El crítico literario John Beverly sugiere que en el testimonio, como formato a medio camino entre lo literario y lo no literario, se da una presencia a la voz del sujeto subalterno que pone en tela de juicio las representaciones de lo latinoamaricano, concebidas ya como arquetipos por el ojo demiurgo de las élites culturales y los Estados, para regeneraras desde las posibilidades de los «saberes» y, sobre todo, los «deseos» de sus propias subalternidades. De allí que afirmar que la comprensión de ciertas categorías en la práctica del juego de garrote venezolano a través del testimonio de su comunidad es un camino posible para el estudio de nuevas subalternidades latinoamericanas, que contribuiría a lo que Argenis Monroy considera la posibilidad de construir «nuevos espacios de acción política para que los sujetos subalternos produjeran/produzcan sus propias representaciones (2011: 16)».
Argenis Monroy Hernández (2011) en Delicuencia y literatura. El discurso (I)letrado de los delincuentes venezolanos de los años 70 en la novela testimonial, afirma que el subalterno puede «intervenir en la historia de una nación con su praxis, rebeldía, denuncia y revolución. Enfatizando que:
… de allí la importancia para Beverly del discurso testimonial [del subalterno] en cuanto re-presentación de esa voz que ha sido acallada históricamente, y que ahora puede hablar, a veces por sí misma, otras por medio de un letrado que se ha solidarizado con el subalterno para hacer que su denuncia circule en el entorno hegemónico (p. 15).
Para explicar esos nuevos espacios de acción política y expandir las posibilidades de representación subalterna con el juego de garrote como medio, resulta imprescindible entender cómo entra su sujeto subalterno, el jugador, en ese conglomerado hegemónico que puede ser la historia, su crítica, los imaginarios nacionales, sus simbologías y sus propias discusiones académicas pertinentes. Pues bien, si asumimos con Beverly al subalterno como un sujeto social con una identidad acallada, sabremos que solo a través de sus prácticas y sus deseos, este sujeto es capaz de generar marcos conceptuales que, desde su propia visión del mundo y las cualidades de su hacer, lo ubiquen frente al sistema hegemónico del poder como un disruptor o crítico. Esto es lo que Monroy Hernández considera el problema fundamental de la representación subalterna, la «posible reconstrucción de epistemologías subalternistas de la modernidad» (2011:16).
Por lo tanto, como nuestro subalterno jugador no habla un lenguaje que pueda interpelarnos directamente y «tampoco puede ser representado adecuadamente por el saber académico» (Beverly, 2004); será con el testimonio de su quehacer cotidiano –la práctica- que propondremos dos variables fundamentales que nos permitirán entender qué lenguaje y en qué términos habla el jugador de garrote, para comprender desde qué marco experiencial-categorial se representa y nos interpela.
En primer lugar, la categoría Defenso, un sintagma generado y arraigado en el juego de garrote que delimita las pulsiones y funciones – en tanto saber y práctica- que determinan a la jugadora y jugador de garrote como sujeto experto, es decir, lo dota de identidad en tanto domina y ejecuta a cabalidad la praxis del juego, cosa que lo reviste de un lenguaje potente, de memoria, un imaginario, una filosófica y su propia noción de historia.
Un jugador defenso es aquel que es consciente de su capacidad para anteponerse, defenderse y reaccionar ante una amenaza posible. Es quien cuenta, además, con ciertas aptitudes que le permiten, en la medida de sus posibilidades, no ser ofendido o herido y salir airoso de cualquier enfrentamiento o dificultad. El defenso es aquel que posee una alta maestría en el juego, que le permite no solo darse el lujo de no ser ofendido, sino también, y acaso esto más importante: cuidar el cuerpo de su adversario. No ofender: “Yo me doy el lujo de no dañar a nadie”, decía el afamado maestro Mercedes Pérez Amaro. Jesús Ramos, maestro de las nuevas generaciones del juego de garrote, escribe sobre sus entrenamientos con el Maestro Mercedes Pérez que:
…no solo nos enseñaban técnicas de defensa y ataque. Nos enseñaba a ser “defensos”, y para ello el cuerpo debía ser “ligero”, la mente aguda, con malicia y precaución; y el espíritu sosegado. “No se anticipe, ni se enoje, no se le acalore”, eran las frases que acompañaban la enseñanza. Todo ello generaba una extraña comunión entre el miedo y el placer (p. 10).
Como vemos, la concepción de este sujeto defenso -un subalterno- convoca en él no únicamente la marcialidad de la práctica, sino además, y mucho más importante, una conciencia ante el mundo, un estado de alerta y precaución, que no solo lo determina como luchador, sino como sujeto que se legitima en su propia representación. No es casualidad entonces que el testimonio de Ramos confirme esa «extraña comunión entre el miedo y el placer» que enmarca el aprendizaje del juego de garrote. Esta condición de «defenso» es contraria al conocimiento humanista occidental e invoca más bien un saber, si no desconocido, bastante menospreciado, que resuena con la categoría de nuevo Latinoamericanismo planteada por Santiago Castro-Gómez cuya
… tarea principal es desarmar los parámetros del conocimiento humanista creado durante el proceso de occidentalización, pero no en el nombre de una pasión nihilista o de un voluntarismo arbitrario, sino buscando con ello abrir campo para la emergencia de las diferencias, de las voces silenciadas por los saberes modernos…
El juego otorga al subalterno la posibilidad de reafirmarse ante los andamiajes hegemónicos de la Nación, del Estado y hasta los de la propia cultura popular que adolece igualmente de imaginarios excluyentes, y priva de relevancia en lo que llamamos alma nacional a todo aquello que se aleje del calendario festivo y las manifestaciones devocionales del imaginario venezolano. El jugador, el defenso, re-presenta y re-descubre a través de su cuerpo, y en la lógica del juego, la condición subalterna y transmoderna de su propio sujeto, una vez entiende al mundo en términos de lo aprendido.
La otra variable es nada menos que el canal desde donde se enuncia ese lenguaje, el cuerpo; pues como solía decir el maestro Eduardo Sanoja: «el juego es uno solo, porque el cuerpo es uno y todos los palos van al cuerpo». Entonces, el lenguaje que opera en el sujeto jugador subalterno es el juego en sí mismo, siendo el cuerpo en el que enuncia una especie de escritura viva que conserva, en su acervo corporal, un conglomerado de principios que pueden redescubrirnos.
Ser defenso, una alternativa
El garrote, como arma y método de lucha, ha sufrido de una exclusión de todas las formas de representación de nuestra cultura, siendo la más grave la de nuestra cultura popular en el sucesivo proceso de conformación de la república.
Bajo este panorama se dibuja y desdibuja el cuerpo que juega garrote y su condición de subalternidad. Michael Foucault en Vigilar y castigar, nos permite plantearnos otro punto importante para esta disertación que es hurgar en el papel de ese cuerpo y su incidencia en la «discusión académica»; como figura de catalizador y canal vivo del lenguaje con el que el defenso interpela este contexto. Primero, preguntándonos ¿Por qué el cuerpo es discurso en el juego, y sobre todo discurso subalternista? Para responder se hace necesario pensar el cuerpo foucaltiano, ese que está inmerso en el campo político y que es presa de las relaciones del poder en todo (Foucault, 2022). Dice Foucault que el cerco político del cuerpo está dado por sus relaciones de poder y dominación, «el cuerpo sólo se convierte en fuerza útil [para las hegemonías de todo tipo] cuando es a la vez cuerpo productivo y sometido.
Entonces, producir y someterse son las cualidades del cuerpo moderno occidental. Un cuerpo que padece todo tipo de sometimientos: violento, biológico, político, creativo. A estos sometimientos históricos y progresivos, Foucault enfrenta lo que llama un «saber» del cuerpo «que no es exactamente la ciencia de su funcionamiento, y un dominio de sus fuerzas que es más que la capacidad de vencerlas: este saber y este dominio lo constituyen lo que podría llamarse la tecnología política del cuerpo» (p. 35). En estos términos, el defenso es un jugador que se vence a sí mismo. Y si pensamos en aquel «yo me doy el lujo de no lastimar a nadie» de Mercedes Pérez, es un cuerpo que no reproduce –ni espera padecer- la lógica opresora y explotadora del cuerpo occidental. En consecuencia, el juego de garrote resulta una tecnología del cuerpo, en tanto que organiza sus propias potencialidades y genera una posibilidad de conocimiento del cuerpo, y del cuerpo en el mundo, que lo libera de sus lógicas. El juego de garrote comparte las características que reconoce Foucautl en toda tecnología del cuerpo:
… esta tecnología es difusa, rara vez formulada en discursos continuos y sistemáticos; a menudo está compuesto por elementos y fragmentos, y utiliza herramientas o procedimientos inconexos…Además no es posible localizarla ni en un tipo definido de institución, ni en un aparato estadal…. (p. 37).
Estas tecnologías plantean una nueva relación de los sujetos con el poder, una «microfísica del poder», un poder de pequeños segmentos que muta, y «este poder se ejerce, más que se posee, no es el privilegio adquirido o conservado de una clase dominante sino el efecto del conjunto de sus posiciones estratégicas, efecto que manifiesta, y a veces acompaña la posición de aquellos que son dominados» (p. 36).
El defenso es uno de esos cuerpos políticos que propone Foucault como figura de observación, que media una nueva relación de elementos materiales y de técnicas como nuevas vías de comunicación y nuevas relaciones entre poder y saber. Pues no solo es el contenedor de un saber y poder inexistente para los aparatos culturales y estadales, sino que a través de la práctica cotidiana y la transmisión de los fundamentos del juego de garrote hace posible la recreación de un sujeto que pone en tela de juicio nociones modernas que van desde las formas autopreservación y defensa de la integridad individual hasta la propia historiografía.
Finalmente, sí, nuestros cuerpos tienen la materia de un cuerpo producido y reproducido por su entorno, somos el cuerpo moderno occidental. Y sí, ese que solo produce y se somete. El juego de garrote nos invita a liberarle de un sometimiento más profundo que él: el del «alma» nacional que lo habita. Un alma «que es una pieza en el dominio que el poder ejerce sobre los cuerpos». Y si el alma, como afirma Foucault, «es prisión del cuerpo», entonces nuestra vil alma nacional moderna, de fin a cabo, es la gran subyugadora de nuestros cuerpos y sus nuevas espistemologías. Ser defenso es la condición de un cuerpo subalterno que a través del juego de garrote deconstruye aquella alma. Se trata de un cuerpo desalmado cuya tecnología puede determinar las fronteras de nuevas anatomías políticas.
Referencias bibliográficas:
Foucault, M. (2022). Vigilar y castigar. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.
Hernández, A. (2011). Delicuencia y literatura. El discurso (i)letrado de los delincuentes venezolanos de los años 70 en la novela testimonial. Maracay: UPEL.
Excelente artículo, gracias. Una ofrenda para la liberar nuestro cuerpo y alma de las hostilidades de nuestro mundo occidental