El conjunto Jazz de Ítaca del poeta César Seco se asemeja en tarea a la realizada por el coleccionista de imágenes Aby Warburg, quien pretendía en su Atlas Mnemosyne pasar revista por el legado de imágenes de la historia del arte y así construir un catálogo, una madeja de analogías y referencias. Creo que fue William Osuna quien una vez me dijo que “los poetas son como los editores de cine”, pues están en una constante prueba de cómo se vería una imagen con otra en el ejercicio del binomio fantástico del que hablara Rodari; en el caso de Seco, pienso en otra categoría tal vez menos maniquea pero que sin duda busca poner a ver cómo suenan tanto los referentes de su paisaje como los de la gran tradición y sus botones semánticos. ¿Estaría Ítaca en el atlas de Warburg y su ritual de la serpiente? A veces el poema o la poesía de César Seco se me hace una imagen que ambiciona todo lo anterior y también la velocidad del jam como en este caso del jazz como punto de partida, y así emular la potencia de la improvisación pero con una memoria curtida por el rayo, la experiencia, la lectura y el registro. Allí está la neurosis propia de los que transcribimos lo que viene. No sé si es también, a propósito de su nombre, la necesidad de cesar la voz interior que no deja de hablar. El jazz es esa voz también. ¿Ítaca?, no conozco Ítaca ni camino hacia ella, prefiero escuchar las historias de los caminantes o los que han escuchado los relatos de Hermes, ese dios elusivo que bendice nuestros pies en el camino y en el baile.
Miguel Antonio Guevara
***
Jazz de Ítaca
(poemas inéditos)
Jazz de la vuelta
Cuando uno viaja lo acepta todo
la indignación queda en casa.
Elías Cannetti
Nos costó la primera vez
no fuese moneda arrojada al aire
o se diera porque uno de nosotros
llevase los zapatos al revés
al encuentro de Ítaca_
La melodía no estaba en cómo entraran
las palabras al magin, en cómo evitar
el 1 con 3 y 2 con 4: meter el lirio fácil
en una bolsa y en el pipote de la escuela
subversiva arrojarla (y a la escuela también)_
si no en el continuum soplus
con que te lo fuese diciendo la duda
antes que la certeza en el limpio plato
de no saber_ No ibas a negar que Espíritu
se puede leer igual que un Atlas.
El de nuestros días llegó con un mal
inscrito en sus coordenadas (no otro
que exceso de evidencia).
Hot dog o palomitas de maíz con Pepsi
los domingos en la vespertina del cine local_
A no ser que dieras la vuelta
y de un cigarrillo More cajetilla roja
te fueras por un pito de Cannabis, la sativa,
que durase lo que puede tardar el mundo
cuando chamo se es_ (casi nada
y acompañado mejor por Fumandito De Tal).
Y la policía te sacara a empujones
de la discoteca y fuera este tu pase
a las grandes ligas del malandraje municipal
(por menor de edad y falta de cédula)_
Pero, en el cuarto de tu casa, ‘el cuarto
del loco’, el móvil horizonte de Ítaca aparecía.
Nada más con apagar el bombillo de la pared
y encender el que llevabas contigo,
alojado bajo tu dermis: insomnio, lejanía,
qué sé yo_ inclinado delante de una hoja
de papel gastando la punta del lápiz
en el cielo y paisaje de su nada_
El Atlas pudo ser impreso en cualquier soporte
o cartón. Ítaca estaría aquí y allá
esperando a quienes llegasen a sus límites,
borrasen sus extensiones y en su pliego
amasaran el curtido barro de riesgo y entrega_
Maestros tuviste a quienes no te quisieron
por discípulo sino por contrario.
Y no te dieron el oro de sus armas
más que volvieras a donde estaban las tuyas_
Te ha costado lo que fue tu vida.
No fuiste a Ítaca a vencerlos, no.
Fuiste a ver cómo desaparecían igual que tú
para volver en otro tiempo, otro cuerpo
y otras palabras_ ¿De qué hablaron
las cuerdas a las teclas? Se te dio
por Armonía lo que el aire dijo al agua
a tu oído y soplaste cuanto tenías en la boca
de la trompeta_ Ulises era viento.
¿Te acuerdas en verdad de su promesa?
Hay una nube difusa que nos damos a
atravesar: no obstante, es sólo nube.
El saber es un silbido que no alcanza
a la rosa, menos a su mudo canto.
Ítaca no era un lugar, ni siquiera un nombre.
Jazz de la cantante enojada
a Amy Winehouse, i.m.
La única condición:
que en el escenario fueras tú
solo tú
la voz de una mariposa azul.
O sea
interpretar el silencio como es:
cuchillo de doble filo.
Que tus gestos no fueran parte
de eso que pide el mercado
sino algo muy tuyo:
vidrio molido rasgando adentro
y dejando salir la verdad
para la que no hay sueño
y todo ello se fuera
en una botella o más.
Pero ellos creían
que te importaba ser estrella
que te bastaba un firmamento
de terciopelo negro atiborrado de fans.
Te preguntaban por qué
no borrabas el maquillaje del concierto
de ayer, sino que ponías
ese arco en tus pestañas y cejas
uno sobre otro con exceso de rimel
y torcías los pies
con zapatillas rotas como tu corazón.
Y venías y antes de grabar respondías:
¿Era demasiado para una industria
traída de bolas por el dólar?
Sellos que fabrican ídolos de cera
a los que sólo hay que encender
el pabilo y ya.
Por ello te venía bien que tus letras
se llevaran por delante
la rítmica que ponían detrás:
fusión de blues y jazz almibarado
con el que pretendían
subirte como fuera a escena.
Sabías que eso les duraría poco
pero nunca menos que a ti.
Y en la última actuación
les hiciste freír toda mentira
en el aceite caliente de un desplante más:
<No quiero otra flor que la que huelo para ser Yo>
Jazz del nuevo orden
Tu tarjeta de crédito no tiene soporte
y al numero que estás llamando
“no puede ser localizado”.
Delivery es una palabra untada
en la lengua de tu habla.
Y Cel se dice a una cuenta bancaria
con soporte empresarial.
Bombillo encendido cuando después
de varias horas vuelve la luz.
Algo así como afinación de mentira
y sabes que debe ser de verdad.
No ha llegado el resto que asegura
lo que van a tocar.
Sólo escuchas una sonaja hablando
en ti de percusión y levedad.
Así insistas te sigue evadiendo
esa ajustada exigencia:
Tu aporte vocal cuida haberlo
dejado en la cartera.
Las líneas claves, las reiterativas
son réplica del número de tu celular.
Puedes comenzar con atraer los audífonos,
mirar en la dirección dispuesta para tu tono.
Aquí no requieres más que reflejo
al lado que tu semblante da.
Aunque en tu pupila se pose el brillo infantil
que iluminaba el rostro de Billy Holliday
no eres ella en Lover man.
Los músicos saben que deseaste ser
y vestir como Amy Winehouse
por un instante apenas, pero al polvo no fuiste ni te puyaste para llenar tu tarro vacío
si no a las aceleratum comprus
con la ganancia de la placa anterior.
Sabiendo que era veneno elegiste ahogarte
en alcohol. Ahora eres sólo una blusa
y unos jeans buscando a quien vestir.
Ve al fondo y no te canse orar,
sin liturgia ya, sin religión.
Y el engañoso polvo lunar que simula
el ahora se desplace y todo sea un solo,
único y perfecto desvariar de la escena.
La banda está llegando y no hay diferencia
entre sus voces y el silencio dormido afuera.
Puedes comenzar con salir alrededor
(o sea, el medio medio centro de la tarima).
Y hablaras a la desnudez del día
lo que no esperabas cantar.
Será su voz porque la noche hace rato
comenzó.
Jazz del Armagedón
Un poema es un espejo que camina
por una calle desconocida.
Lawrence Ferlinghetti.
Los días por venir llegaron
acompañados de un sordo ruido.
Protesta rociada con gas lacrimógeno.
Quién o quienes tras oxidados barrotes.
Suficiente puede ser un tiro desde
un auto en marcha. O arrojados al río
porque tierra vomita lo que traga.
Amenaza pasa a Hecho en nombre de Orden.
Ya no bomba a kilómetros bajo el subsuelo
para negociar en Wall Strett o hacerse
con la Bolsa misma en la adaptación.
Cowboys armados en cualquier parte.
Rojos aún de martillo y hoz.
Estrellas silentes del Oriente lejano.
Respiran ellos el mismo podrido aire
que a nosotros nos dan a inhalar.
Hora de la séptima trompeta.
Noticias de un sitio a otro del globo:
espichado balón, pelota de hule flotando
en la infinitud sideral.
Las otras seis lo habían dicho con la voz
espeluznante del trueno.
No murmuran si no van accionar.
Ronco contrabajo bosteza pentagrama
y partitura. Insistente sombra infectada:
rostro se cubre boca y nariz.
Su continuidad mel-odiosa ya no puede
ocultar tras ojo de cámara: mentira y sed
de micrófono reducido a solapa.
Teclas de piano sin manos que las hagan
sonar. Pavor y Pánico bailando una pieza
titulada ‘Inducido Temor’.
Lugar hay para que Confusión ensaye
una escupida en mejilla de Estupidez.
Pespunteo. Oro y seda. Dígitos proyectados,
numerales de ida y vuelta en pantallas
gigantes @ velocidad.
Afinados reclamos y gesticuladas sanciones.
SUENA. SUENA. SUENA. SUENA. SUENA.
Todo el vacío instrumental paralizado:
intensidad según la TV: tsunamis
y terremotos al ciento por uno en la agónica
geografía, ayer o ya.
El acorde da entrada al bajo entre tuba
y trombón. Un cojo sonriendo a Limosna
en las afueras de un mall.
Diferente es la baba del loco a la de locura
general. Árboles sentenciados a tala.
La mirada de piedra de estatuas a derribar
cuando se desate Agresión.
El niño lleva en los pies la carretera
por un tobo de agua.
O la atónita anciana hundiendo sus ojos
en el plato donde pan desapareció.
De fluida metáfora canto ha devenido
en monotonía; disparo @ quemarropa
policial.
Reiteran los titulares a lo largo del día
y en la insomne retaliación de la moche
se les tergiversa así no más:
el de traje impoluto con ahogo en las manos. Afán se volvió una pose segura.
Puja Sísifo, Sísifo puja
sin saber que la piedra habla por él.
Sobra quien la desmorone en su lomo.
El martillo siempre aguarda tras el telón.
La plaga que anduvo en el sueño de Juan
había que darle nueva nominación.
¿Por mano propia intentaban desmentir
a la muerte? Pretendido orden ahora mismo.
¿Fue un murciélago de caverna o era sólo
darlo a la brisa para que hiciera el resto?
El baile tú no lo ves.
La noche creciendo al fondo de un vaso.
Innacesible chit de solución a ritmo
de insaciable mercado.
La nieve de Los Alpes diluida en vino de barro.
¿Nadie ve un tajo de cielo caer?
¿Nadie la costa alejarse de la orilla
por acumulado Temor?
Funda y cobertor de Ganancia.
, dejó dicho
el Viejo Ez. El que TODOLOPUEDE
sustituido por verde tinto papel ($).
Desenfrenado solo ensordecedor.
¿De dónde la microscópica partícula: pulpo
de invisibilidad? ¿De dónde?
Máscara sujetando Silencio y no Temor.
La voz viene en el disco con el programa
inoculado. Islas, valles entran a la ciudad,
terrón, chatarra a la deriva oxidada.
Quien hizo el veneno querrá liberarnos
a un precio mayor.
<<O vivimos por Gracia o morimos por Ley>>
Elevarnos firmes sin acto de distracción
en pleno Concierto.
Las aguas a sí mismas se beberán.
Fuego vendrá por donde anduvo.
¿Incurrido ha el músico en un disfuncional
diálogo con su atontado público?
Una sola nota pudo haberle servido desde
el principio. Vendrá, sí vendrá
con el reportaje final escrito en el firmamento
con tiza mojada.
Jazz del virus
Imposible tocar de improviso
esta pieza a quien autoría buscamos
atribuir sin hallarla con certeza.
Repartidas están las notas.
El mazo desplegado en la mesa
de ninguna culpa y toda acusación.
La música a ciencia cierta ciencia es.
Sé que debo retomar la oración
en el absorto teclado de un piano
que invisibiliza mis manos
en el tono único con el que “el hombre
su mal acarrea”.
No es cualquier vacilón esta pieza.
‘O creemos completo o no creemos’.
“No podemos servir a un reino
y a otro a un mismo tiempo”.
Cielo infecto fue azul.
Así se envenena al bajo antes
de pasar por encima de la guitarra.
El contrabajo perfora acompasado
al triste clarinete en la vuelta
que va de la silenciada batería
a la suspendida emoción de las calles.
Presto estoy para que la trompeta
sea revelación, sea sonante,
y sea muda sólo en mi cabeza:
susurro al oído de lo que viene
por encima de la sombra.
Habré limpiado los metales.
Habré afinado cuerdas según su grosor.
Habré como se dice «aceitado»
o “templado” los cueros.
Habré dispuesto mi escenario interior
sin que prevalezca aplauso sobre corazón.
Podré escuchar lo que sepulta al ruido
y veré de nuevo las nubes pasar.
No lo sé, en verdad no lo sé.
Sí, que estaré de pie, tal vez;
escobilla en mano al cuido de Dios.
Jazz de la utopía
La guitarra vino sin cuerdas.
Si las trajo fueron ligas y no solución.
El equipo que lleva los micrófonos
para los coros no encaja la inyección
adecuada al programador.
Tú, público, dirás si valió la apuesta,
el voto de confianza, las ganas
que pintaba la banda.
Siempre quieren tocar lo que esperas,
pero detrás hay un programa.
Al final sólo tú sabes si habrá pieza
de repetición o se impone el contrato
o compromiso adquirido; de veras,
nada sale como se habría de suponer
iba a salir. Lo demás: música de fondo.
Unas pocas notas de improviso
para cubrir error con embeleso
tras la descarga de la melodía.
Hay una tarima y puede seguir siendo
ella un elevado esqueleto de hierro
o tela impresa para suavizar el curso
de los reflectores donde unos llevan
palmas, brincos, saltos y otros
no son más que silencio
que grito reserva para sí mismo
y un sólo instrumento queda
para el hundimiento conjunto
de público y banda. Así.
El director de sonido es sólo un nombre
conforme al crédito de los restantes
al final del concierto.
Jazz del saxofonista manco
El día abre la puerta
a lo que yace callado en su cabeza.
Pulsa las llaves sin medir el soplo
que llevará a la boquilla
con la partitura delante de los ojos.
Saliendo volverá por su mano
al pantalón- sin ningún anillo alojado,
sin ninguna moneda al fondo
del bolsillo.
Andando de un lado a otro se dice:
-Vivo una impredecible edad.
La mayor decadencia es vano lujo,
áspero tiempo de retruecanos
confusos-.
Sus pulmones infectados de ciudad,
de caos untado a sus pronunciados
pómulos.
Sostenido por tirantes sobre
una holgada camisa blanco almidón
arrastra la suela
asistido por una rítmica inhalante
de frondas y pájaros en un solo vuelo.
Tenso curso el de sus venas
en posesión convulsiva del instrumento.
La ventana trae peatones y autos
al hundimiento abisal de sus pupilas.
Pinchado aparta la noche
sin perturbar la afinación que deje entrar
al día y ha de abofetear a la muerte
en su rostro inflado.
Cada quien hizo maleta y se fue
por donde mismo había llegado.
Esperaban que el viento le recogiera
con la disgustada piel del desamparo.
Ninguno mensaje dejó. Ninguno.
Ni pieza que sólo arreglo necesitara.
Menos, composición que solo pidiese
su melódica matemática auditiva
con la que bien pudo patear al genio
y no lo hizo en más de una estación,
en más de un concierto.
No sabían que arrojaría la mascarilla
en la curtida mesa de los alcoholes.
Que al alquitrán del adiós no tuviese
en cuenta al despertar y diese
el primer paso en dirección al saxo/
inclinado a la pared/
tal un amigo en el poste de la esquina/
al que bien puedes acercarte de la mejor manera y saludar con un abrazo/.
Que dormiría con la puerta abierta
dejando ir por su camino al miedo.
Que todo ruido en sí mismo apagaría
y el silencio fuesen palabras buscándose
en él…. puntos,,,, comas,
cantando despacio, líquida sintaxis
desmigajando en cada órgano
el oro de su nada.
Le creían de las llaves de espátula
y del tornillo del cuello divorciado
por disponer sólo de seis dedos
suturados feamente a las manos.
Desde la punta de los pies le viene el soplo:
sopla / sopla / sopla /
ahí con el techo encima, abriéndose _
una gota de agua en el piso.
Llueve.
Jazz de Ítaca es un poemario inédito del cual César Seco nos ha permitido publicar esta selección, que ha sido trabajada por el autor entre los años 2013 y 2020.