¿Cuándo empieza el arte contemporáneo? de Andrea Giunta, doctora en historia del arte, curadora, investigadora, escritora, y oriunda de Argentina, es un libro en el que a través de cortos ensayos y reflexiones, la autora se dedica a enlistar ciertas características o narrativas que dan cuenta de los síntomas del arte contemporáneo en América Latina.
Inicialmente, Giunta propone desligarse de la noción de centro-periferia para estudiar lo contemporáneo y sustituirlo por la noción de vanguardias simultáneas. Enuncia los aspectos cruciales, que ella considera debe haber en la relación con la imagen visual: en primer lugar, son las mismas obras las que anuncian y sitúan su situación en el universo de las representaciones. Y, en segunda instancia, se debe observar la situación de formulación de dichas obras.
En principio, la cualidad esencial de la contemporaneidad, que carece de una definición real, es la de estar con el propio tiempo, pero tratando de percibir el cambio, confuso, veloz, heterogéneo. El arte contemporáneo no responde a un nuevo paradigma estético, sino al arte producido en el fenómeno de la contemporaneidad: con tensiones genealógicas, globales y de carácter expansivo, que la autora pretende revisar para el caso latinoamericano desde lo concreto y global.
La génesis de lo contemporáneo, para Giunta, como para muchos otros autores, se sitúa en la modernidad: en la que hubo un cambio de las formas y lógica en pro de la autonomía del lenguaje artístico. Es esencial para la modernidad la idea de progreso artístico, en la que cada movimiento resolverá los problemas del anterior, en una evolución artística constante cuyo fin parecía apuntar a la autonomía absoluta del arte: la idea de arte concreto. Desde la noción de la modernidad, Giunta enuncia que el arte contemporáneo es:
… en un sentido inicial, aquel en el que el arte deja de evolucionar. Es el después de la conquista de esa autonomía absoluta enunciada por el arte concreto. Es cuando el mundo real irrumpe en el mundo de la obra. La violenta penetración de los materiales de la vida misma, heterónomos respecto de la lógica autosuficiente del arte, establece un corte.
Andrea Giunta, ¿Cuándo empieza el arte moderno?. Buenos Aires, Fundación ArteBA, 2014. p. 10
Así, sin la noción de evolución, el arte contemporáneo puede y debe pensarse, según la autora, no desde la perspectiva de centro-periferia en la que cualquier expresión artística hará referencia a la tradición europea, sino desde la idea de la obra autorreferencial, que se remite a sí misma desde sus peculiaridades.
En el período de postguerra de la II Guerra Mundial, habrá una eclosión del arte contemporáneo en América Latina, que puede verse como un mero reciclaje de formas de las vanguardias, o como un empleo consciente, reflexivo y de mayor densidad conceptual de las formas para revisarlas a la luz de un nuevo contexto, para resignificar dichas formas con otras realidades y procesos particulares del continente. Desde esta perspectiva, la autora enuncia dos momentos en el arte de postguerra: primero, la continuación, surgimiento y desarrollo de movimientos concretos (década de los cincuenta) y segundo, cuando el capital de las vanguardias se transforma en repertorio de neo vanguardia (desde finales de los cincuenta y durante la década de los sesenta).
En el discurso de Giunta, hay un grupo de características que se enmarcan en la relación con el pasado, el presente y el futuro como idea: son obras que de una u otra forma enmarcan o entronan su discurso a partir de su relación con el tiempo; ya sea para criticarlo, para reflexionar sobre él o como forma de hacer evidente la alienación. Dentro de este grupo, la autora menciona las neo vanguardias que se valen de los lenguajes desarrollados en la primera mitad del siglo XX para evaluar el presente. Las obras que se dedican a revisar los aspectos no resueltos de la historia y del discurso histórico. En ese sentido, revisan, cuestionan y deconstruyen muchas veces iconografías nacionales; en particular los héroes y los cánones coloniales del discurso nacionalista. Giunta enuncia al artista como cazador de imágenes, que en algunos casos, revisa imágenes del pasado y las reactiva, al observar síntomas del pasado en el presente. En otros casos, la revisión al pasado es más un acto de rebeldía y desorden frente a los relatos históricos normativos. En otros casos, las obras decantan por la repetición: para insistir sobre un punto, para resistir, para no olvidar, para mostrar el error. Y, desde el no olvidar, están las obras dedicadas al recuerdo, a evocar lo terrible, las dictaduras, las desapariciones, los espacios más oscuros de la historia de América Latina para reconstruirlos no sólo desde lo racional, sino desde la emoción. En este grupo, es notable la presencia del retrato, como forma de mostrar la ausencia, los seres que ya no están, que fueron borrados.
Otro conjunto de obras contemporáneas, se sitúan mas bien desde un plano geográfico —entendido el término en un sentido amplio, que abarca no sólo la noción más literal de espacialidad, sino las cualidades ideológicas, identitarias, y discursivas que implica—. Estas obras exploran la cartografía, su modificación y tratamiento como forma expresiva. Esto no sólo incluye el uso de mapas, que permiten cuestionar la configuración de las relaciones de poder, sino intervenciones espaciales geográficas, la experimentación y exploración en torno al fenómeno de las ciudades, con la crítica al capitalismo. También, en este conjunto de obras, podemos encontrar aquellas que trabajan la idea del extranjero. Extranjero como condición de lo contemporáneo: en tanto es imposible seguir el paso a la velocidad y cambios actuales, al dejar el lugar de origen, al abandonar la identidad, al ser despojado de ella, al tratar el exilio político y las migraciones tan presentes en la historia latinoamericana.
Un tercer grupo de obras, dentro de las enunciadas por Giunta, puede enmarcarse en las piezas de corte político revolucionario. En particular, luego de que el modelo del progreso económico y político desarrollista demostrara su fracaso y cada vez más artistas vieran que el poder transformador del arte sólo era posible aunado a una revolución armada. En este vínculo arte-política surge el arte de calle, democratizado; aquel que critica a la institución artística por ser expresión y modelo capitalista, muchas veces con el uso político del dibujo y grabado.
Luego de referirse a las obras que revisan el tiempo y la historia, las geográficas, y las políticas, Giunta revisa otro tipo de obras y fenómenos que surgen en la contemporaneidad. En principio recuerda el carácter cada vez más difuso de los límites entre las artes y la característica transdisciplinaria que funde los lenguajes cada vez con más frecuencia. Desde ahí la autora revisa expresiones como el arte correo, que permitió a muchos artistas latinoamericanos evadir los controles y censuras de sus países para exportar su arte. Está también el conjunto de obras que hacen una crítica a la institución del arte y señala su poder legitimador. Enuncia el giro conceptual del arte hacia los años setenta, en el que se afirma que el arte es una convención y puede ser sencillamente un proceso mental y autoreflexivo. Si bien, en el caso latinoamericano está bastante ligado a la denuncia y visibilización de problemas de temática social. En este contexto, está muy presente la globalización del arte con la bienalización del campo artístico y la pérdida del carácter exclusivamente nacional del arte, por uno en el que el artista es mas bien un organizador de materiales para crear nuevos sentidos, crear discusión política en torno a un contexto particular —sobretodo con las instalaciones e intervenciones destinadas a locaciones específicas—, y como editor de contenidos culturales existentes en una suerte de configuración de significados.
Además, están otro conjunto de obras y artistas que se dedican a la revisión del cuerpo humano, de los valores patriarcales y los roles de género. En principio, hay un movimiento de arte feminista que pone a la vista la historia del arte y cómo ésta ha creado una estética particular que margina e invisibiliza la presencia de la mujer en el campo artístico. En otras instancias, hay otras obras que problematizan la representación y configuración de los géneros femeninos y masculino como una dualidad conformada por oposiciones y roles específicos. Algunos, se dedican a explorar el cuerpo como elemento político y sensible de ser utilizado y controlado por instituciones estatales, médicas, y mecanismos de control y poder. Este conjunto de propuestas, reiteran en la idea del arte como una actividad social e interactiva.
Finalmente, Giunta reafirma la noción de que en el arte contemporáneo no hay un lenguaje específico, sino más bien la superposición de medios, temáticas, denuncias, ideas y discursos. Y afirma, finalmente, que la contemporaneidad es una condición mas que una definición:
No se trata de ordenar síntomas ni de establecer entre ellos jerarquías. Se trata de seguir las mutaciones que en el arte contemporáneo nos permiten entender mejor y sentir la complejidad del tiempo en el que estamos inmersos.
Ibídem. p.97
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Bibliografía
GIUNTA, Andrea. ¿Cuándo empieza el arte moderno?. Buenos Aires, Fundación ArteBA, 2014. pp.212