Apatía
Bajé del bus en plena discusión. Cobrador y pasajero se insultaban por los cincuenta céntimos que el segundo se negaba a pagar: argüía que hacía el viaje todos los días, que siempre pagaba lo mismo y no cedería a caprichos. El cobrador, acostumbrado a faltar el respeto a los pasajeros, azuzaba la trifulca sobre ruedas. Ya sabía cómo iba acabar: la policía intervendría y los pasajeros grabarían todo con sus celulares. Nadie movería un dedo y yo ya estoy muy viejo para ir rescatando gente alterada que va por doquier.
Mi decisión me hizo caminar más, pero fue lo mejor. Ahora que soy más sensato, repelo las masas, porque sé que ahí siempre habrá por lo menos dos que buscan problemas. Ya dejé de ser el que siempre llamaron buscapleitos, aunque solo hacía lo correcto.
Si veo que le roban a un muchacho, ya no intervengo; si veo que alguien manosea a una muchacha en el bus, tampoco me meto. No es mi problema.
Insisto, ya dejé de ser el de antes.
*
Explotación
Ingresamos al discobar. El día había sido arduo y la relajación con unas buenas chelas se hacía necesaria. Trabajar como esclavo sin derecho a goce no tiene buen fin, ése siempre ha sido mi lema. Hay que saber relajarse, hay que saber disfrutar.
…
Las luces de neón dibujaban siluetas a contraluz de las bailarinas, muñecas humanas con ropa pequeña y ajustada a su piel, tan joven y tan expuesta a toda clase de miradas, incluida la mía. Cada una de ellas jugaba a ser la Barbie esperando que algún Ken viniera a rescatarla. Yo no soy guapo como Ken, pero tengo lo mío. Tuve de donde sacarlo, mi madre era una mujer muy bella y a mi padre nunca le vi la cara. Todo lo que soy es gracias a ella. Sobretodo, lo chambeador.
Mi madre pudo sacar provecho de su belleza como estas muñecas, pero prefirió romperse el lomo para una familia que no era la nuestra. Mi compañero de mesa está tan embelesado como yo viendo como mueven las caderas. Son el oasis en mi desierto.
Todas eran lindas, pero yo ya había visto a mi favorita: Deisy.
Era tan hermosa como las otras, pero aún guardaba la inocencia de sus dieciséis abriles. Se aumentaba la edad, pero su mirada no te engañaba.
Yo quiero ser el Ken de Deisy.
*
Sadismo
…
Regresó con más énfasis a las fotografías, las que eran en su mayoría de eventos protocolares en los que lucía uniforme con sus superiores, con sus compañeros, con el ministro de turno. Me señaló a su jefe con el dedo índice. Él es el de la empresa, lo reitera. Tiene cara de sinvergüenza, pero no se lo dije. Siguieron pasando los retratos.
En una de ellas, aparecía él junto con sus compañeros con el torso descubierto sujetando unos cachorros. La siguiente fotografía eran los mismos sujetos, pero con el cuerpo ensangrentado, posando con gestos de furia. Le pregunté con curiosidad qué había pasado en aquella secuencia visual. En la que estamos bañados en sangre, me dijo, es porque habíamos finalizado el curso. Estábamos tan contentos, lo cursamos satisfactoriamente. Hace una pausa y prosigue: debíamos cuidar al cachorro que nos asignaron: día y noche estar con ellos, durante 6 meses tendríamos que darles de comer, pasearlos, limpiar sus excretas, enseñarles trucos en lo posible. La tarea era convertirnos en uno y al final del curso nos pedían deshacernos de ellos.
Matarlos, desollarlos, desangrarlos para bañarnos en su sangre y colgarnos sus tripas. Me sorprendió que me lo contó con bastante naturalidad. Entre sorpresa y horror, repregunté: ¿Por qué lo hacen? ¿Qué logran con eso?
Para que puedas dormir tranquilo por las noches, para que tus dulces sueños no se apaguen.
*
Crueldad
…
Comprender esa dinámica me sirvió para diferenciar a la gente. La gente gato (GG) es aquella que te busca cuando quiere algo de ti, y a veces, tú quieres dárselo: una conveniencia acordada. Mientras que la gente perro (GP) es la que te acompaña y siempre está: para la risa o para otras cosas. Papá es gato, mamá era perro y mi hermana tiene de ambos, dependiendo qué época del mes estemos. Supongo que yo también tengo un poco de los dos, aunque me siento más perro.
Tomasa llegó cuando tenía diez y a Rulfo lo rescaté al año siguiente. Justo cuando cumplía once. Sentí que ese había sido mi regalo de cumpleaños. Poco después, mamá enfermó.
Al poco tiempo quedé… quedamos huérfanas de madre, siendo yo la menor por cuatro años.
Rulfo se convirtió en un medio increíble para sobrellevar el duelo y dedicarnos a otra cosa que no fuera atormentarnos porque ella ya no estaba más aquí. Él siempre quería hacer todo con nosotras, eso nos encantaba, tan diferente a la gata. Por eso, creía que mamá se había reencarnado en él.
De repente, un día no podía o no quería levantarse. Ya no me seguía a ningún lado, lo único que hacía era estar echado y llorar. No comía, tomaba agua o siquiera le entusiasmaba salir de paseo. Cada vez lo veía peor: vómitos y diarreas que no se detenían. Lo llevamos al veterinario para saber cómo curarlo. Tenía miedo. No quería que nada malo le pasase. Distemper fue el diagnóstico.
Mientras me avoqué a cuidarlo para que pueda salir de esta, Tomasa estaba más ausente que de costumbre. Nunca supe lo que hacía cuando desaparecía. Todo se fue aclarando, después de no sé cuántas escapadas, cuando el cuerpo de Tomasa se fue transformando en uno rechoncho. Cada vez más gordinflona hasta que un buen día sin decirnos ni siquiera miau dio a luz a 4 crías. Jamás había visto algo así, me asusté. Era una mezcla entre algo asqueroso y hermoso a la vez.
De Inventario, Grupo Editorial Gato Viejo, 2022.
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