“En la panadería me rebotaron un billete de 20 dólares porque tenía una rayita, ¡qué gente tan capocha!”. Así entró a mi casa Luis hace unos meses, y yo sentí lo mismo que cuando la persona que esperamos no viene sola, sino que trae consigo a una amiga que no veíamos hacía siglos.
“¡Pasa, capocha de mi corazón! ¡Siéntate!, qué alegría verte después de tantos años, perdona el desastre. Estás igualita. ¡Qué hermoso suena aún ese fonema palatal africado que tanto carácter te ha dado siempre! Ven, ¿quieres café o agua o un juguito de naranja?”, yo la recibí de ese modo y me sorprendí de cuánto la extrañaba.
Desde esa tarde no permito que se aparte de mí. La manoseo con ideas, la uso cada vez que la entiendo pertinente, la presento a conversadores jóvenes que jamás la habían oído y hablo maravillas de ella. Porque es cierto, es una palabra que tiene mucho por decir en estos tiempos. No merece haber caído en desuso, sobre todo cuando aquello que denota, lejos de desaparecer, ha recrudecido e incluso mutado de manera peligrosa.
Aunque está incluida en el diccionario de la Real Academia Española, la definición allí no expresa lo que de verdad designa este venezolanismo, pues no se trata exactamente de “una persona: que manifiesta actitudes propias del campesino o provinciano”, como asegura la institución ibérica; es más bien un adjetivo para referir una de las taras más jodidas de nuestro ser social: esa tendencia horrenda a malcopiar ademanes de las megalópolis occidentales, pero con la torpeza de quien no sabe bien qué imita y se extralimita. El resultado es un monigote ridículo y vergonzante.
Luis, por ejemplo, dio en el blanco, la negativa a aceptar dólares rayados, manchados, o con defectos por la mucha circulación, es tremendamente capocha. Igual que (no me odien por lo que voy a soltar) parte de la literatura nuestra es capocha; como esa novela con ínfulas civilizatorias que a partir de estratagemas capochas expone lo femenino como barbárico y que a punta de melodrama intenta exponer la necesidad de abrir paso a lo que sería un “progreso” capocho.
Políticos capochos, pensamientos “críticos” capochos, arte capocho, economía capocha, capitalistas capochos, academia capocha, mucho de eso nos tiene descalabrado el acontecer y frenada la fuerza del caballo auténtico que somos.