De cierto tipo de vigilias viene la inculpación del nacimiento.
E. Cioran, Del inconveniente de haber nacido (1973).
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Previo fervor
El pasado sábado 12 de noviembre se presentó el libro Bajo el rezo animal (Ediciones Solar: 2022, p. 70), de la poeta Giordana García Sojo, en el marco de la 18º Feria Internacional del Libro de Venezuela. Para más señas: la cita se realizó en la Sala Mario Sanoja de la Galería de Arte Nacional – Caracas, a las 18 hs., estando dicha presentación a cargo de los editores Enrique Plata Ramírez y Luz del Mar Higuera. Destaco que he leído ya un par de veces este libro y en ambas ocasiones la voz poética de Giordana reafirma su jerarquía: dominio de un poder amoroso y terrible. Porque la autora conquista una zona de sentido donde todo es singladura radical.
[Confieso llevar rato queriendo escribir sobre semejante actitud tonal, desbrozar su hervor nocturno/ la emergencia de su habla y fuego, supurarme el cuerpo de tanta desmesura trenzada a mi temblor. Sin embargo, asomo por ahora este «obiter dictum»]
Decir por ejemplo:
Que siempre que leo a Giordana García Sojo siento que bajo hasta una latitud nuclear. Al fondo al cual aspiró y pudo llegar Alejandra Pizarnik, o Hanni Ossott, por ejemplo. Porque su voz –como la de Elizabeth Shön, incluso– traza cierta tectónica que todo lo soporta. Resistir. Aguantar la descarga de luz-nocturna. Conservar el equilibrio tras el vuelo en picada que nos sitúa en la rama más alta del insomnio; todo ello pareciera ser el axioma de su vitalísima escritura.
(…)
(p. 41)
su lengua es un país sediento
retiene cada partícula silábica
sobre el inicio de la palabra dios.
Lo cierto es que arroparme con la escritura de Giordana García Sojo es ver qué hay detrás de todas las ventanas, que es en realidad intuir qué hay detrás de cada palabra. Un asomo por donde “…ocurre el milagro/ sobreviene la luz” (p. 42). En cada verso suyo la vida aparece desplegando su mecánica subrepticia: fecunda, milagrosa en su azar y ensanchándose hasta alcanzar su desdoblamiento binario o múltiplo. Poema-anunciación y pasadizo. Teorema. Una sustancia nutricia que va recorriéndonos hasta llegar a la garganta y limpiarnos de la espuma verde, esa misma que tantas veces advirtiera A. Pizarnik.
Porque hay voces que logran para sí un previo fervor y misteriosa lealtad (v. Borges). Y es con esta predisposición que permanezco a la escucha de Giordana. Actitud atencional que atestigua su costado abierto. Ahí busco asomarme como quien nunca ha salido lejos y tiene por novedad el mundo en su entera contingencia. Poseo frente a su poderosa anatomía textual una voluntad de autopsia. No querré volver a dormir mientras escuche su voz o la tensión de sus hilos produzca este (in)decible temblor.
De ahí en más, leer a Giordana García Sojo es sentir como la vida se escancia tras la sed de todos los mediodías. Supone re-significar, no sé por qué, también algunos de mis crímenes. O sí lo sé, pero no viene al caso ni tampoco importa. Lo que en definitiva busco decir, tal vez, es que ante su voz, ante esa soberanía que bajo el rezo animal todo lo gobierna, entonces, yo admirado guardo silencio. Pues, ¿cómo decirlo? Soy ante su habla una «res mancipi», o sea, aquello susceptible de ser amparado por la jerarquía de su fuego.
Y así, bajo esta mecánica experiencial, asumo su voz poética y me dejo absorber por su limpia gravedad. Porque cuando leo a Giordana García Sojo, algo pellizca mi quietud, algo pasa y me deja velando.
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Los desvíos del habla
Bajo el rezo animal es un libro experiencial o, dicho en clave heideggeriana, «existenciario». En sus páginas se desgrana la voz de quien se sabe atravesada por lo uno y múltiple. La vida ensanchando sus dominios con lengua materna, es decir, un acento hecho carne a través de “la forma de otro goce” (p. 9), uno que estalla como grito tras haber hallado la gruta venidera. “Amor, asolador amor…” (ídem) nos dice la poeta Giordana García Sojo. Pues, todos los reinos en su poemática se triangulan.
Un libro confeccionado en cuatro zonas de sentido. Cuatro trazos trenzados con las formas del trueno y cuyo múltiplo común denominador es la vida aguantando la herida: anestesiar el cuerpo, hender la carne, celebrar la cisura. De eso se trata. De una sutura tan radical que el canto poético en torno a ella se vuelve ontología orgánica: “…ráfaga de dios a la hora del abismo” (p. 63).
Enjambre. Todos en ese instante cósmico del goce somos enjambre. Puñado de peces deflagrados para anidar en la oceánica región del vientre. Y hay canto, calambres, rosetones de mamar. Hay vértigo. En la boca del estómago se sustancia el mayor dilema de la sangre: nacer o no nacer. Toda madre atraviesa de un brinco la ausencia de fe y acepta –en su irregular geometría– la vida. Se reafirma aquello dicho por Pau Donés: “Vivir es urgente”. Los espejos y la cópula cesan de ser abominables.
García Sojo se sabe tenedora del hueso de la verdad. Y tras el temblor exacto, la feliz combustión de los cuerpos, la devastación y el goce, deviene entonces una carga que debe sostener el órgano, o alguna sustancia o conexión; esto nos dice la poeta: “Como anticipar la catástrofe, como desear la muerte de un hijo, como extender los ojos… y encontrar… la silueta del espanto…” (p. 25).
Creo, en este sentido, reconocer aquí un dispositivo encorsetado por la tradición judeo-cristiana, el de la culpa. Pues, no hay goce sin castigo. En esta lógica cultural la paga del pecado es muerte. El extravío del espíritu al adentrarse en el hedonista goce del orgasmo debe sufrirlo ulteriormente la carne. Sin embargo, la palabra consigue liberar a la poeta y entonces basta reír para elevar de nuevo el cuerno, exacerbar la felicidad, ser testigo fiel del aullido final. Un Aleph de los cuerpos al que sólo se accede agotando todos los decúbitos posibles. O mejor dicho, posición de horror múltifractal que es rompimiento de fuente y es contorsión. “Vitalidad de escribir sobre el propio asco, lo mudable…” (p. 27).
El ojo la bestia abrió una hendija
(p. 59)
¿No la ves? ¿No quieres verla?
Parto y muerte en los versos de Giordana se estrujan, repelen y mixturan. Alcanzan bajo este mecanismo de hierro anclado “al nervio de la infancia”, aquella unicidad ontológica que se le atribuyera, por ejemplo, a Clarice Lispector. Cuerpo y ciudad, asimismo, se escinden pero se igualan en la dialéctica del canto poético. Algo ocurre adentro que el afuera reproduce con monstruosa identidad: blanca costra de sal, caballo en la retina, una gran piedra de habla que dice por fin nuestras palabras. Son algunas de las metáforas que concita Giordana García Sojo a la hora de emparentar los fenómenos del cuerpo con las revoluciones y contrarrevoluciones de un país, cuyo rostro Caribe ha sido marcado a fuego en el horizonte de sus fronteras.
Este libro, poderosísimo en su energía escritural, en su riesgo, en su tectónica de sentidos, es una pieza almática que se sabe residente de un tiempo «existenciario» hecho órganos, musculatura, manojo de nervios, piel, cabellos y hendidura de carnes blandas. Goce y polución amatoria. De modo que su pulsión textual nos recuerda, quizás, las apuestas verbales de Caneo Arguinzones en su libro Zoo: anatomía del insecto (2012), o a la Clarice Lispector de La pasión según G. H. (1964) o, por qué no, la de Cortázar y su Axolotl. Puesto que Giordana recupera para sí el desafío de lo inagotable-kafkiano.
La rueda así, Bajo el rezo animal, continúa girando en su entero tenor de posibilidad y destino. El vástago de la sed florece. Cuerpo-Ciudad-&-País se redescubren como partes de una misma anatomía mamífera que amamanta de las ubres infinitas de Eros y Tanatos. El mito nuevamente se repite de forma lateral, pero más como una pulsión textual nocturna que como estrepitoso artificio.
Giordana, en este sentido, dice de sí y de su compañero de viaje, ser ambos “testigos mordidos por la devastación y el goce” (p. 25). Y tras esta capitulación momentánea de los cuerpos, la poeta ve el «”misterio manado para rubricar dos partos// y una muerte en juego” (p. 21). Bajo el rezo animal, como se advierte, es un paroxismo de la carne hasta el hueso, ovillo nocturno, tótem sanguíneo que ensancha la vida con más vida. Un pedazo inescuchado del canto amatorio-existenciario que continúa haciéndonos humanos, demasiado humanos. Es una celebración de la muerte que escancia todos los alcoholes de la vida, y viceversa.
La ciudad, en cualquier caso, al igual que el cuerpo, el país, la República –que es ante todo un habla, una lengua, una memoria– jamás caerán mientras permanezcan bajo el rezo animal/ su palabreus y soñadero que unifican materia-pulsión-&-bilis negra. Porque después de todo este periplo experiencial, donde parto y muerte se reconcilian a favor de la vida, lo que resta entonces es la vigilia. Como un legajo de sacrificio anclado a los tobillos, resta la vigilia. La noche entonces no acaba nunca: Dentellea, dice la poeta, para hacerse circular. Es una inquietante y eterna fiesta animalaria, pues la madre-vigía (por insomnio o desvelo) se transforma en volátil bestiario. Nadie puede conservar su forma humana si no se duerme ni sueña. Ahí es cuando el rezo nuestro de todos los días se vuelve poderoso chillido. Y, conforme lo testifica Giordana: “…con la espina en mi pelvis/ concentro el último arrebato de idea/ antes del derrumbe” (p. 57).
Una sola cosa más: en cada verso suyo hay riesgo. Pero no uno cualquiera, sino aquel riesgo exigido por Rilke como auto-puesta en peligro y aceptación de una palabra que no pretende impunidad. Todo lo contrario, interviene con cierta mecánica bifronte que talla y tritura, que santigua y sentencia/ que cobra venganza y también penas conmuta; congregando Bajo el rezo animal el hoy casi olvidado arte de arder. Ocurre ahí la devastación y el goce. La tensión del verbo hecho carne. El exacto paroxismo del nervio multiplicándose como ojivas del vientre.
Por eso, sea su voz una que desoculta, hostiga y destruye el gran artificio. Astilla de otro posible paraíso llega a ser. Yo pego todavía más mi oído verso a verso. No duermo. Tan sólo espero… espero… espero… busco aprender a nombrarlo todo otra vez. Por verdadera vez. ¿Cómo decirlo?, no importa. Porque Giordana García Sojo es quien ahora habla y yo prefiero guardar silencio.
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Cuerpo de escritura
Nadie como Paul B. Preciado en la actualidad pone en crisis los conceptos binarios del discurso dominante: cuerpo, sexo y género con especial énfasis son narrativas desahuciadas por la arbitrariedad o potencia ortodoxa del binarismo simplificador. Dicho con palabras de Hanni Ossott: «La experiencia sobrepasa el método, la ley, el dogma». Porque el ser no es uno escindido en alma y carne sino lo múltiple: fragmentos, astillas, hilachas anudándose entre encaje y ovillo. Un habla que tiene como origen la herida esencial que más que tecnologías del lenguaje, exige vivencia. Transpiración/ el éxtasis del cuerpo al ser tocado por las cartografías de la candela.
(…)
(p. 37)
estalladas las malditas en cientos de pedazos
sobre tu cielo de argamasa
minúsculo panóptico de ti mismo.
Así propuesto, no se suscita la pregunta por el ser sin que a su vez esta desemboque en la pregunta por el cuerpo en disputa. Surge así una doble tensión entre metafísica y bio-política. Las narrativas de control, vigilancia y disciplinamiento anunciadas por Foucault, hoy se desplazan desde el territorio comunitario hacia la geografía individual de los cuerpos, y viceversa. Es decir, el saber y poder conviven en una deriva histórica de dominación no como una cuerda suspendida en el aire, sino como una región de coerción, combate y ruinas, muchísimas ruinas. De allí la brutal deconstrucción que urge concitar en torno a las grandes metáforas que occidente ha orquestado: alma, pecado, culpa, resurrección, eternidad. Y restituir la escritura hacia un verbo hecho: carne, ascético, libre de objeción, temporal, finito. Siendo, en este sentido, lo animal el viraje que deviene –sobre todo– como riesgo de excedencia (cfr. Rilke). Lo poético como desborde, desmesura, aquello único probable de atajar por el habla en lo imposible del habla misma.
Por eso, resulta un soberbio hallazgo que este poemario inaugural de Giordana García Sojo se encuentre emparentado con lo «indominado». La poeta venezolana recupera para su proyecto poético-estético-político –especulo– los discursos comunicantes entre Nietzsche y Foucault, abrevando, a su vez, en el psicoanálisis (aunque sea para contrariarlo) y las vanguardias feministas (vgr. Tatuaje, p. 60), entendiéndose por tales apuestas un grueso estornudo en la cara de la domesticación civilizatoria. O, tal como Luís Rosales lo leyera en alguna calle de Barcelona: «La lucha de un puñado de pájaros contra la Gran Costumbre».
Hay en el tejido textual de Bajo el rezo animal un cuerpo ofrendándose a la escritura. No digo que este libro sea una escritura sobre el cuerpo, sino al revés: la poeta Giordana es aquí un cuerpo de escritura en su entero tenor de paroxismo, epifanía y/o éxtasis. Pero tampoco cualquier cuerpo: –antes bien– uno que se animaliza multiplicándose en hermosa genealogía: “Como la espina dorsal de una mamífera arqueada/ barrunto de goce, pelo y carne blanda/ bajo el párpado de la noche clínica” (p. 37). Como se observa, hay ritmo y hay un canto, y también cierta violencia que ordena la arquitectura poemática. Pues de lo que se trata es de asumir que el cuerpo antes que funcionalidad orgánica es carne, deseo, pulsión abierta hacia una vida en auténtica vigilia.
Por eso, todo cuanto rompe con la domesticación, servidumbre y utilitarismo de los cuerpos, intenta ser en la poética de Giordana un origen despojado de función o, dicho más apropiadamente, la carne como maquinaria experiencial y, por qué no, sarcofagia-textual (Derrida), siendo esto el fundamento de su ansia de ideal (cfr. Tarkovsky). A partir de este procedimiento los códigos civilizatorios cristiano-patriarcales se aniquilan. Otro debe ser el mandato: “Desobedecerás” –escribe la poeta– mientras “…el haz galopa el toro de elevados cuernos” (p. 21) aunque la letra sea ya una senda «pulsión abierta» y «panal nocturno» (v. Terán, Ana Enriqueta).
Insisto: el cuerpo hecho escritura que aquí narra y describe Giordana García Sojo tiene un múltiple movimiento: por un lado, el de la sensualidad que –una vez más parafraseando a Nietzsche– es la vivencia oculta de todo riesgo poético; cuerpo amatorio, extasiado, anhelante de abismarse en la quijada del hombre que a su lado duerme. Y por otro, cuerpo fecundado, fractura expuesta, arqueo de médula espinal, saturación insomne. Y también: anidación animalaria que, en su constante metamorfosis, reconcilia para sí lo dionisiaco, la contingencia de la carne, un ser para la muerte. Porque, “El éxtasis es una forma de muerte, el fragmento temporal de no-ser que el soy se exige para seguir siendo, para hacer soportable la continuidad del seguir siendo [goce/ descendencia, devastación]” (Ossott). En Giordana su sangre y nervios, su musculatura y piel, sus crines y huesos, son el poema. Y el texto poético es, asimismo, flagror-acontecimiento-quemadura. Evidencia de una vida auténtica volcada hacia la unidad viviente.
La escritura ahueca la carne tambaleante
(p. 42)
la aflige con laceraciones mientras silba
se hunde en el fondo helado del océano
no detiene su máquina incisiva hasta desgarrar la membrana del núcleo.
Giordana García Sojo, así y todo, habilita en su escritura cuatro regiones de sentido: Sutura, Raquídea, Cisura y Vigilia. Cauteriza ahí un habla previa y ajena al alfabeto que, urdida por la aplastante noche, convoca la memoria del cuerpo. Zonas escriturales que disuelven signos, cualquier metodología, códigos, articulaciones y conceptos, pues todo en este poemario es aguantado por virtud de lo existenciario. “Lo difícil estriba en realizar la existencia” –dice Heidegger. Y Bajo el rezo animal es una poesía arqueada hacia ese límite:
Hay una hora estanca que arquea mi cuello. Afinco la quijada en ángulo agudo hacia el centro de la clavícula. Bajo esa posición de horror medito una escena final: Blanco y negro, exterior de madrugada.
(p. 59)
Buenos Aires, enero de 2022