Es innegable que El mundo como voluntad y representación es reconocida como una de las obras de la filosofía occidental con más trascendencia entre los clásicos del pensamiento universal. Y en efecto, la magnitud de su sistema antihegeliano, su declarado ateísmo y repulsión hacia ciertos postulados religiosos muestra a Arthur Schopenhauer como un irreverente en medio de la “ideología alemana” de la época, que parió a sólidos exponentes de la filosofía entre los siglos XVIII y XIX. El nativo de Danzig resaltó por ser el máximo representante del “pesimismo filosófico”.
Schopenhauer, dejó en su inmenso legado, que ha sido objeto de estudio por prestigiosos académicos como el italiano Franco Volpi, quien sistematizó varios de sus opúsculos en los que el pensador prusiano desarrolló diversos “artes” que, de acuerdo a su percepción, eran sentencias pragmáticas que tomaban distancia de fórmulas filosóficas encriptadas que no servían para la vida práctica. Desde El arte de hacerse respetar, pasando por El arte de tener la razón, El arte de insultar, El arte de conocerse a sí mismo y uno que hoy destacaremos: El arte de tratar con las mujeres. La definición de la naturaleza femenina que el pensador expone no pasa desapercibida a quien la medita sin prejuicios:
EL BELLO SEXO
El sexo femenino, de baja estatura, de hombros estrechos, de caderas anchas y de piernas cortas, puede ser llamado el sexo bello sólo por el intelecto masculino, nublado por el instinto sexual; en pocas palabras, toda la belleza femenina reside en este instinto.
El “desprecio por la mujer” no era algo nuevo en la filosofía ni era una cuestión sobre la cual Schopenhauer disertaba de manera muy distante frente a varios de sus predecesores. La misoginia, herencia de una sociedad gestada bajo el patriarcado, no solo considera inferior a la mujer por la supuesta superioridad física del género masculino:
LA VANIDAD FEMENINA Y MASCULINA
La vanidad de las mujeres, así no fuese mayor que la de los hombres, posee un aspecto muy negativo: está enfocada totalmente hacia objetos materiales, es decir, hacia la belleza de su propia persona y, por ende, hacia el lujo, los adornos y la magnificencia… Todo ello, aunado a su escasa inteligencia,
hace que sea más propensa al despilfarro; por ello un antiguo sabio dijo: la mujer es despilfarradora por naturaleza. La vanidad de los hombres, por el contrario, se enfoca a menudo hacia privilegios no materiales, como la inteligencia y la erudición, la valentía, y cosas de este estilo.
El machismo es una forma de vida y una visión del mundo. Es también una forma de miedo, un terror hacia lo que amenaza la comodidad de quienes se aprovechan de colocar a la mujer como un objeto utilitario, como moneda de cambio, incluso como mercancía:
COITO Y GRAVIDEZ
El coito es sobre todo asunto del hombre, la gravidez, por el contrario, sólo de la mujer.
HUMILDAD Y PACIENCIA
Ya la simple vista de la figura femenina nos permite ver que la mujer no está destinada a grandes trabajos, ni espirituales ni físicos. Ella paga la culpa de vivir, no actuando sino sufriendo con los dolores del parto, con los cuidados del niño y con la sumisión al hombre, del que tiene que ser una compañera paciente y tranquila.
MISIÓN DE LA MUJER
Las mujeres están destinadas exclusivamente a la propagación del género humano, y allí termina su tarea… A ellas les toca tomar a pecho los intereses de la especie más que los del individuo. Ello confiere a toda su existencia y a todo su actuar una cierta despreocupación y, por lo general, una orientación básicamente distinta a la del hombre: de ahí deriva la frecuente y casi normal desarmonía matrimonial.
El sistema filosófico de Arthur Schopenhauer es una especie de paradoja de la pasión por lo imposible, donde el pesimismo representa la quintaesencia de la comprensión de la realidad. Aunque su sistema no proyecta una transformación de la materialidad social y política, el pensador, aun siendo reaccionario, no escatima en mostrar su descontento con el statu quo prevalente en su época.
Su carga de conservadurismo contrasta con su desdén hacia ciertas instituciones del patriarcado, que de acuerdo a su apreciación esclavizaban a la especie humana y que en el fondo otorgaban cierto equilibrio ante la “inferior” mujer, interpretando que la naturaleza dotaba de mecanismos de defensas a los más débiles para que pudieran subsistir. Una de ella es el matrimonio.
En su forma de oposición, esa pesadumbre existencial no necesariamente emite un descontento por la vida, quizás Schopenhauer en sus contradicciones vivenciales buscaba la felicidad o paz personal, y ensayó de una manera lúdica lo que también es un reflejo de una sociedad dominada por el poder conservador y pequeñoburgués:
¿QUÉ HACER?
¿Es mejor casarse o no casarse? El asunto, en muchísimos casos, puede ser condensado en la siguiente pregunta: ¿son preferibles las preocupaciones del amor o aquellas de proveer el sustento?
Matrimonio = guerra y necesidad
Vida de soltero = paz y prosperidad
Hacedme caso: ¡no os caséis! Dejad que la ciencia sea vuestra amante y consorte: estaréis mil veces mejor. Nuestro matrimonio occidental es lo más absurdo que se pueda pensar: ¡cuántos cargos y obligaciones desproporcionadamente grandes le impone al hombre, a cambio de gozos efímeros!
Arthur Schopenhauer estaba consciente del poder de la palabra escrita. Recurrió al humor, al sarcasmo, a la ironía y lo confrontaba con los temas comunes y hasta simples de la vida. Aunque a muchos lectores estos pasajes puedan causarle risa, burla, repulsión, o que incluso lo reivindiquen, el machismo filosófico no está muerto y anda de parranda.
Aunque uno pueda estar opuesto a la forma de ver las cosas por el pensador alemán, sus expresiones nos ayudan a comprender ese fenómeno que predomina sobre nuestra sociedad desde hace milenios, el patriarcado, que transversaliza los asuntos profundos de la actual civilización. No hay actividad humana y material que no esté signada por la hegemonía masculina, desde la economía, las ciencias, la política, la cultura.
La misoginia se percibe en los espacios más cotidianos, hasta es ejercida por algunas féminas. En redes sociales podemos observar que hay mujeres que arremeten contra el feminismo y hasta usan la palabra “feminazi” para definir un dizque extremismo por parte de un movimiento social que busca otro horizonte en las relaciones sociales y culturales.
No estoy de acuerdo con Schopenhauer en su definición de la mujer, ni en su postura de resentimiento contra la feminidad, pero El arte de tratar con las mujeres no deja indiferente a nadie, me atrevo a decir que tiene su indiscreto encanto, siniestro, provocador, atorrante. Y es que Arthur usó un ardid muy masculino, sabía seducir con las palabras y además dominaba El arte de tener la razón…
El arte de tratar con las mujeres
Filosofía
Alianza Editorial
Versión impresa: 128 páginas
2011
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Arthur Schopenhauer (1788-1860)
Filósofo alemán. Fue hijo de un rico comerciante que se trasladó con su familia a Hamburgo cuando Danzig cayó en manos de los prusianos en 1793. Su madre fue una escritora que llegó a gozar de cierta fama, y aunque el Schopenhauer maduro no tuvo buenas relaciones con ella, el salón literario que fundó en Weimar proporcionó al filósofo la ocasión de entrar en contacto con personalidades como Goethe. Su sistema filosófico se concentró en caracterizar a un principio que el filósofo denominó voluntad, de la cual el mundo como representación es su manifestación; el sistema se completa con una ética y una estética. Cuando el individuo, enfrentado al mundo como representación, se pregunta por lo que se encuentra tras las apariencias, obtiene la respuesta como resultado de su experiencia interna, en lo que se conoce como voluntad; pero la irracionalidad de ésta, su condición de afán de vida perpetuamente insatisfecho, produce una insatisfacción que la conciencia sólo puede suprimir a través de una serie de fases que conducen a la negación consciente de la voluntad de vivir. Éste quedó definitivamente expuesto en su obra El mundo como voluntad y representación. (Tomado de https://www.biografiasyvidas.com/).
Ricardo Romero Romero
@ItacaNaufrago
Este autor tan antiguo tiene razón. El, en lo que falla es en mirarse como hombre y como género asumiendo responsabilidades.
La arrogancia de su género de la época le dio palabras atrevidas. Como escritor provocador, cumplió.
Buen artículo!