Iba a cumplir seis años y no sabía que aquello tenía nombre. La energía de una especie de complicidad me hacía sentir importante. Me gustaba ser la asistente de mi abuelo: “Páseme una número cuatro”, decía con voz de quien amasa un mundo mejor entre lombrices y humus. Yo salía disparada, caminaba por sobre rollos de tela asfáltica, tomaba la maceta que pedía y se la acercaba. “Tráigame las liliopsidas y los aspersores”, y la niña Yanuva sabía cuáles eran las unas y los otros. Recuerdo que por entonces la maestra me preguntó qué quería ser: “Una cattleya labiata”, respondí. La mujer esperaba oír un oficio, yo mencioné el nombre científico de una flor.
Resulta que mi abuelo me había estado heredando nada más y nada menos que piezas de un tecnolecto; aunque ni él ni yo supiéramos que tecnolecto es un amasijo de palabras propias de una profesión y se clasifica dentro de las variedades lingüísticas; aunque ni él ni yo supiéramos tampoco qué cosa linda es una variedad lingüística; y aunque yo no tendría tiempo de contarle al padre de mi padre que la palabra tecnolecto forma parte de un tecnolecto, guiño que a él le habría encantado, porque mi abuelo era un jardinero sabio.
Pero no todo es romántico cuando de tecnolectos se trata. Basta recordar nuestra última visita a un médico para sentir el desespero de no entender algo, que a nadie le interesa más que a nosotros, porque es comunicado en jerigonzas endemoniadas. Todos sabemos que debemos aguantar, esperar un poco, pues la puesta en escena exige respetar el guion del galeno. Al final, con toda esa palabrería especializada, lo que realmente nos está diciendo es: “Soy una persona que domina bien su trabajo”; sea o no verdad, ese es el mensaje y le toca darlo. Luego los pacientes ponemos cara de súplica y el batablanca, con cara de ¿ves que me las sé todas?, nos suelta la buena o mala noticia en español coloquial. Gracias.
Me cuesta creer que exista una sola persona que en su vida no haya intentado envolver a clientes o interlocutores en general con términos de su particular tecnolecto, pero, acá entre nos, convengamos que políticos y economistas hace rato se están pasando.
Ya me estaba preocupando que no aparecieras, he aquí la explicación: ¡me bloqueaste por tecnoléctica! ?????????????Me hubiera gustado conocer al abuelo, debe haber sido un gran sabio. Te abrazo, Yanuva querida.
Hermosa Laura! La más temeraria de las tecnolectólogas! Jajaja. Te adoro.
<3
Como siempre, muy bueno.
Gracias, Jesús, por leer siempre <3
Excelente, gracias!