¿Justicia? ¿Quién pide justicia? Nosotros hacemos nuestra propia justicia. La hacemos aquí en Arrakis… vencer o morir. No nos cerquemos con la justicia mientras tengamos armas y la libertad de utilizarlas.
Palabra Leto Atreides I.
Frank Herbert. Herejes de Dune
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La verdadera relación de Maquiavelo con la teoría política no es, como dicen prácticamente todos los que han considerado el tema, separarla de la moral sino, en realidad, separarla de la utopía y fue por eso y solo por eso que la convirtió en ciencia.
Alfredo Maneiro. Maquiavelo. Política y Filosofía
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Los buenos y los malos, los malos y los buenos, en Dune no hay nada de eso. Al respecto del bien y el mal no se trata tampoco de que se distribuyan formando personajes complejos o una trama jugosa en dilemas éticos y/o políticos.
Leyendo Dune uno no se pregunta si, ante determinada situación, el personaje actuará bien o mal (cosa que, por ejemplo, sucede a menudo en The Expanse y jamás en Star Wars), sino que llegamos a maravillarnos por el cinismo de la política.
En la saga (es una saga en el sentido de que se trata de la historia de unas estirpes, linajes) bien y mal no son mucho más que conductas orientadas según determinado “arte de gobernar”; casi nada más que el producto de un cálculo, siempre más o menos racional, determinado por el despliegue de una voluntad de dominación pura.
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Al hablar de una voluntad de dominación pura no hacemos referencia a Nietzsche, para quien la voluntad de poder es más que voluntad de sojuzgar, subyugar, controlar: voluntad de pujanza, potencia, puesta en juego de la propia fuerza o capacidad. En el universo de Dune el sentido del ejercicio del poder es casi nada más y casi nada menos que la dominación de los otros.
Ante el viejo problema de si Dios quiere lo bueno porque es bueno o es bueno lo que Dios quiere que así sea, Herbert opta por salirse de él. Tal como piensa el ejercicio del poder este no necesita ni de Dios ni de fundamento metafísico alguno, ni siquiera de un “sujeto”.
El universo de Dune solo es maquiavélico si se reduce el pensamiento del florentino a la amoralidad (no basta reducirlo a la inmoralidad). Maquiavelo no piensa la política, ni el ejercicio del poder como una actividad orientada al ejercicio del poder por el ejercicio del poder; el poder no es un fin en sí mismo, no piensa la actividad política ni el gobierno como una actividad carente de determinaciones morales.
Aun reduciéndolo a “el fin justifica los medios”, el problema sigue siendo el de justificar los medios. ¿Qué justifica los medios? La República que el príncipe encarna y a la cual se debe. La razón de Estado solo aparece como una voluntad absoluta de dominación si se confunde absolutamente el Estado y el gobierno tal como sucede en Dune.
Herbert tampoco es hobbsiano, de hecho, es mucho menos hobbsiano que maquiavélico, pues Hobbes es un pensador eminentemente moral. Para él la soberanía absoluta del gobernante es el producto de un pacto social al cual se debe quien gobierna.
En Hobbes, puede que el soberano sea legítimo hasta el final, pero precisamente es mortal, y su muerte es antes una muerte moral que física. Tiene lugar cuando los súbditos lo abandonan tras reconocer que no cumple con su parte del pacto cuya fórmula es: “protejo luego obligo”. La decisión sobre si el soberano efectivamente protege, está en última instancia en las manos de los súbditos.
En el lenguaje de Alfredo Maneiro se dirá que los personajes de Dune están completamente determinados por su eficacia política en desmedro casi absoluto de su calidad política. Sucede allí que el medio (la eficacia) se hace fin, y el fin (la calidad) se hace medio.
Maneiro llama envilecimiento a la condición de una agrupación política en la cual la eficacia política, la capacidad de tomar el poder o de conservarlo y usufructuarlo, determina de forma lo más exhaustiva posible la acción política. Ahora bien, solo se puede decir que el universo de Dune está envilecido desde fuera del universo de Dune.
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Con respecto a bien y mal como arte de gobernar, la contraposición entre Atreides y Harkonnen (en la segunda trilogía entre las Bene Gesserit y las Honoradas Madres) no se da entre los buenos y los malos sino entre dos artes de gobernar, uno centrado en la premisa: “quien se somete, domina”; y el otro en: “quien domina, somete”.
Así, los Atreides gobiernan mediante la sinceridad, la lealtad, el amor y el odio; la alta nobleza, la desconfianza con respecto al poder (que ellos mismos ejercen) y el masoquismo sin contrapartida; los Harkonnen lo hacen mediante la hipocresía y el engaño; la traición; la zanahoria más dulce y exquisita y el garrotazo más tortuoso y terrorífico; la baja nobleza, la tiranía, y el sadismo sin contrapartida.
Si el arte de gobernar opera a través de los cálculos más o menos racionales [1] del poder para lograr sus fines (prevalecer, vencer, dominar), entonces para un Atreides (los “buenos”) la sinceridad, la verdad, la Ley son nada más que medios preferibles a sus opuestos.
¿A quién deben someterse los Atreides? A su código de honor (no de ética) y a sus gobernados. ¿Para qué? Para dominar tanto a sus rivales como a sus gobernados. ¿Se trata de mandar obedeciendo? No. Es más bien así:
—Se dice que el Duque Leto gobierna con el consenso de sus gobernados —dijo el Fremen—. Así que debo explicaros cuál es para nosotros la situación: una cierta responsabilidad recae sobre aquellos que han visto un crys. —Miró sombríamente a Idaho—. Son nuestros. No pueden abandonar Arrakis sin nuestro consentimiento.
Halleck y algunos otros hicieron gesto de alzarse, con expresiones airadas en sus rostros. Halleck dijo:
—Es el Duque Leto quien determina…
—Un momento, por favor —dijo Leto, y la suavidad de su voz lo retuvo [a Halleck que es subordinado]. La situación no debe escapárseme de las manos, pensó. Se volvió hacia el Fremen.
—Señor, hago honor y respeto la dignidad personal de cualquier hombre que respete mi dignidad. Tengo una deuda con vos. Y yo pago siempre mis deudas. Si es vuestra costumbre que este cuchillo permanezca enfundado aquí, entonces soy yo quien ordena que así sea. Y si hay otro medio de honrar al hombre que ha muerto a nuestro servicio, no tenéis más que nombrarlo. [2]
El punto de vista desde el cual Herbert despliega el universo de Dune no es el de la filosofía política, la cuestión no es cómo se legitima, justifica o fundamenta el poder o si tiene o no necesidad de todo aquello.
Herbert es, por así decir, intuitivamente foucaultiano (el de Seguridad, territorio y población, y El nacimiento de la biopolítica) en el sentido de que lo que nos presenta es: 1) la contraposición entre dos artes de gobernar, dos formas de cálculo o racionalidad con respecto al ejercicio del poder; y 2) poderes que son nada más que el despliegue de voluntades de dominación puras.
Si los Atreides triunfan sobre los Harkonnen no es porque el bien está destinado a triunfar sobre el mal, es porque su arte de gobernar se prueba más eficaz porque hacen un uso más racional, oportuno, calculado de la violencia.
El arte de gobernar de unos y otros supone siempre una economía de la violencia, lo que no quiere decir necesariamente un ahorro de la violencia e incluso puede significar lo contrario: imponerse mediante una violencia rayana en lo absoluto.
Lo anterior se aprecia bien en la segunda saga, primero, mediante el gobierno de Leto II (frente al cual Leto primero, es un “cosito”) el cual, sencillamente, no tiene rival y casi nadie puede escapar a su voluntad, y luego, en la contraposición entre las protectoras Bene Gesserit y las perversas Honoradas Madres que no dudan en destruir planetas enteros.
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Sin embargo el universo de Dune no es completamente cínico, y no lo es porque allí la filosofía política es una especie de sarna que no da tregua a los poderosos. Si la voluntad de dominación que anima la saga no se cierra como una determinación absoluta, si hay posibilidad de un cambio, esto es porque las preguntas de la filosofía política insisten, joden, pican. [3]
Precisamente porque en el universo de Herbert la política carece de sentido, de finalidad, de razón de ser (ya que los poderes en pugna no son más que voluntades de dominación puras, sin otra finalidad que la de ser cada vez más dominantes, sin otros límites que aquellos que convengan para el crecimiento o conservación de su poder; porque son “sujetos” sin nada a que sujetarse y sin nada que realmente los sujete), se plantea insistentemente el problema de cuál es el sentido del ejercicio del poder, problema que se confunde con el del sentido de la existencia.
Y no se puede negar que hay sentido del humor en todo esto.
Para resolver el problema del sentido (¿gobernar para qué?), los Atreides recurren a lo que llaman la “noble finalidad” (Los Harkonnen recurren al hedonismo). Esta consiste en garantizar la supervivencia de la vida humana, en proteger a la especie contra su segura autoaniquilación. ¿Para qué? ¿Cuál es el sentido de mantener la vida? ¿Por qué valdría la pena vivirla? Pues, no se sabe… en todo caso la única manera de lograrlo es mediante una dominación estricta, cuyos agentes tienen que ser necesariamente los mismos Atreides.
Así, Leto II, cuya capacidad de dominación limita con lo absoluto (gobierna durante 3500 años, conoce toda la historia humana previa a él y puede presentir/calcular el futuro) se aburre profundamente, no quiere otra cosa que la novedad, aquello que acabaría con su dominación.
Es en la segunda saga cuando Herbert entrompa decididamente la cuestión del sentido de gobernar y se piensa en las posibilidades del surgimiento de lo nuevo. Tras la caída de Leto II (y con él caen los Atreides como dinastía y en general todas las Casas Nobles), serán las Bene Gesserits las encargadas de llevar la cuestión hasta sus últimas consecuencias.
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Breve nota sobre Star Wars
Una serie de ciencia ficción, con todas las letras, en que los buenos son tales porque quieren el bien, y los malos son malos porque quieren el mal es The Expanse.
En Star Wars, producción de “ciencia ficción” entre comillas, la cosa es más complicada por la decisiva influencia que tiene de la “filosofía” New Age. Los buenos allí no quieren el bien, sino que quieren el equilibrio (los malos también lo quieren, solo que son ignorantes). El equilibrio cósmico no puede ser puramente lo bueno (la luz), tiene que tolerar el mal (la oscuridad), equilibrarse con él. Los midiclorianos son los agentes inefables del equilibro de la Fuerza y mediante ella del cosmos.
Por esto en Star Wars no puede haber un verdadero problema ético y tampoco hay política. El equilibro es destino porque así “lo quieren” los midiclorianos.
Todo lo que hagan los buenos, así sea malo, será al final parte del equilibrio, y viceversa. La política se basa en la alternancia infinita entre las malvadas, por ignorantes, fuerzas del Imperio y las equilibradas, por sabias, fuerzas de la República.
El equilibrio no necesita de justificación alguna, se dirá, incluso, que no se puede justificar, porque a fin de cuentas es destino, siempre se da (el desequilibrio es un momento del equilibrio, el imperio de la oscuridad un momento hacia el de la luz). Pero, además, el equilibrio plena de sentido toda acción, todo acontecer. El universo de Star War es un universo absolutamente cerrado, el verdadero darse para siempre de lo mismo…. Ommmmm… Por eso, quizá, más allá del píííu, píííu de los rayos láser y del sssuom, sssuom de los sables, Star Wars resulta tan aburrida desde un punto de vista político y moral.
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Notas al píe
[1] Un mentat es precisamente una calculadora humana de los cómputos necesarios para gobernar y vencer.
[2] F.H. Dune.[3] En Dune muchos personajes encarnan/padecen la sarna de la filosofia. Por ejemplo, el filósofo Zensunni y Mentat Hyat, primer ghola de Duncan Idaho:
—Un filósofo Zensunni —reflexionó Paul, mirando nuevamente al ghola—. ¿Has examinado tu propio papel y tus motivaciones?
—Acepto mi servicio con una actitud de humildad, mi Señor. Mi mente ha sido lavada y limpiada de los imperativos de mi pasado humano.
…
—Una mente lavada —dijo Paul—. ¿Cómo puede una mente lavada ponerse a nuestro servicio?
—¿Servicio, mi Señor? Una mente lavada toma decisiones en presencia de elementos desconocidos y sin causa ni efecto. ¿Es esto servicio?
Paul frunció el ceño. Aquella era una respuesta Zensunni, críptica, sutil… inmersa en un credo que negaba la función objetiva en toda actividad mental. ¡Sin causa ni efecto! Tales pensamientos chocaban en la mente. ¿Elementos desconocidos? Había elementos desconocidos en cada decisión, incluso en las visiones oraculares.
F.H. El Mesías de Dune.
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