En donde las personas normales ven barreras, los genios descubren oportunidades. También en el arte. Para cualquier director del montón, el confinamiento a una sola localización supondría un lastre. Para William Wyler fue la ocasión de crear un microcosmos, una suerte de probeta de laboratorio en la que analizar la disparidad de conductas humanas, desde las más heroicas hasta las más oscuras, a veces contenidas en la misma persona.
Detective Story (Brigada 21 y La antesala del infierno en sus distintas traducciones al español) transcurre en una comisaría. La película tiene una parte costumbrista en la que se muestra el día a día de los policías: las rutinas; las horas de monotonía y los momentos de tensión; las personas que aparecen con las más disparatadas denuncias y quienes llegan al borde de la muerte; atisbos de sus vidas privadas; la camaradería y el compañerismo pero también la competitividad… En el fondo parece un trabajo como cualquier otro, si no fuera porque tienen que lidiar con los basureros de la sociedad.
En este retrato de la cotidianidad hay espacio para la ternura y el humor, en especial en el surrealista y entrañable personaje de la ladronzuela de tiendas: no pudo tener mejor debut la siempre eficaz Lee Garnes: premio a la mejor actriz en Cannes y nominación al Oscar (con el tiempo llegó a acaparar dos estatuillas). Pero que nadie se equivoque: William Wyler no hace trampas. Estos policías también pueden ser brutales y no dudan en apalear a los detenidos: los abogados recomiendan a sus clientes que si son citados a declarar se hagan primero fotos de cuerpo entero para probar que no tenían heridas ni hematomas antes de entrar en la comisaría.
Sobre este telón de fondo tiene lugar la trama principal, una oscura historia de masculinidades tóxicas, egos fracturados y la imposibilidad de desembarazarse de los pesados fardos del pasado. Kirk Douglas ajusta su ambigua fisicidad a ese detective torturado, implacable perseguidor del crimen y con una irrefrenable tendencia a tomarse la justicia por su mano. Es un precedente claro de otros policías que bordean la ley –o directamente se la saltan– si tienen clara la autoría de un delito, como el Hank Quinlan de Touch of Evil o el Bud White de L.A. Confidential. La pregunta que queda siempre flotando en el aire es si el fin justifica los medios.
William Wyler pasa de los registros ligeros a los dramáticos con una fluidez asombrosa, a veces incluso en la misma escena. No era tarea fácil, sobre todo si se tiene en cuenta que el guion abordaba temas tabúes para la época como el aborto o la tortura. Películas como esta contribuyeron a resquebrajar la férrea autocensura de Hollywood. De hecho, logró suprimir varias prohibiciones del Código Hays. No podía ser de otra forma: la pesadilla de la II Guerra Mundial mató la inocencia de toda una época. El público demandaba otras historias. En Europa, Asia y Latinoamérica se estaban facturando títulos correosos que dejaban en evidencia la infantilización del cine estadounidense. Para que en los sesenta sus pantallas estallasen con una gozosa libertad a todo color fue necesaria una dura y sorda pelea en los cincuenta. Detective Story fue uno de los primeros derechazos certeros en aquel combate.
La crítica le negó siempre el pan y la sal a William Wyler. Lo sigue haciendo. Ni siquiera los enfants terribles de Cahiers du Cinema le elevaron a la categoría de autor cuando empezaron a rescatar nombres hasta entonces considerados simples artesanos de la industria: Hitchcock, Howard Hawks, John Ford… A Wyler no pareció importarle mucho. Contó siempre con el favor del público, encadenando taquillazos durante cuatro décadas: Jezebel, Cumbres borrascosas, La carta, Mrs. Miniver, Los mejores años de nuestras vida, Vacaciones en Roma, La heredera, Ben-Hur, Funny Girl… Sus compañeros de profesión siempre reconocieron su valía. Ganó hasta tres Oscars al mejor director de entre doce nominaciones, este último apartado récord absoluto. Eran tiempos en los que los premios de la Academia eran verdaderos reconocimientos gremiales, no la operación de mercadotecnia en la que se convirtieron a partir de los ochenta. Aunque Detective Story es una película pequeña, la pericia de Wyler al jugar con unos elementos mínimos no pasó desapercibida para sus colegas, quienes lo nominaron nuevamente. Es sorprendente que la mano que mima visualmente los delicados mimbres de esta cinta sea la misma que dirige con pulso firme la mastodóntica Ben-Hur, en su momento el proyecto más megalomaniaco jamás filmado: es otra de las cosas que diferencian a los genios de las personas normales.