El hombre que vendió su piel (The Man Who Sold His Skin, Túnez, 2020) es una fascinante combinación entre una historia de amor, una crítica social sobre los problemas que viven los refugiados y un señalamiento al desprecio tras el mundo elitista del coleccionismo de arte. Es mucho para empacar en una película de 104 minutos, pero el filme logra entretejer todo de manera coherente.
Escrita y dirigida por Kaouther Ben Hania, relata la historia de un refugiado sirio que acepta que un artista belga le tatúe la espalda y lo muestre como «arte vivo». El refugiado lo hace por dinero, pero conlleva un costo enorme para su dignidad, bienestar emocional y, posiblemente, su libertad. ¿Cómo terminó en esta situación? ¿Podrá salir de ahí? El hombre que vendió su piel lo explica de una manera que mantiene cautivado al espectador.
Sam Ali (Yahya Mahayni) solo quería ser libre para amar a Abeer (Dea Liane). Ella pertenece a una clase social más alta y no le ha contado a su madre sobre este compañero de clase del que se ha enamorado, pero eso no le impide declararle su amor en un tren cerca de Damasco.
Esta admisión lleva al enamorado al éxtasis, anunciando su amor a todos a bordo, bailando y cantando con los aplausos de sus compañeros de viaje, incluso pide (entre risas) por la liberación de Siria. Pero alguien graba todo esto en un teléfono celular.
Un tiempo después (no sabemos cuánto) Sam se encuentra arrestado, sin camisa y enfrentando un interrogatorio, mientras Abeer termina casada con un miembro del gobierno, que se trabaja como funcionario del consulado sirio en Bruselas. Sin embargo, el destino le tiene preparado un camino que no será fácil.
La directora, Kaouther Ben Hania (La bella y los perros), mantiene en un segundo plano la tragedia de la última década en Siria, mientras muestra a un hombre cada vez más rebelde, que lucha por alcanzar un amor muy lejano y mantener su propia humanidad, en un mundo que luce como un paralelismo de la prostitución, la «trata de personas» o la esclavitud.
El hombre que vendió su piel ha recibido premios y reconocimientos. Fue la primera película hecha en Túnez nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera. Yahya Mahayni ganó el premio al Mejor Actor en el Festival Internacional de Cine de Venecia, por ofrecer un personaje complejo y fascinante que escapa de un entorno opresivo a otro sin saberlo.
Es una película única, rica en capas, sobre cómo mundos opuestos pueden colisionar, mientras el espectador digiere la difícil situación del pueblo sirio (que podría ser también de Palestina, o Yemen); la naturaleza del arte, la «explotación» y lo inalcanzable de la «libertad». Estupenda, entre lo mejor del año.