Estábamos bajo tierra, las paredes de concreto parecían haber sudado por años en harapienta soledad. La escasa luz mostraba las formas pero no los colores. Todos estábamos muy agitados, había una bomba a punto de estallar. Calculando el tiempo y lo encerrado del lugar no quedaba esperanza de salir ileso. La idea de agonizar mutilado era insoportable, mucho más que la muerte misma, mejor desaparecer de súbito que languidecer miserablemente. Sin ser un héroe, movido simplemente por el terror al dolor me lancé a cubrir la bomba con mi cuerpo, por un instante me consolé vanidosamente pensando que quizá salvaría la vida de varios. Un breve silencio y comenzó el sonido de la explosión. Digo que comenzó porque duró una fracción de segundo. He escuchado varias explosiones en la vida y esta se cortó de tajo apenas comenzar. Me alivió pensar que había evitado el dolor, era un hecho que la bomba había explotado y que había muerto al momento, pero inmediatamente me asaltó una certeza escalofriante.
Freud cuenta que en sus pacientes la propia muerte es en esencia inimaginable. Cuando la describen lo hacen desde la perspectiva de los que quedan, no desde su propia desaparición. Descartes verificó su propia existencia cuando se dio cuenta de que no podía imaginar que no existía. Si yo estaba pensando en la bomba que –ineludiblemente– había acabado conmigo significaba que, de alguna manera yo seguía existiendo: esto me horrorizó. Solamente percibía una total oscuridad. No la persistencia psicodélica de los párpados cerrados, ni la fantasmagórica irrealidad de un apagón: una cerrada negrura sin matices me rodeaba. No tenía la más mínima sensación de cuerpo. El terror me susurró que esto sería la muerte, estar atrapado en el limbo de una conciencia aislada por toda la eternidad. La noción de una existencia reducida a mis propios pensamientos me pareció una monstruosidad indigerible. No era posible sofocar la angustia creciente, la desesperación se convirtió en calor, no sentía ni veía nada salvo un calor negro, abrazador, omnipresente, no sentía piel ni extremidades y aún así sentía cómo me quemaba, mi pavor no lograba concebir un infierno, quería correr pero no tenía piernas, quería golpear algo pero no tenía manos, quería gritar pero…
En el tercer piso sonó un grito en la madrugada. La habitación en penumbras se distorsionó con el paso de las luces de una patrulla por la avenida. No había vida en los faroles de la calle ni en las ventanas de los vecinos. Alfonso miró aliviado el ventilador inmóvil por el apagón, el calor era de pesadilla.
Mi gran amigo AG encontrados en Trujillo ,por una de esas cosas de la vida cayó por los lados de mi casa ,llegamos a compartir algunos jamming en un sitio muy especial en Trujillo al cual todavia llamamos » El Cuartico , diferentes personalidades ligadas al movimiento del Jazz en Venezuela ,pasaron por ese lugar de mi casa donde nos reuníamos a hacer música ,mesclando lo empírico con lo académico que cada uno tenía ,fusiones de larga duración pero de mucho corazón ..!! Jajajajajaja Un gran abrazo para ti Armando González hermano querido ..!! En cualquier lugar del tiempo no vemos para conversar y compartir de nuevo ..!!🎼🎶🎵
Mi apreciado ahijado, poseedor de una inteligencia poco común se ha empeñado en resolver el problema de la vida en otros planos. En particular destaca en dos cuentos que conozco sobre el tema su obsesión por definir el estado de conciencia que le asalta, después de transponer el umbral. Siente que su v ida organica ha desaparecido, está conciente de su estado, pero no sabe o no puede explicárselo y eso le cr ea una sensación incómoda, cer cana al temor.