«Tribuna popular de la Pachamama ¡Juicio popular a Colón por genocida! 513 años». Este es el texto que se colocó en el pedestal que ocupaba la estatua del Monumento a Colón en el Golfo Triste del artista Rafael de la Cova, encargada en 1893 y expuesta desde 1934 en el otrora llamado Paseo Colón en Caracas.
El 12 de octubre de 2004, diversos movimientos y agrupaciones culturales como la Coordinadora Simón Bolívar, Juventudes Indígenas y Movimientos Populares (todos adeptos a la ideología oficial chavista), hicieron un “juicio” a la estatua del genovés por acusarlo de genocida. Tras sentenciarlo culpable, derribaron la estatua, la pintaron de rojo y la arrastraron por las calles hasta la sede del Teatro Teresa Carreño, donde se le expuso varias horas y se exigió que se fundiera para, con ese mismo bronce, crear una nueva estatua del jefe indígena, el cacique Guaicaipuro. [1]
La cobertura mediática estuvo altamente parcializada: o se vanagloriaba el acto como una muestra antiimperialista, de justicia histórica y social; o se catalogaba como una muestra de delincuencia y destrucción del patrimonio nacional.
La discusión pública, en general, se centró en torno a la problemática política y a la pérdida de la memoria histórica que esa escultura representaba.
Según Pierre Nora:
La memoria es vida, nacida de sociedades vivas fundadas en su nombre. Se mantiene en evolución permanente, abierta a la dialéctica del recuerdo y el olvido, inconsciente de las sucesivas deformaciones, vulnerable de manipulación y apropiación, susceptible de permanecer dormida y de ser revivida periódicamente [2].
(Nora, 9)
La memoria es diferente a la historia –entendida como ciencia social–, que se reconoce como una visión parcial de los hechos, del estudio del pasado, con intenciones analíticas y críticas. Esta noción de memoria, propuesta por Nora, puede vincularse al concepto de estatismo planteado por el historiador Ranajit Guha, cuando afirma que la definición de lo histórico está determinada por los valores claves del Estado que permiten institucionalizar, normalizar y convertir en relato “real” el discurso colonial y postcolonial.
La memoria histórica es parte del relato institucional y media la relación de los individuos con su pasado; limita la visión crítica y la aproximación a los hechos, para vincularse desde los intereses políticos, económicos y sociales del momento. El arte y los monumentos públicos –así como las fechas patrias, los nombres de las calles, las fiestas y celebraciones de días nacionales…– forman parte visible de esa construcción de memoria, de relato institucional que unifica y promueve cierta versión de lo que es una nación.
Desde esta perspectiva, la escultura de Colón posee ciertas connotaciones y significados culturales. Cuando se representa a Colón, no se está exponiendo al individuo que fue Colón, con todas sus complejidades, contradicciones, o cualidades, sino que se sintetiza su imagen en una idea. La escultura se convierte en receptáculo simbólico de conceptos vinculados a la figura del genovés. Estos significados en general están asociados al “descubrimiento” del continente americano, al inicio del período colonial, etc. Así, la escultura a Colón es parte de un homenaje al pasado de la nación. Y no tanto al pasado histórico, sino a la memoria histórica, a ese relato construido.
Como afirma Roland Barthes –al referirse a la Torre Eiffel– los monumentos públicos juegan un papel fundamental en la construcción del imaginario de una nación. Se convierten en símbolos que unifican visualmente la identidad de un lugar y una cultura. Una estatua de Colón, colocada en el Paseo Colón, habla sobre ciertos ideales que enaltecen la llegada del navegante a América, como parte fundacional de la identidad venezolana, en este caso.
El gesto de hacer una escultura de un personaje histórico, implica que se considera que ese personaje o individuo es importante, digno de recuerdo, honorable, y que sus acciones, obras o historia poseen un significado especial para la comunidad que lo atesora. Una escultura es un homenaje al individuo, pero también la exaltación de los valores que este representa.
Pero esa creación de monumentos, en función de un relato –memoria– sobre la historia de una nación, sucede dentro en un contexto político y sociocultural particular. Y esa estatua, como imagen de ciertos valores, habla de los intereses e ideología del momento en que se construyó. Así, el Monumento a Colón en el Golfo Triste no es un documento histórico sobre el Cristóbal Colón de 1492, sino del poder y estatismo de Venezuela entre 1893 y 1934.
Hacia finales del siglo xix, tanto en España como en varios países Latinoamericanos, proliferó la construcción de estatuas de Cristóbal Colón: Barcelona en 1888, Madrid en 1881, Salamanca en 1893, Valladolid en 1891, Cartagena en 1883, en México se mandó a construir en 1877, y en Caracas, Venezuela, en 1893. Podría atribuirse, para el caso español, a la representación del “descubridor” de América justo en el momento en que España estaba perdiendo a Cuba y se independizaban sus colonias. La escultura surge como una imagen decimonónica que busca reavivar el sueño imperial español. La construcción de estas estatuas en el caso latinoamericano es más compleja, en tanto las encargan las naciones recién independizadas.
Se podría pensar la elaboración de estos monumentos, por los Gobiernos locales, como una expresión de su afán mimético –el planteado por Homi K. Bhabha del mimetismo como estrategia discursiva colonial, de apropiación del Otro–. En el que los propios gobernantes buscan asimilar las actitudes y proceder cultural europeos, particularmente españoles, por la internalización de los valores y el afán por identificarse y construir un relato nacional que destaque lo “civilizados” y “occidentales” de los latinoamericanos. De alguna forma, las naciones emergentes estaban ante la necesidad imperiosa de construir un pasado histórico consistente, de armar una memoria histórica coherente con sus valores –altamente influenciados por la cultura occidental–.
Venezuela, por ejemplo, para finales del siglo xix estaba bajo el Gobierno de Antonio Guzmán Blanco, a quien se le reconoce, entre otras cosas, por la modernización del país y su inclinación eurocéntrica. La construcción de una estatua en honor a Colón, ensalzado como un gran navegante, gracias al cual se dio un proceso colonizador y luego de independencia que permitió erigir a Venezuela como nación, es consistente con el discurso de poder de la época. En particular porque la independencia surgió por el reclamo de los criollos –descendientes de los españoles– a los puestos de poder político que les estaban vetados durante la colonia. Para el siglo xix, ser descendiente de indígenas o de africanos no era considerado motivo de orgullo. Contrariamente, el racismo y clasismo imperaba, como herencia de una sociedad de castas basadas en la segregación racial.
Un monumento posee, según afirma el arqueólogo Mikel Herrán, varias dimensiones temporales. Primero, la del tiempo representado o el momento histórico que pretende exaltar, como sería el navegante genovés Cristóbal Colón. Este tiempo es el menos importante a nivel de significación, ya que la estatua pretende homenajear los valores y no al individuo en sí mismo. El Colón histórico fue juzgado y apresado en España por su trato cruel en América (Belausteguigoitia). Sin embargo, esta realidad de su momento no afecta la construcción de un Cristóbal Colón idealizado.
Segundo, está el tiempo representado, o el tiempo cuando se realiza la estatua y que se corresponde con la ideología y política de finales del siglo xix. Aquí Colón es un símbolo colonial, de civilización de los pueblos salvajes, de la fundación de naciones…
Y, finalmente, el tiempo que ha vivido la estatua como documento histórico, como parte de la vida social del objeto. Tiempo que además transcurre constantemente y que implica la interacción de esta obra con la sociedad, como un espacio retórico de poder.
La destrucción de la estatua podría pensarse como dirigida no hacia el Colón histórico “genocida”, sino hacia la exaltación del personaje como símbolo nacional y expresión del poder colonial. Desde un punto de vista del patrimonio artístico, el derribo de la estatua representa una pérdida. Como documento histórico, sin embargo, se derrumba no la imagen del colonialismo, sino la imagen que del siglo xix Venezuela pretendía proyectar de sí misma.
El derribo del monumento en 2004 enuncia el tipo de relación discursiva que se establece en la actualidad; da cuenta de un cambio en la relación de ese objeto con su entorno social. Sin embargo, esta estatua fue derribada por considerarla un símbolo imperialista, al catalogar de genocida al personaje histórico y compararlo directamente con el entonces presidente de EE.UU., George W. Bush, y para solicitar su reemplazo por la imagen de un cacique indígena. El derribo no sucede, además en un contexto de protesta, sino el 12 de octubre, como un acto simbólico de repudio al dominio colonial histórico, y una supuesta reivindicación de la figura indígena. Aquí el problema es que el discurso subyacente, en que Colón es un villano imperialista y los pueblos originarios vivían pacíficamente hasta su llegada es también una falacia de la memoria histórica, que vende una perspectiva maniquea de los sucesos históricos. A su vez, la solicitud de reemplazar la imagen de Colón por un jefe indígena no da cuenta de la realidad de Venezuela como nación, en la que las poblaciones indígenas –como sucede en gran parte de Latinoamérica– siguen siendo una minoría discriminada.
Para algunos, el derribo de la estatua de Colón, como imagen colonialista y reclamo contra el imperialismo, podría considerarse como un grito en primera persona de la sociedad misma, de los subalternos, como diría Gayatri Spivak, de los acallados, de los oprimidos, de las víctimas coloniales… pero, ¿es realmente una voz y grito legítimo de los subalternos? ¿O se trata de un eco que repite discursos ideológicos en términos de buenos y malos, bajo la idea de legitimar ciertas ideologías políticas y no promover la visión crítica y reflexiva de la complejidad de nuestro pasado como nación?Algunas consideraciones al respecto, pertinentes por la similitud del caso, pueden encontrarse en las opiniones sobre el desmontaje de una estatua de Colón en México [3] para ser sustituida por una escultura de mujer indígena. Como expone una voz en contra, Cuauhtémoc Medina, curador jefe del Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC).
Es el “arte mexicano” en su máxima expresión: un encargo decidido por una gobernante sin concurso o consulta alguna, favoreciendo a un artista afiliado al régimen. El escultor propone reeditar las ideologías indigenistas de mediados del siglo xx: la representación de una indígena imaginaria, que celebrará la eterna suplantación de las sociedades originarias por un Estado que es fiel a su identidad corporativa .
(Manetto y Marcial Pérez)
O las palabras que alega a favor Martín Ríos, profesor de la UNAM:
Más de un siglo después, el contexto ha cambiado y ahora tenemos otro, ya no es la idea de que Colón trajera la civilización a México y que México sea deudor. Además, se han puesto en valor las raíces de la cultura indígena a lo largo de todo el continente americano, por eso es importante darle al espacio público el reconocimiento a estas matrices .
(Manetto y Marcial Pérez)
De vuelta al caso venezolano, la sustitución de una estatua por otra, de un Guaicaipuro en vez de un Colón, ¿propicia realmente la revisión histórica? ¿O es sencillamente un cambio de memoria? Pareciera tratarse de lo segundo, sobre todo porque esta nueva memoria pretende afincarse en un pasado indígena representado a través del arte como estrategia para afianzar la ideología y el discurso de poder oficial.

Notas al pie:
[1] Los restos de las estatuas derribadas (ya que los manifestantes no solo derribaron la figura de Colón, sino la de una mujer indígena La India, que estaba a su lado) fueron tomadas por los cuerpos policiales y almacenadas en distintos depósitos gubernamentales, a la espera de una supuesta restauración que no se ha concretado hasta la fecha. En 2008 el Paseo Colón, donde estaba la estatua, fue renombrado como Paseo de la Resistencia Indígena. En 2015 se colocó una estatua nueva en el pedestal: El cacique Guaicaipuro. Para más información: https://www.desdelaplaza.com/poder/en-fotos-antes-y-despues-de-Cristóbal-colon-en-el-golfo-triste/
[2] Traducción propia del original en inglés.
[3] En este caso no fue derribada a modo de protesta, sino que fue removida por el Gobierno.
Referencias bibliográficas
Belausteguigoitia, Santiago. “Un documento revela la crueldad de Colón en su gobierno de América”. EL PAÍS, 13 de julio de 2006, https://elpais.com/diario/2006/07/14/cultura/1152828004_850215.html. Visitado el 19 de enero de 2022.
Bhabha, Homi K. “El mimetismo y el hombre.” El lugar de la cultura, Manantial, 2013, pp. 111-119.
Guha, Ranajit. “Las voces de la historia”. Las voces de la historia y otros estudios subalternos, Crítica, 2002.
Hurtado, Samuel. “El 12 de octubre de 2004: Reflexiones sobre el derribamiento de la estatua de Cristóbal Colón”. Presente y Pasado, vol. 12, no. 23, 2007, pp. 107-126.
Manetto, Francesco, y David Marcial Pérez. “La sustitución de la estatua de Colón divide a los expertos: decisión inteligente, desatino o golpe a la memoria”. EL PAÍS, 10 de septiembre de 2021, https://elpais.com/mexico/2021-09-10/la-sustitucion-de-la-estatua-de-colon-divide-a-los-expertos-decision-inteligente-desatino-o-golpe-a-la-memoria.html. Visitado el 18 de enero de 2022.
Nora, Pierre. “Between Memory and History: Les Lieux de Mémoire”. Representations, vol. 26, no. Special Issue: Memory and Counter-Memory, 1989, pp. 7-24.Spivak, Gayatri. ¿Pueden hablar los subalternos? Traducido por Manuel Asensi Pérez. MACBA, 2009.