expulsado Caín. La novela fue un gran éxito y Elia Kazan, siempre con querencia por narrativas duras, pujó fuerte para dirigir la adaptación cinematográfica.
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A pesar de su antigüedad milenaria, la imposible relación paterno-filial que sugiere la historia bíblica estaba plenamente vigente en la Norteamérica de los cincuenta. La década no fue el paraíso del Sueño Americano que retrató el edulcorado revival posterior. La Segunda Guerra Mundial, con su interminable goteo de ataúdes envueltos en la bandera de las barras y estrellas, había dejado profundas heridas en la psique colectiva. La juventud, a pesar de disfrutar de los estándares de vida más elevados que conoció nunca el país, se rebelaba contra sus padres y todo lo que estos representaban. El conflicto generacional estallaba en toda su virulencia a lomos de las motocicletas de las pandillas juveniles y al ritmo trotón de un rock and roll salvaje y lúbrico, todavía no domesticado por la industria.
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Con descarnado cinismo, Kazan fotografía en gran formato los fértiles valles californianos y la rotunda costa pacífica, pero en estos idílicos paisaje, epítome del American Dream, sitúa a personajes torturados, incapacitados para comunicarse y con demasiados muertos escondidos en el armario. Especialmente el padre/Dios, cuya extremada rectitud no lo hace ni más humano ni más divino, sino definitivamente ajeno a todo lo que se supone que es el amor por los suyos. En el fondo, esa supuesta rectitud encubre a un ser débil que necesita controlar a todo aquel que tiene a su alrededor.
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Ante este muro de incomprensión se estrella una y otra vez Caleb/Caín. Su mente atribulada no comprende por qué el padre le ignora mientras colma de atención a su hermano. Hay una guerra en ciernes, pero a Caleb solo le importa el afecto que se le niega. Tratando de encontrar respuestas, viajará hasta la tierra del exilio, hasta la maldita Nod, donde hallará demonios familiares que contradicen la tan cacareada bondad del padre/Dios.
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Elia Kazan, un director de esos que se dejaban la piel en cada secuencia —atención a los planos inclinados que simbolizan la toxicidad entre padre e hijo—, contó con la complicidad de James Dean, otro abanderado de la intensidad. Su cabeza gacha, mirada perdida y fisicidad huidiza revelan el verdadero drama de Caín: no es un criminal, sino un incomprendido. Acusado en su momento de copiar los modos de Marlon Brando, Dean terminó por encarnar la angustia juvenil que caracterizó a la época. Tras dar sendas vueltas de tuerca al estereotipo en Rebelde sin causa y Gigante, se estrelló en su deportivo: murió el actor y nació la leyenda.
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La película es un fresco que incluye muchos otros temas candentes en el momento, agarrándose al subterfugio de situarlos cuarenta años antes para poder abordarlos con mayor libertad. El filme refleja el creciente empoderamiento de las mujeres, que tras ocupar los puestos de trabajo que los varones enviados al frente dejaban vacantes ya no quisieron regresar al redil del hogar una vez terminada la contienda. Iniciáticas grietas en el patriarcado que quedan reflejadas en el personaje de Jo Van Fleet, merecidísimo Oscar: mejor ser libre con una reputación arrastrada por el barro que esclava de una intachable imagen de esposa perfecta. La xenofobia que despertó la guerra contra los descendientes de alemanes también está presente. Kazan, él mismo emigrante nacido en Grecia, era consciente de los peligros del ultranacionalismo radical.
Todos los problemas larvados estallaron en los sesenta. Estados Unidos perdía la inocencia a golpe de magnicidios, cadáveres despachados desde Vietnam y contracultura. Algunas mentes preclaras como Nicholas Ray, Fred Zinnemann o el propio Kazan venían avisando. Aunque se quiera camuflar como entretenimiento, el cine es un excelente termómetro social.
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Les explico :Dios no miro con agrado la ofrenda de Cain, xq Dios cubrio a Adan Eva luego de que pecaron con una piel, entendemoa qué hubo un sacrificio, y eso se lo cobtaron los papás a Cain y Abel, pero i Cain quiere hacer las cosas a su manera. De allí el xq a Dios no le agradó su ofrenda, Película unica, la volví a ver hace poco, es una obea maestra, la actuación de Dean magistral.
Así es. La vieja pugna entre obediencia ciega a las reglas del padre y la libertad de buscar nuevas (o más antiguas) formas de hacer las cosas. Es también el conflicto entre cazadores y recolectores/cultivadores, que implica formas distintas de relacionarse con la naturaleza, cada una con sus pros y sus contras, y que han conducido a la humanidad a la destrucción de su entorno.
Excelente libro, excelente película y excelente reseña. Da gusto leer un comentario inteligente entre tanto like y opinión superficial. Gracias por la nota y fotogramas.
No vi Al este del eden! Increiblemente!! El tema apasionante! Un director execelente y el actor único!!! En que sitio la puedo encontrar!!!