La crítica compara y así potencia la experiencia. En el ejercicio de situar dos o más imágenes una cerca de la otra no hay sino la intención de leerlas de mejor forma. Apreciar la energía que poseen. Mezclarla. Podría decirse que la lectura no parte del observador sino de la imagen e imágenes mismas y sus respectivas potencias. O más bien la conjunción de ambas cosas. Ya se sabe, tras quedar el cartesianismo en el pasado, que la imagen es relativa, así como el observador. Aunque sean, en tanto cualidad, ambos, dos bolsas de tiempo y espacio, la mirada es afectada cuando mira y también cuando sabe que mira. Como conjunto fenoménico, observador e imagen son afectados aún cuando no se problematicen. Así que el resultado de la crítica es una sumatoria de asuntos del mirar como del ser mirado, así como del contenido de aquello que es mirado. La imagen contiene. Se dice que contenido nace del latín tenere, que viene a ser algo así como dominar o retener, que se refiere el contenido, a un algo, a una-cosa-que-está-dentro-de.
Estas ideas me rondan al observar la pintura de Yuruhary. Sobre todo porque tanto el tiempo como el espacio han sido contextos o más bien elementos presentes en mi manera de ver su trabajo. Tiempos en tanto he podido ver su evolución como creadora, digamos, desde sus primeros dibujos con consciencia del objeto artístico y su proceso como investigadora, crítica e historiadora del arte, es decir, hay una consciencia de la imagen que ha tenido un tránsito, de modo que cada gesto en sus imágenes no es gratuito, tiene una intención. Aún inconsciente. Si algo acompaña a los artistas, a las artistas, es una acumulación de imágenes, de tiempos, espacios y, sobre todo, gestos.
Decía tiempos y espacios porque hay elementos recurrentes en los procesos de Yuruhary desde sus primeras intuiciones artísticas. Aún recuerdo un comentario que le haría sobre una pieza que estaba en su cuarto, creo, de sus primeros trabajos con la conciencia de la obra de arte. Ella no se lo tomó del todo bien. Creo que dije algo sobre una especie de surrealismo naif o un comentario así por el estilo. Eso ahora no importa, digamos aquella opinión torpe, apresurada como todas las opiniones de quien desconoce el destino de una artista. Lo cierto es que esa imagen, esa suerte de vena surrealista, en un ejercicio crítico ¿genealógico? apresurado podría decirnos mucho sobre lo que Yuruhary hace en el presente.
Luego vinieron los numerosos sketchbooks que le he visto hacer los últimos años, casi una década de experimentación con distintos formatos y técnicas. Un paso importante por las artes de fuego en donde la cerámica vino a ejercitarse al mismo tiempo que el dibujo y la pintura; he sido protagonista de su síntesis, de la hechura de cientos de borradores, de su búsqueda de artista por la forma que sabe que está en algún lugar de su mente en estado ideal y que busca materializar. Ese ejercicio de la inteligencia por antonomasia: el relacionar. Relacionar las ideas como los procesos para ver qué nos dicen.
Hago este repaso porque no hay presente sin un pasado. Toda imagen tiene algo que le precede, personajes, una presencia, un color, un paisaje.
Ahora, en esta suerte de retrospectiva, veo elementos recurrentes, permanencias. Cuando hay permanencias se convierten en una evidencia tanto de obsesiones como de motivos a los cuáles la artista se ha entregado con devoción. Y en este caso, me refiero concretamente a personajes, escenarios, la naturaleza, mundos fuera del mundo ordinario. En definitiva Otro Lugar. Fundar otro lugar es una de las tareas que se ha encomendado Yuruhary aun desde el inicio. Desde aquella mosca surrealista que se posaba en su habitación hasta los erizos de cerámica, los sketchbooks repletos de personajes, el circo, ella misma como sujeto-objeto a representar y los escenarios fantasmáticos del presente.
Ahora todos estos elementos confluyen. Hay una síntesis de todo aquello y permanecen personajes, escenarios, naturaleza. Un mundo fuera del ordinario.
Cuando hablamos de escenarios de tono surrealista o más bien de aquello que no obedece a la representación o al realismo, puesto que de algún modo siempre estamos representando (y la representación misma, el realismo es también una ficción, lo real también es ideología, dice Žižek), es inevitable aquella lectura de la sombra, digamos, la perspectiva psicoanalítica del asunto, la presencia inevitable de la sombra como arquetipo.
Pero ¿qué pasa cuando la sombra no es solo negativa sino más bien está siendo?
Personajes, sujetos rodeados y penetrados por la oscuridad, una oscuridad llena de color puesto que es la oscuridad como tono existencial no en tanto el color material, visible, hablamos por supuesto de una oscuridad otra. Tal vez ontológica.
Alguna vez en nuestro compartir doméstico bautizaría su trabajo temprano de creepycuchi, que en español global sería algo que da miedo pero que transmite ternura al mismo tiempo. Es decir, una sombra que no es negativa en la interpretación más maniquea del término negativo. No es una sombra sobre aquello que nos devora sino más bien una sombra de lo que desconocemos. De la intriga. Porque es mejor una sombra que está expectante, como un fantasma a una sombra que de plano sabemos que nos devorará. No es lo mismo que nos devore a la amenaza de terminar en la panza del monstruo. Esta sombra, la de Yuruhary, es una sombra polizonte, que trae consigo un contenido, son instantes que trafican algo, dialogan con el cúmulo, con el atlas de imágenes del canon, no es gratuita su formación, como dije desde un principio, la artista no es ingenua, conoce muy bien el campo del arte, la tradición de imágenes que le preceden, tanto del canon occidental moderno como las Otras Expresiones, como es el caso de la reticulofagia latinoamericana.
Es por ello que encontraremos imágenes fáusticas, escenas cuasi religiosas, míticas, referencias ineludibles al gran álbum de la modernidad y al mismo tiempo la creación y recreación de mundos, que me parece un punto importante, es decir, si hay sujetos, seres que pueblan la imaginería de la artista, también se encarga de crearles un mundo el cual habitar. En el caso de la representación, del realismo, hay un mundo conocido, familiar, en el caso de Yuruhary hay un mundo conocido y familiar también pero obedece a otro plano, al onírico tal vez, al de la locura, al de las apariciones y espantos. Al del pacto fáustico, como ya comenté. La sombra, a color pero sombra al fin.
Con respecto a los seres que pueblan este paisaje: ¿Los personajes observan lo que tienen al lado, ese otro que conforma la composición? Dialogan aún ignorándose, si ese fuera el caso. Dialogan en quiénes le observan. Se crea un paisaje que no sabemos bien qué es, sin embargo, más que un qué es un dónde ¿Dónde queda ese lugar?
Es al mismo tiempo simbólico y/o alegórico: muerte, violencia, silencio. Pero todos con una capa, una pátina de ambigüedad o de lo informe. Nada es totalmente trágico y luminoso. “Cuando hablas de espantos con naturalidad, juegas a la idea de adivinar cómo están vestidos”, me dijo la artista, así como también me soltó “Cada mancha es una posibilidad”. Es decir, hay que observar y jugar a la interpretación para ver qué más hay.
Las imágenes de Yuruhary son exigentes, suerte de neo expresionismo tardío que nos dice muchas cosas. Por exigencia no nos referimos a un necesario entrenamiento visual, puesto que le dirán, estas imágenes, a quienes conocen de antemano las imágenes que le preceden como a quien no. Ese gesto, esas manchas, que parecen arbitrarias o sucias, no lo son, dicen, hablan, construyen el relato. Repito: cuando hay consciencia teórica cada paso que se toma no es en vano, no es gratuito. Veo, por ejemplo, en los ojos difusos o entrecerrados, la dificultad de ver o ver lo distinto, una boca que apenas se dibuja. La dificultad de hablar y ser hablado. La dificultad de verbalizar. Son ojos que miran al mundo humano con cierto desdén pero la naturaleza, esa naturaleza de su propio paisaje es la que recibe la mirada. Es decir, no se ve lo que no se quiere ni se habla lo que tampoco se quiere pero después de todo ¿Quién necesita hablar cuando su mundo está hecho de silencio?
Veamos:

Por otro lado ¿Quién es? ¿Es un niño, una niña, una mujer, un gusano humanizado? Realmente no importa lo que es sino lo que expresa. Ese ser observa un bosque flamígero. La imagen misma, que podría ser una síntesis de la serie porque contiene en sí todas las permanencias, la sitúo en tres problemáticas que a su vez resaltan algunos elementos. Tres formas de leer, que hay más, por supuesto, sin embargo, son las que me interesan en este momento, me refiero a que podemos hacer el ejercicio de:
a) Ver lo que se ve “literalmente”;
b) Ver cómo se relacionan las imágenes entre sí;
c) Ver cómo las interpretamos según lo que nos comuniquen.
Y en estos tres resaltar a su vez tres elementos: color, personajes y paisaje. Aclarando, por supuesto, que esta caracterización no obedece a limitar nuestra lectura sino más bien como mecanismo que nos permite ubicar una manera de lectura. Si no creamos un contexto podríamos no terminar nunca. Se dice lo que se ve literalmente en tanto se intenta describir, como en la imagen anterior, literalmente parece un ser, un niño, que mira los árboles. Si vemos cómo se relacionan, hablamos de la naturaleza fenoménica de la situación. El niño, el ser o el gusano con pelo, con una peluca ve indiferente con cierto desdén al mundo o cómo se doblan los árboles. Si vemos cómo interpretamos dichas imágenes, allí entran tanto nuestra lectura como la intuición psicohistórica y/o cultural que podemos tener sobre las imágenes. Ya lo hemos hecho poco a poco, hay una mirada particular de ese ser como también un gesto de los árboles doblándose, hay un mundo de silencio.
De la misma manera se hace referencia al resto de elementos que se quieren resaltar, como el color, esa suerte de difuminado sucio, fantasmal, no en tanto el qué color es sino la cualidad que expresa el color, esa combinación entre cálidos y fríos en un reino meramente cálido, sin embargo, como ya se ha comentado, el aura, la pátina encima de las escenas es enteramente fría. Las acciones, parecen acciones frías, el ambiente, cálido.
En el caso de los personajes, se funden con el paisaje, son parte del paisaje, se diferencian aquí personajes y paisajes porque hay casos en los que se separan, sin embargo, están siempre juntos, en tanto personajes; hay un dramatismo impreso en todas las escenas, como iremos viendo, y en tanto paisaje, está repleto de teatralidad. Son escenas y si son escenas es porque hay un plató, unas tablas, un decorado, así sea el decorado del mundo, de ese Otro Mundo.
Veamos la siguiente imagen:

Lo primero que me evoca es una imagen marina. Lo marino está muy presente en su obra, es decir, ese efecto líquido, esa agua que sale del suelo o algas que se tambalean flamígeras. Hay dos seres, uno andante, se dirige a un lugar u observa algo que pasa del lado derecho, el otro ser le secunda en el gesto de mirar hacia aquel lugar, algo sucede fuera de la imagen que afecta a estos personajes, que afecta a este escenario. Los tonos cálidos o más bien el tono cálido ésta vez está en los seres, sus rostros un tanto informes, llenos de dramatismo, son, de nuevo, fantasmales, pero el ser etéreos parece que no les impide ser sorprendidos por algo que pasa ¿Qué miran? ¿Por qué tienen esa O, esa boca abierta como sorprendidos por lo que miran? Me recuerdan aquellos personajes de Miyazaki en sus guiños a la bomba atómica, acaso, estos también miran lo que aquellos ¿la destrucción de un mundo? Cualquier cosa que se diga es especulación, sin embargo, es cierto que estos personajes están visiblemente afectados.
La siguiente imagen me parece de evocación religiosa.

Esta mujer está del lado izquierdo de la imagen parece tener un velo o hábito, mira esa forma negra que se ensalza frente sí, a nuestro lado derecho, es algo de nuevo, un acontecimiento, como en la imagen anterior. Debajo, un rojo intenso repleto de energía vital. Es también, una imagen que me recuerda las escenas de la corte. Es decir, podría ser una monja pero también una reina. El rostro le delata puesto que su mentón está erguido, sus ojos, de nuevo entreabiertos, su boca en una posición un tanto fruncida o de lazo que termina una estampa orgullosa. Reina y monja, ambas enclaustradas o desde su lugar de privilegio ontológico miran de nuevo lo que sucede. Me recuerda aquel verso de Sor Juana:
En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Me lo recuerda por la altivez del ser que enmarca la imagen, como también por la probable presencia de una mujer en hábitos y al mismo tiempo por esa forma negra que se encuadra como una ventana o como una visión o parte de la imaginación poética del personaje, porque ¿y si es un mundo que crea, una circunstancia, un objeto, un ser que está materializando con su mente?
La imagen a continuación me hace pensar en varias cosas, tanto en la referencia fáustica que hablé en un principio, Fausto mismo dejándose convencer por Mefistófeles y también a Dorian en el pacto por su belleza eterna, sin embargo, también reconozco una imagen doméstica, tal vez yo mismo siendo recriminado por la artista quien me exige más compromiso con algo, o es ella y es alguna otra figura quien le recrimina, yo mismo, la familia, cualquiera de nosotros cuando alguien nos encara ¿qué hacemos sino dar la espalda, indiferentes, mirando la sombra que se acerca y podría tragarse todo?

Con respecto a la siguiente imagen, me parece que también forma parte de las escenas fáusticas:

¿Es una sola escena o son dos escenas en tiempos distintos? Diría que el ser de la derecha recuerda aquello que se ve en la sombra. Allí están el diablo y el hombre, el diablo y la mujer pactando y volviéndose uno ¿O acaso no fueron siempre uno? Pero también ese ser de la izquierda que pacta, que levanta su mano ¿o su pata? Tiene apariencia felina, está erguido o erguida, está en una posición más alta que su interlocutor que parece caerse de espaldas, se abandona para dejarse poseer o porque ha soltado todo de sí. El otro ser mira o recuerda, con cierta tristeza, también parece un paseante que ha visto aquello en un callejón y se aleja, reconoce la escena, reconoce lo que sucede y se lamenta o es por qué no, hasta indiferente. A veces somos indiferentes solo por fuera porque ya conocemos la escena.

En este caso es Fausto o Fausta consumiéndose en el fuego, volvemos, indiferente. Pero también podría ser una niña o una mujer de cabello largo, naranja, es enorme, su rostro es ¿de indiferencia o de tristeza o más bien de hastío? ¿Qué sucede allí? Es una imagen impactante en tanto lo que dice sobre la condición humana. Hay una gran veta existencialista en estas imágenes, reflejada sobre todo por lo que comunican los ojos, la boca, los gestos de los rostros de los personajes ante su paisaje, ante su mundo. Recuerdo que la primera vez que vi esta obra me hizo pensar en una menina rubia con un vestido morado, una muchacha de la corte, vuelvo de nuevo a aquella idea, Yuruhary es una artista que está consciente de la historia de las imágenes, de modo que podrían estar contrabandeadas cualquiera de estas últimas.

La fantasmagoría de esta imagen me recuerda el lecho marino, un coral. La mujer del centro se asemeja a otras obras de Yuruhary, una serie de mujeres, o más bien autorretratos, en donde la joven está vestida con una piel de un animal salvaje o siendo devorada por él o las dos cosas al miso tiempo. Pero en esta oportunidad la protagonista tiene una mirada serena, si está en el fondo del mar disfruta, de nuevo, su mundo de silencio, las algas o sombras alrededor me recuerdan elementos o motivos heráldicos, es decir, las algas o figuras que se yerguen enmarcan, encuadran, ensalzan a la figura central, hacen protagonizar a esa mujer salvaje del centro, mujer con piel de oso, mujer de las profundidades de un mar de otro mundo.

La fantasmagoría se hace presente de nuevo en esta imagen. En el centro una figura que se suspende en el aire, incompleta, no tiene pies ni manos, sus brazos están desapareciendo o son así, acaso; a su izquierda otra figura se levanta, parece la piel de un animal preparada para vestir, tiene esa abertura en la parte de la cabeza para asomar la cara, tiene dos piezas, una roja y una negra, la primera se funde con la figura negroide de la derecha que parece también vestida o disfrazada, una peluca o casco que se conecta con su barba del mismo color o es tal vez una cinta que une esa suerte de casco. Ojos, nariz y boca son del mismo color como si estuviera en un trance y todo aquello no es más que pasado, el resto de lo que sucede en la imagen pudiera ser pasado y la figura de la derecha puro presente en estado imaginativo o de nostalgia.

Esta imagen se enmarca en aquel guiño religioso, una recuperación de un motivo, un reencarnar aquellos motivos de la tradición, parecen santos o vírgenes, tres seres con aureolas, una más elaborada que la anterior, están encendidas, o acaso es una misma figura oscilante, vibrando en estado de meditación pura ante la oscuridad que se cierne sobre ellas. Ellas porque parecen femeninas, es inevitable el anclaje de ciertas imágenes con la historia misma de las imágenes. Son vírgenes o santas. Por otro lado ¿Qué es esa imagen hecha de vacío, de blanco en el negro a la derecha? Hay una suerte de V y un punto ¿es una figura alada y su cabeza? ¿es un ángel? Recuerda a los querubines, esas figuras divinas de los retablos sin torso, solo alas y cabeza, o alas y ojos como los seres extraños de la angeleología, no hace falta más nada para ser divino.





El resto de imágenes me parecen la reelaboración de las anteriores en niveles, digamos, más sofisticados, con la presencia del personaje que mira hacia otro lugar, que está en su propio mundo de silencio, con la oscuridad del mundo y de esos otros seres de los cuales desconocemos su origen, acechantes, como pasado, como recuerdos, una fantasmagoría constante, el motivo de nuevo casi marino que viene a decirnos o hablarnos de las profundidades de la psique y de las formas que es capaz de crear. Por otro lado, también es importante insistir en los gestos de sus rostros, algunos asustados o sorprendidos, abatimiento; hay una insistencia en deformar o hacer informe los posibles gestos, ojos, nariz, boca, todo comunica una reacción ante el paisaje, ante la escena, dramatismo puro.
Adentrarnos en la obra de una artista como Yuruhary implica en todo momento la posibilidad de penetrar su mundo y al mismo tiempo su diálogo con el mundo mismo, como en el verso de Sor Juana, la artista interpela al mundo preguntándole qué quiere, al tiempo en que responde con belleza a lo que el mundo exige responder con razón. De modo que Yuruhary ha creado su propio lenguaje. Un lenguaje para comunicar su forma particular de ver y sobre todo, sentir las cosas. La artista no representa al mundo como se cree sino que pinta al mundo como lo ve y sobre todo como lo siente e intuye. En el caso de Yuruhary se trata de una búsqueda de otra realidad más allá del falso binarismo realidad-ficción o realidad-fantasía o lo fantasmático y lo vivo, no se trata de ello desde luego, sino de la búsqueda de cierta interacción con el mundo más allá de su autorreferencialidad humana. No podemos olvidarnos del mandato de la artista: cada mancha es una posibilidad. Yuruhary quiere verbalizar en la pintura lo que sus seres o personajes no son capaces de verbalizar en medio de su impresión existencial: el silencio. El silencio de la profundidad marina pero también el silencio de la impresión, del susto ante el fantasma que es el pathos ante lo desconocido. El silencio ante la impresión de sus personajes sobre el paisaje y el color como lenguaje posible para verbalizarlo.