Todo en Gilda es tóxico. El triángulo amoroso que sustenta la película está construido con personalidades acomplejadas, egos fracturados, celopatías, paranoias, una atracción que viaja del sadismo al masoquismo –“El odio es una emoción excitante”–, instintos posesivos y dolor, mucho dolor.
La historia arranca con la perfecta alianza entre el dueño de un casino ilegal en Buenos Aires y un jugador buscavidas. Mucho se ha hablado sobre una supuesta relación homosexual. Queda al criterio del espectador, pero de lo que no cabe duda es que ambos hombres componen una fraternidad, la sociedad casi instintiva de los fratres, la camaradería de los hermanos, sobre la que descansan siete mil años de patriarcado y a la que solo en los últimos tiempos se le ha opuesto la todavía muy incipiente pero absolutamente necesaria sororidad.
Esta comunión masculina se ve amenazada por la llegada de Gilda. Pero a diferencia de la clásica femme fatale del cine negro –estereotipo de raíz bíblica, mitad Eva, mitad ramera de Babilonia, origen de la desgracia del varón–, aquí la mujer no es la causante de ninguna caída en barrena de los dos hombres. Los únicos culpables son ellos mismos y sus frágiles debilidades. Basta la llegada de una mujer independiente, segura de sí y con una agenda propia para que todo el castillo de naipes de una falsa virilidad se desmorone. Llega un momento en el que solo saben imponerse por la violencia física. La célebre bofetada de Glenn Ford no es más que el reconocimiento de su derrota.
Todo orbita en torno a Gilda. Coherentemente, es Rita Hayworth quien encabeza los títulos de crédito: no es lo habitual en el cine, ni antes ni, desgraciadamente, ahora y demuestra que la apuesta de la película por una resignificación del papel de las mujeres era sincera. Los dos hombres giran alrededor de ella no solo metafóricamente, sino también en las posiciones físicas en cada encuadre, ubicados cuidadosamente por King Vidor. Merece la pena detener cada secuencia para observar la precisión milimétrica de la puesta en escena.
Es sorprendente que Gilda sorteara la férrea censura de la época. No sería hasta los cincuenta que Hollywood empezará a romper las cadenas de la represión. Se adelantó diez años. Y no porque abordara temas escabrosos con sutilidad. Su sexualidad es más que manifiesta y los dobles sentidos son abiertamente explícitos. El guante del que se despoja la protagonista es la antesala de un desnudo integral: no es una elucubración, el número musical termina con la petición a dos borrachos de que le bajen las cremalleras del vestido…
Gilda pasó de película a mito casi de inmediato. El público la abrazó masivamente y no solo en Estados Unidos. Era una bocanada de aire fresco en una época de opresiva gazmoñería. Los guardianes de la moral, en un ejemplar movimiento de acción-reacción, apretaron aún más sus fauces. Pero la grieta ya se había abierto. Todavía se tardaría muchísimo tiempo, más del deseable, para que el cine fuera verdaderamente libre. Pero sin aldabonazos como el de Gilda, tan breve como intenso, jamás se habría logrado.
Más allá de contextos históricos, la película se sigue manteniendo por sus propios méritos cinematográficos, aunque alguna subtrama sea hoy relativamente incomprensible como un delirante complot en torno al monopolio de tungsteno. Más melodrama que noir, como casi siempre se la ha etiquetado, los personajes buscan desesperadamente algo tan humano como amar y ser amado y un lugar al que poder llamar hogar. En el caso de Gilda, esa búsqueda es desde la libertad y la autonomía para decidir y no desde la sumisión a unos roles prefijados. Han pasado casi ochenta años y sigue siendo de una contemporaneidad absoluta.
Hay veces, como King Vidor en la peli respaldado por un extraordinario guion, en las que surgen pelis excepcionales y Gilda es una muestra.
Estos comentarios enriquecen. Gilda seguirá siendo una película disfrutable y de estudio para los hacedores de cine. Desde la primera escena donde nos presentan a un Glend Ford que recien desciende del barco y acepta jugar a los dados sobre el pavimento mientras la cámara nos muestra su mirada especulativa para obtener ventaja.
la relacion entre los dos, más que homosexual, yo lo interprete como una relación entre mafiosos, como la que tiene el jefe de la mafia con su protegido y la lealtad de este para con aquel. ( es mi mirada sobre una pelicula tan rica en detalles)
En cuanto al tungsteno y ese complot, tal vez no es tan delirante, según mi parecer. La película se desarrolla en Buenos Aires (un Buenos Aires montado en los estudios de Hollywood ), la Argentina había permanecido neutral durante la guerra a pesar de las presiones de E.U. para que se definiera. Era el mayor proveedor de tungsteno para ambas partes, aliados y alemanes nazis. . Y tanto unos como otros, alemanes nazis, alemanes judíos, norteamericanos, y seguramente argentinos, tenían su parte en estos negocios. Negocios turbios sobre un hecho real es parte del trasfondo de la pelicula, que como en Casablanca que el soporte es político, aqui también.