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Iván Zulueta fue el prototipo del cineasta maldito y marginal, enfrascado en una búsqueda incompatible con el cine como industria. Su amor al cine como espejo lo condena, del mismo modo que sus personajes en la sociedad del espectáculo. No se trata entonces del cine, pues con este nombre no decimos nada. Se trata de un modo de filmar que el personaje de Pedro resume en la noción de “pausa”: filmar no para contar historias sino para que podamos detenernos, sumergirnos en las imágenes y acceder a un tiempo no lineal y no narrativo. Este era el tiempo que vivimos en la infancia. Pedro lo explica con un ejemplo simple: las horas que podíamos pasarnos contemplando los cromos de nuestras colecciones favoritas, mirando fascinados esas imágenes que nos transportaban a otros mundos. Lo de menos eran las historias que contaban. Lo importante era la fascinación que los cromos ejercían sobre nosotros, sustrayéndonos de este modo al tiempo de los adultos, en el cual priman las obligaciones, las rutinas, los deberes…


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Pero todo ese mundo mágico se ha degradado en fantasías comerciales, que nos llevan al hastío. Esta caída esta representada por el protagonista: José Sirgado, un director de películas de serie B, que realiza su trabajo sin pasión. Su relación con Ana también se ha visto degradada. Este vacío los lleva a la adicción a la heroína: la necesidad de evadirse de una situación insoportable, que él vive como si fuese la única posible. Por contraste, Pedro se aferra de forma no menos artificial a su infancia, comportándose de un modo que no corresponde con su edad. No quiere perder ese mundo mágico y sin embargo lo ha perdido. Ha encontrado un medio que, según cree, le permite seguir viviendo esa fascinación: filmar todo lo que le rodea. Pero, de forma paradójica, las imágenes que filma aparecen aceleradas y no ralentizadas. ¿Dónde está la pausa? Pedro aúlla de insatisfacción. No quiere crecer y busca, pero está tan perdido como José. Esta conciencia lo hará salir del mundo de su infancia y lo llevará a aventurarse en la marginalidad, perdiéndose en una vorágine de drogas, banalidad y sexo, siempre buscando la experiencia extrema que lo arrebate y lo libere del peso de las cosas. Pero esto no se logra mediante la aceleración o la evasión en paraísos artificiales, sino mediante la desaceleración, el silencio y el vacío donde se produce la entrega a lo inefable. Solo llegados a esta situación extrema de despojamiento somos arrebatados. En el plano de degradación de la conciencia en el cual la película nos sitúa, esto solo puede suceder en la forma de un desgarro, que Zulueta nos muestra bajo la forma de un film que se sitúa a medio camino entre la conciencia del fracaso y el aullido del deseo. La imposibilidad de detener el tiempo sin desaparecer en el instante.


