Não me destruacom a compreensão
(C.L., A Maça no Escuro)
¿Sabes si una persona puede comprar un agujero?
(Macabea en La hora de la estrella)
¿Cómo acercarnos a ClariceLispector, como nombrarla? ¿Cómo escribir sobre ella, cuando su literatura es forcejeo encarnizado en que se disputa y se allana laboriosamente el lugar de lo no-dicho, no-dicho que avanza, a tientas, con mucho esfuerzo y fatiga, desesperado, grácil, iluminado, por entre las palabras, envolviéndolas, debajo de ellas, a su vera?
Quizás sea un lugar común [1] pensar que la escritura de Lispector es de una desconfianza enorme hacia el orden de lo simbólico, o ir más allá, y decir, incluso, que se trata del testimonio de una expulsión. Recelo o rechazo, como sea, Lispector escribe, no puede no escribir. El trazo que allí resulta resiste, objeta, obstaculiza, de manera casi física, su integración en los afanes explicativos y taxonómicos de nuestra crítica literaria, que, por otra parte, no puede deshacerse de ella, de su pregnancia, de la irradiación fascinadora de su figura. Obsesiones, como la que suscita su indiscernible rostro (inolvidable, altanero, tímido), por momentos impregnado del aire enigmático, reiterado, banal de una Marilyn warholiana: esfinge de la cultura de masas, de la literatura post-autónoma, misterioso objeto que persiste a la desaparición y la muerte del autor, fetiche de lo informe y de lo sin límites y de la presencia sacralizada y profanada de la escritora. De su escritura.
Santa Clarice: muéstranos tus milagros. Santa Clarice: queremos aprender de ti.
Queremos y no queremos hablar de Clarice. No siempre he disfrutado de su lectura. Quizás mi alma no está suficientemente formada, me digo sin ironía. Aún así constato, a medida que avanzan estas líneas, que sí me es gustoso escribirlas, consignar acá que la he transitado a Lispector. Trato, sin mucho éxito, de ser obediente a sus orientaciones, a su orfandad radical, y de que su valentía, ciega y delicada, me ayude a seguir adelante, a escribir.
Volviendo a los laberintos obsesivos: qué sería hablar de Clarice sin estabilizarla (típica pregunta), como vadearla sin ceder a la tentación de regularizar sus flujos. Qué hacer con ese objeto gritante entre manos, cómo aguzar el oído para no huir de su estridencia, a donde ir a buscar la paciencia necesaria para absorber su morosa desesperación, fatigada en cada página, cada línea, cada historia.
La escritura clariceana parece retomar, más allá de su potente capacidad de desautonomización, la consistencia de aquella tradición que busca, que construye, que ampara bajo el signo de lo literario, la posibilidad de algo así como una mínima trascendencia, de modestísima e irrisoria formación espiritual construida en una pedagogía de la nada, del agujero, de la ausencia. Sobre lo modesto y sobre lo irrisorio y lo casi desaparecido, se yergue la necesidad: no se puede parar de escribir, se vive para escribir, el escribir lo sostiene todo, aloja la vida misma que se escabulle. “En cada palabra late un corazón. Escribir es esa búsqueda de la veracidad íntima de la vida […] Estoy escribiendo porque no sé qué hacer de mí” (19), dice el narrador de Un soplo de vida, en lo que quizás deba leerse con la seriedad sentenciosa de los epitafios. Escribe, según insiste en un fragmento de sus crónicas, luego recuperado para alguna novela, “[…] porque no puedo darme el lujo de parar de escribir” (escribir es, entonces, una precariedad, una pobreza). Y más adelante: “escribir es una maldición, pero una maldición que salva”.
Salva el alma presa, salva a la persona que se siente inútil, salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba. Escribir es procurar entender, es procurar reproducir lo irreproducible, es sentir hasta el último fin el sentimiento que permanecería vago y sofocante. Escribir es también bendecir una vida que no ha sido bendecida. (Lispector 2007: 200-201):
Écriture femenine que se aventura (Cixous) o se extravía (Lacan), disolución del horizonte de la obra para alcanzar algo más primordial e impuro (Giorgi), el obrar diáfano, el libro que quiere ser acto y ya, impugnación más o menos decidida de la institución literaria (y ya), sacudimiento de las coordenadas biopolíticas que enmarcan las versiones más idealistas y más directamente pedagógicas de la práctica (literaria). “Lo neutro es inexplicable y está vivo” (Lispector 2019: 87). Que el acto literario se consustancie con su propia difuminación no es ajeno a cierta tradición, es fácil recordar esto. Así, según Foucault la interrogación sobre el propio acto de escribir literatura “parece haberse fundido con el acto mismo de escribir” (p. 62). Entre la experiencia de la continuidad del lenguaje, por una parte, y la experiencia de la obra, como tradición de las formas, es decir, como transmisión y repetición de las formas, ha habido una escisión, escisión que es un abismo, abismo que constituiría la literatura al menos en la acepción moderna (finales del XVIII, principios del XIX) del término. Así reza al menos el famoso pasaje que todos leímos en nuestras clases de teoría literaria, y que ya no podemos olvidar.
A decir verdad, me parece que la relación de la literatura consigo misma, la pregunta acerca de lo que es formaba desde el origen parte de su triangulación de nacimiento. La literatura no es para un lenguaje el hecho de transformarse en obra, no es tampoco para una obra el hecho de ser fabricada con el lenguaje; la literatura es un tercer punto, diferente del lenguaje y diferente de la obra, un tercer punto que es exterior a su línea recta y que por eso mismo dibuja un espacio vacío, una blancura esencial donde nace la pregunta: «¿Qué es la literatura?», blancura esencial que a decir verdad es esta misma pregunta. Por consiguiente, tal pregunta no se superpone a la literatura, no se añade a ella mediante una conciencia crítica suplementaria: es el ser mismo de la literatura, originariamente cuarteado y fracturado. (Foucault: 65, subrayados nuestros)
En la estela de “perpetua ausencia” que es la literatura, en la de aquel Borges citadísimo (“la literatura es aquel arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido […], y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin”, etc., 1984: 205), es decir, en la estela de esta paradójica presentificación de una ausencia no sin ciertas aspiraciones heroicas, Lacan añade lo suyo [2]: “toda obra de arte se enmarca alrededor de un vacío” (2007: 160). El arte bordea este vacío y lo circunscribe, lo hace palpable (como vacío, esa es la idea). Volvemos a una escritura que no solo no está del lado del significante, sino que milita en su miseria: “Yo no existiría si no hubiese palabras. Ángela parte del lenguaje a la existencia. Ella no existiría si no hubiese palabras” (Lispector 2015: 81). Son palabras del último narrador del cual se sirve la autora. Así, sobre lo escrito, hay un desborde, algo que gotea, que se escurre, que rebasa, una consistencia líquida que emborrona la ilusión de nitidez del trazo de tinta.
Entonces escribir es como quien usa la palabra como un cebo: la palabra que pesca lo que no es palabra. Cuando esa no palabra —la entrelínea— muerde el cebo algo se ha escrito. Cuando se ha pescado la entrelínea se podría con alivio tirar la palabra. Pero ahí acaba la analogía: la no-palabra, al morder el cebo, lo ha incorporado. Lo que salva es entonces es escribir «distraídamente». (Lispector 2007: 202)
Depuración de la anécdota, de los personajes, detalles y tramados que asegurarían un “efecto de real”: en contraposición a este progresivo afinamiento de lo literario, pasamos a una inundación de lo real, en un sentido (medio) lacaniano, es decir, más allá del significante y de las atrapaduras fálicas que sustentan la tramposa y tal vez mediocre (por inflexible, por falsa, por sufridora) estabilidad del sujeto. Esta masividad del más allá del significante que impregna la prosa lispectoriana, la humedece, la muestra anegada de goce, empapada de la viscosa materialidad del goce: plasma, tal vez placenta, líquido que sale de la cucaracha, de indeleble exceso de vida jamás olvidado o significado.
Goce, recordemos: “lo que no sirve para nada” (Lacan 1988:11). “Ángela escribe como vive: proyectándose. Pero yo ya estoy libre: escribo para nada” (en Un soplo de vida, 80, subrayados nuestros, claro).
Goce, lo que no sirve para nada, o, visto de otra manera: lo que no aporta nada a la narración, no la hace avanzar, ni la retrasa: más bien la inunda. “Algo salvaje, primario y enervado se yergue de mis pantanos” (en Agua Viva). Subrayemos “mis pantanos”.
¿Se trataría de una restauración del heroísmo romanesco por la vía de la exploración de ese ser gozoso, ser de goce, martirizado por el goce? Mártir significa testigo, recuerda Lacan en el seminario tres, el de la psicosis, y luego en el veinte, sobre el goce femenino. Lo exiguo de la anécdota en la prosa lispectoriana entra así en contraste con el profuso y ondulante registro de los efectos subjetivos, y se vincula así a varios momentos de la literatura occidental, según exponía hace unos cuantos años Fitz: narrativa lírica (Woolf, Mansfield, Hesse), tradición fenomenológica (Sartre, Camus, Beckett, Genet), tradición feminista (Woolf, de nuevo, Atwood, Hébert, Flannery O’Connor).
Estética del soplo: vaivén, intervalo, aliento. Una depuración de la escritura para llevarla, no solo a sus significantes fundacionales, sino al estatus de respiración, de pulsación. Obtener esa calidad vibrátil del discurrir narrativo permitiría, quizás, sostener el libro mismo (porque el libro, insisto y es obvio, persiste), como se sostiene un animal vivo entre las manos: pensemos en los relatos “Macacos”, o en “La manzana en la oscuridad”, pensemos en “La mujer más pequeña del mundo”.
Pero la prosa de Clarice no alza la voz y tampoco se empequeñece al nivel del susurro. No quiere disminuirse ni pasar desapercibida, no hay estridencias ni desgarramientos en la falta de asideros referenciales o existenciales; tal vez a veces un leve énfasis dramático en ese casi fetiche de la falta que se va horadando con una devoción resignada. Algo en el ritmo denso y persistente de la prosa, algo en la dificultad para encontrar caídas o descansos en una escritura que es toda ella núcleo, toda clímax, va generando una suerte de feroz naturalidad. Y nos da la sensación de que esos objetos exóticos, singulares, inmóviles en virtud de su débil y luminoso velo narrativo, están quietos. Aguardan quién sabe qué, esperan, transcurren. Parece que siempre hubieran estado allí, en la maleza, agazapados como alimañas al sol recién salidas de su madriguera, cálidas en la irregularidad de su cuerpo que respira y suda lento, indescifradas portadoras de una docilidad de otro planeta. Su ferocidad, que tan solo puede imaginarse, se cifra en su pura potencia, y nada irrumpe. Y nos vamos acostumbrando a su presencia.
Notas y referencias:
[1] Del que no nos abstenemos.
[2] No esperábamos menos de él.
Bibliografía:
Borges, Jorge Luis (1984 [1974]) Obras completas. 1923-1972. Buenos Aires. Emecé.
Fitz, Earl. E. (1989) “O lugar de Clarice Lispector na história da literatura ocidental”, en Remate de Males. Campinas (9). pp. 31-37.
Foucault, Michel (1994) De lenguaje y literatura. Barcelona. Paidós.
Garramuño, Florencia (2017) “Espectros de Clarice Lispector en la cultura contemporánea” en Revista Iberoamericana. Vol. LXXXIII, Núm. 261, Octubre-Diciembre 2017. pp. 845-856
Giorgi, Gabriel (2014) “Capítulo 2. Domus, doméstica, domesticación: Clarice Lispector”, en Formas Comunes. Animalidad, cultura, biopolítica. Buenos Aires. Eterna Cadencia. pp. 87-127.
Lacan, Jacques (1998) Seminario XX. Aún (1972-1972). Buenos Aires, Paidós. Traducción de Diana Rabinovich.
_____________(2007 [1973]) El seminario 7. La ética del psicoanálisis 1959-1960. Barcelona. Paidós
Lispector, Clarice (2006) Agua viva. Barcelona. Siruela.
______________ (2007) Aprendiendo a vivir. Y otras crónicas. Barcelona. Siruela.
______________ (2015) Un soplo de vida. Barcelona. Siruela.
______________ (2016) Todos los cuentos. Barcelona. Siruela.
______________ (2019 [1964]) La pasión según G. H. Barcelona. Siruela.
Marcos, Cristina (2007) “Do que se pode lerem Clarice Lispector: sublimação e femenino”, en Revista do Departamento de Psicologia. UFF. V. 19. N. 1. pp. 215-226.
Pereirinha, Filipe (en línea) “Clarice Lispector: Pulsações”, en
http://acfportugal.com/index.php/textos/outros-textos/22-clarice-lispector-pulsacoes [publicado originalmente en Epifanías: Seminário de psicanálise dedicado a três escritoras, Marguerite Duras, ClariceLispector e Maria Gabriela Llansol, 2016-2017. Clube Militar Naval, Lisboa]
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