De entrada debo aclarar que reconozco el mansplainign, por ello este artículo pretende reflexionar en primera persona desde la experiencia y las posibilidades de aquello que el título convoca. Abordaré esta cuestión con algunas digresiones propias del modo como lo he pensado. Otra cosa, cuando me refiero a hombre quiero decir hombre heterosexual. Dicho esto, empiezo destacando la fuerza que tiene actualmente esta disyuntiva en la militancia, lo que de entrada me hace pensar ¿por qué es una preocupación ahora y no lo era antes? Y ¿por qué hoy algunos hombres tienen tanto interés en definirse como feministas o en militar dentro del feminismo?
Hace unos meses, discutía acaloradamente esta cuestión y expresaba algunas ideas de lo que hoy traigo más articuladamente acá. Un compañero recordaba una pelea en una red social para ilustrar el carácter radical de una feminista que decía de manera tajante que no, que los hombres no podían ser feministas hasta que renunciaran a sus privilegios y demostraran no ser machistas. Si bien en algún momento de mi vida reciente me pareció que lo más correcto, lo moralmente adecuado dentro las militancias, era asumirse feminista sin problema, en aquella oportunidad esos argumentos me parecieron clave para comprender que efectivamente no, el hombre no puede ser feminista, básicamente porque mientras exista la estructura de dominación patriarcal puede reconocer los privilegios pero no puede renunciar completamente a ellos.
Entre quienes estábamos presentes se desplegaron algunos de los argumentos más tradicionales en defensa del hombre feminista: la posibilidad de que cualquier hombre no solo puede sino que deberías ser solidario con el feminismo y acompañar las luchas de las mujeres; que el machismo y el patriarcado no lo padecen exclusivamente las mujeres sino que también los hombre somos víctimas y que por lo tanto la lucha feminista también nos corresponde.
Una revisión breve de las posiciones favorables refuerza algunos de estos puntos: el patriarcado, el machismo y el capitalismo oprimen tanto a mujeres como hombres y mujeres por lo tanto el hombre no es el enemigo natural sino el sistema de dominación, por lo que los hombres deben hacer es tomar conciencia de la situación y los privilegios; si el movimiento feminista lo que persigue es la igualdad no puede discriminar, incluso algunos hombres son mejores feministas que ciertas mujeres; lo que debe ocurrir es que todos y todas, hombres y mujeres, se deconstruyan desde el feminismo a través de acciones transformadoras; el hombre debe ser feminista mientras el feminismo sea necesario, es decir mientras exista el esquema de dominación sobre las mujeres.
Sorprende cierto consenso en torno a lo fácil de aquello que se exige a un hombre para que se pueda considerar feminista. Basta con tomar conciencia de lo que representa el machismo y reconocer los privilegios, lo que a grandes rasgos pudiera resumirse a un discurso, una pose, una actitud en determinados espacios, pero ¿no se podría ser “consciente” de un conjunto de privilegios sin necesariamente renunciar a ellos? Y lo que más adelante será el eje de mi posición ¿mientras exista el patriarcado como sistema y el machismo como estructura mental se puede renunciar a los privilegios que representa ser hombre?
Entre quienes afirman de manera tajante que los hombres no pueden ser feministas apuntan las siguientes ideas: no podrá ser feminista ningún hombre hasta que el feminismo haya transformado la totalidad de la sociedad; el hombre solo puede ser un militante aliado que se circunscribe al liderazgo de las mujeres ya que intuir lo que sufre una mujer no lo convierte en una ni le permite vivirlo con exactitud; los hombres lo que desean es ocupar uno de los escasos espacios en donde no tienen un papel protagónico; desear renunciar a un privilegio no implica necesariamente que la sociedad te lo permita.
¿Entonces? Entre las primeras cosas que saltan a la vista es que hay dos lugares, deben existir muchos, desde los que se comprende el feminismo, uno de ellos tiene que ver con la lucha por la igualdad y pasa por el reconocimiento de los privilegios que nos alejan de ella, el otro apunta al feminismo como una práctica emancipadora donde las mujeres no solo luchan contra el sistema patriarcal existente sino que apuntan entre ellas a la construcción de otra sociedad. Sin querer ser simplista, cambio de mentalidad por un lado y práctica radical por otro, articulan los dos ejes.
Ahora, es cierto que el hombre puede decir que es feminista, puede enumerar un decálogo de los privilegios y hasta intentar cambiar las formas machistas de su conducta pero ¿puede actuar feminista?, ¿puede ser feminista en el sentido de apuntar en su práctica al fin del patriarcado de la misma manera como lo hacen las mujeres feministas? Para aproximarme a una primera respuesta a estas preguntas encontré un excelente artículo, pese a lo preliminar de las ideas, escrito por Andrés Montero para Tribuna Feminista. En él, a partir de una anécdota sobre el “ser negro”, Montero es tajante al afirmar que el hombre no puede ser feminista sencillamente porque no es mujer y hay una condición ontológica que lo determina; la propia existencia del sistema patriarcal en el que tiene un lugar como hombre. En todo caso lo que podría un hombre es “estar” feminista, acompañando esas luchas e intentando en su práctica acercarse lo mejor posible a lo que se espera.
Esta distinción entre “ser” y “estar” me dio la clave para comprender mejor las intuiciones que tenía en aquella discusión donde afirmaba que el hombre no puede renunciar a los privilegios que tiene dentro del sistema existente. Por supuesto que, por mi propia formación en filosofía, advertía que no se puede no tomar semejante distinción a la ligera. ¿El hombre, por su condición de hombre, está condenado ontológicamente a ser un opresor? No, porque lo que constituye ontológicamente a la humanidad no es una esencia transhistórica, el hombre –y la mujer– está definido ontológicamente por el lugar que históricamente tiene dentro de relaciones sociales específicas. En la medida en que exista el patriarcado el hombre no podrá nunca ser en el feminismo porque tiene la limitación existencial que le permite, en cualquier caso, “estar con” el feminismo. Bueno, lo mismo que sin tanta “filosofadurías” intuyen muchas mujeres a razón del “aliado”.
Ante esto algunos argumentan que no poder ser el otro no te impide comprender su sufrimiento, ser solidario y “ponerse en su lugar”. Pero por supuesto, de ahí que se pueda “estar con” el feminismo. Pero la cuestión es que, concretamente, en el sistema existente, el hombre es el depositario de la subjetividad opresiva, como privilegio fáctico y como condición de posibilidad. Por eso, la analogía que mejor permite entenderlo está en la lucha de los negros y algunos blancos que deseaban o desean incorporarse: nunca podrás ser negro, podrás ser empático, podrás intentar entender, pero no podrás vivirlo, por eso el lugar no es dentro, como sujeto activo y protagónico, sino otro lugar que tienes por ser lo que eres dentro del sistema, en este caso constituido sobre discriminaciones raciales.
Pensemos qué sucedería en una organización proletaria, lo más clásica que se puedan imaginar, si se presenta el hijo del dueño de una empresa (un Engels cualquiera) y pide participar. Lo primero que le exigirían, si es que no lo echan a patadas, es que debe ser un proletario y no un burgués, por lo tanto que debe renunciar a su condición de burgués. ¿Puede hacerlo? Claro, puede volver a casa, renunciar a su herencia, mudarse, renunciar a sus privilegios y volver convertido en alguien que solo es dueño de su fuerza de trabajo y decir con plena verdad “ahora soy un proletario”. ¿Puede un hombre hacer lo mismo? Un hombre que entra a una reunión de mujeres feministas y pide “yo quiero pertenecer porque soy feminista”, podría recibir como respuesta, si descartamos un rotundo “fuera de aquí”, un “vaya, renuncie a su condición de hombre, renuncie a sus privilegios y vuelva”. ¿Puede hacerlo? No, porque aunque lo desee, aunque lo intente y en su práctica cambie cosas, hay un conjunto de condiciones propias del lugar que le otorga el sistema a las que no puede renunciar ni queriendo. ¿Puede un hombre renunciar al privilegio que significa caminar de noche sin la amenaza latente der ser violado?, ¿puede renunciar a estar sentado en una plaza sin que varios hombres se acerquen a hacer preguntas y acosarlo?
Primera digresión: esto recuerda a aquellos tiempos en los que la práctica era una demanda fundamental de coherencia, una preocupación estructural en la militancia, algunos y algunas intelectuales de izquierda se iban al campo o a la fábrica y a quienes les interesaba el movimiento indígena se pasaban un tiempo en las comunidades. A nadie se le ocurría pensar que con decirse “soy indigenista” o “soy campesino” bastaba para incorporarse al movimiento indígena o campesino.
El hombre es depositario (involuntario o no) de un conjunto de condiciones que lo configuran ontológicamente en su existencia histórica y en la medida en que exista el sistema que produce, sostiene y reproduce esas desigualdades seguirá siendo depositario de esas condiciones. ¿Eso es un destino trágico que lo coloca ante la actitud cínica de no querer cambiar nada? En absoluto, lo coloca en un posición de reconocimiento del lugar que ocupa y los privilegios que recibe en la medida en la que existe el sistema que los sostiene. Desde ahí tiene un conjunto diverso de acciones posibles, entre las cuales se encuentran la conciencia del machismo, la deconstrucción de las actitudes dominadoras y el activismo solidario con el feminismo.
Segunda digresión: la distinción entre ser y estar, propia del castellano, abre un conjunto de posibilidades para pensar la propia militancia, las formas de acercamiento entre grupos distintos por un lado y, por otro, el reconocimiento de que no basta con querer para ser. Muchas personas se describen a sí mismas con el adjetivo “anticapitalista”, pero ¿se puede ser anticapitalista en el capitalismo? Se puede estar en contra del capitalismo y actuar de tal manera que se contribuya al desplazamiento, sustitución, etc., del capitalismo, por otro sistema, pero adjudicarse serlo parece constituir solo una frase pretensiosa. ¿Eso significa el reconocimiento de una imposibilidad para justificar la inacción? Como ya dije, de ninguna manera, es el reconocimiento de una condición y un límite para avanzar en su transformación en el sentido más modesto posible.
Entonces, si el hombre no puede ser feminista por el lugar que ocupa en el sistema patriarcal ¿qué más puede hacer aparte de ser un aliado del feminismo? En muchas observaciones sobre este tema las mujeres llamaron a que los hombres reconocieran el lugar que tienen dentro de la sociedad y empezaran desde ahí a hacer las cosas distintas, sin necesidad de entrar en las organizaciones feministas, o querer ser feministas. Asumir la responsabilidad que corresponde implica convertir el espacio propio en un terreno de combate contra su propia práctica opresiva. La lucha antipatriarcal del hombre no implica sino organizarse para transformar los espacios que les ha asignado la sociedad y construir otros, creando un movimiento propio.
En muchas ocasiones los hombres que se acercan a las organizaciones feministas demandando que se les reconozca como tales lo hacen desde una actitud masculina: por un interés sexual, porque son pareja de una militante o sencillamente porque no soportan que exista un espacio del que no pueden formar parte. Esto último parece clave ¿en esta nueva ola de hombres preocupados por ser feminista cuánto no hay del ego masculino incapaz de comprender que hay espacios que no van a protagonizar y liderar, donde no serán escuchados y ni son el centro de la producción teórica?
Quienes tienen una preocupación genuina, no en ser feministas sino en luchar contra el machismo y el patriarcado, aportarán mucho más constituyendo un gran movimiento social propio, con una agenda diferenciada específica que emane de las condiciones concretas como se padece ese sistema y las posibilidades que tienen. Existen muchas experiencias de construcción de nuevas masculinidades y prácticas antipatriarcales desde grupos de hombres. Una vez hecho eso, podrán acercarse a las organizaciones feministas con mucho más que aportar y con capacidad de establecer alianzas en la lucha común.
Tercera y última digresión (aunque no tanto): en un mundo donde cada vez hay más diversidad en los combates, la cuestión de la desconexión, más bien desarticulación, entre ellas es fundamental. Ahí es donde el encuentro futuro entre organizaciones feministas y organizaciones antipatriarcales de hombres podría dar luces importantes sobre el establecimiento de cadenas equivalenciales de lucha.
Cómo cereza colocada en una torta de merengue blanco!