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Humo y perdigones

  • Quim Ramos Quim Ramos

  • 17 febrero, 2021

    .

    Pasa tu lengua
    monstruosidad de alas sueltas
    lame con saliva ebria
    los despropósitos
    la firme estancia en la penumbra de los baños
    no tiene otro objetivo
    dejarte pasar lascivia humedad
    aun cuando la piel se hunda
    como un pájaro que lee en sus plumas
    el canto de una puerta
    ríe como si supiera
    la hora de su muerte
    afuera el viento
    como el niño que nunca llegó
    restreguemos los poros
    cerrados como gritos
    el polen da alegría
    el susurro de la hierba
    se cuela en los párpados
    el chirrido de la esperanza
    deja cantos y frío
    vengo de lejos
    y la noche hace daño
    cuentas regresivas
    duermo con la rosa que me odia
    la luna aparece para volarme
    como avioncito de papel
    las nubes son quimeras
    rostro del desconsuelo
    reptil seseante
    amanece en mi corazón
    hielo en mis huesos
    susurra el drama del tiempo
    oscuro objeto del deseo
    clamor por la tierra
    y sus gusanos hambrientos
    y su tierno cobijo
    y su oscura demencia
    he de bajar
    será así
    nos espera
    nos dará la bienvenida
    en su gruta de olvido
    he de irme
    este poema es una máscara
    contra la muerte
    la mañana se instala
    y me rompe.

    .

    .


    .

    Qué sinvergüenza
    tan dado a nada
    muerto en el doblez de la cama
    leyendo a Pizarnik
    toda tierra toda
    jardín en claro de luna
    brillando
    con la modestia de una libélula
    me canso
    quisiera abrir un boquete en el hormigón
    colgarme de la hierba
    que alucina en el parque
    terminar con el frío
    que cala el esternón
    quisiera volar
    saltar en llamas
    como un Rimbaud viejo
    golpear tormentas
    dejarme llevar por esta ebriedad de sueño
    podría marcharme en el metro
    de las cinco de la mañana
    con durmientes que se rompen
    ojos curiosos por todas partes
    ojos traviesos que rebotan
    se inmiscuyen
    escuchan rancias confidencias
    lo he presentido
    lo he mostrado
    con ojos que no salen de mí
    ni se integran
    en los faros que apuñalan
    como hiel en el cuerpo.

    .

    .


    .

    Árbol de cuerdas
    telaraña de juegos
    sobre la arena
    tierra de sol
    más allá el Mediterráneo
    con sus muertos
    encabritado y hermoso
    el sol mete los pies al agua
    los huesos le estallan
    es feliz solo
    desdichado en primavera
    ojos de ganso
    triste sonrisa
    una casa lo jala
    su fuerza es nostalgia
    mira la vejez de las cosas
    es un espejo
    cabizbajo en su euforia
    no ve las tetas florecer en la arena
    pero tiene una erección
    tan sola como él.

    .

    .


    .

    En mi rincón
    me río un poco de todo
    hace frío y calor en el hipotálamo
    hay soledad
    en la cuenca de ojos
    brillosos brumosos rumorosos
    la carretera parece un latigazo
    hay nubes pertigando el azul castellano
    me dijeron que seseo cuando embrutezco
    los colmillos se afilan
    la lejanía hinca estos hombros de viejo
    el sol desteta un glaciar blanquísimo
    mis huesos ríen de dolor
    crujen
    la bruma me enaltece
    la lluvia me agranda la carótida
    país de secos ramalazos y polvos
    toca beber
    rezar por los tullidos
    que se arrastran.

    .

    .


    .

    Mi odio es un retazo ardiente en el estómago
    me ensancho como una espina en la garganta
    grita el desgarro de un pulmón
    rosas y colillas me sonríen
    los moros conquistan las calles
    suspiro como un andamio
    me acuesto con la esperanza de lo oscuro
    diamante negro
    entre los ojos
    la noche es un estallido
    los lirios se marchitan
    los niños no lloran
    estoy preso
    olvidé sonreír a la noche.

    .

    .


    .

    La casa se ha ido
    no vuelve
    no escucha mi sollozo nostálgico
    se ha ido
    el ventanal de golondrinas se deslíe
    abandonamos sus silencios
    sus esquinas
    su piel roja y blanca no cobija
    la abandonamos
    ¿qué avaricia nos llevó a esto?
    ¿qué desesperación?
    ¿cuál terror nos estrangula?
    ¿cómo nos disolvimos?
    no se podía cruzar la calle
    no éramos capaces de hablar
    fuimos perros de pelea
    marcamos territorios intransferibles
    cotos cerrados que olían a muerte
    a ignorancia
    los días se llenaron de retórica
    de arengas
    de multitudes vociferantes
    las noches fueron humo y perdigones
    silencio y soledad
    los días pasaban
    nos reconocimos en el rechazo
    y la abandonamos
    nuestra casa nuestro hogar nuestro refugio
    la dejamos atrás
    fracasamos como humanos
    perdimos nuestra verdad
    el lugar santo que nos hizo.

    .

    .


    .

    Es tarde
    el peso de mis días me retiene
    alguna vez fui joven y alucinado
    tal vez en otra vida
    me impuse la locura
    bebí los impulsos fulminantes
    fui capaz de cualquier cosa
    ya no
    es tarde
    voy detrás de quien fui
    despacio
    no lo alcanzaré
    envejezco digno
    los pájaros no se acercan
    la soledad se enraíza en mis costillas
    se empecina en su labor
    la dejo
    mi amiga
    la última
    morirá conmigo.

    .

    .


    .

    Hemos sido el enjambre que avisa
    aullidos en el baile de las ventanas
    caídos en la sangre
    los mismos de siempre
    poseídos por el relámpago
    que ciega y calcina corazones
    no cambiamos la música
    las mismas letanías las mismas tristezas
    el ombligo del mundo enmudece
    vergüenza es nuestra soberbia regada por el mundo
    humillados
    rompiendo lazos
    queridos y menospreciados
    mal enterrados en la tierra que nos parió
    hemos sido tantas cosas
    ninguna terminamos
    germinamos en el estiércol
    nos podrimos al sol
    subimos la cuesta mesiánica
    un desierto de llagas
    ahora vemos desde lejos
    vemos desde el frío
    rotos esparcidos encharcados
    vemos las cenizas que dejamos
    y los escombros que seremos.

    .

    .


    .

    No vi la muerte en los ojos de mi padre al despedirme
    era un toro
    la infección lo había matado
    pero él no caía
    esa tarde vi una iguana sobre el follaje
    me habló de muerte
    pero yo sordo
    yo sonámbulo
    acaricié el flequillo de papá
    caminamos en sentidos contrarios
    yo hacia la vida
    un pasillo de angustia
    él hacia la muerte
    sangre y abismo
    con las tripas de los muertos hice un corazón
    lo colgué en el horizonte
    el cielo se hizo rojo
    no supe qué hacer
    mamá murió pixelada
    en la pantalla de mi móvil
    datos que flotaban sobre el Océano Atlántico
    agonía desvaneciéndose en chips
    lloré frente a la farsa tecnológica
    como llorar en una iglesia
    antes murió el abuelo
    todo seda en su pijama
    con la boca abierta
    los ojos azules implorando desde un lugar desconocido
    gritando un lenguaje que no entendí
    mirando desde el fondo de la vida
    no supe qué hacer
    después murió la abuela
    desde la carcasa hermética de la agonía
    surgió su voz
    ¡ay, Joaquín!
    se sumergió
    quise ir tras ella
    no había camino
    ni señales
    la dejé
    mucho antes murió mi tío
    latigazo de sonrisa sardónica
    me moldeó
    se metió en mi cabeza
    ¿de quién será el turno?
    ¿de dónde vendrá el próximo golpe?

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    Quim Ramos

    Quim Ramos

    Nací hace demasiado tiempo, tanto que es mejor no recordarlo. Durante años soñé con convertirme en fotoperiodista y, ¡vaya!, a veces los sueños se hacen realidad: Trabajé para el GRUPO ULTIMAS NOTICIAS, THE NEW YORK TIMES, REUTERS, EFE y ANADOLU. Durante años, también, soñé con convertirme en escritor. Desde los doce años cuando inicié mi primer cuento con la siguiente frase: “Había dos cadáveres, uno estaba muerto y el otro apunto de morir.” A pesar de todos mis esfuerzos cuarenta y cinco años después no he superado aquel inicio. Tengo una novela publicada cuyo título es más largo que la propia novela. También tengo dos hijos. Solo me falta plantar un árbol.

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