“Soy lo que soy y no lo que piensas que soy”
Clarice Lispector
Se dio la vuelta, junto a él dormía su esposa envuelta en sus velos delicados, cosidos…
con trama de rayos de luna
con urdimbre de colas de cometas
con cálidos colores como sólo pintan los niños de escuela
Miró en detalle cada forma redondeada que dibujaban las telas sobre la piel de su mujer. Ella estaba convencida que, de los dos, su marido era el más hermoso, pero él, cuando la miraba como ahora, casi desnuda, lo ponía en duda. Salió de la cama y frente a tanta belleza, conmovido, se arrodilló junto a su amada. Cerró los párpados, pegó la frente del suelo cubierto de bayas y de setas, y musitó la plegaria que los Otros rezan al despertar en el Día de los Mortales:
Me atrevo a ser lo que soy
porque sé quien soy;
lejos de Los Oscuros
huyo de las sombras,
comparto mi devoción con los mortales
mi alimento y maleficios con los espíritus
que habitan la entraña de la Madre Tierra.
No tengo la talla del hermano Troll,
ni la sabiduría de los Elfos,
ni la esbeltez de las Sílfides,
ni la lobreguez de los Trasgos del bosque,
pero tengo mi piel invulnerable
y mis ojos bermejos que ven en la noche.
Ni temo al frío de las barbas invernales
ni al agua hirviente en el interior de los mares.
Aunque olvidé la lengua de los dioses antiguos
ahora puedo entender la palabra maestra de los muertos.
No puede hacerme temblar el rugido de los vientos
Ni podría lamentar las maldades de los Otros.
No soy ángel, ni demonio, ni hombre
soy el Señor de la Montaña,
el amo de los campos de fresas
el dueño de la tez de las violetas.
Soy Oberón, el marido de Mab,
el Rey de las Hadas…
Levantó su cuerpo del bosque, volvió a mirar a su esposa quien soñaba sueños dorados y salió sin despertarla. Lavó su cara con el rocío de las flores, bebió néctar y probó algo de miel, se vistió con uno de los rayos del sol que, amarillo, le saludaba.
Ya listo para salir, Maleficio, el Diablillo, tomó asiento sobre su hombro derecho, y Devoción, el Angelito, hizo lo propio con su hombro izquierdo. Cada uno tenía la labor de musitar su propio nombre cuando Oberón mostrara perplejidad ante una situación inusitada.
Maleficio le sugirió visitar un tiempo, Devoción otro.
Hizo caso al segundo porque casi siempre escuchaba más las propuestas del primero. Marchó con ambos por todo equipaje y en su sentir voló con sus grandes alas tornasoladas, desapareció en las hélices del espacio-tiempo, se dejó caer de puntillas sobre un poblado envuelto en el humo de las bombas incendiarias, olor a pólvora y a sangre de inocentes. Había casas a ambos lados del camino. La gente a su alrededor comentaba que iría a la iglesia, a oír misa de labios del arzobispo, porque después de tantas balas, tantos desaparecidos, por lo menos quedaba la misa los domingos.
Caminó siguiendo los pasos de las mujeres tristes y los hombres heridos. De pronto se le hizo visible la catedral de San Salvador. Entendía la situación porque las acciones humanas le eran del todo conocidas, aunque no siempre las comprendía.
Entró al templo con curiosidad, miró como aquellas personas llenas de pesadumbre eran capaces de rezar y de dar gracias a su Dios. Cuando el arzobispo bendijo a los presentes, dando por concluido el rito, Oberón y sus acompañantes lo siguieron hasta las oficinas de la Casa Parroquial.
Algunos sacerdotes increpaban a su superior, hubo incluso uno que lo tachó de comunista por lo que dijo durante el sermón.
-¿Comunista? Hermano usted cree que soy comunista porque me importa nuestra gente, enferma de pobreza, mal alimentada y viviendo en la violencia, por eso soy comunista. Y entonces, que me dice de ese que está clavado allí en la cruz ¿También Él es comunista?
Zanjada la discusión, idos los religiosos, el arzobispo Romero se volvió de frente al gran crucifijo para orar de rodillas:
-“Perdona si me dejo llevar por la ira, pero tú estuviste en este mundo, y sabes cuanta indignación se siente de cara a la opresión y la injusticia”.
Oberón se hizo visible para él:
-¿Puede bendecirme, monseñor?
El sacerdote se puso de pie y se dio la vuelta.
-¿Qué se le ofrece, joven?
-Que si puede bendecirme…
Desde sus lentes, monseñor Romero lo escrutó un poco
-Como para que quiere que le bendiga, usted no es de aquí, ni siquiera es un hombre.
Feliz, el Angelito se puso de pie sobre el hombro izquierdo del monarca feérico.
-Usted…¿Cómo lo sabe?
-Porque antes que me pusieran la faja púrpura ya era sacerdote. Aunque no puedo ver sus alas, veo su sombra. En el Colegio Pío Latinoamericano tomé un curso de Demonología y Exorcismos, allí aprendí que todo lo que tenga alas no es humano, será bueno, será malo, pero no es de mi especie.
-Me agrada usted, es directo.
-Como no lo voy a ser, hijo. En casa éramos ocho hermanos, papá era un empleado de correos había mucha necesidad y muy poca plata, así que debíamos ser directos si queríamos conseguir algo.
-¿Usted no tiene miedo de lo que pueda pasarle? Los militares lo andan observando muy de cerca.
-Si tuviera miedo no podría ponerme esta sotana. Hay que tener mucho coraje para defender al desamparado. Ese que ves allí, colgado de ese madero, una vez, cuando vivía entre nosotros, echó a cordonazos a los comerciantes del Templo. Les recordó que esa era la casa de Dios, no un mercado. Defendió a Su Padre que, en ese momento, estaba tan desposeído como cualquiera de mis feligreses lo está ahora.
Después de un momento en silencio Romero respiró hondo, casi resignado:
-¿Todavía quiere que le bendiga?
-Si, adonde voy necesito de su bendición.
-Hínquese entonces…
Y lo bendijo.
Oberón repitió su visita a la catedral el día siguiente. Con la feligresía entraron también los matones de la agrupación ARENA, ultraconservadores, derecha extrema. Vieron a monseñor levantar el copón de las ostias y el cáliz con el vino y le dispararon hasta abrirle el pecho; su sangre bañó la sotana blanca, la estola y parte del altar. Los asistentes, consternados, cerraron los ojos para no ver el color y la estatura de la malevolencia. Diablillo se revolvió contento, y se levantó de su hombro para gritar en el pabellón de su oreja:
-¡Maleficio! ¡Maleficio! ¡Maleficio!
Angelito calló a su acompañante, susurrando en pos de él:
-¡No! ¡Devoción!
Diablillo entendió que su compañero tenía razón. El verdadero problema consistía en que él también la tenía.
Oberón no les dijo nada, porque nada quedaba ya que decir, y continuó su marcha de tiempo en tiempo hasta otro tiempo.
Era el mismo siglo, el mismo joven continente, la misma lengua, pero otro pueblo. Una aldea nicaragüense, de noche, estaban por cortar la energía porque después de las seis de la tarde la compañía les quitaba el suministro. El machete brilló a la luz de la luna que casualmente estaba llena. Una mano fuerte lo detuvo por un brazo:
-¿Quién lo envió?
Oberón dijo, para variar, la verdad:
-Nadie señor, yo vine porque quise.
-No se burle, joven, que no andamos para estar de chistes.
-No si yo no me burlo, le digo la verdad.
El soldado lo arrastró hasta su cuartel donde el general Augusto César Sandino se preparaba para asistir a la cena con Sacasa y los otros. Se suponía que había paz, pero los guerrilleros no se lo creían del todo.
-Encontré a este joven merodeando, señor… ¿Lo pongo bajo vigilancia preventiva?
Sandino miró sobre su cabeza y dijo:
-No, sus intenciones no son malas, no ahora. Déjelo aquí conmigo y vuelva a su puesto de guardia, Santos.
El héroe legendario se calzaba las botas nuevas y lo miró largamente mientras se enfundaba el uniforme de gala. Finalmente dejó en paz al silencio:
-Es una lástima que mis poderes empáticos hayan disminuido tanto con esta guerra.
-¿Cómo dice?
-He matado a muchos, y he visto morir a muchos más. Eso redujo mis capacidades. Sé que usted no es una criatura humana por mucho que lo parezca. Puedo ver los bordes de sus alas, aunque a ellas no las puedo ver. Hace nueve años atrás pude haberlas visto, pero la sangre de los hombres sobre mí me lo impide. Por eso digo que lo lamento, las suyas deben ser unas alas dignas de verse. Ya veo el alcance real de mi lucha contra los marines, los gringos me han quitado muchas cosas, pero eso ya no tiene importancia, a la larga casi nada lo tiene. Mi deber siempre ha sido, y será, defender a los míos, mi tierra, mis compañeros. Somos pobres, sabe, pero somos gente digna, no una estrella más en la bandera del Norte. Eso no. Eso nunca.
Lentamente, sin dejarse asombrar, Oberón empezó con sus preguntas:
-¿No recela de Sacasa y de Somoza?
-Amigo, confianza lo que se dice confianza, no les tengo, pero hay que buscar la paz y eso nos obliga a acercarnos.
-¿Lo acompañará su padre?
-Si, voy con él.
Angelito y Diablillo bostezaban acomodados en sus respectivos asientos. Esta conversación entre el hombre y el otro se estaba haciendo muy larga para ellos.
-¿Usted perdonó, general?
-Si, por supuesto…yo no podría amar a mi hijita sino hubiera perdonado el abandono de mi madre en mi niñez, y el tener que trabajar en la casa de mi padre cuando me enviaron allí, a vivir con él y su familia, para pagar mi hospedaje. No mi amigo, yo no podría vivir con tanto odio en mi corazón, así no puede vivir un hombre, no.
-¿Y no teme…?
-¿A quien? Aquí la derecha y la izquierda son lo mismo. Si no es por nosotros, los campesinos, los gringos se llevan hasta nuestra tierra. Con los políticos hay que andar vigilantes y no creerles ni la mitad de lo que digan. En todo caso, el temor es un lujo que no puedo concederme.
-Pero no puede morir, su niña lo necesita.
-No moriré, no por lo menos todavía.
-¿Y si la política lo transforma, le quita la razón y el sentimiento? General, el poder enferma hasta el más sano de mente y de cuerpo.
-No en mi caso, mi amigo, yo ni me vendo ni me rindo. Soy como el Quijote, yo sé quien soy…
Oberón necesitaba de este hombre, no su bendición, sino estrecharle la mano, y mientras Sandino tomaba aquella mano de hada entre sus manos gruesas y callosas de hombre del campo, surgió una pregunta para el señor de los Otros.
-Pero entonces, no me va a decir que clase de criatura es usted. No proviene del cielo, ni del infierno. Lo sé, puedo sentirlo.
-No es fácil hablar de mí, general Sandino. No sabía que con los gnósticos había aprendido tanto sobre Nosotros.
-El Conocimiento está allí, a la vuelta, y lo está para cualquiera, no es privilegio de unos pocos. A todo lo que se le quiera dar un cariz oculto es elitista, y ni el saber, ni la fe, son patrimonio de las élites.
Oberón, a pesar de despedirse del líder guerrillero, no abandonó el cuartel. Se quedó a ver como el general y sus hombres marchaban al hogar de Sacasa y caían en la trampa de Somoza. El señor del los Otros asumió la posición de loto en mitad de aquel camino de tierra y el calor que sopló a su alrededor le avisó del momento justo cuando fusilaron a Sandino. Angelito se paró cerca del pabellón de su oreja para exclamar:
-¡Devoción! ¡Devoción!
Pero Diablillo fue más oportuno que él y gritó:
-Noooo… ¡MALEFICIO!
El rey de las hadas se mantuvo en meditación hasta desaparecer en ese tiempo y aparecer en otro.
Abrió mucho los ojos para detallar al Estadio Chile, lleno no ya de deportistas, sino de prisioneros políticos. Había caído el presidente Allende, y el usurpador, mezcla de sátrapa y de cóndor, metía su ejército a la fuerza en las casas y en las escuelas. Invisible para los carabineros, Oberón cruzó puertas, caminó por pasillos y buscó hasta encontrar en la muchedumbre a Víctor Jara. El artista tenía un labio hinchado como resultas de un culatazo de rifle, su ropa, aún en desorden, por el maltrato de los milicos. Aunque invisible para todos, Víctor Jara pudo verlo:
-Lo siento, se acabó la mermelada, pues…
-¿Cómo?
-La mermelada de uva que le trajeron a un compañero, ya nos la acabamos. ¿No te enteraste?
-La verdad es que no.
Tomaron asiento en las escaleras para conversar.
-¿Cuándo llegó aquí?
-Hace un par de días. Primero me estuvieron interrogando, sabes, maltratándome y haciéndome preguntas. Luego me trajeron para acá. Es curioso, ahora resulta que la tortura también es deporte. Hace un ratito, un carabinero trajo un tarro grande de mermelada que a un compañero le mandó la hermana. Teníamos hambre, nos la comimos y vino otro milico a golpearnos porque estábamos reunidos, tú sabes, es muy peligroso que uno se reúna, piense como grupo, haga cosas como grupo…
-¿Y a pesar del encierro ha escrito algo, Víctor?
-Si…un poema. Quería que fuese una canción, pero me salió algo cortito. Se lo di a otro de los amigos. Escribir también es un ejercicio de la libertad, y aunque el cuerpo esté preso el alma es libre.
-Si, así es…
Oberón ya no se sentía tan fuerte después de sus experiencias como Otro entre humanos. Se estaba dejando impresionar por la ecuanimidad del hombre que tenía frente a él. Con placer le sacó recuerdos de sus días como director teatral montando “El Círculo de Tiza Caucasiano” de Brecht, o el “Marat-Sade” de Peter Weiss. También de sus tiempos cantando música folklórica con el Cuncúmen y el Quilapayún. Las miradas se cruzaron cuando el Señor de la Montaña se sintió muy observado por el artista.
-¿Qué tanto me ves, Víctor?
-Pues si te digo la verdad, no se si es que me ha dado fiebre, o tal vez los golpes me han puesto delirante, pero que hermosas alas tornasoladas se ven sobre tu espalda…
Comprendiendo que ese día iban a silenciar la voz del cantor, Oberón se atrevió a revelarle su secreto:
-Si, no deliras. Yo soy el Rey de las Hadas. Tú puedes ver mis alas porque, aun cuando eres humano también eres un lucífago, y un comedor de luz sólo puede ver luz, así habite entre las sombras. No puedo decirte más porque eso sería inmiscuirme y no debo hacerlo. Lo único que te puedo pedir es que no sientas temor, aunque te dañen, no tengas miedo. Esto pasará y ya no será tan terrible.
-Comprendo, y te comprendo, perfectamente. Sabes, no temo, hace mucho que ya no…
Angelito y Diablillo eran ahora los perplejos, se quedaron silenciosos esperando; cuando se hace contacto con la Luz sólo resta esperar.
Oberón se alejó volando de él para que pudiera apreciar sus alas en todo su esplendor. Volando volvió al lugar donde pertenece. Al llegar, liberó a su Angelito Protector y a su Diablillo Inducidor porque ambos estaban demasiado tristes y demasiado cansados para continuar viajando en su compañía. Tendrían que reponer sus fuerzas, sirviendo al amparo de la Luz bajo la forma de Otros.
Todas las hadas, y Mab, la reina embarazada, lo esperaban expectantes, debía haber visto y oído tantas cosas…
Oberón levantó su mano izquierda, su puño se elevó hasta alcanzar la altura de su cabeza. La abrió para dejar salir una mariposa dorada que, mientras volaba, esparcía entre los presentes la voz-aroma de Víctor Jara cantando El derecho de vivir en paz. Exclamó en verso, el lenguaje predilecto de las hadas:
He viajado al mundo de los Hombres
para encontrar entre ellos
al veedor de mis alas;
sólo un artista pudo distinguirlas
sólo un lucífago pudo reconocerme
entre la vasta multitud de sus iguales.
Traje conmigo su voz
para que nos acompañe, sempiterna,
en las largas Noches de Espera
y en los no menos largos Días de Decepción.
Los Otros continuaremos, en silencio,
vigilando la evolución de la Gran Tarea…