La ópera prima cinematográfica de Román Chalbaud es en blanco y negro, se estrenó cuando todavía la primera mitad del siglo XX no había terminado. El director, que este año llega a la novena década, llevó al cine su obra de teatro homónima trabajando personajes donde se percibe claramente el contraste entre el bien y el mal, la inocencia de la Venezuela rural y la perversión de la capital.
Chalbaud había estrenado en 1955 la obra y sus actividades artísticas/políticas lo llevaron a pasar algunos días en la cárcel, eran tiempos de Marcos Pérez Jiménez. Aun en ese contexto hizo la película, todavía en los últimos años de la dictadura, y cuenta que casi desaparecen la cinta, que para el momento de su detención ya estaba terminada. Esta es la situación y la preocupación de la que nace la historia retratada en ese su primer filme, y que tiene como base las propias conversaciones del cineasta, en aquel tiempo joven dramaturgo, con habitantes de La Charneca.
Cuando entramos en la vida de Juana y Juan ya han llegado a Caracas, de un pueblo lejano que pudiera ser cualquiera. Viven, lo mejor que pueden, en un barrio, de los primeros que se formaron a mitad de siglo. Juan tiene un trabajo de mecánico en un taller –aunque todavía no le pagan– donde está empleado un amigo del pueblo que se vino antes, con él inicia el proceso de desapego de su madre, asistiendo a fiestas, bebiendo, fumando y llegando de madrugada, con apenas energía para echarse en la pequeña colchoneta que le sirve de cama. No hay tiempo para las expectativas felices, ya desde el comienzo las aspiraciones de Juana están frustradas; ella esperaba que Juan pudiera conseguir un buen trabajo, tal vez estudiar, pero su hijo lo que hace es irse de fiesta con los amigos. Vinieron siguiendo los pasos del desarrollo, pero sus huellas conducen a un lugar muy distinto al esperado. En la ciudad no está el futuro prometido. No hay paraíso en el progreso.
Juana es una viuda de mediana edad, con la mirada perdida, que suspira cada tanto, tiene una voz apacible y está deseosa por conocer a alguien que la acompañe en esta nueva vida. Con eso en mente ocurre su encuentro con Antonio, un tipo decente, trabajador, de traje y buenos modales, que se le queda viendo y le habla con pausa, invitándola a conversar. Con él intercambiará sus angustias en una escena que evoca el tema de la película: según dice Juana, no hay autobuses para volver a su pueblo, no tiene cómo regresar al lugar de donde vino, así que le toca quedarse ahí, en la ciudad, aunque extrañe todo lo que dejó atrás; además explica que se vinieron porque era lo que todos le decían que debía hacer y no porque ella lo deseara realmente. Como toda migración, del campo a la ciudad se viene porque es lo que toca y no necesariamente porque es lo que se desea.
Habita en Juana una profunda nostalgia por su pueblo y a la vez la sensación de estar perdida a merced de una capital que entra aceleradamente en la mitad del siglo. Antonio le advierte sobre los peligros de Caracas, se muestra protector y le promete ir un día a comer, pero no puede quedarse, en el camino opuesto al de ella él tiene que viajar al interior, pero se compromete a volver y le pide a Juana que lo espere.
Esta conversación entre Antonio y Juana ocurre a los pies de una rueda de la fortuna, que gira y destella modernización, produciendo, junto al ruido general de la feria en donde se encuentra, un contraste con el relato triste de Juana. A esta imagen le sigue una conversación breve entre Juan y la novia de su amigo, que le atrae, mientras ella le pregunta a qué vino, él busca acercarse un poco más. Las imágenes que produce Chalbaud son contundentes y logran transmitir de manera eficiente las contradicciones en las que se encuentran sus personajes. Igual sensación se alcanza con el montaje que hace, más adelante, del carnaval en el barrio donde viven los protagonistas, al mezclar con maestría los tambores, el baile y la persecución que sufre Encarnación.
Con la partida de Antonio, madre e hijo quedan a merced de la vorágine del desarrollo. Paradójicamente, Juana cae en manos de Encarnación, un brujo de piel morena, que, después de intentar curarla de una dolencia en la mano, irrumpe en su casa buscando resguardo de la policía, que lo persigue luego de que una mujer falleciera mientras le practicaba un aborto. En una escena compleja, Juana es forzada por Encarnación y termina durmiendo con él, pero en vez de expulsarlo de su casa, a la mañana siguiente le ofrece quedarse y le pide que se oculte ahí el tiempo que sea necesario. Juan no está de acuerdo con la presencia del brujo-prófugo, pero termina por aceptarla tras la insistencia de su madre. Ninguno de los dos tiene las herramientas necesarias para enfrentar la maldad que acecha en la ciudad y que termina por devorar la inocencia de Juana, convirtiéndola en un despojo de ser humano una vez Encarnación desaparece, escapando de la policía.
Juana trae a su hijo a la capital para que se convierta en un hombre y esa entrada en la adultez, como el desarrollo de la modernidad, supone el abandono radical de la inocencia, la entrega a un mundo donde habitan la promiscuidad, el incesto, el crimen y el desenfreno en el uso de la bebida y las drogas. En la medida en que Juan se hace adulto va también abandonando a su madre, cuyo amor hacia ella es todavía un resabio de candidez infantil; la madre es la tierra, la belleza del campo, de la naturaleza, así la evoca Juan, mientras la ve consumirse por la violencia de la ciudad, por Encarnación, el alcohol, las frustraciones y la soledad en esta ciudad hostil. Como el cemento desplaza a la naturaleza, así se transforma la personalidad de Juana.
Si hacerse hombre es romper la inocencia de la infancia, sustituyendo a la madre por el amor sexual de la mujer; madurar es desarrollarse, como se desarrollan los países, dejando atrás su estadio rural y entrando en la vorágine del concreto que se alza hacia las alturas. Esta es la Venezuela que vieron cambiar Chalbaud y su generación, que se hizo presente de manera temprana en la literatura de los cuarenta y que el novel director retrata en esta película.
Caín adolescente contiene en su título una referencia al primer crimen de la humanidad: el asesinato de Abel, el inocente. Esta muerte se evidencia una y otra vez en el crecimiento acelerado de una periferia; los barrios nacidos en el desencuentro del edén. Esa nostalgia del pasado rural y la sensación de que ya no se puede volver atrás sigue habitando en todos y todas aquellas que hacen el mismo viaje de Juana y Juan, llegando a la ciudad para hacerse adultos y encontrando en ella vanidad, orgullo y envidia, los motivos de Caín para arrebatar la vida de su hermano. Como aquel delito inaugural de una humanidad caída en desgracia, Roman Chalbaud inaugura un cine que no es una oda al crecimiento de los rascacielos, ni al nacimiento de los vastos urbanismos obreros, una cinematografía que no imita a las propagandas de Master Card, sino que va más allá del concreto y sitúa la cámara apuntando a las pequeñas casas que se extienden aceleradamente en las laderas de los cerros.
El campo viene a morir a la ciudad, viene a prosperar y encuentra la muerte, como relata también Alí Primera la tragedia de Ruperto. El desarrollo y la urbanización de Caracas se dio de la mano de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y por eso para la generación de Chalbaud no hay heroísmo en las nuevas edificaciones. De ahí que, como dijimos, la mirada se coloque más allá de aquellas megaconstrucciones y la majestuosidad que, paradójicamente, hoy son objeto de elogios y nostalgias en las redes sociales, donde circulan imágenes muy distintas a las que retrató Chalbaud, quien al captarlas y narrar con ellas se colocó a la par de las grandes producciones del realismo social de esa década.
El retorno de Antonio y su encuentro con Juan, a los pies de la tumba y el cerro, la mirada desoladora de la cámara al barrio que se levanta por encima de él, es el cierre de un primer acto en el cine venezolano. La introducción a un malestar, el desencuentro que aún hoy sienten todos aquellos y aquellas que, como Juan y Juana, deben abandonar el verdor de los árboles y la frescura de los ríos para buscar el “bienestar” en la ciudad. Décadas después, muchas películas han vuelto a los tiempos de la posguerra para narrar “otra” historia de esos años. Ya en aquel momento, Chalbaud dejó evidencia de que el viaje al paraíso no incluye boleto de regreso.
En donde puedo ver esa pelicula