1.
La relación de la literatura con la ciudad es una relación que resuena en los temas, gestos y procedimientos narrativos. A veces como escenario y otras como protagonista, la ciudad, en la literatura latinoamericana, ha jugado un papel, si se quiere, fundamentalmente político. La cobija del positivismo que arropó, ya sea por aceptación o negación, las narrativas latinoamericanas a principios de siglo XX, es una muestra de dicotomías y dualidades como: civilización/barbarie; razón/pasión; masculino/femenino. No en vano Orlando Araujo, respecto a la narrativa venezolana de esa época, llegó a afirmar que: “La nuestra, como la generalidad de las literaturas de Hispanoamérica, es una literatura metropolitana. Se hace en Caracas, por escritores que residen en Caracas, o que residen en el interior y lanzan su red hacia Caracas (…) No hay una Venezuela literaria, sino una Caracas literaria”.
2.
Si el siglo XX venezolano comienza, a decir de Araujo, en 1936, con el fin de la dictadura de Gómez y la consolidación del modelo productivo minero-extractivo, el tipo de ciudad que reconoce la literatura venezolana es una ciudad que oscilará entre la modernización de la infraestructura urbana de la región centro-norte costera y los procesos incipientes de urbanización derivados de las dinámicas propias del campo petrolero. La interrogante que emerge, de cara a la relación entre literatura y ciudad, es por el lenguaje y el imaginario que se despliega. La ciudad narrada desde el regionalismo y la búsqueda de lo rural; la ciudad del pasado narrada con el lenguaje nostálgico de quien se pierde en sus nuevos pliegues; la ciudad narrada desde las diversas batallas de ocupación simbólica que devienen producto de los procesos migratorios iniciales; la ciudad narrada como un campo socialmente abierto y visible que expresa el principio de heterogeneidad de la cultura.
3.
Ciertamente, en esta reconfiguración del campo cultural y literario que se produce en el siglo XX venezolano, la figura de Rómulo Gallegos tiene un protagonismo inevitable. Porque Gallegos va a hacer de Caracas un faro desde el cual podrá observar la provincia y a partir de ella va a cargar de sentidos el espacio social de una nación que se debate entre la violencia caudillista y la cultura “sin moral” propia de los prejuicios del pensamiento positivista de la época. Sin embargo, es este giro en la mirada, es decir, en el cambio del centro de gravedad que va desde lo urbano hacia la provincia, lo que constituirá, por un lado, un “golpe de estado literario” (Araujo, dixit), por el otro, el despliegue de una narrativa fundacional que, cercana del mito, funciona como el imaginario de una nación aún por construir. A diferencia de Borges, quien se sitúa en las orillas de lo urbano para imaginar, según Sarlo, “la ciudad del pasado con el lenguaje de la literatura del futuro”, Gallegos se descentra de lo urbano caraqueño con un lenguaje donde realismo y modernismo narrativo se fusionan para imaginar la nación.
4.
Si bien Gallegos domina, como pez en el agua, la construcción del imaginario nacional, otros narradores a contramano del procedimiento galleguiano, van a visualizar en lo urbano su centro de operaciones. Meneses, Arráiz, Otero Silva y, más tarde, Salvador Garmendia, González León, Mata, Noguera, entre otros, van a apostar sus narrativas en la ciudad sin dejar de visibilizar la dialéctica rural/urbano propia de nuestra geografía latinoamericana. Mención especial hago, desde mi figura de lector, a Teresa de la Parra, Enrique Bernardo Núñez y Julio Garmendia. La primera, por intuir, tal vez con cierta frivolidad, la figura del barrio. El segundo, por su carácter anfibio; mezclando géneros como la crónica y el relato histórico configuró una narrativa que aún debe ser analizada a profundidad y le llevó a ser cronista de la ciudad de Caracas. Del tercero, el procedimiento nostálgico y melancólico que expresa la cotidianidad de un tejido urbano que cambia constantemente; un procedimiento que se despliega, tal vez, en la búsqueda de aquello que va desapareciendo y que, al mismo tiempo, adivina la materialidad del presente.
5.
La ciudad ingresa en la literatura, así como también la literatura ingresa en la ciudad. Bien sabe el habitante caraqueño que toda dirección es siempre un ejercicio narrativo que se detiene en detalles: infraestructuras, personajes, edificios, kioscos, colores, árboles, postes de luz. Incluso, en las ciudades más organizadas en términos de cuadrícula, como por ejemplo Barquisimeto, la intersección de número de calle y carrera, va siempre acompañada con una narración que contribuye a esclarecer las características de la ubicación del lugar de destino. El crepúsculo larense es llamado muchas veces Guachirongo, y las esquinas de Caracas siguen contando historias, mientras en nuestra imaginación persisten los techos rojos de Núñez. Si toda memoria es espacial y todo espacio remite a la memoria (Harvey dixit), en la convulsa transformación del paisaje y la fisonomía urbana tal vez nos quede la reminiscencia de aquella ciudad que tanto buscaba Cabrujas y de la que solo pudo encontrar sus sonidos.
6.
De esta manera, y aquí arriesgo una hipótesis, en un campo cultural en donde las ciencias sociales aún no habían consolidado su autonomía en tanto campo y disciplina del conocimiento, la literatura vino a anticipar los grandes temas que, décadas más tarde, la sociología, la antropología y la economía tomarían como centro: desarrollo/subdesarrollo, tradición/modernidad, hegemonía/subalternidad, culto/popular, por citar solo algunos. Aunque la figura de Adolf Ernst, Augusto Mijares, la Academia Nacional de la Historia y el ensayismo derivado del pensamiento social de un Picón Salas y de un Iragorry, trabajaron, sin duda, estos temas, es la literatura la que construye, en sus modos de circulación y de consumo, una efectividad simbólica que, aún en la actualidad, persiste en los programas educativos de escuelas y liceos.
7.
Actualmente, la narrativa venezolana en relación con la ciudad pareciera estar cargada de eso que Araujo definió, para la literatura y la economía, como “efecto de demostración”, es decir, el traslado de formas literarias de otras latitudes para “pegarlas como un barniz sobre nuestra fisonomía cultural”. Digamos que, en este punto, es necesario hacer un balance de los géneros y los procedimientos narrativos, a la vez que un inventario de las publicaciones que, desde finales de los noventa, se ha realizado en el país, porque se ha publicado mucho y de todo. De cualquier forma, la ciudad sigue persistiendo en el imaginario literario. Ya sea como ciudad distópica, como afuera que agrede el espacio íntimo y privado, como caos estructural producto de la invasión de los “bárbaros metropolitanos”, o como escenario de las sempiternas corruptelas, matraqueos, amoríos, asesinatos y homicidios.
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Por todo esto, y seguramente, por mucho más, desde MenteKupa queremos celebrar el aniversario de Caracas, teniendo presente esta articulación siempre potente y compleja que ha llegado a desplegar imaginarios alrededor de la ciudad que tuvimos, la que tenemos y la que queremos tener.
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