Al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre
Federico García Lorca
Una casa deshabitada sigue siendo un hogar, ocupada por la memoria, un registro de archivos emocionales, muebles y paredes que escogieron un rincón para habitar. Cuando la presencia humana regresa, tiene que compartir el espacio con una comunidad establecida de espectros que interrogan al inconsciente, hurgan las habitaciones ocultas de la mente y reviven eclipses emocionales y cataclismos espirituales. Es esta convivencia espectral y ontológica una pieza importante para la trascendencia en el tiempo.
Hay imágenes que difícilmente se borran de la memoria, a pesar de su aparente intrascendencia en el momento, su simplicidad dentro de la rutina, se alojan en la mente y quedan tatuadas de forma espectral para perseguirnos sin un porqué definido. Hace algunos años, en un momento que mi vida se debatía entre el más superficial y pretencioso mindfulness occidental, frente a un masoquista hedonismo, excesos emocionales y terrenales; volví a la casa deshabitada a encontrarme con los fantasmas.
Una vista cenital de hace ocho años me observa acostado en el suelo, en una madrugada entre la neblina de una montaña caribeña, en la terraza de la casa de mis espectros, al fondo la inmensidad del mar caribe, de fondo el silencio que comparte el espacio con Camarón de la Isla: “Con roca de pedernal yo me he hecho un candelero pa’ yo poderme alumbrar porque yo más luz no quiero, yo vivo en la oscuridad […] bajo la luz del silencio, una noche tan fría y oscura de terciopelo…”.
Durante años, pasé buscando la frase que yo escuché: “bajo la luna en silencio, pa’ que me alumbre en la oscuridad”, era un espectro de mi memoria que me perseguía, después de poner decenas de veces de principio a fin el disco que sonó aquella noche y buscar en gran parte de la discografía de Camarón, me convencí que no existía, era un paratexto construido en mi más profundo inconsciente.
El flamenco, tiene la capacidad de exteriorizar sin complejos los excesos emocionales, con una intensidad y una sensibilidad expresiva que, para mí, es difícil encontrar en otro género. Pienso que sus raíces en culturas árabes, africanas y gitanas con matices de India; le otorgan a su música un rasgo especial de estado de trance a través del cante jondo, que lleva el sentimiento a niveles que trascienden lo telúrico y la racionalidad, son las emociones conectadas a los procesos cosmogónicos.
En su texto “Teoría y juego del duende” García Lorca va delineando desde el comienzo la idea que representa el duende para los gitanos, dejando clara la distancia que hay entre musa y duende. Este arrebato de inspiración visceral entra en el cuerpo y se apodera del ser, el duende entra por los pies y recorre la sangre, prescinde de toda racionalidad y andamiaje metodológico.
“El duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar… Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto”, puntualiza Lorca párrafos antes de describir una escena de La Niña de los Peines, en la que tras abandonar sus facultades racionales para quedar poseída por el duende, su voz se convirtió en “un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad”.
“Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos”, dice García Lorca.
La frasca de Toledo
Llegar a las 4:30 am y atravesar el largo pasillo que conducía a la barra, a través de un túnel rupestre que simulaba las cuevas del mediterráneo español, era una experiencia fuera del tiempo y el espacio, era salir de la ciudad estando en ella, entrar en dimensiones temporales paralelas al tiempo real que transcurría de la puerta para la calle; un tiempo elástico.
Al lado izquierdo, estratégicamente a pocos pasos de la barra, estaba siempre aquél gitano de cabellos largos y negro azabache del mismo color de su traje, siempre parecía recién bañado si se miraba de lejos, pero al verlo de cerca se descubría la causa de aquellos cabellos empapados, era el sudor del estado en trance de su cante jondo, que empapaba las líneas de expresión en la cara, que dibujaban un profundo dolor y que en cuestión de segundos, cambiaban a una sonrisa de éxtasis.
La frasca de Toledo fue una suerte de after hours para gitanos de la noche caraqueña y activistas de un hedonismo apasionado. Por más de 20 años, aquella buhardilla ubicada detrás de la sede principal de la estatal petrolera venezolana PDVSA, funcionó como lugar de encuentro para por lo menos cinco generaciones de la bohemia caraqueña, para terminar la noche o hacer un intermedio antes de seguir la farra al día siguiente. Aquel pasillo rupestre, lo atravesaron escritores, farándula venezolana, pintores, poetas, estudiantes de la UCV y otras universidades, yuppies de PDVSA, jíbaros en busca de los últimos clientes de la madrugada y singulares espectros de la noche.
Recuerdo haber coincidido por aquella época con sujetos militantes de la bohemia más orgánica y comprometida que haya conocido nunca. No les importaba o podría darles igual la compañía de amigos, mesoneros, amantes, amores o desconocidos; les resultaba indiferente si sonaba de fondo reggaetón, bachata, Miles Davis, Maelo o “4:33” de John Cage; si era de mañana o de tarde, de noche o madrugada, los tenía sin cuidado. Mientras el alcohol y la cocaína los acompañarán, cualquier razón del universo, inmediata o lejana, dejaba de ser relevante en aquella intimidad masoquista de placeres existenciales.
Si hacemos el ejercicio de una breve y modesta lectura comparativa, entre la bohemia caraqueña y los gitanos, hay ciertas conexiones si observamos con la lupa del investigador. Para comenzar la barra de las tascas, un elemento clásico de la ciudad instaurado desde la posguerra con el recibimiento de los inmigrantes españoles, quienes se encontraron con sus coterráneos canarios que ya llevaban unos cuantos siglos en el país.
Si bien el elemento tasca es más español que gitano, de alguna forma la cultura flamenca se apropia de espacios del sector La Candelaria en la década del setenta y ochenta, frecuentada por una fauna urbana que mezclaba intelectuales, poetas, artistas plásticos, músicos, mecenas y vendedores ambulantes de Caracas en un mismo espacio.
Otros elementos que conectan, era aquella variada oferta nocturna de la ciudad entre las dos últimas décadas del siglo XX, que permitía el peregrinar gitano de los noctámbulos caraqueños de bar en bar, mientras otras capitales latinoamericanas estaban en plena dictadura o apenas recuperando libertades, Caracas era una capital cultural reconocida por su vida nocturna.
El lenguaje mestizo y urbano, en el que se condensaron dialectos populares de la provincia y de círculos del hampa con el castellano, el calé criollo, puede ser otra característica cercana a la vida gitana.
Si de una manera romántica el lector como yo, quiere darle sentido a esta hipótesis, consecuencia de un arrebato de pasión etnográfica, no es casual que haya sido La Frasca de Toledo durante años, el lugar para terminar la madrugada o decidir para donde seguir el peregrinar gitano a primera hora del día. “La verdadera lucha es con el duende”.
El flamenco siempre estuvo ahí
El Flamenco siempre estuvo ahí, igual que otros géneros tradicionales como la cumbia, el tango, la samba y otra cantidad de ritmos que cada tanto la industria musical revive, hasta agotar el último capital que se les pueda exprimir.
El flamenco estuvo ahí y en cada época intentó adaptarse a su momento histórico a través de la fusión y la experimentación con el nuevo flamenco, la rumba flamenca, el flamenco rock, el jazz flamenco; para que cada uno de ellos se expandiera en un híbrido musical con propuestas vanguardistas electrónicas y urbanas que al momento presente son representadas a nivel global por cantantes como Rosalía, C. Tangana y Buika.
Desde sus raíces en Andalucía, en las voces de La Niña de los Peines y Manolo Caracol hasta sentarse en la mesa del Tiny Desk con C. Tangana y zapatear los escenarios del Lollapalooza con Rosalía, el flamenco con todos sus palos ha atravesado la historia contemporánea de los últimos 100 años. Un género musical profundo que, con una carga emocional histórica de una diáspora nómada circulando desde el subcontinente indio y Europa del este, entró en las venas de occidente para traducir el sentimiento del pueblo gitano.
Nota a pie de mixtape
Este texto lo mantuve en reposo un tiempo y en el recorrido decidí musicalizarlo, luego de una sesión de búsqueda en la tienda de discos de vinil El Marchante y durante una profunda excavación en sus estantes, me llevé piezas con más de 50 años como La Niña de los Peines y Manitas de Plata, entre muchos otros. Decidí entonces en un arrebato de inspiración nocturna grabar el mixtape que comparto en esta entrega.
Con el mix terminado, me pareció inconcebible dejar por fuera el tema de Camarón, que es la médula espinal de este texto y aunque no lo tengo en vinil decidí digitalizar su versión en CD. El resultado, el duende travieso del flamenco juega otra vez conmigo y me ha desaparecido la canción que al googlear la letra descubrí que se llama “como roca de pedernal”, pero él usa el mismo verso en mi disco en una canción de otro nombre. Luego de tres horas buscando el tema, Camarón ha decidido que se queda en los rincones de mi memoria, como mi verso paratexto de la canción, igualmente comparto el mix inicial que no tiene desperdicio.
Excelente artículo. Bravo Marcel. Felicitaciones. Me llevaste a rememorar encuentros bohemios en ese lugar donde confluimos muchas de.nosotrxs
Incontables mañanas salí de La Frasca de Toledo entre la década de los 80 y los primeros años de este siglo. Una montaña de recuerdos.