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El día de los idiotas no trata sobre la locura, en el sentido en el que un especialista puede abordar un tema, para ofrecernos tesis o enseñanzas. Más bien, se sumerge en la locura y es, ella misma, en tanto obra de arte que se auto-destruye como tal, una auténtica locura. Si la ponemos al lado de una buena película como Alguien voló sobre el nido del cuco, las diferencias son patentes. Estaríamos ante dos formas de mostrar lo que puede suceder dentro de un manicomio. No es casual que uno sea de hombres y el otro de mujeres. Milos Forman filma una historia de forma vibrante, poniéndose al servicio de la narración, dejando que esta se nos muestre a través de lo que hacen y dicen y sienten sus protagonistas, en los que se confía, sabedor de que el contenido del drama que nos muestra es suficiente en sí mismo para emocionar a los espectadores. Todo está en su sitio: los decorados, la cámara, la música, las interpretaciones… en ningún momento pierde el hilo de aquello que nos muestra con humor y ternura, de forma que el éxito parece asegurado.
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Werner Schroeter no se preocupa de que las razones que mueven a su protagonista (una pasional Carole Bouquet) sean inteligibles. En su película todo esta fuera de sitio. Las interpretaciones son exageradas hasta la parodia. Las actrices se mueven por el manicomio como marionetas rotas en un escenario fabuloso. La fotografía y la música chirrían. El ritmo va y viene. Las escenas se alargan, dando espacio al grito y al vacío, a los delirios y a los gemidos, a veces superpuestos, de los personajes. Hay todo tipo de “desajustes” con respecto al lenguaje standard, sin que por ello estemos ante una película experimental. La narración se mantiene, pero como puerta a la locura, con una carga ideológica y un planteamiento estético conscientes y coherentes entre sí.
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La subversión está en el tratamiento de la imagen; es decir, en la confianza en el poder subversivo de la imagen no pensada como el mero soporte de una narración. Schroeter se entrega a sus poderes expresivos, que exaspera y nos toca las entrañas. Si se muestra a nivel estético es como resultado de ella, no por mero afán innovador. La cámara va más allá del plano psicológico, para filmar los cuerpos. No solo las costuras, sino también los descosidos, las impurezas, las discontinuidades, las imperfecciones. Lo que con ello se muestra es la psicosis colectiva subyacente en las sociedades tardo-capitalistas, en las cuales los individuos viven enfrentados a miedos inducidos (el terrorismo) y a la frustración de sus pasiones (relaciones de pareja alienantes). Sin embargo, lo que nos transmite es otra cosa, imposible de decir con las palabras usuales. Se trata de la libertad: no de cómo alcanzarla ni de qué podríamos hacer con ella, sino de cómo soportarla sin ser presa de una normalidad que nos aplana y unifica, o de una interioridad que se ha convertido en un abismo. De ahí que todas las mujeres (no solo las locas, también las enfermeras y doctoras) tengan una historia que contar, o que representar, presas de una pasión que las desborda.
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Hablando de esta película, Schroeter escribió: “lo interesante, en realidad, es lo que sucede al individuo, saber si puede o no soportar esa apertura, si es capaz de dominar la angustia” (Autobiografía, p.233). Se trata pues de aquello que no puede contenerse, que nos rompe por dentro, sin posibilidad de ser reconducido a ninguna forma de vida en común. El manicomio se convierte en una especie de basurero donde reside lo imposible. Deviene el escenario de una tragedia que se descompone en mil y un fragmentos, en los cuales lo sórdido retiene la belleza de su lado. Hemos penetrado en el corazón de la locura de la que se alimenta la verdadera vida, pero que al mismo tiempo la condena. ¿Cómo vivir de forma apasionada en un mundo frío, neutralizado por las normas y las formalidades? Acaso solo la muerte nos libere, lo cual da paso a una escena fascinante: la directora del hospital (una poderosa Ingrid Caven) anuncia la liberación a sus pacientes. Pero, ¿qué es la libertad si no el abocarse al miedo, a las emociones disecadas, a una herida cuyo origen es la propia vida? Entonces, los cuerdos son los que han renunciado a esa libertad. Esto es lo que sustenta el engranaje. La indistinción entre la libertad y la locura.