Inception y 1998
Leída como ciencia ficción 1998, de Francisco Herrera Luque, podría ser la obra que secretamente inspiró Inception. En efecto, al final de la novela nos enteramos de que casi todo lo que ha sucedido es una pesadilla del protagonista –un ficticio Carlos Andrés Pérez–, inducida tecnológicamente por un agente externo –un espía de la china comunista–, con el objeto de implantarle una idea –en este caso, que abandone su proyecto de convertirse en presidente vitalicio de Venezuela.
Claro que Nolan no debe tener la menor idea de quién fue Herrera Luque, ni de la existencia de una novela que, por lo demás, es muy poco conocida y ha sido muy poco comentada y criticada, incluso entre quienes deberían ser sus principales lectores, los venezolanos.
A su vez, y dejando de lado las razones por las cuales 1998 ha tenido tan poca fama, FHL tampoco tenía la intención de escribir ciencia ficción. Aunque en la obra sea posible manipular a las personas interviniendo tecnológicamente en sus sueños, aparezcan versiones de Mazinger Z, exista una droga geriátrica, ocurra en el futuro y en un mundo distinto al nuestro, es principalmente una sátira polémica. No fue escrita con el propósito de especular sobre las posibilidades y consecuencias de intervenir tecnológicamente en los sueños para manipular la conducta humana, como sucede en Inception, sino con el de afectar el presente venezolano (aquel presente) y, en especial, con el de criticar sarcásticamente nuestra relación con el liderazgo y la política.
1998 como sátira polémica
Lo polémico de 1998
La definición enciclopédica de sátira la entiende como “género, discurso o composición literaria en prosa o verso en que se critican agudamente las costumbres o vicios de alguien con intención moralizadora, lúdica o meramente burlesca”.
En el caso de 1998 debemos eliminar toda intención lúdica e incluso puramente burlesca. Su humor es “ironía militante”, su propósito es estrictamente moralizador, con lo cual siguiendo a Schiller podemos hablar de sátira patética:
En la sátira se oponen, por un lado, la realidad sentida como deficiente y el ideal percibido como verdad suprema […] La realidad es un imprescindible objeto de rechazo, pero todo depende de que este rechazo brote del ideal contrapuesto… De manera que la sátira patética debe fluir siempre de un ánimo penetrado vivamente por el ideal (JF, 210).
En 1998 el ataque, la burla, el envilecimiento tienen por blanco, tan claro como puede serlo en una sátira, al expresidente Carlos Andrés Pérez (CAP) quien es ridiculizado como líder político, gobernante y en especial como administrador de lo público. Incluso las vitaminas ciencia-ficcionales [1] de la obra tienen el objetivo de malponer al personaje.
Pero CAP no es presentado como un ser maligno, como un villano político estilo Orwell –para comparar con otro escritor satírico-polémico, quizás el más radical–, sino como un ser risible, quizás demasiado pero demasiado humano; suerte de idiota-taimado; cándido diablillo de salidas ingeniosas que hasta simpático cae; víctima eficaz del imperialismo que hasta solidaridad despierta.
Así, ante un golpe de Estado en su contra, consecuencia del desmembramiento de una imaginaria Venezuela cuyo territorio se ha reducido al de los estados Vargas, Miranda, Aragua y Guárico, sencillamente se fuga a uno de los nuevos Estados separados donde es apresado y acusado de genocidio, para luego ser “salvado” por el imperialismo estadounidense (el otro gran blanco de la sátira) que esta vez lo usará para destruir al Imperio Incaico renacido (se deduce que ya lo había usado para quebrar a la Venezuela Saudí).
Alegre esclavo de sus pasiones y en especial de su ambición y ego, a CAP no parece preocuparle para nada cómo llegó a ser la máxima autoridad del Imperio Incaico al cual llevará con mano firme a la catástrofe.
Pero su situación al despertar es aun peor que la pesadilla… Esta última es, en efecto, una distorsión grandilocuente de la realidad, la Venezuela en la que despierta CAP en 1998 no ha sido desmembrada, pero la inflación es el doble (1000 %) comparada con la alucinada; en la realidad CAP no es la ficha eficaz aunque inconsciente de las maquinaciones del imperialismo estadounidense, sino el presidente de un país asechado por compromisos internacionales; no es un salvador vencido por dificultades extremas, sino un megalómano compungido; ni siquiera es un fastuoso donador, sino un compulsivo malbaratador.
La imagen del expresidente Pérez que presenta 1998 y la rigurosa operación de envilecimiento vía ridiculización a la que es sometido el personaje, expresan la vertiente polémica de la obra. Permite suponer que fue escrita para oponerse a la segunda candidatura de CAP a la presidencia de la república o, en su defecto, a su gobierno [2]. Incluso es posible especular que FHL eligió el título replicando el gesto de Orwell en 1984, es decir, invirtiendo las dos últimas cifras de la fecha en que sería publicada la obra: 1989 por 1998.
Tomando en cuenta que FHL fue psiquiatra, además de escritor, y que su obra (principalmente novelas históricas, luego estudios psiquiátricos y ensayos antropológicos) ha sido descrita como una exploración psicohistórica de la psique venezolana, y en especial de nuestra “sobrecarga psicopática”, cobra sentido adicional el hecho de que 1998 describa la pesadilla de un líder político conocido (entre otras cosas) por su “carisma”, violencia (en especial la desplegada el 27 y 28 de febrero) e incapacidad para administrar la cosa pública “con criterio de escasez”. Como si FHL quisiese decir: “Que nadie se confunda, ni por sus decires y ni por sus acciones, por sus sueños los reconoceréis”.
Lo satírico de 1998
Pero 1998 no es una obra meramente polémica, no solo fue escrita para combatir al adversario político, su pathos preponderante es la indignación: “¡¿Cómo es posible que CAP vuelva a ser en 1988, después de todo, una vez más, presidente de Venezuela?!”. No se trata de sorpresa ante la concreción de lo improbable (“¡No me lo creo!”), es más bien la concreción de la posibilidad más temida (“¡Qué otra cosa podía suceder!”), aquella que confirma cuán imposible es realizar el ideal; la segunda presidencia de Pérez representa el hundimiento de la realidad frente al ideal.
Según Schiller, no alcanza con plagar un texto de injurias y ataques a la sociedad y a la época para que sea satírico; es indispensable la presencia de un Ideal como patrón de referencia respecto del cual esta sociedad está perdida. De acuerdo con Northrop Frye esta es la principal distinción entre la ironía y la sátira: “la sátira es ironía militante: sus normas morales están relativamente claras, y asume estándares a partir de los cuales se miden lo grotesco y lo absurdo”. Hay un Ideal del ser humano que opera detrás del telón y que le da sentido a la cadena de injurias y calumnias. Este Ideal es trascendente y, en tanto tal, no tiene ninguna capacidad de acción sobre el mundo, que está condenado a permanecer tal como es, inmundo. Esa es la impronta de la primera de las seis fases de la sátira que identifica Frye, la “sátira de la low norm”: “Da por supuesto un mundo lleno de anomalías, injusticias, locuras y crímenes, y que sin embargo es permanente y no puede ser desplazado” (JF, 210).
“Cada pueblo se da los líderes y gobernantes que se merece o puede darse”, sería la respuesta que 1998 da a la pregunta que expresa la indignación en que milita. La perversión del líder interpela en la obra no al líder, al cual más bien ataca, sino al lector, como sujeto de la democracia venezolana. El humor irónico es el medio principal de esta interpelación, y es usado de tal modo que es posible que el lector se ría de acciones y situaciones que pensadas desde el punto de vista del ideal defraudado no dan risa.
Huáscar palmeó con fuerza sorprendente para su decrepitud. Comparecieron de inmediato diez mozos gordos, desnudos y depilados desde la cabeza al pubis. Eran los eunucos, como los tiene todo harén de alguna distinción. Huáscar señaló a las indeseables con gesto acusador. Las mujeres, con expresión enloquecida, pidieron compasión en español y en criollo. Los eunucos luchaban por derribarlas, arrastrándolas por los suelos. Ansioso por el terror que brotaba de la escena, [CAP] preguntó a Huáscar con cierto temor:
―¿Y qué harán con ellas?
―Serán echadas a vuestras fieras.
―¡Coño! –dejó escapar a media voz.
―Quien vive con Dios –añadió sentencioso el viejo– no puede morir sino entre los mayores suplicios. Es ley divina. Las ñustas de vuestro antecesor, que le dieron hijos, siguieron la misma suerte. Es una medida sana que hemos adoptado –expresó con destellos de malignidad– para que no vuelva a presentarse una nueva lucha entre Huáscar y Atahualpa. El Incanato, aunque vitalicio, no es hereditario.
―¡Coño! –volvió a decir, por lo bajo, presintiendo en aquellas palabras una velada amenaza– Este viejo es el Secretario General del Imperio (FHL,106).
El hundimiento de la realidad frente a los ideales
¿Pero cuál sería el ideal? Primero, el de república bolivariana tal como la interpretó el puntofijismo, y en especial el ideal democrático-populista resumido en las consignas de soberanía popular, representación política, pluralismo, responsabilidad administrativa, y usufructo y distribución democrática de los recursos públicos. 1998, aparecida en 1992, expresa estéticamente el sentimiento de la imposibilidad de realizar dicho ideal, el momento en que su realización aparece como imposible y, por tanto, el mundo como enteramente condenado. Este sentimiento puede encontrarse también en la obra del politólogo Juan Carlos Rey –quien fuera un gran estudioso y defensor del “sistema político de partidos venezolano”– de forma positiva, en su artículo de 1991: “La democracia venezolana y la crisis del sistema populista de conciliación”.
En segundo lugar, pierde todo asidero en la realidad la posibilidad de una América Latina unida, plural y soberana; el ideal-proyecto bolivariano expresado en la Carta de Jamaica y el Congreso de Panamá se hace irrealizable en la medida en que el mundo deviene “racista”. En especial, el sujeto llamado a realizar este proyecto, la “raza cósmica”, aquel que debía construirse mediante “la igualdad [de los blancos] ante negros, marrones o amarillos” (FHL, 18), es totalmente aplastado.
1998 no solo nos confronta con el desmembramiento de Venezuela, sino también de Colombia, Brasil y México, y el surgimiento de nuevas repúblicas blancas sobre los territorios arrebatados a los primeros; con la anexión de Panamá –y posiblemente toda Centroamérica– a un Estados Unidos abiertamente racista; con el blanqueamiento de Argentina, Chile y Uruguay; además, con la afroamericanización de la mayoría de islas del Caribe; la “indigenización” de Ecuador, Bolivia y Perú. En la América de 1998 no queda lugar para la “raza cósmica” ni para la convivencia, ni para el florecimiento de diversidad cultural alguna; todas las unidades políticas devienen identidades étnicas puras.
Así, en la novela, el blanqueamiento de Estados Unidos no implicó solo la expulsión o aniquilación de negros, latinos y asiáticos, también supuso la de los blancos de países católicos, irlandeses, italianos, polacos, etc., quienes primero fueron usados contra las otras etnias no blancas, luego expulsados en su gran mayoría, y los restantes aceptados en la Unión con una residencia especial. Pero,
… aún quedaba por resolver el problema de los Judíos, con sus tres millones de personas en la sola ciudad de New York. Como gran parte de las finanzas estaba en sus manos, se hizo una excepción con los que fuesen indispensables al país, siempre y cuando renunciaran a su religión. A los otros se les deportó a Israel en un ininterrumpido puente aéreo que duró todo un mes. “La Tierra de Promisión por la cual soñaban” –comentaba sarcástico un senador de Boston–. “Ellos mismos siempre lo han querido así y no hemos hecho otra cosa que complacerlos” (FHL, 50).
A su vez, la Federación Negra del Caribe, que alberga a los afroamericanos (ricos) expulsados de Estados Unidos y se crea sobre el territorio de las islas caribeñas desde Jamaica a Curazao (con excepción de Cuba, Santo Domingo y Puerco Rico), se declara “de negros y para negros” como “expresión del genio nacional” y en “justa reciprocidad” con las demás unidades políticas emergentes (FHL, 20). Más tarde cuando negros y zambos huyen de los nuevos países blancos y también del Imperio Incaico renacido, esta república se negará a darles asilo por ser negros “de procedencia hispánica” (FHL, 102).
Por su parte, el Imperio Incaico, formado con el fin de “vivir de acuerdo con las normas y costumbres de sus antepasados”, y que se proponía ofrecer “patria y amparo a todos los indígenas de América, desde Cabo de Hornos hasta Alaska”, no solo expulsó a Blancos y exterminó a negros, mestizos y mulatos:
Una de las circunstancias que ensombreció el rostro y lastró el ánimo de los que alguna vez soñaron con hacer del Incanaco el gran reducto del verdadero hombre americano, mediatizado y relegado por los europeos, era que, con excepción del aspecto físico, nada tenían en común con los millones de indígenas de todo el Continente. Había tantos idiomas y dialectos como tribus existían; llegándose a la conclusión que, del Río Grande hacia el Sur, lo único que les permitía comunicarse entre ellos, era el odiado lenguaje de Castilla. La heterogeneidad cultural y los diversos grados de desarrollo de los pobladores autóctonos del Continente, les hizo comprender muy pronto a los filósofos de la indigenización, que el proyecto era menos que imposible, y que habían sido víctimas del más terrible delirio. Pronto se desarrolló entre ellos y los habitantes del Imperio una violenta xenofobia (FHL, 137).
En tal sentido, el término “pigmentofobia”, con el que FHL caracteriza lo que vendría a ser el motor de la historia de aquel mundo, no es solo una metonimia del concepto de xenofobia, y tampoco expresa exclusivamente la idea positivista de raza nazi, afrikaner o la de las élites blancas latinoamericanas, europeas o estadounidenses, sino que señala la vertiente cultural de toda xenofobia. Así, lo interesante del recurso humorístico, llamar a algo por su aspecto más superficial e inasible, es que esto resalta la necesidad insaciable de criterios adicionales para definir lo igual y lo diferente. ¿Cómo delimitar identidades puras con base en el espectro formado por los colores de la piel? ¡Es imposible! Por lo que al color de la piel se suman los rasgos físicos y ambientales, y de allí hay un paso a la introducción de criterios culturales y mucho más [3].
1998 leído desde la ciencia ficción
Independientemente de lo polémico y satírico de 1998, una lectura de la obra desde la ciencia ficción [4] no puede evitar señalar que prefigura el multiculturalismo, la preeminencia política de la identidad cultural y su devenir segregacionista, y en particular expresa el axioma que determina muchas de sus expresiones contemporáneas, el cual dice que para que exista diversidad, diferencia, heterogeneidad, es necesario conservar puras las identidades en que aquellas se soportan. A su vez prefigura una balcanización de América del Sur, cuyo motor es la identidad étnica.
De cara a lo posible, materia predilecta de la ci-fi, 1998 está recorrido de virtualidades que aparecen solo para remarcar la imposibilidad de una América del Sur unida. La pigmentofobia que determina la realidad hace esto imposible. Así, hay un momento en que parece que el Imperio Incaico asumirá el liderazgo de los países del sur americano y global. En la ONU su representante se levanta para afirmar antes que demandar, para ejercer antes que para anunciar su libertad y autonomía frente a las potencias globales; estas quedan boquiabiertas para pronto enfurecer, un país pobre y atrasado los desafía y no les queda de otra que aceptar los hechos. Al final de un discurso y una situación que espabila el corazón sudaka, el embajador indígena afirma: “¡[Ahora] Los débiles estamos de quién a quien con los gigantes!”, entonces:
Un nutrido aplauso de pie, por parte de los representantes de Latinoamérica, África y Asia, siguió a sus palabras. El embajador incaico hizo una pequeña inclinación de cabeza. Cuando la irguió de nuevo, su rostro tenía una expresión de triste indiferencia.
—En relación a los representantes de los países minusválidos que han recibido con júbilo mi revelación –dijo, luego de una larga pausa–, lamento participarles que la Federación Incaica no tiene la menor intención de liderizarlos. A nosotros nos interesa lo nuestro y nada más. No os vamos a engañar, ni dejar que abriguéis falsas esperanzas (FHL, 100).
Una lectura de 1998 desde la ciencia ficción es necesaria para conmover las pasiones tristes que toda buena sátira polémica provoca. Sin llegar a los extremos de esa máquina de tortura magistral que es 1984, su hipotética pariente nacional pinta un mundo en el cual todo está definitivamente perdido… y sin embargo no lo está… al final de la obra es todavía posible especular disciplinadamente sobre lo que sucederá a continuación.
Es necesario hacer notar, además, que FHL no condena absolutamente la historia política de Venezuela, salva a Betancourt, “el hombre de los antojos”. Pero esto no significa que lo idealiza, en la novela aparece como un personaje que –con mayor o menor fortuna, rigor, apego– se mantuvo ante el ideal, mientras que Pérez sencillamente no sabe o quiere saber nada de aquello.
Es importante reconocer este gesto de FHL en la actualidad, porque la situación política del país se caracteriza por la despolitización y se sintetiza en el eslogan: “¡Que se vayan todos!”. Este estado de cosas regido por pasiones tristes –entiéndase: aquellas puramente destructivas, negadoras–, es el sustento de los liderazgos más radicalmente mezquinos. Explotando el fantasma de la vieja polarización, que cuando era un cuerpo vivo contraponía productivamente dos ideales, se viene formando una nueva, cuyos agentes no quieren saber nada de ideales, ni de proyectos, ni de organización o demandas populares, y se nutren del desencanto, el resentimiento, la ira y la desesperación.
Si la tristeza inherente y resultante del pathos satírico es un efecto de la desvinculación entre el ideal (que se mantiene incólumne) y la realidad (que se concibe no en tanto tal, sino como lo contrario del ideal), 1998 puede ser leída como un dispositivo para espabilar: en el libro debemos pasar por la pesadillesca experiencia de Pérez para atisbar, al despertar, lo real de la situación y lo posible en ella; esto sería un primer paso para poner la crítica en un lugar productivo.
Casualidad, lo más seguro; 1998 puede calificarse como el año en que cuajó la transmutación de la relación entre realidades e ideales que la obra de FHL exigía implícitamente desde su pathos crítico. A su vez, las luchas sociales, políticas, económicas y culturales que tuvieron lugar en el país en el período 92-98 no solo contribuyeron a la reformulación de los ideales, sino que permitieron la rearticulación subjetiva de la realidad de cara a las posibilidades surgidas del proceso, y esto se expresó en la Constitución de 1999. Puede valorarse como se quiera lo sucedido en los veintitantos años transcurridos desde entonces, no entraré aquí en el asunto. Lo que me parece importante señalar es que hoy, cuando el sentimiento de indignación y desencanto es generalizado, es posible suponer que a este pathos subyace el deseo de salir adelante y articular nuevas relaciones entre el ideal y la realidad.
Notas al pie
[1] El término lo tomo de Isaac Asimov en “Social Ciencia Fiction”.
[2] No he logrado encontrar datos certeros sobre el momento en que fue escrita la obra. En el prólogo de la edición que poseo no se dice nada al respecto y es poco lo que se consigue en internet. Sin embargo, tras discutirlo con Enrique Rey, Miguel Antonio Guevara y Manuel Azuaje, es posible especular a partir del hecho de que la novela fue escrita alrededor de 1988 y con la intención de publicarse en 1989, es decir, cuando aún era pesadillesca la posibilidad de que Ronald Reagan siguiese siendo el presidente de Estados Unidos (tal como sucede en Watchmen con Nixon), cuando la URSS y el muro de Berlín seguían en pie, Sudáfrica no se había liberado del apartheid y Carlos Andrés Pérez era (o estaba por ser) presidente de Venezuela.
[3] Ver el trato dado a las gentes GLBTQ+…
[4] En realidad, una lectura de cualquier obra desde la ciencia ficción tiene como condición situar la obra. Esto es determinar su relación con la ciencia ficción. En el caso de 1998 es imprescindible situarla como sátira-polémica.
Referencias
Francisco Herrera Luque [FHL]. (1992). 1998. Grijalbo.
Isaac Asimov. (1953). “Social Science Fiction”. Modern Science Fiction. Its meaning and its future. Editado por Reginald Bretnor.
Juan Uslar Pietri [JUP]. (1954). Historia de la rebelión popular de 1814. http://cenal.gob.ve/?p=12552
Juan Carlos Rey (1991). “La democracia venezolana y la crisis del sistema populista de conciliación”. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/27121.pdf
Julián Ferreyra [JF]. (2016). “El poeta satírico: en búsqueda de la fuente fantasma”. https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/109346
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