Alejo es un escritor escurridizo, decidió irse por un camino distinto al del reconocimiento mundial tras una relación aparatosa con las editoriales. Sin embargo, no renunció a escribir y desarrollar una literatura cada vez más ligada a sus inquietudes políticas. Nació en Buenos Aires en 1966, ejerció el periodismo durante varios años, trabajó en televisión y ha escrito novelas y ensayos. Decidió publicar con nosotros su novela El Ansia iniciando las entregas en junio y sumando un aporte más a la consolidación de nuestro espacio “Seriados MK”.
Tu primer libro fue una antología de cuentos sobre el escultismo, sobre tus años dentro del Movimiento Scout. ¿Qué te motivó a empezar a escribir y qué ha cambiado desde esos cuentos hasta ahora?
Mi inclinación a la escritura siempre estuvo presente, incluso podríamos decir que con componentes genéticos: un tío abuelo mío, hijo de los inmigrantes italianos que iniciaron a mi familia en la Argentina, era también escritor y periodista del diario conservador y oligárquico La Nación de Buenos Aires. No llegué a conocerlo y sin embargo mi segundo nombre es Amadeo, como se llamaba él. Igual que mi hijo nacido en Italia, que se llama Amedeo y que con diez años es un lector voraz y tiene una inteligencia lingüística que impresiona. Algo probablemente genético, como decía, si es que se puede hablar de genética en estos casos. Siempre tuve una gran facilidad para escribir de manera fluida, inteligible. Tuve una maestra en 4º grado de la escuela primaria, que fue la primera en manifestarme de forma clara que allí había una inquietud, una habilidad. Mis redacciones le llamaban la atención, y las poesías que ya por entonces escribía le parecían destacables para un niño de 8 o 9 años. Quizás fue ella la que puso la simiente cuando me repetía incansablemente: “Alejo, tenés que escribir”. Cuando me decidí a hacerlo de forma metódica y orgánica, ya tenía 28 años, aunque ejercía el periodismo escrito desde los 22. Y en efecto, mi primer libro fue La Aventura Singular – 12 relatos scouts, quizás porque quise homenajear esa etapa virtuosa y edificante de mi adolescencia dentro del escultismo, que tantas satisfacciones y entrenamiento para la vida me legó. Por supuesto, en ese primer libro que publicó editorial Lumen de Argentina, puse una dedicatoria para aquella maestra que identificó en mí una inclinación que se hizo vocación. Sobre tu pregunta respecto de lo que ha cambiado desde aquel sencillo libro (que aún hoy se sigue editando tras 25 años) hasta esta realidad actual, fue sencillamente todo. Cambió mi visión del mundo, de la literatura como instrumento y como placer del espíritu. Cambió mi manera de escribir y por supuesto cambiaron las motivaciones para hacerlo, pero no el impulso que lleva a la escritura, que es algo arcano, inexplicable y casi esotérico.
Tu primera novela, El Amante de Rojo, fue publicada por Editorial Sudamericana y ocupó un lugar destacable en la literatura histórica argentina. ¿Cómo fue la relación con las editoriales como escritor joven y qué te llevó a romper con ese mundo?
Tuve la suerte de que mi primer libro importante, en tanto desafío como escritor, me lo publicara Sudamericana, la mítica editorial que tuvo mucho que ver con el boom latinoamericano de los años sesenta y setenta. De sus talleres salió la primera edición de Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. Eso para un escritor novel resultaba un augurio muy auspicioso. Sin embargo, El Amante de Rojo no fue un éxito masivo, a pesar de que ocupó y ocupa un hermoso privilegio dentro de la narrativa histórica argentina: ese libro llenó un vacío inexcusable en la literatura de mi país, la cual parecía haber olvidado las invasiones inglesas como tema o escenario ficcional. Desde la célebre obra de 1949, La Muerte en las Calles de Manuel Gálvez, la narrativa argentina había dejado caer en el olvido aquella guerra contra el Imperio Británico que Buenos Aires ganó heroicamente en dos oportunidades. Período fertilísimo para cualquier novelista atento, debido a su riqueza histórica y situaciones de gran contenido dramático. Solo hubo un fugaz rescate del tema en 1950, en el cuento de Manuel Mujica Láinez, La Casa Cerrada, en su libro Misteriosa Buenos Aires, que se desarrolla en la segunda invasión militar de 1807. Tuvo que pasar medio siglo sin que los escritores argentinos se asomaran a las invasiones inglesas como cantera argumental, hasta la irrupción de El Amante de Rojo. Tras su publicación, otros creadores de mi misma generación recogieron el guante y escribieron nuevas novelas ambientadas en el período. Hubo también un auténtico aluvión de ensayos sobre aquel hecho histórico con sus diferentes miradas y anécdotas. Y todo ello eclosionó a partir de 1999 con la publicación de mi obra, como si el libro hubiera salido a la luz para reclamar el justo lugar que las invasiones inglesas de 1806 y 1807 tienen en nuestra psique colectiva. Quizás muy distinta hubiera sido su influencia si esta novela hubiese sido publicada por una editorial marginal o por fuera del circuito de las grandes corporaciones editoriales. Nunca lo sabremos.
¿Y qué conclusiones sacas con ese primer encuentro inaugural con una gran casa editorial?
A mí me dejó un regusto agridulce. La experiencia con editorial Sudamericana fue buena, pero también me hizo comprender los vicios subyacentes en ese mundillo en donde la premisa es siempre vender masivamente, o en su defecto descatalogar las obras tras pocos meses en las estanterías. También comprobé y padecí las presiones para cambiar títulos que suenen más comerciales, aunque resientan toda la obra. El Amante de Rojo tenía por título original Los Cazadores de las Tierras Altas, pero les pareció demasiado épico y poco romántico. Me exigieron titularla Pasiones Prohibidas, a lo que me negué en redondo. Todavía recuerdo el mal momento que pasé cuando me llamaron a mi casa de Madrid para ello. Aquella novela era un libro de más de 500 páginas rigurosamente documentado y con una trama histórica intensa. Pero aun así pretendían ponerle un título de novela rosa. Les propuse El Amante de Rojo como última alternativa, y así salió. Fue para mí un doloroso empate. Ahora he hecho una edición en España rescatando su título original y puliendo algunos aspectos narrativos.
¿Has reescrito la obra?
No exactamente. La he vaciado de pasajes en exceso barrocos o con descripciones coyunturales innecesarias. Yo mejoré en ese sentido y volví a leer la obra tras dos décadas sin asomarse a sus páginas, y la encontré muy barroca. Digamos que la pulí de sobrantes y la hice más fluida, sin alterar las escenas ni los diálogos. Solo quité algunos pasajes innecesarios.
También ocurrió algo extraño para mí durante el proceso de publicación, una experiencia que podríamos calificar de “inusual” cuando apenas salida a la venta la novela en enero del 2000, la editora, de la colección Narrativas Históricas, que era Gabriela Adamo (conocida en Argentina por ser la cara visible de la Feria del libro durante años) me dice que la presidenta de la editorial se había llevado mi novela en sus vacaciones y le había “encantado”. Por entonces Sudamericana era una empresa familiar antes de ser absorbida por grandes grupos editoriales europeos y era dirigida por la conocida Gloria Rodrigué, la cual me citó en sus oficinas tras leer mi libro. Momento crucial para un novelista lleno de sueños y ambiciones como era yo por entonces. Grande fue mi sorpresa cuando esa mujer en la cincuentena, poderosa en el mundo editorial latinoamericano, me abre la puerta de su despacho y me dice: “¡Ah… pero sos muy joven!”. Comentario que truncó aquella reunión de trabajo y concluyó con unas palabras más o menos forzadas y amables en los pasillos de la editorial. Todavía hoy, tras veinte años, intento hallar un significado a aquel episodio tan extraño, tan digno de una escena de Valle Inclán y que dejó con puntos suspensivos un sinfín de posibilidades. Luego en España tuve algunas crisis importantes que se tradujeron en mi abandono de la fe religiosa como praxis y como dogma, y mi giro hacia el marxismo y la militancia política. Fue un período intelectual y espiritualmente muy fértil. Fueron años de reflexiones muy crudas e incómodas que quedaron plasmadas en mi siguiente novela, La Merienda del Diablo. Un libro que nunca presenté a ninguna editorial ni a ningún concurso, y aun así fue ganador el Premio Novelia 2007 en Madrid. Tuve por entonces la suerte de conocer a un editor a la vieja usanza, Juan Ignacio Alonso de Grand Guignol Ediciones, abierto, culto. Un socialdemócrata aún no contaminado de superficialidad, que valoró mi novela a pesar de la crítica feroz y sin anestesia que hago a la sociedad española en algunas de sus páginas, si bien la trama transcurre íntegramente en París.
También has incursionado en el ensayo político. Fuiste el redactor durante años del Espacio de Formación Política, y columnista político en el Diario Cambio de Bolivia durante los años de la Revolución Indígena. También has escrito dos libros: Manual de Guerra del Buen Latinoamericano y el Manual de Guerra del Ciudadano europeo ¿Cómo se relaciona esta dimensión de tu obra con la narrativa de ficción?
En España me politicé. Comprobar el funcionamiento sistémico de primera mano y las aberraciones estructurales que posibilitan ese funcionamiento, ese statu quo asimétrico en el cual países como España, pobres desde el punto de vista fisiocrático, sin recursos importantes, sin minería, con una agricultura de baja escala, y carentes de casi todo, viven muy encima de sus posibilidades a expensas de las periferias mundiales, fue determinante para mí. Allí acuñé el neologismo de “países sumergentes” que luego expliqué en mis libros y en diversos foros. En la España de aquellos años vi una cultura social decadente, un ensimismamiento mediocre, exitista en un país que había estado hasta entonces al margen de Europa, en una periferia mirada con recelo y diferenciación. Allí se vivía una bonanza artificial (la que luego terminaría en la estrepitosa crisis del 2008) y en esos años de abundancia encerraban a inmigrantes latinoamericanos, magrebíes y de otras partes el mundo en guetos legales, llamados Centros de Detención para Inmigrantes. Los colombianos, y ecuatorianos eran los objetivos predilectos. Eran hijos de los países que a lo largo de todo el siglo XX habían acogido a españoles rechazados en toda Europa, analfabetos y hambreados. Por esos años me casé y tuvimos con mi compañera nuestros hijos, a la vez que yo experimentaba una enorme indignación y vergüenza ajena por España, que de forma tan mezquina e infame ignoraba su propio pasado de país emigrante y rescatado por América Latina en más de un sentido. Por eso le propuse a mi esposa Pilar que mis hijos no nacieran allí. Consideré un suelo indigno para que ellos vinieran al mundo. Así que nacieron en mi segunda patria adoptiva que es Italia. Yo soy ciudadano italiano por ascendencia directa. En este sentido, hasta el nacimiento de mis hijos fue acto político, que resultó además en una experiencia singularmente bella para mi esposa y para mí. La dulzura de los italianos, su don de gentes dista mucho de la, muchas veces, árida y estrecha idiosincrasia española. Aquella crisis personal que experimenté fue uno de los momentos psicológicamente más duros pero también más fecundos de mi vida porque derribó todas mis creencias, mi sistema de valores y mi visión de la realidad, que era una visión burguesa de clase media de un país rico con altos índices educativos como la Argentina. Un cambio brutal que viví sin escapismos y me convirtió en un escritor revolucionario, con vocación para la confrontación y sumido en la búsqueda de nuevas formas de convivencia y organización social. Tras ese proceso, hoy me resulta difícil escindir el acto creativo, en tanto puramente literario, de la política. Incluso en textos que no son políticos. Algo que parece inevitable si consideramos que el ser humano (ese zoon politikón que describiera Aristóteles) es una entidad política en casi todas sus manifestaciones. Yo escribo sobre guerras, a veces de forma indirecta, o bien sobre los efectos de estas sobre la humanidad, ya sea en lo particular o general. Es un tema vertebral a todos mis textos, incluso cuando hablan de amor. Y también con las décadas y tras escribir una veintena de libros y de diversos géneros literarios, me di cuenta tardíamente de que mi narrativa está dominada por un tema capital pero subyacente: la ruptura del hombre con los sistemas vigentes. Todos mis personajes principales acometen algún tipo de revolución interior, se distancian de sus creencias o de los roles que les fueron asignados desde afuera. Mis personajes son esclavos que se rebelan, hijos que confrontan sus sistemas familiares, burgueses atormentados que se vuelven marginales, amigos que se tornan enemigos. Son esencialmente personajes rebeldes y en un punto fatalistas, porque saben que hay un abismo y no rehúyen de él. Lo confrontan.
Tal y como te sucedió a ti…
Así es. Sin embargo, yo soy un optimista irreductible. Yo sueño siempre con superar el abismo, aunque no distorsiono sus profundidades y peligros. Sólo los asumo como una prueba, como un obstáculo que una vez superado engendrará un hombre nuevo. Y esta premisa subyace en mis propias luchas personales y también en mi mirada sobre los problemas del mundo. De todos modos esta subjetividad presente en mis personajes ya estaba presente en mis primeros textos, incluso mucho antes de que yo me diera cuenta. Tal vez mis personajes me ayudaron a abonar el terreno y preparar así mi propio recorrido superador, mi derribo y reconstrucción ideológica, personal y humanista. Todos estos procesos ocultos que operan en la psique durante el acto creativo y que luego determinan el recorrido del propio creador, fueron expuestos de manera muy interesante por el suizo Carl Jung y otros. Y en mi caso se cumplieron de forma llamativa.
Tu novela El Ansia desarrolla una ficción a partir del asesinato de Renée Hartevelt, una estudiante holandesa en La Sorbona. ¿Que te llevó a escoger un tema que ha sido tratado otras veces en la cultura popular? Los Rolling Stones le dedicaron una canción al suceso y también se publicaron libros. Recientemente se hizo un documental sobre el asesino, Issei Sagawa.
Digamos que a priori me atrapó la obscenidad implícita en ese crimen. Yo venía de escribir La Merienda del Diablo, que aunque es una novela negra con una trama tangencial a la antropofagia, es en realidad una novela contestataria, de profunda crítica al sistema en donde las marginalidades de una Europa opulenta son el telón de fondo para el protagonista, que sufre (como en aquel momento yo mismo experimentaba) una profunda y devastadora crisis personal que arrasó todo su mundo burgués y confortable. Cuando supe del famoso crimen de 1981, en donde un estudiante japonés, de padre acaudalado, mata, viola y come el cadáver de una compañera holandesa, y luego escribe un libro sobre su asesinato que se convierte en best-seller y además disfruta de su libertad en Japón, eso me movilizó de manera insoslayable. Vi al sistema que exime a los ricos de confrontar con sus actos ante la justicia burguesa, siempre parcial. Pude apreciar la legitimada obscenidad del sistema que emergió en aquel episodio. Yo acababa de tener a mi hija Genova, e inevitablemente pensé en la feroz realidad que los padres de la joven asesinada debían soportar por el resto de sus vidas. Eso fue como una bofetada en ese momento sublime de mi vida, en donde mi primogénita me llenó de júbilo y amor por la humanidad. De amor revolucionario en realidad. Ella completó esa pulsión en mí y consolidó mis búsquedas. Ese crimen, en cambio, desnudó un horror que no era conocido en mi órbita personal (el miedo por los hijos en una sociedad embrutecida). Así que me aboqué a la novela, cuyo protagonista es el padre de la joven asesinada. El Ansia fue una ficción terrible, angustiosa de escribir, obsesiva y repugnante por momentos. Es un texto durísimo con el cual exorcicé miedos ancestrales pero muy factibles de cumplirse en esta modernidad desquiciada, en donde solo importa el lucro, la fama y la notoriedad a cualquier precio.
Entiendo que no has vivido en Japón, pero la novela se desarrolla completamente en Tokio. ¿Cómo fue el proceso de investigación que te llevó a una reproducción confiable de esta ciudad?
Bueno… Digamos que si comparo mi investigación histórica para El Amante de Rojo, la documentación para El Ansia fue un paseo de niños. En 1997 las cosas eran muy diferentes y tuve que abrevar de fuentes primarias o secundarias en la mayoría de los casos (archivos históricos nacionales, bibliotecas, museos con objetos originales que dejaron los generales británicos tras rendirse, incluso subastas que me permitieron comprar documentos de la época, etc.). También tengo escrita una novela que he abandonado repetidas veces a lo largo de los años y que comencé en 1998. Transcurre a bordo de una fragata negrera inglesa durante la Guerra de los 7 años en 1763. Esa investigación inicial fue monumental, porque hube de documentarme sobre la trata de esclavos y los propios escenarios de la guerra en curso, pero sobre todo estudiar los entresijos de la navegación a vela del siglo XVIII llena de tecnicismos navales, que para un lego en cuestiones del mar, resultaron casi un galimatías al principio. Ya llevo 600 páginas de esa gran aventura naval. Solo queda el desenlace y espero terminarla antes de morir. Por fortuna, la próxima vez que la retome tendré a mi servicio todos los adelantos comunicacionales actuales que seguramente enriquecerán los aspectos técnicos de la historia. En los años noventa había internet pero no existían buscadores digitales ni tampoco el universo web actual. Hoy se pueden conocer, pasear y mirar cientos de lugares sin estar allí. Por otro lado, para escribir El Ansia me relacioné con personas de la comunidad japonesa en Madrid que me ayudaron en los aspectos costumbristas e idiosincráticos que se reflejan en el texto. Lo demás fue fácil. Fue trabajoso, pero sencillo para mí por estar habituado a la investigación histórica. Hoy impresiona la accesibilidad que la web facilita para explorar cualquier aspecto de la realidad, lugar geográfico, o temática cultural. Si uno sabe filtrar, cotejar y elegir adecuadamente, todo está ahí. Una revolución del conocimiento, sin dudas.
Tanto en tu novela La merienda del diablo como en esta, el mensaje político está construido a través de un estilo narrativo entretenido y capaz de llegar al gran público ¿Cómo ves esta relación entre literatura política y un alcance masivo?
Creo que es fundamental esta feliz sinergia, esta relación simbiótica entre contenidos reflexivos profundos, críticos y cuestionadores, aupados o trasmitidos por formatos culturales o de ocio masivos. Sea ya una novela, una serie de TV o un filme. Y aunque el sistema mundializado con sus estructuras comunicacionales hegemónicas alienta lo contrario, creo que se está produciendo un renacer de un paradigma crítico en el arte, en el cine y por supuesto en la literatura. Sin dudas ello ayuda a compensar el terrible proceso global de estupefacción acrítica y el consumo masivo de contenidos vacuos. En realidad esa simbiosis del arte y la política es una constante que nunca se perdió totalmente y que está llena de ejemplos deslumbrantes. Lo podemos ver en escritores satíricos del siglo XVI como los ingleses Jonathan Swift o Sterne. En Francisco Goya en la España de la decadencia y en los años cuarenta del siglo XX con el filme Las Uvas de la Ira de John Ford, basada en la novela de John Steinbeck, mucho más crítica y oscura que la película. También en la Europa de posguerra con Pier Paolo Pasolini, por citar unos pocos. Veremos que el arte con crítica social existió y siempre existirá (a menos que converjamos en un fascismo global de características orwellianas que impida toda manifestación crítica). El problema actual no es la ausencia de elementos políticos en el arte. Ni siquiera reside en la estandarización de productos culturales deleznables. El problema es la concentración multimediática que uniforma hacia abajo e impide, o al menos margina, el acceso a los contenidos críticos. A lo cual se añade un problema que resulta complementario: cuando el gran público accede a tales contenidos críticos por vías alternativas, muchas veces carece de herramientas para ejercer su propia subjetividad y capacidad crítica. Resulta, en muchos casos, un público lumpenizado cuyos instrumentos intelectivos para asimilar la crítica implícita en una película, en un libro o en cualquier manifestación artística, no están, o están gravemente deteriorados. Eso se debe a que antes ha sido sometido a una tarea de estupefacción que comienza desde la misma escuela, desde el propio hogar, precisamente porque sus padres y maestros fueron también víctimas de ese despojo, de una atrofia en su capacidad crítica. El propio sistema se encargó de ello. Y le doy un ejemplo claro: la consigna robótica “no queremos ser Venezuela” instalada casi genéticamente en casi todos los países occidentales, remachada por un poder mediático absolutista, sirve a la perfección para ilustrar esta incapacidad crítica. Esa consigna la repiten los jubilados hambreados de Argentina a los que Macri aplicó una eugenesia social darwinista, o el colectivo gay europeo que supuestamente lucha por mayores derechos para su condición personal. La dicen los socialdemócratas españoles mientras miran para otro lado en medio de una orgía financiera que dejó millones de personas en la calle con el rescate bancario. Y todo pertenece a un mismo problema: la ausencia de herramientas críticas en una sociedad global uniformada y robotizada, diseñada en su pensamiento con algoritmos prefabricados, si me permite la alegoría muy al estilo Asimov. Nos habituaron a no reflexionar los signos evidentes que la propia realidad nos presenta. Fuimos amaestrados para aceptar verdades ya empaquetas, hoy llamadas posverdades. Que en Venezuela hay una dictadura y que en Estados Unidos hay democracia, es quizás el ejemplo más paradigmático. Un ejemplo de la mejor tradición Cervantina, por satírica y al borde del grotesco. Y sin embargo la gente repite: “no queremos ser Venezuela”.
Mentekupa es un espacio para el encuentro entre la creación y la crítica cultural. ¿Cuál crees que es el papel de la crítica hoy en día?
¡Despertar conciencia, qué más! Sin embargo, debo hacer una diferenciación entre la crítica, y lo que yo llamo una metacrítica. Es decir, una estandarización inducida con aspecto de crítica. Dentro del sistema de homogeneización social, del pensamiento único, de sus criterios surgidos de la “fabricación de consensos”, como diría Chomsky y profundamente funcionales al statu quo, vemos que el propio sistema lubrica sus manifestaciones críticas para instalar ciertos paradigmas que no se salgan del sendero, de la hoja de ruta que marca el capitalismo para su articulación global. Eso se ve muy claramente en los productos literarios de las grandes editoriales. Hoy en España triunfan escritoras jóvenes latinoamericanas que escriben ficción no necesariamente política, pero adscriben a un discurso antipopulista, democratoide, crítico de cualquier tendencia soberana que implique una revisión de la democracia burguesa en nuestros países. Aspecto importante que interesa a España, cuyos principales ingresos provienen de las ganancias que sus empresas energéticas, de telefonía y comunicación transfieren desde Latinoamérica. Un cáncer que en algún momento deberemos extirpar, sin dudas. Basta repasar el diario El País (supuestamente más progresista) o el diario El Mundo, y hallaremos columnistas que parecen críticos, pero cuyo único trabajo es reforzar el pensamiento único: que todo cuestionamiento al sistema vigente atenta contra la libertad y la democracia. No en vano estos medios españoles reclutan a los periodistas y analistas de cada país que más suscriben a Gobiernos neoliberales de manera más o menos soterrada y se declaran detractores del populismo. Vocablo que por otra parte detesto. Hoy utilizamos la palabra populismo –que es un concepto degradado– cuando queremos decir popular. Es decir, inclusivo e integrador de las mayorías.
Para finalizar, tus libros más recientes los publicaste tú mismo. ¿Que te llevó a confiar en Mentekupa para la publicación por entregas de tu novela?
En España poseo un pequeño sello editorial con el que publico mis novelas y textos políticos. El cosmos o el Tao pusieron en mi camino a un impresor y editor granadino llamado Brígido, que hace un trabajo magnífico con su imprenta GAMI y con el cual trabajo desde hace años. Un profesional que ama la cultura y la difusión de ideas y además se compromete con su labor. En la última década he podido difundir mis ideas estratégicas a través de ensayos políticos y de mis artículos en diferentes medios, reunidos ahora en tres volúmenes. Siento un desencanto de las grandes editoriales porque considero indigna, mercantilista y brutal la dinámica que imponen esas grandes fábricas de libros, que en eso se han convertido. Uno extraña, quizás, la gran distribución que es inherente a su estructura. Sin embargo, soy más feliz y más pleno artísticamente de esta manera. Que una revista de avanzada como Mentekupa, rompedora y de enorme calidad en sus contenidos, quiera publicar un trabajo mío por entregas, completa y aúna todo lo que sostengo desde hace años: la cultura es de todos y para todos. Creo que serán los circuitos económicos, culturales, humanos, científicos, liberados del mercantilismo voraz, los que harán una civilización mejor, un hombre nuevo si es que tal cosa existirá alguna vez. Creo que Mentekupa y tantos otros medios digitales o de papel cumplen acabadamente con ese rol. Algo para celebrar. Para mí es un honor y una alegría llegar a sus lectores con esta novela que espero disfruten y se conmuevan, como paso previo al esbozo de una crítica social.