Para buena parte de mi generación, la obra de Gallegos y su lectura fue una obligación en los largos años liceístas de la década de los noventa. Las páginas de Doña Bárbara se dejaban correr lentas, aburridas, largas, durante las dos o cuatro horas semanales que ocupaba “Castellano y Literatura” en el horario educativo. Incluso, si pensamos que la revista Urbe se puede usar como una especie de zeigeist de lo que aquello implicaba, Alejandro Rebolledo se ufanaba, publicitariamente porque en verdad nunca lo fue, de haber sido finalista del Premio Rómulo Gallegos sin haber leído la novela.
Y es que esa dialéctica entre civilización y barbarie propuesta por Gallegos, poco tenía que decirle a una generación que experimentaba, justamente, la disolución de promesas civilizatorias en las manos del neoliberalismo más salvaje. Si a eso le sumamos el haber crecido en una familia que se desgarró como consecuencia de la lucha armada y que, por ende, odiaba todo lo que hubiese nacido de Acción Democrática, pues el coctel estaba servido: Rómulo Gallegos ni se asomaba al “canon” de lecturas que habitaban la sala de mi añorada casa barquisimetana.
Sin embargo, se pasa por la facultad de Ciencias Económicas y Sociales, se pasea por algunas optativas de las escuelas de Letras y Filosofía, se empecina uno en comprender el siglo XX venezolano y ahí está Gallegos, incólume, aferrado a su lugar en la historia educativa, política y literaria del país.
Un 2 de agosto cumpliría años el escritor, maestro y presidente de esta nación llamada Venezuela. Y como viene siendo costumbre, en MenteKupa no queríamos dejar pasar la oportunidad para, a contrapelo del “canon”, manifestar nuestras impresiones al respecto. Aquí van cinco alegatos en favor de Rómulo Gallegos.
1.
En su literatura, Gallegos va a forjar no solo el imaginario de una nación. Más allá del estilo, Gallegos va a fijar los temas alrededor de los cuales los grandes novelistas del siglo XX venezolano van a reflexionar, debatir y proponer. Como si de un loop se tratara, Gallegos configuró una especie de playlist a partir de la cual cada novelista armará su propio karaoke. La preeminencia de “lo bárbaro” sobre la razón, la educación como la salida a los males de la nación, etc. Desde Reinaldo del Solar hasta La brizna de paja en el viento va a intentar definir, en clave positivista, la ontología, los dilemas, los dramas y la materialidad política y económica del “ser venezolano” en relación consigo mismo y con el continente americano. Destino, tierra, sangre, genes y petróleo, por citar solo algunas, podrían ser las etiquetas del blog de un Rómulo Gallegos en el siglo XXI.
2.
No se puede separar al novelista, al escritor, del oficio que, seguramente, le mantuvo económicamente durante los primeros años de incertidumbre y búsquedas estéticas. Porque Gallegos antes que escritor fue docente. Bien arraigado en la memoria tenemos su desempeño como subdirector del actual Liceo Andrés Bello y su aporte en la educación de esas gentes que hoy agrupamos bajo la “nomenclatura” de generación del 28. La gesta educativa de Gallegos se ve reflejada en sus novelas.
En ese contrapunteo constante entre democracia y dictadura, entre la tradición y la modernidad, entre lo culto y lo popular, va a ser siempre dominante un modo de alternancia en el que lo subalterno queda subsumido en lo hegemónico como forma de solución a los grandes dilemas de la tensión narrativa y, por qué no, de la patria. La relación entre el piano y el arpa, lo “pataruco” como posibilidad de negar o aceptar la hibridación, la relación entre Guanipa y Adelaida en La trepadora, el paisaje como una expresión del desplazamiento en términos del sujeto y sus modos de subjetivación, dan cuenta de una carga de sentidos que busca ensamblar la nación desde lo popular.
Sin embargo, el pueblo no es lo que existe materialmente. El pueblo es esa intención que el docente propone y que media en sus novelas, a través de un positivismo que se opone, principalmente, a la figura de Laureano Vallenilla Lanz. Es allí, donde podemos encontrar la disolución del viraje en el estilo que anuncia Orlando Araujo en la estancia catalana de Rómulo Gallegos. La disolución de ese viraje está, justamente, en el fin de la dictadura gomecista y en el llamado que, en tanto docente, siente Gallegos como expresión de su retorno a la nación.
3.
Digamos que la de Gallegos es una de esas figuras que lograron sobrevivir al trauma de las generaciones que llegan demasiado tarde a una época y demasiado temprano a otras. Y esto, tal vez, es producto del gesto vanguardista de la revista Alborada y sus modos de intervención en el campo literario y político del país.
Gallegos define el proceso de estructuración del campo literario venezolano en el siglo XX y lo hace, en cierta medida, porque no posee una oposición estable. A diferencia del campo literario argentino, en donde la oposición entre Borges y Arlt es característica de su estructuración, en Venezuela Gallegos viene a funcionar como una especie de mandarín cuyos dominios persisten más allá de su muerte.
Bien porque se le niegue o se le acepte –ahí está el debate entre Izaguirre, González León, Uslar Pietri y Meneses alrededor de la novela venezolana en la década del sesenta–, Gallegos persiste y juega un rol fundamental en el campo literario venezolano. No podríamos afirmar, con Izaguirre, que el nuestro es un país de un solo novelista, porque hay muchos y muy buenos. Lo que sucede es que los temas fijados por Gallegos siguen siendo hegemónicos en nuestra creación literaria. No en vano actualmente hay una discusión por el premio que lleva su nombre (reseñada por Miguel Antonio Guevara en la última entrega de su columna), por un lado. Por el otro, buena parte de la narrativa producida en la efervescencia, auge y decaimiento del chavismo, ha retornado a los sempiternos temas relacionados al contrapunteo entre democracia y dictadura.
4.
El ideario político de Gallegos, como afirma Harrison Howard, se vuelca desde su literatura al trienio adeco (1945-1948) y a su ejercicio como presidente durante los meses previos al golpe de Estado. La problemática del petróleo y el monocultivo en Venezuela, la solución de los principales problemas del campo educativo en el país, el voto libre, universal y secreto, la confianza en las masas (expresada, por ejemplo, en Pobre Negro) y el ensamblaje del modelo sindical que hasta la actualidad nos acompaña, son algunos de los modos en los que literatura y vida política se articularon en la figura del novelista y presidente Rómulo Gallegos. Por otro lado, es en este período presidencial de Rómulo Gallegos cuando las mujeres ejercieron su derecho al sufragio en las elecciones venezolanas.
A estas alturas y si revocamos la figura de lo siempre-ya-leído (Jamenson dixit), podemos encontrar en este Rómulo (y no en Betancourt) la génesis de la nostalgia y la pesadumbre que tanto habita la cotidianidad de la burguesía actual que sigue fabulando lo que pudo llegar a ser. Bien podríamos fabular una ucronía de aquello que esperaba acontecer en el caso de que a Gallegos, como presidente, no le hubiesen dado el golpe de Estado que devino en la década dictatorial de Marcos Pérez Jiménez.
5.
¿Qué hacemos con el campo literario venezolano? ¿Qué hacemos, entonces, con Rómulo Gallegos? En un país en donde la génesis y estructuración del campo literario estuvo dominada por hombres, con la excepción de Teresa de la Parra, Gloria Stolk y Antonia Palacios, concluimos que a Gallegos no se le puede dejar atrás. La crítica literaria exige, desde mi perspectiva, retornar a la lectura de este escritor venezolano con los aparatos que la teoría contemporánea nos pone a disposición.
Ya Orlando Araujo lo hizo en su momento. Es necesario entonces, a 64 años de la publicación de Lengua y creación en la obra de Rómulo Gallegos, volver sobre el camino andado para evidenciar si los gestos narrativos venezolanos que hoy se presentan como contemporáneos, novedosos y ganadores de “politizados” premios europeos reproducen, o no, el gesto narrativo galleguiano en cuanto a los temas y ejes a que la relación ficción/realidad se refiere.
Araujo planteaba una constelación de siete autores básicos y fundantes del campo literario venezolano. Hoy es necesario volver a ellos para tal vez indagar si a Gallegos deberíamos seguir llamándolo o no: presidente Rómulo Gallegos.