Estas crónicas no pretenden ser periodísticas. Aquí no hay investigación, no se recogen datos, no se entrevista a nadie. Escribo sobre lo que me sucede, lo que veo y lo que escucho. Y lo escribo tamizado por mi subjetividad. Ni siquiera pretendo ser veraz, no del todo. Puede, incluso, que me invente alguna cosilla o que la exagere, la distorsione un pelín. Sobre todo no pienso ser políticamente correcto, así que el que se sienta ofendido por algo de lo que escriba aquí con dejar de leerme basta. Ahórrense moralina y furia redentora. Serán ignorados.
Sirva, entonces, lo anterior como una introducción y bienvenidos a Nou de Sant Francesc y su mundo.
*
Desde hace tiempo, cuando salgo de casa a las once y quince, como cada noche, para dirigirme al trabajo, tarareo la melodía de en Busca del Arca Perdida de Spielberg. La razón la desconozco. Y después de todo, ¿por qué habría de haber una razón? No soy una persona razonable. Todo lo contrario, voy por la vida dando tumbos. Mas bien soy como una hoja arrastrada por la corriente de un rio no demasiado impetuoso. En esta oportunidad la corriente me ha depositado en este frio (o caluroso según la estación del año) rincón del mundo en el que pasan los días entre el trabajo y la cama. Trabajar de noche, dormir de día. Esa es mi rutina desde hace cuatro años, con muy pocas variables. Así que no hay de que preocuparse. Como tampoco me preocupa la carretera solitaria, silenciosa y fría por la que camino en dirección a la estación del tren. El frio es como una hojilla que hurga en los agujeros de la nariz. El silencio es un regalo. Y la soledad casi una compañía.
Pero sí que puede haber una razón después de todo. Si lo pienso bien, parece evidente que tarareo esta heroica tonadilla para darme valor. No es tarea fácil dejar el hogar (o algo medianamente parecido al hogar. La verdad es que hogar he tenido solo uno y lo he abandonado ya hace tiempo y no parece posible que regrese alguna vez) al filo de la media noche, sobre todo en invierno, cuando lo que provoca es quedarse acostado bajo toneladas de mantas, bien calentito, a gusto, en ese pequeño oasis de calor en pleno invierno que es la cama.
En todo caso, camino por esta flecha negra iluminada cada tanto por la luz amarillenta de una farola en forma de globo, como un ojo macilento que ya no es capaz de ver nada, en dirección a la estación de tren, tarareando esta ridícula cancioncilla que no insuflará un ápice de valor a mi magullado cuerpo ni me hará ver con mejores ojos la maldita rutina en la que el destino me ha envuelto como una araña envuelve a un miserable insecto que ha quedado atrapado en el hilo pegajoso que da forma a ese tejido complejo, hermoso y mortal.
Excelente, siempre quedo con el gusto de seguir leyendo amigo Joaquín.
Pues le seguiremos, un tanto desprevenidos, por esas calles oscuras y frías (dependiendo de la estación), estimado Quim Ramos.