Raday Ojeda es un destacado escritor (poeta y ensayista), abogado y gestor cultural venezolano radicado en Argentina. Ha publicado Tinaja de oscuro paisaje y es autor del blog Los artefactos líquidos. La violenta maquinaria del olvido es su nuevo título, ganador del 12º Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca. En MenteKupa quisimos conversar con él a propósito de su trabajo escritural y por supuesto, las motivaciones detrás de esta obra que llega a manos de las y los lectores en el marco de la Feria del Libro de Caracas 2022.
Raday, además de poeta, eres ensayista, una dupla que suele acompañar el ejercicio escritural, ¿cómo dialogan el Raday poeta y ensayista?
Dialogan como dos boxeadores amateurs sobre el cuadrilátero; o como dos compadritos de esos que inmortalizara Borges en su poética y ficciones, batiéndose a cuchillo; o dicho más certeramente, dialogan como una especie de cacería de jabalí, donde el yo es el jabalí. Así que bien en la poesía o bien en la ensayística me siento siempre en disputa. Hay más que diálogo una demoledora puja tras la cual termino en la lona, acuchillado, comido por estas dos persecutorias del texto.
Y si te digo que en realidad no hay diálogo es porque este supone cierta civilidad y, en mi caso, poesía y ensayo son dos géneros que en su hechura están constantemente interfiriéndose, retándose, y por qué no, también acicalándose. Pues no siempre el texto aparece como trofeo de guerra, donde un género vence sobre el otro, sino más bien como una exhausta capitulación de ambos. Entonces, conviven, se injertan tras una maravillosa cópula, llegando a ser, quizá, un monstruoso fractal. Un ojo de Dios. Parafraseando en mismo movimiento a Alan Pauls y a José Vasconcelos: el texto así escrito pareciera tener una decidida voluntad salvaje, mestiza, “cósmica”. Porque hace rato la escritura de nuestro tiempo abandonó la aspiración de mostrar a un sujeto autoral monolítico, poseedor de un “destino” y ordenado por la abrumadora ficción del leguaje en general y del literario en particular, con sus géneros, formas y estilos.
De modo que ahora lo que resta como posibilidad es un sujeto escindido; hecho añicos en mil y más pedazos; es decir, acaso hoy tan sólo somos astillas de leña tras la tala del gran bosque de la condición humana. Por eso, en este contexto de incertidumbres, mi búsqueda textual se asome sobre todo bajo los formatos de cierta lucha contingente con la palabra literaria, y no tanto como diálogo, tratado de paz ni mucho menos conciliación. En cualquier caso, entre el poeta y el ensayista me parece que ocurre cierto armisticio, y entonces, el texto surge como hibridación. Extrañas notas de laboratorio, diría Vila-Matas.
En resumen, si algún gesto de diálogo hay, si la poesía y el ensayo en mí dialogan, ello así se suscita a lo interno como una poderosa autofagia que me salva del engaño de la pretendida unicidad, totalidad y/o completud del texto. Es un diálogo a martillazo limpio.
Dices que tenías veinte años trabajando en el libro, además de escritura y reescritura ¿Qué vamos a encontrar en La violenta maquinaria del olvido?
Riesgo. Definitivamente, riesgo. No sólo en el decir que, como se sabe, es el gesto primordial de la poesía, sino también riesgo desde el punto de vista formal. O al menos eso intenté al meter eso escrito, y durante demasiado tiempo reescrito, bajo una estructura y disposición textual que terminaron por convertirlo en un libro de posibilidades incómodas. Precisamente, porque adrede decidí no respetar la ficticia pureza de los géneros.
En este libro como tú ya lo habrás visto Miguel, hay de todo. Y cuando digo de todo a lo que apunto es que su discurso aparece, se presenta, armado con pedazos dispares, polimorfos, irregulares; a ese todo es al que refiero, nunca que sea un artefacto textual completo, total, cerrado. Al contrario, insisto, el texto en su conjunto, y aún en su posible desmembramiento, lo recorre un ansia de ser como el más impuro animal. Hay –en el sentido empleado por Roger Herrera en su obra plástica– «una armonía por contraste». Además, te diría que hay riesgo y actos lúdicos; riesgo y viaje, investigación, vacío, silencio, la nada; riesgo y quiero creer que la salvación a manos del olvido.
Por otro lado, es cierto, llevaba 20 años trabajando este libro, pero para restarle peso a tal desmesura debo precisar que no es menos cierto que en todo ese transcurso fue y dejo de ser tantos otros/muchos libros. Es uno y múltiple.
Da la impresión de ser un libro que a su vez contiene otros libros ¿es una especie de antología involuntaria?
Exacto, esa impresión de la que hablas tiene asidero. Sin embargo, diría que se trata de un libro cuya estructura sostiene tal engranaje de voces, tonos y registros que su lectura exige una especial disposición a la hora de desovillar sus hilos y tejer, destejer y volver a tejer la zona de sentido que se compacta a lo interno como una tectónica de profundas capas.
O dicho de mejor modo, si no fuera por la estructura y disposición textual que trasvasa los diversos registros discursivos, entonces sí, claro, sería eso que apuntas, “una especie de antología involuntaria”, salvo que más que criterios de selección lo que hay es un laborioso trabajo artesanal con el alfabeto.
Por eso, creo que el libro se defiende y logra salir a flote como una pieza amorfa, a ratos delirante y muy volátil, es cierto; pero, aunque su anatomía tienda a confundirse con la absorción de otros cuerpos, su rigor es lo opuesto: ósea, es un libro que consigue fragmentarse hacia adentro, implosiona, intentando adueñarse de ese territorio del espíritu donde gran parte de la filosofía ha asegurado que refracta lo todavía por nombrar (v.gr. Heidegger).
Poesía, diario, crítica, memoria y otros registros se presentan en este libro ¿podrías hablarnos un poco más sobre esa vocación textual?
Te confieso que al presentar el libro al Premio “Stefania Mosca” lo hice dudando de que en definitiva fuese seleccionado como ganador de la mención poesía, entre otras cosas, porque el libro está tejido como bien lo señalas no sólo de poesía, sino también de otros muchos registros.
Porque, es cierto, uno siempre escribe sometido por el hálito del yo-lector, y tal vez por eso la obsesión de la reescritura, pues qué es tal ejercicio sino una despiadada lectura en diversos estados y grados de autocrítica. Lo que busco decir es que uno intenta escribir libros “a la manera de…” (aquello que a uno le gusta o interesa leer). No creo que se logre por completo nunca, pero a eso se apuesta. Al menos en mi caso pretende funcionar así: una escritura cuyo ejercicio atiende al dictado del yo-lector.
Entonces, esta vocación textual proviene de lecturas como las de Macedonio Fernández, Barthes, Cortázar o Jean Cocteau. Pero, aclaro, no digo que toda la obra de estos grandes autores sea así, un bricolaje o pastiche, sino ciertos libros, y unos más que otros. Si diría que toda la poesía reunida de Bolaño es un anárquico fractal, y eso me gusta.
Por último, y sólo por no alargar esta suerte de genealogía, también diría que tal búsqueda pudiera devenir de la Biblia, porque, al margen de que sea un texto fuertemente editado por el poder eclesiástico, siempre me resultó asombroso la reunión de esos muchos pequeños libros; opúsculos donde habitan todos los géneros inventariados por la historia de la literatura moderna-occidental.
Por otro lado, pienso que la deriva del arte tras las vanguardias tiene en toda esta apuesta demasiado que ver; el cine y sus enormes posibilidades de montaje, por ejemplo, cuánto no ha influido. Y no hablo de todo esto como un afluente elitesco, porque, asimismo, creo ser deudor de la oralidad popular del llano, una que, como tú bien lo sabes Miguel, bueno, porque perteneces a ese territorio, se vivifica desde el embrujo de ir mezclándolo todo en su performática. Un llanero te habla y te va lanzando metáforas, refranes, sentencias, narraciones inimaginadas, chistes, recados; mientras canta, narra y describe. Todo eso ocurre a un mismo tiempo y es real-maravilloso. Sólo hay que prestarle oídos.
Entonces, envuelto por un discurso así, cómo te sales de ese gran artificio. No hay manera, al contrario, tú buscas reproducir idénticas zonas de sentido. Es una belleza que trato de trasladar al ejercicio escritural. Sin embargo, ya lo dijo Gonzalo Rojas: todo no es más que “un centelleo, un balbuceo…”, un desgranarse de la voz cuya decadencia textual parece casi siempre insalvable.
En un texto de 2021 dices “¿Cómo entonces se construye un texto? ¿Cómo es que un hilo ensalivado de palabras teje un texto? ¿Cómo es que la cita inicia una serie que se amplifica hasta llegar al texto?” en ese sentido, ¿de qué manera dialogas con la cita, con los influjos, en tu escritura?
Susan Sontag dice en su ensayo “La estética del silencio” (Estilos radicales, 1969) que desde que se introdujo la conciencia histórica en la deriva occidental, entonces, acompaña al artista, al escritor y a todo creador la idea de que siempre se está trabajando con rudimentos de algo, que ya no es posible lo enteramente fundante, que siempre hay alrededor de cualquier obra una deuda con algo que precede. Es decir, la presencia de la historia que desde la modernidad lo sigue permeando todo, obliga a la remisión, a la cita, a la deriva de eso que Gérard Genette llamo “transtextualidad” (Palimpsestos: 1982).
En lo particular me interesa mucho la hechura del texto desde ese lugar tan vasto de remisiones, cruces e intervenciones. Y no sólo a la hora de elaborar un ensayo sino también cuando escribo poesía enmascaro la metáfora, la imagen, la licencia. Porque tal como lo sentenciara el poeta Alejandro Oliveros: ya todo está escrito con los mismos pronombres y los mismos adjetivos.
Por eso, sigue teniendo razón Sontag, la conciencia histórica atormenta el ansia creadora en la medida que nada puede ser ya concebido sin su contexto previo. Todo es deriva, flujo, ruinas. Citar, entonces, es mostrar un rudimento que hemos elegido para injertar en la artesanía de nuestro texto. Pareciera, así expuesto, que el poder de la cita no sólo opera para legitimar nuestros propios discursos, sino que por igual funciona para rodear lo dicho con un marco histórico que de alguna manera amplifica las posibilidades de sentido del texto, ósea, como una gran matriz de voces y demonios que todo lo invoca/convoca y soporta.
Nadie mejor que Borges se sirvió de todas estas enormes posibilidades que otorga el poder de la cita. A tal punto que, según Piglia, este incluso mejoraba la cita misma. Es decir, que la genialidad de Borges es tal que el efecto de citar produce un sentido inverso: no es que la cita empodere el texto borgeano, al contrario, el estilo perfecto de la prosa de Borges es quien restituye a la cita su otrora condición arquitectónica, deja de ser un rudimento entre las ruinas de la conciencia histórica. Así de único es el poder textual de Borges.
En cualquier caso, volviendo a tu pregunta, todo esto en mi escritura funciona como juego y posibilidad de sentidos, como laboriosa artesanía sin descanso; pues, cada escritor alberga dentro de sí el mito de Sísifo, y se arrastran palabras como rocas, sabiendo que por maldición de los dioses nuestra condena será siempre la misma, una y otra y otra vez: empujar las rocas del alfabeto apostando rasguñarle el lomo a la eternidad; misma que si acaso es posible lo es gracias a la acumulación de experiencia que permite la conciencia histórica. Porque tan pronto el ser humano nace, dice Humberto Eco (1991), ya siente la carga inoculada de 5 mil años de otras vidas.
Sontag, reconstruye las diversas apuestas que ciertos creadores han postulado contra la conciencia histórica. Pues, y en esto estoy de acuerdo, la probabilidad de que el arte y la literatura, las ciencias, la filosofía, en fin, la cultura occidental salga de la trampa de la conciencia histórica, tal probabilidad está en el silencio como estética o, en grado menor, en la ininteligibilidad, contradicción, aborrecimiento, repugnancia, y/o autofagia de sus materiales.
Bueno, entiendo entonces que para semejante empresa hay que empezar por dejar de citar. Quitarle ese poder a la cita a lo interno del texto. Destruir la conciencia histórica es dejar de remitir, referenciar, transtextualizar. O quizá hacerlo pervirtiendo y desviando los formatos ortodoxos que ha impuesto el positivismo académico, porque decididamente debemos materializar aquel verso de Paul Éluard: “Nada delante, nada detrás, nada entero”.
En resumen, como lo ves, respecto a este punto únicamente tengo incertidumbres. Porque mi escritura se sabe metida dentro de esa tram(p)a de la conciencia histórica que señala Sontag. Y de ahí hay que salirse con un gran salto o quiebre cultural, ya que como individualidad no lo creo posible. Mientras tanto hay que ponderar la necesidad de la cita en el texto, aprender a cuestionar su apelación, si no su gesto se convierte en una bochornosa dictadura que desencaja el rostro de cualquier atento lector/a.
¿Tienes alguna cábala de escritura, algún hábito? ¿cómo el Raday poeta y ensayista le roba tiempo al Raday abogado o es al revés?
La verdad no. No tengo ninguna cábala a la hora de escribir, ni tampoco ningún hábito. Siempre he escrito en el ajetreo, la contingencia y en lo lateral del día a día. Digamos que nunca he tenido la suerte de disponer de un tiempo exclusivo para dedicarme a escribir, aunque obviamente esto es el “sueño” de cualquier escritor.
De modo que no, nada de cábalas ni tampoco hábitos, sino más bien fatiga, precariedad, muchas anotaciones “al paso” entre los huecos de la rutina. Recuerdo, por ejemplo, que cuando empecé a escribir siendo un adolescente de unos 14 años, en el salón de clases escogía sentarme de último, así podía escribir sin que el profesor/a me sorprendiera en otro asunto que no fuese su clase. En la universidad un poco también fue así. Si tú revisas mis cuadernos de esas épocas, porque los conservo todos, encontrarás que en sus últimas páginas están esos primeros intentos de escritura: poemas, aforismos, breves narraciones, colección de epígrafes, anotaciones, etc. Lo cual revela esto que al principio te decía: nunca he escrito con el tiempo exclusivo, siempre ha habido molestas interferencias.
Así como Virginia Woolf reclamó una habitación propia, guardando las distancias, por supuesto, yo lo que reclamo es un tiempo exclusivo para escribir sin otra preocupación que el texto. Creo que a esto le llaman un año sabático, pero en realidad yo quisiera una larga y entera vida sabática para escribir. Sólo así podría apostar a proyectos literarios sin duda más ambiciosos. ¡No necesitaría 20 años para escribir un libro, claro está, imagínate!
Pero lo cierto es que muy pocos escritores consiguen “vivir” de la literatura. Todos hacemos de todo, realmente. Y eso se debe a que el sistema escamotea aquello que no resulta de utilidad inmediata. Se saca de encima cualquier práctica, sea cual sea, que no tribute a sus fines utilitaristas y de consumo. Escribir es así un acto marginal, y muy de la periferia, orillero, siempre visto de reojo. Al menos, para la grandísima mayoría es así. No todos acceden a un reconocimiento tal que entonces se pueda escribir con esa anhelada autonomía e independencia creadora. Los grandes premios, becas, residencias, mentorías y demás mecanismos de legitimación, en definitiva, son territorios a los que acceden muy contadas excepciones. El resto escribimos como, donde y cuando podemos y lo mejor que podemos. Es todo un tema, no.
Pero más allá de las circunstancias adversas o no, escribo siempre; no importa como esté la vida, escribo siempre. Y te digo más, reescribo como quien nunca está seguro de nada. Siempre frente al texto tengo sospecha, desconfianza, angustias. Entonces, uno de tanto desyerbar se obstina y sobreviene un tiempo de olvido. El texto reposa, uno reposa, y después de algún tiempo se vuelve a esa lucha cuerpo a cuerpo, tras la cual no queda más que ruinas, derrota, tensión…
Ahora bien, quién le roba el tiempo a quién, creo que el escritor al abogado. Pero cuánto me gustaría que el abogado desapareciera y le dejara la vida tranquila al escritor. Sería maravilloso, no. Pero cómo se llenaría luego la alacena. Es muy duro así, y más en este tiempo que generacionalmente atravesamos. Hoy la indigencia nietzscheana sigue vigente como durísima metáfora, pero también como una constatación material histórica desquiciada.
Y es que la vida nunca ni ahora ha sido para nada blandita; aunque hoy en día las técnicas de opresión son más sofisticadas, expansivas y demoledoras de la psiquis colectiva. Escribo pensando resolver contingencias: las de la palabra y las de la vida. Y te digo la verdad, es horrible.
Ahora bien, para leer si tengo más que hábitos, rituales; si se trata de poesía sigo el consejo de Hanni Ossott: la leo únicamente de noche en la intimidad más absoluta que pueda, como quien se retira a orar, y entra en contacto con una poderosa espiritualidad. El resto de los géneros puedo leerlos de día y, de ser posible, al aire libre bajo algún árbol. Me gusta dormir teniendo cerca siempre libros; porque hablando de cábalas, siento que me protegen, que alejan de mí fuerzas negativas.
Finalmente ¿qué podemos esperar después de La violenta maquinaria del olvido? ¿estás trabajando en algo nuevo?
Bueno, te cuento, en poesía quiero seguir escribiendo sobre el llano, es un territorio en el cual siempre estaré metido de cabeza, aunque resida lejos. Lo siento como un inagotable imaginario que atraviesa toda mi escritura, pero sobre todo la poesía.
Luego, están los ensayos; bueno, tú sabes que desde que empezó la pandemia, llevo un blog donde fundamentalmente comparto ensayos, críticas, reseñas literarias; así que de esa gestión digital la idea es conformar un libro que me parece ya podría tener un volumen y cualidad aceptables. También ando con la idea de retomar unos 8 o 10 textos, que son narraciones breves hasta ahora muy flojas, pero que me tienen animado para entrarle al género, pese a que las manos me tiemblen sobre el teclado.
Y, por último, hay por ahí un libro de aforismos con suficiente solidez y que quisiera buscarle editor. Estos son los proyectos, Miguel. Pero por ahora disfruto y celebro la aparición de La violenta maquinaria del olvido, editado por fundarte y bajo el amparo de la gran escritora venezolana Stefania Mosca. Va a su salud, y también para el Apure, para San Fernando que es mi ciudad, a su gente buena que como lo dijera el maestro Gallegos [aún] «…sufre, ama y espera.»
Santa Marta – Buenos Aires, agosto de 2022.
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