
Uno se olvida que tiene una casa,
que la casa puede estar en cualquier parte,
que en cualquier parte
no necesariamente
hay un lugar para todas las almas,
y que nuestro deseo puede extraviarse muy rápido de nosotros.
Nadie quiere salir lastimado,
cuando se quiere buscar una buena vida.
Si nos tenemos que desplazar lejos, no queremos salir lastimados,
cuando queremos amar no queremos salir lastimados,
aunque sean largas las horas húmedas de la nostalgia,
donde el tiempo no va a rescatarnos de lo que hicimos
ni de la vieja soledad de los caminos desérticos.
Rezamos para que la parada final no sea una frontera sin líneas de borde,
acampamos para sortear la necesidad,
porque estamos cansados y asustados.
La casa que se mueve con nosotros
es el corazón que finalmente adquiere su forma.
Llevamos a cuestas una memoria de barriadas viejas
y de pies desnudos
baldes de agua fría sobre nuestras cabezas
y un descuelgue incesante de las esperanzas.