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The Artifice Girl (2022 / Franklin Ritch) destaca por la forma en que cabalga el hype de la “IA” y se distancia del mainstream. A diferencia de sus contemporáneas (Megan, Jung_E, Ex_Machina, Battle Angel Alita, etc.) es ciencia ficción de bajo presupuesto, con pocos efectos especiales y CGI, nada de épica, ni de espectaculares escenarios, coreografías de pelea, catástrofes o terror basado en objetos técnico-diabólicos… Su fuerte está en el guion, “dramático, intenso, matizado y reflexivo”, que a primera vista cuenta mientras explica cómo sería un posible devenir inteligente, consciente y/o sintiente de la IA y los dilemas éticos que se derivarían de tal acontecer.
Aunque la película se dirige a un público calificable como curioso, ávido de información y conocimiento, es en sí misma un artificio ingeniosamente diseñado para capturar al espectador y exponerle de forma clara y entendible la teoría sobre la cual se monta el proyecto de la Inteligencia Artificial General (AIG), que en la actualidad constituye la apuesta más esperanzadora del tecnocapital (OpenAI, DeepMind, Anthropic, Microsoft…).
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Todo comienza cuando el programador Gareth es apresado por los agentes especiales Dena Helms y Amos McCullough, quienes creyendo que es un abusador de niños en línea lo interrogan para confirmar su identidad. En seguida nos enteramos de que Gareth actúa como un vigilante informático: ha desarrollado una inteligencia artificial que puede encontrar “depredadores de niños” en internet haciéndose pasar por una pequeña llamada “Cherry» (cereza). La IA no solo ha demostrado ser muy eficiente –para lo cual es indispensable que se mantengan en secreto tanto su identidad y proceder como los de su creador–, además muestra signos de verdadera inteligencia y una evolución intelectual prometedora. Tras garantizar confidencialidad y conocer de primera mano a Cherry, las autoridades y el vigilante deciden unir fuerzas en la lucha contra el abuso infantil, y a partir de este acuerdo con noble finalidad asistimos al drama de un posible advenir de una inteligencia no-humana.
Pero mientras explica las cuestiones técnicas relativas a cómo sería posible el devenir inteligente de una máquina de Turing, y un conjunto de problemas éticos y filosóficos bastante limitado, expone también las esperanzas que dan su potencia hipersticional a la teoría de la IAG.
En especial, pasa en el filme lo que se espera suceda en la vida real: el inventor del maravilloso prodigio (Cherry) no sabe cómo lo logró y afirma que no podría repetirlo si se lo propusiese. Esta esperanza está en la base de las teorías de la IAG, la singularidad y del discurso de la futurología, y parte de una premisa que puede ser falsa: si el cerebro funciona con base en algoritmos, es posible que a un cierto (alto) grado de complejidad, potencia de cómputo y capacidad de memoria, una máquina de Turing pueda devenir por sí sola inteligente (consciente/sintiente) y luego, naturalmente, superinteligente. Dicho de un modo polémico, la IAG llegará a ser por obra de un milagro que se espera lograr mediante una dispendiosa consumación (gasto) de recursos y energías.
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Si la película plantea algunos dilemas éticos, deja de lado los problemas económicos, políticos y ecológicos que suscita, no el advenimiento de una IAG, sino el despliegue del proyecto que persigue a toda costa tal fin como un remedio universal para todos los males de la humanidad.
Incluso puede discutirse que los dilemas éticos que plantea sean verdaderos problemas éticos, pues estos se reducen a la cuestión de si debería reconocerse a una IAG como un ser inteligente, consciente y/o sintiese, y a la de determinar a partir de qué momento habría que hacerlo. Pero incluso en esto, más que plantear un problema y todas sus implicaciones, el filme se dedica a resolverlo, cerrarlo, clausurarlo. Más que plantear una reflexión ética, la película moraliza.
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¿Quién podría oponerse a una solución tecnológica a un problema tan grave como el abuso y la prostitución de menores de edad? La conducta de un “depredador infantil” es totalmente repudiable e inmoral, pero, ¿son incuestionables los medios planteados en la película para que este reciba su adecuado castigo o, por qué no… tratamiento…? ¿Justifica el fin los medios?
Además, en el filme todos los problemas son resueltos en secreto, gracias a dios, por gente muy concienzuda y buena gente. Es significativo que en la película el desarrollo de la IAG tiene lugar en el más absoluto secreto y bajo el amparo de agencias policiales semiclandestinas, cuya misión “exige” violar los derechos civiles y políticos de las personas mediante el establecimiento de algo más que un sistema de vigilancia. En efecto, Cherry no solo vigila a los potenciales depredadores en línea, les pone trampas, ella misma es un señuelo, una carnada especialmente diseñada que se ofrece, y hace todo esto basada en probabilidades, de forma análoga a como se usan en la actualidad los modelos de evaluación de riesgos actuariales, pero sin ningún tipo de restricciones legales. Recurriendo a un viejo concepto de la ci-fi, Cherry no haría otra cosa que actualizar (realizar lo virtual) el pre-crimen, así es posible preguntarse si su éxito no está en que produce (mediante inducción) gran parte de sus “verdaderos positivos”.
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La forma de poder que ejecuta Cherry parte de la premisa de que cada sujeto expuesto a su vigilancia es un agente libre, con facultad de decisión y libertad para decidir, por tanto es un sujeto responsable. Su forma de control no se basa en destruir esta libertad (como sucedería, por ejemplo, si aplicase el modelo disciplinario del panóptico, el cual por definición restringe la libertad del sujeto vigilado, o ya dentro de la ci-fi, si ella fuese capaz de alguna forma de control mental o conductual directo), sino en ponerla a prueba, testearla, verificarla a partir de simulaciones probabilísticas. El único medio que tiene para hacer esto es estimular la conducta que debe prevenir.
Dicho lo anterior, vale la pena ver la película por lo que es, un producto que prepara para aceptar una realidad, un futuro, que se plantea como inevitable y que promueve con algo más que argumentos y reflexión ética una hiperstición concreta agenciada por el tecnocapital.