VI
Tomo mis cabellos, acérrima y constante, los halo y descuelgo ondulantes todos los domingos.
VIII
Lustro tus zapatos, le inyecto adrenalina, ese deseo constante de colocar acciones propias en los otros. En ver desde otra óptica, en donde la verdad absoluta no existe, en donde el iris del ojo se adapta a la luz externa, baja o alta, matizando el devenir de un tiempo irrisorio, aquí la palma se come, se mastica cien veces y cien veces se digiere junto a las pisadas equívocas del vecino del frente, porque cuando suena su reja, rechina la mía y en unísono abren un pasadizo a la montaña, al haiton debajo de mi cama, los duendes y las caracolas de un mar distante, profundo dentro de él, de mí.
Yo continúo lustrado sus zapatos todas las noches luego que el bullicio reposa, pero el vecino insiste y quema a judas con las sobras de arroz del almuerzo, el olor me asfixia y yo lustro más fuerte, se desgasta el aceite, el trapo, las yemas de mis dedos, los huesos. Solo una ráfaga de viento calmará las ansias, llevándose a mi vecino entre sus brazos alisios. Sus deudas, pesares y hambre irán envolviendo su fachada y lo veré nítido desde la sala, enviaré mis deudas con él y seguiré lustrando los zapatos, vaciando el aceite, llenando el trapo, dirigiendo las huellas, marcando, sofocando cada cráter del zapato, tinta sobre tinta, buscando borrar el camino, el tiempo, los vientos.
X
Busca en mi piel el continente. Latinoamérica naufraga en mí, en mi vellosidad lanzada al viento, la risa última de la noche, de cualquier noche, de la noche que prefieras. Busca en mí el mejor país, la mejor ciudad, el mejor caserío, alberga tus inocuos parajes, tus soles, mis mares, aquella verdad que no dejando de ser absoluta se transfigura y muere, inexplicable, soslayada, frente a una reja verde, blanca, roja, amarilla, azulada ¿importa el color o tu sien deshidratada por el vaivén de mis muslos a ti?
Entonces ¿por qué no buscas? Insisto… Latinoamérica vive en mí, en mis manos, mis senos, mis muslos, mis pies. Aquí se cocina y se bebe a cuentagotas, pero se ama distinto. Latinoamérica en muslo, piel chica, vejada por el tiempo y las ausencias. Latinoamérica hecha brisa, montaña, río, mar, una ola que lleva y trae vida. Latinoamérica, triste. Latinoamérica, feliz. Latinoamérica yo, tú. Latinoamérica aquí. Latinoamérica.
XXVIII
Si he de calcularme que sea a través de la palabra, ven y mitiga a este ser paralelo en la que me ha convertido. Porque un día equis cercano (aún), los años siguen trazando. Repito, los años. Acercó tu mar una herida que cerraste en la mía, y sin saber se abrió una honda. Terminé siendo el espejo de muchos, de todos en realidad. Y no hubo en mí más verdad que la de aquellos que esperaban una palabra certera, jamás escuchada, solo esa agua con panela que la tierra en mí dejó y yo te daba entonces a sorbos, hiriendo sin saber a otros. Porque soy el espejo del amante, de la puta, de la sin nombre, del niño que aún espera en las entrañas de la parturienta, porque a ella también la naturaleza la dejó ser madre y sentir las palpitaciones dentro, y llegará el día que se desgarre y pujará con llanto el amor, será libre y hará libre a otro, en un mundo-espejo. Yo lo esperaré en frente, delante de las piernas abiertas, así como lo hizo mi padre con mi segunda hija, y lo tomaré, le daré hierbabuena con cayena y lo lanzaré a la siembra.
XXII
Este suelo queda íngrimo a mis pies. Mastico y escupo paciencia ante un árbol que desgarra su piel, los años que continúan su curso repitiendo en el retroproyector la misma escena: pies descalzos, manos alzadas al viento, una estocada al alma, a mi sien, a esta revuelta incesante que miente a la verdad.
XXXIII
Era un ánima que tanteaba el universo con la punta de un bastón, iba horadando el asfalto, llaga para mis adentros. Horadaba con un ritmo cardíaco que solo él conocía, desandando cauteloso hasta llegar al sendero de guayabas.
XXXVII
Sus labios entreabiertos miran sofocada el horizonte, un rostro en vigilia con olor a albahaca, flor que transmuta mi verdad, es umbral que va esparciendo de a poco sus desvelos, en una incesante quietud que cobija mi vida. Me habla y desde este metro cuadrado, oigo como el sonido de la ola conquista la arena, sus lunares han trazado el trayecto y sigo, sigilosa, obedeciendo los pasos.