“Ella hace lo que le da la gana con este, y ambos lo saben”, refunfuñó la mujer y todos entendimos que se trataba de un falso refunfuño. Yo adoré la performance cliché de madre que no soporta una cosa que en realidad ostenta; algo así como miren mi asqueroso Lamborghini cero kilómetro. Cuando dijo “este”, se refería a su marido, con quien había engendrado a “ella”, una hermosita mata de pelos de seis años, buena como nadie para comer helados.
El asunto digno de contar era que hacía unos días, inmediatamente después de que el hombre gritara desde el baño: “¡Mi amor, pásame la toalla!”, la bebita frenó el impulso de la madre con una diminuta mano de fiscal de tránsito y estas aladas palabras: “Dijo MI AMOR, es conmigo”. Obviamente la nena corrió a llevar la toalla, dejando a su mamá patitiesa.
Impresiona la potencia de una humanita recién llegada al mundo para adentrarse en predios de la pragmática y la psicolingüística con actitud de diva pop. Esa frase de cinco palabras haría aplaudir de pie a analistas del discurso.
Pero a mí me encandiló la embestida desde otra perspectiva, yo vi una fierecilla marcando su territorio afectivo: en este caso el territorio es el lenguaje con sus dispositivos y símbolos manifiestos en el habla. La chiquita lo que hizo fue mostrar sus colmillos de leche bajo rosaditos belfos: “Señoras y señores que habitan esta casa y sus alrededores, aquí mi amor cuando lo enuncia mi padre no es una expresión común que cualquiera puede adjudicarse, ni siquiera tú mami, en este hogar el amor de mi padre soy yo, es decir, reclamo para mí ese sustantivo, es pues, sepan, un nombre propio que me designa”.
Es a través del lenguaje que nace y hacemos bullir nuestra voluntad de poder. Toda la carga histórica y cultural nos es inoculada a través de la lengua. Apenas aprendemos a nombrar necesitamos también ser nombrados, y en seguida se dan otros pasos, acechamos, nos regodeamos en las posibilidades como animales cebados y queremos más, entonces nos atrevemos a desear que otros no sean nombrados igual que nosotros, la idea del Yo se expande y reclama espacio, engulle, disputa, excluye. Salimos de caza para cautivar lo que consideramos o queremos que sea nuestro.
Te extrañé por dos largas semanas.
Este maravilloso escrito será la delicia de las Electras freudianas (y de alguno que otro Edipo que se adapte), me encantó esa manera de llevar al plano de la lingüística las teorías de Freud.
No se espera menos, viniendo de ti.
Aw, Laura querida, eres la lectora que siempre mira desde mi hombro cuando escribo las «vainas». También te extrañé mucho. Voy a retomar el ritmo. Me alientas como no imaginas! Te abrazo largamente <3