¿Pueden imaginar que una película venezolana convoque más gente al cine que la nueva de Avengers? En 1984 se estrenaron Karate Kid e Indiana Jones y el templo de la perdición, la gente asistió masivamente a las salas de cine pero, para sorpresa de muchos, las entradas se agotaban para ver el tercer largometraje de César Bolívar, Homicidio culposo, que rápidamente se convirtió en la película venezolana más taquillera de la historia, con 1.335.252 espectadores en noventa días, superando cómodamente a las dos de Hollywood. Treinta años más tarde, Papita, maní, tostón destronó el filme de Bolívar al casi llegar a los dos millones de espectadores. Sin embargo, es momento de decir que, en términos porcentuales con relación a la población, Homicidio culposo sigue siendo la película venezolana más taquillera de la historia.
¿Cómo pudo lograr eso aquel thriller policial? Es una de las cosas que intentaremos responder analizando parte por parte la película.
La historia: un hecho real que ocupó la atención del medio artístico
El 2 de septiembre de 1981 ocurrió un accidente sobre el escenario de la Sala Rajatabla. Una baqueta, supuestamente dejada dentro de la réplica de un fusil del siglo XIX, atravesó el costado del actor Marco Antonio Ettedgui. El arma había sido disparada por la actriz Julie Restifo, ejecutando las indicaciones de su papel como Amparo en Eclipse en la casa grande, dirigida y escrita por Javier Vidal. La obra se había presentado durante dieciocho ocasiones, así que nadie esperaba que, ante el impacto del largo y filoso objeto, Ettedgui cambiara su parlamento por “me muero, me muero”. Al día siguiente, Restifo fue detenida por la Policía Técnico Judicial, estaba acusada por daños personales y le tocó dar declaraciones, además de volver al teatro para reconstruir los hechos. Ettedgui y Restifo eran tesistas de Comunicación Social en la UCAB, ambos tutoreados por el propio Vidal. Durante los días siguientes se entrevistó al resto del elenco y al personal técnico, incluyendo al responsable de la utilería. El 12 de septiembre de 1981, Ettedgui falleció. Cinco días antes la PTJ había cerrado la investigación, determinando que fue un acto no intencional. En aquel momento se dijo que la baqueta no estaba dentro del fusil, sino que se encontraba debajo del arma pegada con unos aros, y que había salido por error cuando se hizo el disparo. Al tiempo, Restifo volvió a la actuación y buena parte del equipo de la obra donde ocurrió el accidente participó en la película de César Bolívar. La historia de este crimen ya tenía en sí misma potencial para trasladarse a la ficción. Así que los guionistas pescaron de la realidad una trama sustanciosa que ajustaron lo necesario hasta convertirla en una ficción apenas basada en aquellos hechos, como veremos a continuación.
El guion: ¿claves para un cine negro venezolano?
José Ignacio Cabrujas y César Bolívar conocen la historia del asesinato no intencional de Ettedgui y deciden escribir el guion para una película. Con el tiempo, Bolívar se ha convertido en una referencia del cine policiaco nacional, pero su primera película de este género es esta que nos ocupa, inaugurando un cine negro criollo que aun no termina de consolidarse plenamente. Una de las características primordiales de la trama es el contexto genérico de la clase media como espacio social donde se desarrollan los acontecimientos. A diferencia de buena parte de lo que se hizo en los setenta, con el boom del Nuevo Cine Venezolano, en Homicidio culposo no aparece ni una sola vez un barrio, además hay pocos exteriores y planos que nos permitan identificar claramente a la ciudad. Hasta el detective Gabriel Martínez vive en un apartamento cuya entrada es relativamente lujosa. Así vamos de departamentos de dos pisos a bares de artistas, clubes nocturnos de la movida gay, comisarías genéricas y una cárcel, bastante acomodada si miramos los detalles. Lo que podemos identificar de Caracas es la UCV, donde se conocen dos de los personajes, y las escenas en el puesto de perro calientes en Plaza Venezuela. Este marco se plantea desde el primer plano, dentro del apartamento que comparten Alicia y Nancy. Esta historia pudo haber transcurrido fácilmente en Buenos Aires, Bogotá, Ciudad de México, o incluso por qué no, Nueva York o París. No es un detalle secundario si pensamos que el éxito de taquilla pudo tener que ver con ese carácter genérico, que le permitió lograr una mayor identificación entre la gente. Además, muchos analistas dicen que el poco éxito del cine venezolano radica en que se empeña en presentar en pantalla el drama social que ya vive la gente día a día, siendo poco atractivo como vía de escape y entretenimiento. Si usted va a la sala de cine y tiene que elegir entre Karate Kid y un drama social quizás no duda mucho en comprar entradas para la primera; quizá ahí atinaron Bolívar y Cabrujas.
Para esta adaptación se creó el personaje del detective de narcóticos Gabriel Martínez, sin el cual no sería cine negro. Este desplazamiento del foco en la muerte del joven actor y el drama que genera para la actriz que acciona el arma, les permite construir una trama paralela en la que Martínez, a la vez que fracasa en su lucha contra las drogas, se obsesiona con el caso de Alicia. El relato se presenta así en dos niveles: por un lado el homicidio culposo de Juan Carlos cometido por Alicia y las consecuencias que eso tiene para ella, siendo juzgada y condenada a prisión; y por otro la investigación que lleva a cabo Martínez, seguro de que alguien dejó la baqueta en el arma intencionalmente y Alicia es inocente.
En el primer acto nos presentan a los personajes. El noviazgo de Alicia y Juan Carlos, con su nivel de conflicto interior, y todos los personajes que giran en torno a ellos: el director de la obra, la amiga de Alicia, el equipo técnico. Además, vemos a Gabriel investigando a unos narcotraficantes junto a Luis, su compañero. Una de las escenas marca el tono de la situación tragicómica de Gabriel en toda la película, quien disfrazado de travesti se mete en una discoteca gay buscando al narcotraficante y todo termina en trompadas y la ida al hospital de ambos policías. En ese punto ya hemos visto la presentación de la obra Juana Americana y el accidente cuando Alicia dispara un mosquete y Juan Carlos cae herido. El acto cierra cuando Gabriel se encuentra con la llegada del herido en el hospital y conoce tanto a Alicia como a Nancy.
Luego de la condena de Alicia por homicidio culposo, la reclusión en prisión supone para ella un gran drama, ahí es abusada por una compañera y entra en una profunda depresión. Mientras, Gabriel continúa investigando a los narcotraficantes, lo deja su esposa luego de que él descubriera que le es infiel con un vendedor de carros, se involucra sentimentalmente con Nancy y renuncia a la policía luego de que ametrallan a uno de sus contactos.
En el segundo acto se desarrolla a fondo la personalidad de Gabriel, a quien seguimos en su transformación. La caracterización lleva más allá el hardboiled típico de cierto noir, Gabriel es un hombre violento, que apenas pudo terminar el cuarto año de bachillerato, agrede a su esposa, intenta toscamente enamorar a Nancy, con quien empieza a verse luego de que ella le insiste con que ayude a Alicia, y obtiene las confesiones colgando a la gente de las ventanas. El caso del asesinato de Juan Carlos está cerrado, sin embargo Gabriel está seguro de que alguien colocó intencionalmente la baqueta en el arma y la dejó ahí para que la disparara Alicia.
Después de sufrir el abuso sexual en prisión, Alicia supera la depresión incorporándose al grupo teatral de la cárcel y organizando la presentación de la misma obra que la llevó hasta allí: Juana Americana. Gabriel, que ya renunció a la policía, investiga a los miembros del equipo técnico de la obra, visita un bar cultural, interroga al maquillador y consigue apoyo de Luis, su excompañero, para encontrar más pistas, seguro de que alguno de ellos sabe algo más. En un ataque de ira busca al amante de su exesposa, le dice que todavía es policía y le hace nada el carro, lo que traerá consecuencias graves más adelante. Finalmente, logra sacar la confesión que estaba buscando y va con Nancy a la obra para contarle a Alicia lo que realmente ocurrió, pero no logra hacerlo y un final con aires shakesperianos termina la película.
La historia que construyen Cabrujas y Bolívar funciona bien, juega en algunos momentos con elementos de humor y se dirige continuamente de ahí a la tragedia; la de los fracasos de Gabriel y la situación de Alicia. La decisión de concentrarse en el personaje de Gabriel marca el género policial de la película, porque si se hubiera concentrado solo en Alicia habría sido un drama simplemente. La creación del personaje es un éxito para la película y remarca el hecho de que sea un guion original para cine, pensado desde el comienzo para convertirse en una película. Esto último es importante, porque supone ciertas cualidades propias del relato y la importancia del guion original en un filme triunfante. Queda abierto el debate sobre si la temática, al margen de la cuestión socioeconómica nacional, es clave para el éxito o no de taquilla. Aunque no es poca cosa que esta película saliera al ruedo un año después del Viernes Negro y no recoja ese contexto.
La dirección: decirle sí al lenguaje cinematográfico
En su momento, el filósofo Juan Nuño acusó a El Padrino de ser “anticine”, porque, según él, apegado a la linealidad de la novela de Puzo Ford, Coppola narró sin emplear ningún recurso propiamente cinematográfico, excepto al final. Lo cierto es que ese problema lo reconoce el propio Coppola, señalando a Puzo como el responsable de no haber permitido que se introdujeran algunos elementos a la hora de contar la historia, temiendo que pudieran alejar demasiado la película del filme. El problema es que una película no es una novela y el lenguaje cinematográfico tiene un valor determinante a la hora de adaptar una cosa a la otra. El Padrino I ha sido reconocida como una de las mejores películas de la historia, aunque es notable la diferencia con su segunda parte, donde Coppola tuvo la libertad creativa que lo llevó a hacer las cosas muy diferentes en términos del relato. Esta idea nos da pie para hablar de los recursos que utiliza César Bolívar en Homicidio culposo y que, bien empleados, la conducen por un camino satisfactorio en términos de realización.
A lo largo del metraje se emplea el flashback unas tres veces, en dos de ellas para contar el pasado de Juan Carlos y su relación con algunos personajes, y una para volver a la escena inicial, cuando Nancy se acerca al arma tras el escenario. Además, en el último acto, el tormento de Alicia y la culpa que la persigue se ven reflejados en una pesadilla, poco antes de la presentación de la obra final. A su vez, se usa reiteradamente el plano contrapicado a la hora de presentar a Gabriel y a Nancy, hasta que al final ella queda sola de pie en la escalera y se pasa al plano picado, en una escena que fácilmente podría ser memorable, gracias a la pregunta de Nancy “Gabriel, ¿te espero?”, y la entrada del leitmotiv musical compuesto por Francisco Molo.
Las actuaciones: donde las cosas siempre pueden salir mejor
La película de Bolívar sirvió como una especie de catarsis para liberar a los actores del peso de la muerte de Marco Antonio Ettedgui. Julie Restifo encarnó a Nancy, Javier Vidal hizo el papel de Juan Carlos Johnson, Elba Escobar interpretó a Alicia, Yanis Chimaras al director de teatro y, finalmente, Jean Carlos Simancas fue Gabriel Martínez. Las actuaciones de Simancas y Elba Escobar sobresalen y sostienen el valor actoral de toda la película, que en algunas de las otras interpretaciones decae por momentos, una de las patas cojas del cine nacional.
La música: la importancia de la banda sonora
Francisco Molo escribe una música que, sin duda, contribuye a profundizar el carácter melancólico del personaje interpretado por Simancas. El tema principal que acompaña a Gabriel en su propio drama presenta la cualidad de cumplir perfectamente su objetivo: es un leitmotiv para cine, hecho especialmente para reforzar la personalidad de un personaje. Entre las múltiples debilidades del cine nacional se encuentra la poca importancia que se le da a elementos como este: la música. Tal vez por eso hay pocas o ninguna banda sonora memorable, aunque esta en particular merezca una mención especial y pueda ser estudiada como un ejemplo de su uso eficiente como un elemento más en la narración, que a fin de cuentas suele ser su función.
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En sus “Prolegómenos para una teoría de la educación estética”, Adolfo Sánchez Vásquez sostiene que la dimensión estética del arte permite que cualquier otro objetivo en una obra se alcance satisfactoriamente. Homicidio culposo fue un éxito en taquilla porque fue una película hecha para ser una película y no otra cosa, como suele ocurrir tantas veces con intentos fallidos de películas que quieren ser una novela en imágenes, una arenga política o simplemente una meta personal. Desde que Cabrujas y Bolívar idearon adaptar el homicidio de Marco Antonio Ettedgui, hasta que, una vez terminada, Molo compuso la música, todo estaba pensado en función de la película como producto final. Con frecuencia el fracaso de cierto cine se asocia con el “poco criterio” del “gran público”, pero poco se gana si las cosas se resuelven por esa vía, sobre todo si la taquilla es una angustia. Tal vez hay que ser más respetuoso con el gusto de la gente. Finalmente, aunque hayan querido aplanar cualquier contexto que pudiera cerrar mucho la película, Homicidio culposo no escapa, como todo policiaco, de la dimensión sociopolítica. Así sea solo como una evidencia del propio agotamiento político en el inicio de los ochenta. Si nos preocupa que la gente no vea películas que hacemos, vale la pena empezar por preguntarnos por qué algunas sí las vieron, incluso masivamente.
Excelente este tipo de análisis. Son muy extraños en el país y sobre todo con películas nacionales.