Su cabello torrencial y negro, era el rasgo más terrestre de su apariencia, que no era hermosa para él sino pura como el vértigo de algo nuevo. Él tenía algo vegetal, era flaco y alto como un árbol, en la cabeza un afro que no paraba de crecer, su piel morena, una mirada subterránea que escondía la muerte y parecía renacer siempre que ella lo veía. Los unía la curiosidad que une a los niños abriendo cajones viejos, pautaban el encuentro en la línea de neón cuya luz en forma de llave se apagaba y se prendía intermitentemente; representaba el punto de encuentro entre sus dos mundos. Ella se esforzaba como no lo hacía con ningún espécimen de su casta, desplegaba todos sus colores sexuales, hacía más visibles sus palabras en cada parte de su epidermis, incluso adornaba su cuerpo con alguna prenda que él pudiera quitar, intentando ser humana estudiaba los rituales eróticos del pasado, una vez lo espero con uno de sus seis senos afuera como ese cuadro de La libertad guiando el pueblo, de Eugene Delacroix, su pezón erecto lo pinto de rojo vivo. Esto lo hacía con la convicción de que esforzándose en ser más análoga, todo funcionaria mejor, lo que más se le dificultaba era la ternura, muchas veces intento besarlo, pero su especie había perdido la noción del funcionamiento de un beso, ella le pidió el aprendizaje de ese placer. Él, humano, completamente emocionado por poder ser útil por primera vez para un habitante sideral, manifestó sus señales genitales muy rápido y se tuvo que ir con un sentimiento que en otro tiempo llamaban vergüenza. Ella lo pudo ver claramente en su campo neuronal. Cierta maldad empezó a crecer dentro de ella, quería ese sentimiento que él sintió en ese acto ritual y que como una semilla venenosa deseaba experimentar. Cada vez que terminaban se convencía de que no podía recibir nada nuevo de él, pero luego evocaba el encuentro en su perfecta memoria y volvía a contactarlo telepáticamente para su próxima reunión. Cuando se veían, ella podía leer su mente y sabía que él no estaba haciendo el amor con ella sino con todas las ellas posibles. El humano pasaba su lengua húmeda por todo su cuerpo, sus labios estaban hirviendo de calor y el tacto casi helado de su piel le hacía daño en esos labios tan débiles que poseía su especie, algunas veces sangraba y su sangre quedaba en su piel traslúcida como recordatorio de la entrega total que él sentía, a veces metía su nariz en el pliegue de sus nalgas en donde mutaba la fibra de una palabra. Ella sabía que sus nalgas eran ancianas, pero para él no tenían tiempo. Escupía en su mano y le llenaba todos los orificios de ese fluido tan extraño, esto le excitaba mucho al humano, ella entendía que era algo salvaje, una forma de marcar territorio en lo que él llamaba su piel. A pesar de haber estudiado el manual de la nueva raza y memorizar los procedimientos para que ella recibiera placeres múltiples cada segundo de tiempo Inter-espacial, siempre cometía errores, ella no podía creer que él había sido uno de los humanos más inteligentes de la tierra durante el último siglo. Finalmente preparaba su orgasmo como una ecuación, sin ritmo, con una elegancia cuyo carácter aéreo era mecánico, él en cambio volteaba los ojos como un animal, aullaba y se impresionaba de esa metamorfosis sólida que ocurría en su cerebro cuando asfixiaba de placer todo su cuerpo. Ella lo miraba con impresión y se fijaba en sus manos velludas, sobre todo en sus dedos, que actuaban como si nunca en su vida hubiesen pasado esa página neuronal que ella tantas veces había sentido. El fuego de la purificación que él experimentaba cada vez que acababa dentro de ella algún día la transformaría en un error, ese que su maldad anhelaba. Él seguiría sin entender nada, su afro creciendo como una flor, en éxtasis total con la incertidumbre.
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Doble vértigo es un texto que forma parte de la Antología de Ciencia Ficción INVENTUS, de Los Talleres de Narrativa de Ciencia Ficción organizados por José Urriola.