El presente cuestionario tiene por finalidad contribuir a la creación de un mapa del campo cultural venezolano que sirva para estimular la comunicación, el diálogo y el debate en torno a sus potencialidades.
Espera servir para que los artistas e intelectuales entrevistados promuevan su trabajo a la par que comuniquen sus intereses, expectativas y dificultades de tal modo que puedan establecerse puntos de contacto, articulación y líneas comunes de creación, reflexión y debate.
Hemos sido y seguiremos siendo amplios en cuanto a la invitación a participar en esta experiencia. En MenteKupa tenemos claro que un campo cultural está configurado en buena medida por sus confrontaciones, antipatías y desencuentros. Pero esto no contradice que las desavenencias puedan tener una forma productiva.
Por supuesto que no somos ajenos a la coyuntura que vive el país. Lo que queremos es propiciar un ejercicio de enunciación de los deseos que contribuya a que el campo cultural venezolano pueda construir los objetos que reclama. Creemos firmemente que la diversidad de opiniones y la crítica constructiva son fundamentales para el crecimiento y la vitalidad del campo cultural.
MenteKupa
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1. ¿Cómo te involucraste en la producción artística/intelectual, y cuáles son las principales preocupaciones de tu trabajo?
Fue entre programado y aleatorio, pues me criaron trabajadores de la cultura: mi mamá fue docente y bailarina, mi papá fotógrafo / videógrafo y mi padrastro, actor y locutor. Entré en la Escuela de Letras de la UCV porque fui asignado por el CNU, pues mi plan era dedicarme a la comunicación o la computación, para lo que no me alcanzaba mi promedio. Entonces, haciendo una historia larga corta, yo diría que fue mediante el contacto imprevisto con ese particular rincón de la universidad pública que es la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV, donde revivieron y crecieron exponencialmente todos los inputs artísticos e intelectuales que recibí durante mi crianza, y encontré un lugar de identidad y pertenencia. A partir de ahí, desarrollé mi propia cultura y disciplina lectora, que me llevó primero al periodismo profesional, luego al activismo comunicacional y la educación popular y finalmente a la docencia universitaria. En el camino publiqué dos libros de ficción en Monte Ávila Editores, y especulé con la idea de convertirme en un escritor profesional también, pero ese proyecto fue abortado hace casi una década. Quizá algún día lo retomo como hobby.
2. ¿Cuáles son tus tres principales influencias y por qué?
No podría dar un número tan reducido, entre otras cosas porque soy un lector bastante promiscuo y fragmentario. Pero a juzgar por las recurrencias a lo largo de dos décadas y media, tendría que reconocer que Walter Benjamin y Simón Rodríguez son dos corpus textuales a los que regreso una y otra vez, desde los muy distintos lugares de interpretación y enunciación que he transitado en mis años de pertenencia al “poetariado”, como le llaman unos amigos. Y precisamente, en tercer lugar tendría que poner, no un autor, sino las amistades. Amistades que, de alguna forma, replican el entorno familiar de “trabajadores de la cultura” y dan la perspectiva completa de lo que refiero cuando digo “Facultad de Humanidades y Educación”, que no remite a la institución ni a los límites físicos del edificio, sino a la red de relaciones y experiencias formativas que se expanden desde ahí, cruzando por Tierra de Nadie, a La Llanera, la Estrella China, el Cordón Bleu, La Oficina, Las Américas, El Maní es así, la Plaza de los Museos, el Ministerio de la Cultura, San Agustín del Sur, Parque Central, Mampote (Miranda), Chuao (Aragua), Rapanui (Mérida)… Fuera de esa especificidad territorial, para tejer mi red de afectos y compañeras de formación en Argentina, Estados Unidos y Colombia, esa escuela social inicial ha sido igual siempre la brújula, y se repiten presencias en algún departamento, bar o lugar al aire libre en Parque Chacabuco (Buenos Aires), Marly (Bogotá), Brooklyn, Weehawken (New Jersey), o de regreso a Caracas, con los que quedan.
3. ¿Sigues en especial el trabajo de algún venezolano y por qué?
Además de lo dicho en la anterior pregunta (y lo dicho por la mitad: mis amigas “trabajadoras de la cultura”), llevo varios años en que me dan obsesiones intermitentes con el fenómeno/leyenda Canserbero. Es decir, con la obra propiamente de Canserbero y en un sentido más amplio, estoy pendiente de lo que hacen quienes se reclaman como preservadores de su legado: Lil Supa y Akapellah. Me produce fascinación que esa generación de raperas tejió desde Venezuela una red autogestionada hacia una esfera de proyección que se afirma como “rap latinoamericano”, y así es aceptada y recibida en buena parte de la región. Claro que alrededor de la canonización de Canserbero como “el mejor rapero en español del siglo”, es posible percibir un atavismo contracultural casi teológico que en cierto modo excede el ámbito más inmediato del arte: la idealización del joven, blanco, incontaminado por la politiquería y las corporaciones, que se hizo a sí mismo, siempre en contra del abuso de poder, del cual fue víctima trágica. Pero aparte de ese desvío mesiánico, o quizá más bien profundizando en él, a mí me interesa la figura del Canserbero que se completa en los documentales de YouTube, o revisando su cuenta de Instagram, donde ves que su mirada crítica y su latinoamericanismo se forma leyendo el suplemento Síntesis del diario Meridiano, o libros usados de Dostoievski y de Nietszche, por ejemplo. Pero sobre todo me sorprendió mucho saber que su mamá había sido maestra, porque es el mismo caso de Pedro Elías Aquino (Akapellah) y de otra figura que no es venezolana y que ya pasó al absoluto mainstream pero que comenzó su camino también en las redes autogestionadas del rap en español: el argentino Bizarrap. Esa posible relación entre “los hijos de las maestras”, y un latinoamericanismo plebeyo antisistema y post-gutenbergiano es lo que más me seduce de la producción artística venezolana contemporánea.
4. ¿Qué lugar concedes a la crítica y en especial a la crítica cultural en tu trabajo?
Omnipresente. Es decir, es fundamentalmente mi oficio. Por eso la pregunta para mí no es esa sino cuál será el lugar de mi oficio en trabajo del futuro. O más bien, qué pienso al notar (y/o agunstiarme viendo) cómo en el presente futurizado que vivimos las posibilidades laborales de ese oficio ya mutaron irreversiblemente. Hoy, yo veo a veces “crítica cultural” más aguda, pertinente y actual en foros de Redditt, “video reacciones” de YouTube, hilos de Twitter o reels de TikTok que en publicaciones especializadas. Es un cliché pensar que nos vamos a quedar sin trabajo por las innovaciones tecnológicas, y algo de eso habrá en mi análisis, pero sí creo que los nuevos hábitos de consumo y producción cultural amplían el ámbito de la crítica y obligan a repensarse el valor de la especialización y la especialidad.
5. ¿Qué lugar tiene Venezuela en tu práctica artístico-intelectual?
Omnipresente. Pero con un énfasis fuerte en no quedarme en la dimensión referencial, sino apuntar a (algo que quiere parecerse a) lo que proponía Jorge Luis Borges en “El escritor argentino y la tradición”, y que retoma José Ignacio Cabrujas en la famosa entrevista donde dice que “somos (los latinoamericanos)(…) los ciudadanos más privilegiados del mundo” y que “mucho más universal es un venezolano que un francés” (sampleada, por cierto, en el tema “Culto”, de Lil Supa). Es decir, me propongo emplear lo “nacional” como una experiencia desde la cual afirmar una regionalidad más amplia (lo “latinoamericano”) para relacionarse con y/o apropiarse de todas las tradiciones canónicas (lo “universal”).
Esa fue la perspectiva en el proyecto editorial Alerta que salpica, que desarrollé junto a la cooperativa ECL y artivistas de Colombia, Chile, Ecuador y Costa Rica a partir de una idea de Carlos (Arturo) Zerpa: una antología de piezas de grafiti y street art latinoamericano realizadas durante el “ciclo progresista” (circa 1998 – 2015), con piezas de casi todos los países de la región, pero pensada, concebida y organizada desde el país más polarizado de ese ciclo (es decir, Venezuela) y con referencias al marco referencial mucho más amplio de las relaciones y tensiones entre arte y violencia, arte y política, y arte y publicidad.
Un principio parecido opera en el proyecto en que estoy trabajando ahora, que es una tesis y proyecto de libro sobre la crítica artístico-tecnológica de Simón Rodríguez al “capitalismo de imprenta”, que era impulsado eufórica y acríticamente por las elites letradas en la post-guerra de independencia en toda América Latina. A partir del trabajo de Cristina Soriano, Tides of Revolution, y de mi propia lectura de Rodríguez y trabajo de archivo, he podido comprobar lo fundamental que fue para la singularísima técnica y teoría crítica de Rodríguez su contacto con las sublevaciones afrodescendientes del Caribe continental, a pesar de que escribió y publicó casi toda su obra en los Andes. En un sentido más amplio (que excede mi proyecto pero que reclama mucha más atención de la crítica), lo mismo podría aplicar a toda esa generación de venezolanos letrados, semi letrados e iletrados que pensó la modernidad política y la aurora republicana en una dimensión regional, y de cara a un nuevo orden mundial, desde la cosmopolítica del Caribe continental: Chirinos, Bolívar, Miranda y Bello en la punta del iceberg (quienes se citan, miran y nombran mucho más de lo que se leen o estudian), pero probablemente mucho más por descubrir en el trabajo de archivo y de contrahistoria.
6. ¿Cuáles son los problemas o dificultades que enfrentas para la producción, publicación y distribución de tu trabajo?
En este momento, la demanda de dedicación exclusiva por parte de un programa doctoral en USA. De resto, no me puedo quejar. Y en general intuyo que no es un problema prioritario para el poetariado en este momento, pero solo podré responderlo con propiedad cuando termine esta etapa.
7. ¿Qué crees que habría que hacer para potenciar el campo cultural venezolano, es decir, la producción y consumo artístico-intelectual de los venezolanos?
Hablando más puntualmente de la lectoescritura, diría que en general algo que ayudaría mucho es producir más crítica y menos publicidad, en varios sentidos.
En un sentido arcaico de la palabra, con publicitarnos menos me refiero a publicar menos, que es algo en lo que ya estamos avanzando, como efecto colateral de la crisis de la última década que a mi parecer es positivo. Creo que muchos estaremos de acuerdo en que durante el boom petrolero de los 2000 hubo una sobreproducción editorial, que no se correspondió con la capacidad del tejido crítico para organizar esa avalancha. Entonces yo creo que, a pesar de que he visto esfuerzos puntuales, muy valorables (y no los nombro porque no soy experto y me vienen a la mente solo nombres de amigos o conocidos), tenemos todavía una deuda con esa avalancha. Dadas las magnitudes, creo que es un trabajo en el que podría incluso ser pertinente usar tecnologías de “text-mining” y “distant-reading”. Pero yendo décadas e incluso un siglo atrás, hay una cantidad de “gallos tapados” de la tradición escrita venezolana que son verdaderos milagros, insólitamente apenas trabajados por la crítica o atendidos por la industria cultural (desde las empresas editoriales hasta Netflix). Además de lo que ya mencioné de la “primera ola de descolonización”, a mí en particular me obsesionan Rafael Bolívar Coronado, y Laurencio Luciferal/José Fóscar Ochoa. Pero hay muchísimo más. De nuevo: esto no quiere decir que no hay esfuerzos en ese sentido sino que en mi opinión ayudaría tener más. De hecho, hay algunos que se insertan en la década del “boom” que mencioné, como la revista El Salmón y algunos títulos de la editorial El Perro y la Rana.
En un sentido más convencional de publicidad, veo una tradición muy marcada en el campo cultural venezolano, al menos a partir de la década del 70, hacia el eco de resonancia autocomplaciente. Algo de ese fenómeno está registrado como rechazo casi visceral en el diario de Ángel Rama, y también en una versión totalmente vitriólica en Escrito con odio, de Argenis Rodríguez. Durante el boom de los 2000, y de la mano con la polarización, se establecieron pandillas literarias, pero organizadas de acuerdo al “lado” de la polarización chavismo/antichavismo en que los escritores quedaban de acuerdo a sus preferencias y pasiones ideológicas. Entonces eso no acabó con la burbuja de autocomplacencia sino que la multiplicó por dos. Cuando Ricardo Piglia ganó el premio Rómulo Gallegos, y recibió ataques de escritores venezolanos en el marco acostumbrado de “cómplice de la dictadura”, dijo que estos parecían unas “señoras estalinistas”. Anécdota que más allá del escándalo y la provocación pone el acento sobre un problema que convencionalmente uno podía atribuir solo al chavismo, pero que ha sido transversal al gremio de escritores. Me refiero a que toda la discusión literaria, o como dirían los raperos, todas las “tiraeras” entre escritoras, parecían organizarse de acuerdo al proyecto politiquero con el que se abrazaban, y no a discusiones sobre la técnica, las virtudes y defectos de las obras. Creo que hacen falta muchísimas más “tiraeras” entre escritoras y grupos de escritoras en función de esos aspectos. Y al mismo tiempo, también las solidaridades automáticas entre grupos que se forman alrededor de esos criterios, porque la literatura es un oficio demasiado frágil que sí necesita de sus ecos de confirmación para fortalecerse. Pero en combinación y contraste también con lecturas despiadadas, que no se decidan en función de por quién votaste o vas a votar en las próximas elecciones o de si saliste en la antología pagada por Banesco o por PDVSA.
8. ¿Crees que la “inteligencia artificial” afectará de algún modo tu quehacer artístico-intelectual?
No sería “sí” sino “cómo” o “cuánto”. Aún así, es una pregunta demasiado abierta y de respuestas muy inciertas. Solo comparto una especulación y es que quizá una fuente de trabajo para críticos hiperespecializados en el presenfuturo cercano será el de una suerte de perito forense para determinar si un texto fue o no escrito por humanos, como los agentes que le revisaban los ojos a los sospechosos de replicantes en Blade Runner. Quizá ya existe. O quizá aparece en el lapso entre contestar este cuestionario y que lo publiquen.
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