Una luciérnaga gigante atraviesa la oscurana. Parpadeas y se fue. Si el ojo fuese cámara en slow motion no vería una luciérnaga sino una moto, escoñetada. Que aun ande prueba la benevolencia de Dios.
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Teléfono. Memes. Perfiles de chamas bellas. Escrolear por las fotos. Memes. Ver mierdas por Marketplace. Más perfiles. Más memes. Recetas de Instagram. Youtube. Vídeos sobre hechicería New Wave grabados por carajitas góticas o dinosaurios hippies. Vídeos de conspiraciones, apariciones, fantasmagorías. Vídeos sobre una hipotética agilización de las percepciones espacio-temporales fruto de una aguja bien clavada en el cerebro.
Carlitos apagó el teléfono. Cero escape. Cinco horas más. Otra maldita guardia, en la maldita clínica, con su maldita caligüeba. Ni un segundo menos.
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Seba y Elías parecían hermanos, o al menos así decían por ahí. Desde los ocho llevando coñazo juntos, pelando bolas, guerreando. Uno pedía bendición en casa del otro, hasta compartían el coroto. Si Elías pensó algo en la fracción de segundo entre el choque y el vuelo parabólico con destino al monte seguro, fue “¿también tengo que morir con el mamabicho este?”.
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Ni una maldita cosa chula por esos lados. Mucho menos en la entrada. Solo estaban Carlitos y su cigarro, esperando algo, lo que fuese. Quizás era un peo de magnetismo. Lo excepcional busca a sus semejantes. Gente con mentes interesantes, hazañas interesantes, vidas interesantes. ¿Qué tenía él de notable? Era otro menor sin rumbo ni ambiciones salvo un sueldito de vigilante cada quincena, con la consciencia hirviendo en el reverbero de la mediocridad. Su saldo de singularidad alcanzaba para un cigarro y una noche tranquila. Placeres mundanos de gente mundana. “Gracias por esa, mundo, toma; te ganaste la cola”, y volvió a su puesto.
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Seba era un fosforito. Más de una vez se cayó a coñazos por puro principio. Solo Elías poseía la paciencia de Dalai Lama que su amistad requería. Él tampoco era ningún santo: su necedad era tal, que solo Seba lo trataba. Estaban todo el día en ese güebo: “No te comas la luz con ese loco, marico, no seas tan atorao, marico, no ofrezcas coñazos si te doblan la altura, marico, esa loca no te conviene, marico, relájate, marico, no te enhueques, marico”. Pero sobre todo peleaban porque Seba no quería nada con el maldito casco: “¡Usá casco es pa pussies!”, y mira cómo quedó, con una cara que solo un espíritu puro y romántico amaría. “Te lo dije, maldito, ¡te lo dije!”, pensaba Elías y arrastraba el despojo de su pana hasta el despojo del coroto, aun en pie. Cualquier ser humano racional sabría que era un desperdicio, que estaba mortadela. Pero mente que se hacía, mente que nadie le sacaba.
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Quizás era la edad. Los treinta y uno no eran tan buenos como los veintiuno. A los veintiuno todavía le sacaba ganancia a la vida: los turnos daban más plata, las siestas daban más energía, la droga daba más nota, la gente daba más feeling, el sexo daba más morbo. Y la vida solo va pa alante: en nueve años se aburriría el triple, y en diez el cuádruple. Así hasta muerte natural o hasta que tomara cartas en el asunto. Marcharía hacia su destino. Tampoco tenía mucha opción pero, coño, ¿era mucho pedir algo interesante?
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“Mardito inútil”, eso era el saco sanguinolento que llevaba de cucharita, con la humanidad chorreando por los costados. Un mal movimiento y besaban asfalto. Un hueco diabólico e intimaban con el concreto. Un solo achaque de la moto y a los dos les decían. Quemaría menos llanta, pero ¿cuánto tiempo le quedaba al mardito inútil? ¿Media hora, quince minutos, veinte segundos? No fue su mejor idea. Si tan mardito inútil era, ¿por qué lo dejó manejar? Porque iba curdo, obviamente. Era una fiesta chill, gente chill, ambiente chill, ¿por qué no bajar la guardia un rato y dejar a Seba al volante? Toma tu premio, Einstein. Ahora resolvería por el mardito inútil y por él, otra vez. Otra puta vez. “Mardito, cómo te odio”, y aceleraba. “Mardito, cómo te odio”, y la moto rugía. “Mardito, cómo te odio”, y se le salían las lágrimas.
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Carlitos no hallaba respuesta al viejo problema filosófico de si clavarse una paja en el trabajo era inmoral o no. ¿Realmente era un problema de ética? ¿No sería más uno de imagen? Porque la cuestión no es “¿qué pasa si me pajeo en el trabajo?”, sino “¿qué pasa si me pajeo en el trabajo y me pillan?”. Nuestro mundo no es muy amable con los pajizos. ¿Por qué se le cruzó semejante idea? Dicen que el ocio estimula la libido. El sistema exige dopamina y la mano obedece, de lo contrario el ser queda inoperativo, como si uno fuese esclavo de su propio güebo. Ahora que tenía la idea, ya nada se la quitaría. Nada excepto ese frenazo en la entrada.
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Elías hubiese gritado “¡auxilio!” si su tráquea fuese más cartílago que paté. Al rato el Creador respondió sus súplicas mentales con un Carlitos probando que su benevolencia era tan grande como su mamagüebicencia. Todo fue según el protocolo: Carlitos buscó a la gente de emergencias, montaron a Seba casi muerto, casi, en una camilla, y nada excepcional hubo ahí, salvo un detalle que solo Carlitos notó: los ojos blancos, casi transparentes de Elías.
―Pana, ¿estás bien?
El aire espesó. En algún lugar aullaron los perros salvajes. Elías sintió el cuerpo frío, el aliento lívido y el casco pesado. Tan pronto se lo quitó, los de emergencia pelaron los ojos, algunos se encomendaron a sus santos, otros a la Chinita. Carlitos se arrepintió al toque de tanta pedidera de huevonadas.
―¿Qué fue?
Elías pegó contra el piso antes que el casco. Adentro, mezclados en una gelatina jugosa, dejó partes del cerebro, el cráneo y el cuero cabelludo. Tan necio era que ni a la muerte le paró.
No sé porque tarde tanto en leer esto. Pero, hermano, se sintió bien hecharme en mi cama mientras llueve, de la forma más absurda y cliché, para tomarme el café y leer esta vaina. Mestre, realmente eres un puto Crack, me encanta que tus escritos tengan vida propia, goteen tu escencia en cada puta letra. Joder, fue como oírte relatar una anécdota mientras fumabas y mirabas a la nada. Fue… Bastante nostálgico.
Bueno siempre, supe, desde que te ví en la vieja biblioteca de aquel viejo liceo, que ibas a volverte jodido y fantástico, sobre todo jodido, y bastante fantástico, espero leerte de nuevo y no tardar tanto la próxima.