Las screwball comedies eran caballos desbocados que dejaban exhausto al público con su avalancha de diálogos, preñados de réplicas y contrarréplicas disparadas a toda velocidad. Exhausto pero satisfecho, este subgénero nunca bajaba el nivel en lo que a inteligencia se refiere. En aquellos tiempos, los cineastas respetaban escrupulosamente a la audiencia.
Howard Hawks quiso batir todos los récords de velocidad con His Girl Friday. Aceleró la obra teatral de Ben Hecht hasta un punto imposible, aunque para ello tuviera incluso que trucar el sonido en postproducción. Fue tal su obsesión que proyectó la cinta conjuntamente con la versión primigenia de 1931 para demostrar que su película era más rápida.


Pero de poco sirve la velocidad sin control. En el cine, la palabra clave no es “rapidez” sino “ritmo” y Hawks sabía cómo imprimir a cada historia las cadencias adecuadas. His Girl Friday demuestra por qué pudo saltar de género en género y dejar obras maestras en todos ellos. Menospreciado durante décadas como simple artesano, tuvieron que llegar al rescate les enfants terribles de la Nouvelle Vague. Godard y Truffaut lo consideraban uno de los grandes. En comedia, su nombre está a la altura de los de Ernst Lubitsch o Billy Wilder.


Todo funciona como un mecanismo de relojería en esta farsa sobre un director de un periódico que quiere impedir que su exmujer, quien fue periodista bajo sus órdenes, contraiga un nuevo matrimonio. Para ello, la convence de que cubra una última noticia, un reportaje acerca de un condenado a muerte sobre cuya culpabilidad hay serias dudas.
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Como ocurre en las mejores comedias, el argumento es una excusa para poder hablar de temas polémicos con una libertad imposible en un abordaje más directo. Hawks fulmina sin compasión el maridaje entre una clase política corrupta y una prensa interesada y manipuladora. Los sentimientos se quedaron en algún lugar del camino. Los políticos firman sentencias de muerte en época electoral porque los ahorcamientos dan votos. Los periodistas piden que la ejecución se adelante un par de horas para llegar a la primera edición. Todos hablan de dejar la profesión “para convertirnos en seres humanos” pero afilan colmillos en cuanto huelen una exclusiva. Hasta un acto tan desesperado como el suicidio es recibido desde la ironía…
El éxito de una screwball dependía en buena parte de la química de su pareja protagonista. La dupla formada por Cary Grant y Rosalind Russell puso el listón muy alto. Cary Grant ya era sinónimo de estilo y distinción, pero aquí añade a su personaje unas dosis inéditas de cinismo y miseria moral. Es un chantajista y un egocéntrico que no convendría a ninguna mujer y, a pesar de eso, termina arrastrando al público a su lado. Rosalind Russell le da la réplica desde la más absoluta igualdad en actitud e inteligencia, encarnando a una mujer empoderada, fuerte e independiente, una de las señas de identidad de este tipo de películas. Y es que Hollywood siempre fue muy bipolar. Con una mano cimentaba estereotipos de dominación masculina y con la otra los destruía.


Howard Hawks fue uno de los alumnos más aventajados en esta esquizofrenia. Junto a alegatos cuasi feministas como His Girl Friday, firmó descaradas odas a la testosterona más rancia como Río Bravo. Aunque en ocasiones, no se sabe si de forma intencional, se despachara con alegatos abiertamente homosexuales, como en Río Rojo… En cualquier caso, las tres películas, como el resto de su filmografía, son altamente recomendables.



