―No sé, ¿qué podemos hacer? El Tuerto no contesta.
―¡Inténtalo de nuevo Cara’e corcho!
―¿Cómo así? Es la quinta vez que lo llamo, Bellas Artes.
―Te he dicho que no me digas así.
―Pero, bueno, acaso no eres el que sabes de artes. Ahora, ¿qué haremos con ese cuadro?
―Mira, yo creo que estamos como la imagen de ese cuadro.
― Yo lo que veo es un tipo con cara de demente, loco’e bola.
―Mira Cara’e corcho, no eres más bruto porque no puedes. Se trata de una persona horrorizada, desesperada. El pintor vivió horrores durante su época, hasta Hitler prohibió sus obras en las galerías y museos prestigiosos.
―Y ese Hitler, ¿vivía por acá en el barrio?
―Olvídalo, Cara’e corcho, no voy a perder mi tiempo. Fíjate, este Tuerto tenía que entregarnos la plata y nosotros le poníamos el cuadro en sus manos.
―¿Y por qué no lo vendemos?
―¿Cómo lo vamos a vender si tenemos a la policía francesa persiguiéndonos?
―Espera, está repicando el celular. Sí, ¡Hola, Tuerto! ¿Qué pasó? ¿Cómo? ¿Que este no es? ¿Que ustedes querían el otro porque son varios cuadros de este demente que aparece gritando como si lo estuviesen torturando? Bueno, déjame pasarte a Bellas Artes
―Dice que nos darán solo la mitad del dinero porque este sujeto del cuadro es el que menos sufre, al gritar su locura a los cuatro vientos.