Joseph L. Mankiewicz era un cineasta superlativo. Dejó la impronta de su talento no solo en clásicos descomunales –All About Eve; A Letter to Three Wives, Julius Caesar, The Barefoot Contessa, Suddenly, Last Summer–. Proyectos supuestamente menores, revisitados setenta años después, revelan una calidad fílmica incuestionable. Era una característica común de los maestros del viejo Hollywood, desde John Ford o William Wyler hasta Billy Wilder o el propio Mankiewicz: en sus películas siempre había algo aprovechable. Es increíble cómo pudieron mantener un nivel tan alto durante cuatro, cinco y hasta seis décadas.


Five Fingers es una gema escondida dentro de una filmografía de una solidez envidiable, ya sea como director, guionista, productor o las tres cosas a la vez. Mankiewicz se atiene al canon de las historias de espías para arrastrar a la audiencia a una trama enrevesada, repleta de inesperados giros argumentales, deslealtades imprevistas y lealtades que no lo son tanto, agentes dobles o triples, quién sabe, mucho estilo, savoir faire y algún que otro amor imposible, viajes exóticos desde Turquía hasta Río o escalas en los centros de poder de la Segunda Guerra Mundial, de Londres a Berlín. Estos ingredientes están aderezados con unos inigualables diálogos, que evidencian los largos años que un joven Mankiewicz pasó afilando armas narrativas junto a estrellas del libreto como Ben Hecht, George S. Kaufman o su hermano Herman. La exigencia para el espectador es máxima: si pestañea, se lo pierde. Esta gente siempre respetó al público: nunca lo tomó por imbécil.
El otro mandamiento era la eficiencia cinematográfica. Todo está al servicio de la película. Llega un momento en el que da la impresión de que no hay una cámara, un operador tras ella y un director supervisando. Tan solo unas personas –ya no personajes, surge la mágica mentira del cine suplantando a la vida– arriesgando sus vidas y unos voyeurs, nosotros, apretando los dientes y pasándolo mal porque esperamos que todo salga bien.
Nada más lejos de la realidad. No hay nada al azar. Hasta el más mínimo detalle está milimétricamente controlado. No es casual que sus colegas de profesión le otorgaran sendas nominaciones por dirección y guion adaptado, los puntos fuertes del filme. En aquella época los Oscar eran realmente el reconocimiento gremial a los mejores trabajos y no una operación de mercadotecnia.El otro pilar sobre el que se sostiene la cinta es James Mason. Su fisicidad era tan ambigua que le permitía transitar de papeles de héroe a villano incluso dentro de una misma película. Sus refinadas maneras británicas denotaban elegancia y perversidad por igual. Five Fingers es un despliegue de habilidades actorales que evidencian por qué siempre fue uno de los actores favoritos de los grandes. Hitchcock, George Cukor, Vincente Minnelli, Nicholas Ray, Stanley Kubrick o Anthony Mann le reclamaban sus servicios. Hoy semiolvidado, en su currículo figuran títulos como El prisionero de Zenda, Julius Caesar, A Star is Born, 20.000 Leagues Under the Sea, North by Northwest o Bigger Than Life. La posteridad le reservó lo que la memoria actual le niega: sus cenizas están depositadas junto a las de su íntimo amigo, Charles Chaplin.

