Bacurau (2019) es un filme brasileño que se desliza cómodamente entre la sátira política, el terror, la ciencia ficción y el western, con algunos toques de “explotación” occidental. El año pasado, sus directores Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho recibieron el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes, por una historia que mucho dice del clima político actual.
Como espectadores, nos lleva algo de tiempo encontrar el camino por donde nos van a sumergir los cineastas, mientras tanto, nos presentan a Bacurau, pueblo alejado de cualquier ciudad y en medio de muchas desventajas diarias, como tener que transportar su propia agua; con un alcalde nefasto que los denigra lanzándoles libros desde un camión de basura o alimentos caducados y, además, deben lidiar con la muerte de su matriarca, Carmelita.
Unos días después, aparecen dos ciclistas foráneos, y comenzamos a sentir que hay un nudo detrás apretándose: sus respuestas a las preguntas de los locales no engañan a nadie. Al rato, un agricultor comenta en el pueblo que fue seguido por un dron que parecía un viejo ovni de alguna película de ciencia ficción. Dos pueblerinos deciden ir a dar una vuelta, pero no regresarán.
Hay elementos “occidentales” en toda la película: desde el terreno golpeado por el sol, con una edición estilo Sergio Leone y sus “espaguetti western”, junto a una gran cantidad de ataúdes, y la casi eterna lucha del pequeño pueblo contra los malos. Podemos ver también a Sonia Braga casi irreconocible, como la doctora del pueblo.
Bacurau es una crítica punzante a la política brasileña, pero en estos días de desigualdad global es muy satisfactoria para cualquiera de la mayoría ignorada, mientras se defienden de la arrogante minoría. Es una película de resistencia, visceral e incendiaria. Un golpe político directo; un machetazo mental para quienes nos pisotean. Estupenda e impelable.