Estaba emocionada después de 49 páginas de lectura de Pentesilea, tragedia del escritor alemán Heinrich Von Kleist. Pero hacia el final de la página 50 me topé con algo que electrificó mi sistema nervioso central y tuve que echarme un rato panza arriba a pasar el maravillamiento.
“¡A la cabeza de todas las amazonas marcha la reina [Pentesilea]! ¡Mirad cómo, en sus arreos de oro, se dirige danzando y colmada de guerrero ardor al encuentro del pelida [Aquiles]! ¡Oh, es como si aguijoneada de ardientes celos quisiera superar en su vuelo la veloz carrera del Sol que besa la juvenil frente del héroe! ¡Ved! ¡Es como si, esclavo de los frenéticos deseos de su reina, que quisiera elevarse tremolante hasta el cielo para competir con su alta [aquí hay un llamado del traductor] rival en el amor, el caballo persa no pudiera, alígero, remontar vuelo a través del aire!”.
En la obra trágica la guerrera amazona y el héroe aqueo se enamoran a medida que se enfrentan, una contra el otro, en varias de las tantas batallas de la guerra de Troya. El asunto es que en el fragmento que cité el traductor se vio forzado a intervenir para explicar a la hispanolectora, en una nota al pie, que con “alta rival” el autor se refiere al Sol, pues “en alemán (die Sonne) es femenino”.
¡Vaya sacudón de sentido! La belleza de la metáfora nuclear de ese pasaje se revoluciona y adquiere un nivel increíblemente superior cuando entendemos a Pentesilea cabalgando celosa porque la Sol besuquea a su hombre. Por un momento jugué con la idea de que el Sol es travesti.
Cuán determinantes son, para la percepción del mundo, las partículas gramaticales que establecen el género de las cosas. Así, los germanoparlantes cada cierto tiempo verían aparecer el Luna lleno y plateado, dado que el artículo que precede y confiere género al nombre del satélite es masculino: der Mond. Desde esta perspectiva los estadounidenses, en cambio, navegarían en imaginarios neutros.
Es indudable que esta característica del lenguaje, aparentemente nimia, divorcia de modo significativo los tejidos simbólicos que conectan a una sociedad y a otra con la realidad; y, además, queda clarito que para conocer, comprender y respetar los fundamentos culturales de cada pueblo, debemos explorar sus arquitecturas lingüísticas.