Todo lo que tiene que ver con The Beatles es un acontecimiento que desata pasiones, nostalgia, exageraciones y razonables rechazos, que en algunas ocasiones poco tienen que ver con la música. El impresionante trabajo de restauración y edición que le llevó más de cuatro años a Peter Jackson y su equipo de expertos, dio como resultado una verdadera joya en términos históricos y un bombazo para los fanáticos que tienen, como nunca antes, la oportunidad de viajar en el tiempo para ver de cerca el proceso creativo, los conflictos y la intimidad de cuatro veinteañeros que conformaron la que sigue siendo la banda de rock más importante e influyente de la historia.
Lo primero que hace falta para disfrutar la serie documental de Peter Jackson sobre el proceso de grabación del disco Let It Be, es tiempo. Lo que en un principio iba a ser un especial de dos horas y media, afortunadamente terminó en tres entregas que juntas suman casi 8 horas. Jackson cuenta que el encierro producto de la pandemia le dio el tiempo y la tranquilidad necesarias para ver varias veces las más de 60 horas de grabación que tenían más de cincuenta años bajo llave, y que fue durante ese encierro que se convenció de que iba a ser injusto y poco serio tratar de resumir todo lo que estaba viendo en solo dos horas y algo más.
A la ya difícil tarea de convencer a los dos Beatles vivos y a las familias de los dos Beatles fallecidos de que en realidad lo que habían vivido no era tan malo como recordaban, o sea que la grabación de Let It Be los mostraba alegres, en sintonía y productivos, más allá de algunos conflictos puntuales y del estancamiento que puede sufrir cualquier artista que tenga un plazo corto para entregar una obra y que por lo tanto valía la pena aprovecharla y mostrarla al mundo, se le sumaba la tarea de convencer a Disney de que la duración de las entregas iba a ser mucho más larga que las acordada inicialmente. Por suerte para todos, de ambas situaciones Jackson salió airoso.
En el primer capítulo vemos a una banda un poco desconcertada por la tarea de hacer un show televisivo para presentar el disco y un poco incómoda por tener encima las cámaras y micrófonos que estaban registrando el proceso. También vemos a unos muchachos que estaban un poco sin rumbo, o cuando menos afectados por la muerte de Brian Epstein dos años atrás. Epstein que fue el primer gran quinto beatle, los mimaba, los metía en el carril y los contenía, incluso en los momentos en los que la banda provocaba la histeria de medio mundo. Esa figura ya no estaba, de alguna manera se encontraban abandonados a su suerte y en la parte final de un proceso natural de desgaste, y es Paul el que toma las riendas y trata de imponer, con alguna resistencia, una dinámica de trabajo que les permitiera cumplir con los plazos acordados.
El primer capítulo es un cimbronazo al espectador, por la calidad de las imágenes, del sonido, y porque nunca habíamos visto a los Beatles de esa manera. Por momentos se mezcla el asombro con la alegría de poder verlos de esa forma. Es una máquina del tiempo que nos traslada a 1969 y que nos permite codearnos con Peter Sellers, con Alan Parsons, con el inefable George Martin, entre otros casos notables.
En el segundo capítulo somos testigos de un cambio de locación, de ambiente y de la resolución de un conflicto entre Paul y George, que termina con este último abandonando la banda por unos días. Sin embargo, el arranque definitivo del proceso de darle forma a las canciones tuvo una adición fundamental y fue la de Billy Preston, a quién conocían desde la época de los toques maratónicos en Hamburgo, mientras este tocaba en la banda de nada menos que Little Richard. Preston fue un músico prodigioso, uno de los apenas dos músicos que, no siendo parte de la formación original, fueron acreditados en discos de la banda. Fue un tecladista que trabajó y colaboró con las más grandes figuras de la historia del rock y sobre todo fue un tipo tranquilo, alegre y simpático que con su sola presencia y que con sus recurrentes risas, distendió y mejoró un ambiente de trabajo que venía cargado. Quizás la presencia del bueno de Preston hizo que los conflictos entre los 4 de Liverpool desaparecieran, por el simple hecho de la vergüenza que les hubiese producido pelearse delante de una persona ajena a la banda, no lo sabemos, pero la llegada, aparentemente casual de Preston, no fue un hecho menor.
El segundo capítulo, que por cierto es el más largo, nos permite ver cómo las canciones empezaron a pasar de ideas que se les ocurrían mientras iban camino al estudio o de pensamientos en medio del insomnio, a temas con ritmo y melodía. Los rasgueos de guitarra y las tocadas de piano con melodías incipientes, fueron tomando forma y he aquí uno de las cosas más importantes de esta serie documental. ¿Quién iba a pensar que íbamos a tener la oportunidad de ver 52 años después, el hecho artístico casi milagroso que representó el nacimiento de temas como «Get Back», «I’ve Got a Feeling», «Don’t Let Me Down», «Dig a Pony», «Two of Us»? ¿Quién hubiese imaginado que tanto tiempo después tendríamos ante nuestros ojos y en 4K el chance de ver cómo Lennon sacaba del baúl de sus recuerdos una canción como «After 909» para incluirla en el disco? Ver a George pariendo «I Me Mine» y «For You Blue», ver a Paul insistiendo en el piano con «The Long and Winding Road», la verdad es que produce una sensación tremenda, similar a la de si pudiésemos ver como Da Vinci pintó la «Monalisa» en su taller o de si hubiese un video de Miguel Ángel esculpiendo al «David» que hoy se exhibe en Florencia.
A todas estas la idea del show televisivo había pasado a la propuesta de un rocambolesco concierto en Libia que nunca tuvo ni patas ni cabeza, luego a un concierto en un parque londinense, y lo cierto es que a todas luces era un tema que incomodaba a la banda, les ponía presión en medio de un proceso de componer las canciones y molestaba sobre todo a Paul, por lo que se podía ver. Por un lado, estaban los tipos tocando y pensando en la música y, por el otro lado, estaba el director Michael Lindsay-Hogg insistiendo con el tema del concierto, que sería el colofón de todo el proyecto y que sería la oportunidad para ver a los Beatles de nuevo juntos en una tarima. De paso fue la última vez, lamentablemente.
El otro tema que es muy significativo es que mientras vemos el funcionamiento como banda a la hora de componer temas, observamos la intimidad de unos jóvenes que llevaban al estudio de grabación a las novias, a las futuras esposas y a otros integrantes de la familia. Vemos qué comían, qué bebían, cómo se vestían, en qué condiciones llegaban a trabajar en las mañanas, las bromas que se hacían, las continuas payasadas de Lennon, la tranquilidad y a veces apatía de Ringo, los comentarios llenos de admiración de Harrison por Clapton, a Yoko Ono literalmente encima de John, a Linda Eastman con un perfil mucho más bajo haciendo fotografías de vez en cuando, a su hija jugando con los instrumentos. Vemos el importantísimo trabajo de Mal Evans el road manager, de Glyn Johns el ingeniero de sonido y vemos un poco de todo lo que se mueve detrás de una producción musical.
En el tercer capítulo la expectativa por ver con semejante calidad y por todo lo alto a los Beatles tocando ante el público por última vez estaba en su punto máximo. El final estaba cantado, entre otras cosas porque los videos del concierto en la azotea los habíamos visto hasta el hartazgo, no así todos los pormenores de la policía y de la reacción de los que justo pasaban por ahí. Pero, por supuesto que valió la pena esperar todas esas horas, el resultado es emocionante y por momentos conmovedor. Con la mejor onda se treparon a la azotea del edificio ubicado en Savile Row e hicieron historia, una vez más.
El último capítulo en cierto modo cierra de buena manera la historia del disco Let It Be, el penúltimo de la banda, pero el último en haberse publicado. Dicho disco estaba concebido en la cabeza de McCartney como un disco crudo, con un sonido más americano, country, folk, no obstante, encomendado por Lennon, la mano del reconocido Phil Spector, se notó con su muralla de sonido, alterando por completo el espíritu del mismo, cosa que enfureció mucho a McCartney, precipitando la disolución del grupo y dejando la relación en malos términos. A todas estas, por parte de la crítica y el público, se trató de un gran disco, con grandes canciones, pero que no dejó contentos a sus autores. Get Back nos permite entender con precisión qué era lo que pretendía Paul, quien de alguna manera era la voz cantante en el proyecto.
Otro asunto que merece mención es la decisión de Jackson de incluir varios guiños al cine. Paul habla de El Bueno, El Malo y El Feo de Sergio Leone, hay un paneo callejero y se ve un anuncio de El Bebé de Rosemary de Román Polanski, incluso tocan el tema de Anton Karas del clásico del cine noir The Third Man y ni hablar de la fugaz visita del célebre Peter Sellers, protagonista de Dr. Strangelove de Kubrick, La Fiesta Inolvidable, La Pantera Rosa y de The Magic Christian donde comparte pantalla con el propio Ringo.
Get Back representa un suceso de mucha importancia para la música, para el cine, para el rock y para los fanáticos de los Beatles en todo el mundo. Los mismos que hicieron largas filas para comprar los discos de Anthology y que corren a escuchar cualquier contenido que publique Apple Records.
A medida que avanzaba el tercer capítulo, la sensación era de mucha nostalgia y de algo de tristeza por saber que ese viaje en la máquina del tiempo estaba por terminar. Para los que hemos vivido con la obra de los Beatles muy cerca, y para los que pensamos que nuestra vida es mejor desde el primer momento en el que los escuchamos, Get Back es una joya y un regalo, sobre todo porque más allá de la intimidad y de los conflictos que pudimos presenciar, tuvimos la oportunidad de ver felices a los que nos han hecho felices con su música desde hace más de seis décadas.
Los Beatles, su obra y su legado son un milagro de esos que le pasan a la humanidad a cada tanto y qué mejor que poder acceder a todo eso a través del portento conseguido por Peter Jackson y su equipo de expertos.