21 de marzo de 2022
Cosas que ocurrieron o he pensado y que no anoté (ni aquí ni en ninguna parte):
- Ya hay un primer material para el podcast (crudo, aún sin editar): Michel grabó el traqueteo del tren del fin del mundo mientras estuvo unos días en Ushuaia. El audio está bien captado y creo que tiene potencial; resta sentarnos a organizar lo que viene ahora, que mucho no tenemos en claro, como no tenemos en claro qué haremos con esa grabación. Al parecer el piloto serán los medios de transporte… La producción de este podcast va tan lenta como un bicitaxi de la India.
- Desde hace semanas (aunque yo diría que de años), ha empezado a interesarme el alcohol más como metáfora que como acción. Esto de algún modo se insinúa en Botella imposible [1] (no sé si se insinúa o se logra; tampoco quiero estar tan seguro). Lo cierto es que yo tomaba muy bien, pero, tras veinte años de sostenido accionar, me ha agotado la ingesta literal y la respectiva resaca, y he empezado a temerle al mal de Korsakov. Descubrí la palabrita leyendo “Viajes con mi madre” de Ednodio Quintero (“… intentaré recrear, a la manera de un buzo suicida que se sumerge en las procelosas y contaminadas aguas del lago de Maracaibo, algunos episodios de aquel pasado que procura regresar con tenacidad y terquedad, antes de que el Alzheimer o el mal de Korsakov se apoderen de mi voluntad”), y leí más específicamente sobre este en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, libro en que Oliver Sacks traspasa la frialdad de la historia clínica (Sacks fue un reconocido neurólogo británico) hacia el centro del sujeto hasta hacerla narración atrapante: “‘Está, digamos’, escribí en mis notas, ‘aislado en un momento solitario del yo, con un foso o laguna de olvido alrededor… es un hombre sin pasado (ni futuro), atrapado en un instante sin sentido que cambia sin cesar’. Y luego, más prosaicamente: ‘el resto del examen neurológico es completamente normal. Impresión: probable síndrome de Korsakov, debido a degeneración alcohólica de los cuerpos mamilares’”, escribe Sacks sobre un paciente que en 1975 creía estar en 1945, con Roosevelt muerto y Truman “al timón”.
Perder la memoria siempre ha sido un temor recurrente, y es muy probable que preceda al alcohol y esté relacionado al Alzheimer que padeció mi abuela Romira. Recuerdo sentarme junto a ella en la cama, y con impaciencia adolescente casi tirar la toalla, darme por vencido ante su abismal aislamiento. En ese entonces la enfermedad ya estaba avanzada y ella ya no me oía, ya no participaba de nuestro ejercicio de vinculación. Si bien había olvidado la filiación que nos unía, ella podía, respondiendo al estímulo de una pregunta (de una pregunta concreta como, por ejemplo: abuela, ¿te acuerdas de la mata de limón que solías regar a la mañana, con Copito moviendo la cola pegado a tus piernas?), al menos afirmar o negar su vínculo con ese determinado recuerdo que no era propiamente el suyo, sino el de su nieto; era como si yo me hubiese pasado guardando esas imágenes para ella, como si yo me hubiese convertido sin saberlo en su backup; y quizás por eso escribo; todo el que escribe es el backup de sí mismo y de los otros.
Ese es un libro que siempre he querido escribir (y quizás por eso nunca lo haga): la voz de alguien que narra su memoria como si la recuperara (o fuera consciente de que puede perderla en cualquier momento), como si fuera abriendo puertas de una casa que a su vez son las puertas de los vínculos, de los afectos, de las complicidades y de las ausencias, de las otras historias que en su conjunto dimensionan una vida. Me imagino la narración como eso: un personaje-narrador (¿mi abuela transformada?) que recorre esa casa con sus pasos (quizás acompañado por un perro), que la recorre por enésima vez, que es en realidad la primera y quizás última vez. El libro tentativamente se llamaría Las puertas, y me lo imagino breve e intenso como un sueño.
- Recuperaron la estatua de Ana Frank. Me entero ahora de que había sido robada el 4 de marzo, hace ya casi tres semanas. También me entero de que había una estatua de ella, ubicada en Puerto Madero, que además es la réplica de la versión original ubicada en la Plaza Merwedeplein, en Ámsterdam, donde se encuentra La Casa de atrás. Leo que la embajada de los Países Bajos se mostró indignadísima por el suceso (la estatua es patrimonio cultural de la ciudad y fue donada por el Centro Ana Frank Argentina, al que fui con Paula de visita en enero), y veo una foto de la Ana de bronce apoyada contra la puerta de un patrullero, y un policía a su lado vistiendo un chaleco antibalas, la respectiva pistola y un handy en el cinturón (un horror), luego de ubicarla y recuperarla en el barrio 31 de Retiro. Quién sabe, quizás Ana hubiera estado de acuerdo con que capitalizaran su peso en bronce que, dicho sea de paso, se cotiza muy bien.
- Rusia y Ucrania continúan con las negociaciones, en medio del fuego cruzado. Acaba de llegar a Argentina la primera familia que escapa de la guerra: una mujer con su hijo de 9 años y su abuela; el marido debió quedarse en Ucrania para combatir.
Todo sucede en la misma intensidad del espacio, o eso creo mientras amo a Paula y siento su amor en mí. Y en esa misma intensidad del espacio nos alejamos a menudo, pero luego alguno de los dos se acerca, y todo vuelve a suceder en la misma intensidad del espacio. Sin embargo, he sentido el rumor de la frontera por la que alguno de los dos un día pudiera salirse si se aleja demasiado, si demora demasiado en volver a la intensidad del espacio. Hemos estado volviendo regularmente a tiempo durante diez años. A veces pienso que el día en que ninguno de los dos vuelva (o el día en que volvamos y el espacio sea solo un espacio), todo habrá terminado; o todo se habrá transformado, para bien o para mal.
[1] Libro inédito.