Andrés subsiste gracias a varios empleos. El dinero que obtiene por ellos, además de otros rebusques menos nobles, apenas le alcanza para mantener a Pedro, su hijo adolescente al que ve muy poco, ocupado entre trabajo y trabajo. Ambos viven en unos bloques fronterizos con un barrio de Caracas.
La familia es el primer largometraje venezolano que entra al Festival de Cannes a través de la selección de la crítica. Los encargados de realizar esa muestra afirmaron que se trata de una historia «potente, solida y conmovedora». Aunque es la primera, esta no es la única participación en festivales del filme, que ahora se encuentra en la pelea por la nominación para la categoría de mejor película extranjera en los Premios Oscar.
La distancia entre Andrés y Pedro se agudiza no solo por el contexto social en el que viven, sino por el escaso tiempo que pasan juntos, la ausencia de la madre y la recriminación permanente de Pedro. En medio de esa realidad gris, como muestra la fotografía de Luis Armando Arteaga, Pedro atraviesa el paso de la niñez a la adolescencia, encontrándose con una situación de violencia inesperada pero predecible.
Pedro se dedica a hacer lo que puede en su comunidad, intenta abrirse paso hacia la adolescencia penetrando en un mundo donde abundan el alcohol, el sexo y las drogas. Un espacio tomado por otros, mayores que él, a los que debe hacer frente, cuando menos «para no dejarse joder». Esta, si se quiere, es su motivación principal, impedir que otros le hagan daño y hacerse respetar. En esa circunstancia, otro niño intenta robarlo, a él y a sus amigos, ocurriendo una pelea que culmina con la muerte accidental del ladrón.
Andrés regresa del trabajo y encuentra a Pedro junto al moribundo agresor, conteniendo el pánico todo lo posible hace lo único que puede, dejar al niño ahí y llevarse a su hijo al apartamento, preparar todo y abandonar el bloque. De esa forma, Andrés y Pedro inician una travesía por Caracas, donde se ven obligados a convivir juntos como nunca antes y a refugiarse en los espacios de trabajo de Andrés.
Gustavo Rondón Córdova se formó como comunicador social en la Universidad Central de Venezuela, luego se mudó a Praga donde estudió en la Film and Television School de la FAMU. Ha sido realizador como editor, productor y guionista, camino que lo condujo a su primer largometraje como director. Anteriormente fue parte del equipo que realizó El Amparo en quienes encontrará los talentos que lo ayudarán a concretar más tarde su proyecto. La Familia es su ópera prima.
Como mencionamos, el equipo de la película se conformó con aliados de El Amparo. Su propio director, Rober Calzadilla, asumió la dirección de casting junto a Tatiana Mabo, quien ya sorprendió gratamente como actriz y asesora de actuación en aquella película. La presencia del equipo de Tumbarrancho Films no solo produce una continuidad entre La Familia y El Amparo, sino que devela una fortaleza clave en la aparición de un nuevo cine venezolano: la presencia de actores no profesionales en los papeles protagónicos, creando una naturalidad clave en ambas películas.
La cuestión familiar es un elemento transversal en los trabajos de Rondón Córdova, tanto en sus cortometrajes anteriores como ahora en su primer largo. En palabras de él mismo, estas situaciones que ocurren en el seno de la familia «en muchos casos no tienen motivación», lo cual genera unas historias donde la tensión dramática no es la tradicional, hay una especie de agonía plana que conduce a unos personajes atrapados en un callejón sin salida.
Pedro es un desplazado, primero del campo a la ciudad y luego del bloque a una vida errante por Caracas. Ambos desplazamientos se deben a motivaciones profundamente sociales: el primero de carácter económico, el segundo marcado por la violencia. Padre e hijo deambulan por una Caracas oscura, vacía y automática. Un espacio hostil que no ofrece cobijo.
Las actuaciones protagónicas del filme recaen en Giovanni García y Reggie Reyes. Al primero lo vimos derrochar talento en El Amparo, encarnando a Chumba. El segundo fue escogido luego de un casting por el que pasaron quinientos jóvenes y del que seleccionaron veinte, para finalmente quedarse con seis que fueron a un taller de actuación. Reyes plasma una actuación de gran factura, cargada por su permanente molestia y frustración; en cambio García, que es un gran actor, no alcanza el nivel de su película anterior, aunque cumple con lo necesario.
Esta película apuesta a romper con el retrato tradicional de la violencia y la marginalidad en el cine venezolano. El hecho violento que desencadena las acciones, sirve de telón de fondo para contar una historia íntima y es desplazado del foco para continuar con lo que realmente interesa contar. Finalmente la cinematografía nacional puede dejar atrás la pornomiseria [1] propia de otras décadas, para acercarse a una realidad que si bien es cruda, ya es lo suficientemente dura como para aliñarse con la mirada amarillista que alimenta el morbo de la clase media y los turistas de la pantalla.
Pedro y Andrés escapan de un hecho violento y al mismo tiempo se ven obligados a encontrarse para, más temprano que tarde, iniciar una relación que ha estado en suspenso durante demasiado tiempo. La tensión entre ambos se desarrolla a través de un conjunto numeroso de incómodos silencios, tantos que obligan al espectador a cargarse emocionalmente de esta incomodidad. Andrés recrimina a su padre y lo acusa de cobarde por alejarlo de aquel destino inevitable para el que se estaba preparando.
El guion, desarrollado por Gustavo Rondón Córdova, estaba compuesto por un esqueleto general de la historia, sin embargo era lo suficientemente abierto como para que cada escena se desarrollara in situ sin muchas ataduras predeterminadas. En efecto, algunas escenas fueron escritas por Rondón momentos antes, producto de la relación orgánica entre las locaciones y el director. Los espacios fueron hablando y revelando cosas, al tiempo que eran ocupados por los actores, captados a través del empleo discreto de la cámara, lo que dejó una fuerte marca documental en el producto final.
A los actores no se les entregó el guion, recibieron indicaciones sobre la idea general de la escena antes de que la actuaran, de modo que los parlamentos nacieron espontáneamente de la comprensión que ambos protagonistas tuvieron de la escena. Esto generó dos cosas: por un lado, la relación entre ellos se inclinó hacia los silencios, como hemos dicho; por otro, algunas líneas no resultaron del todo convincentes, sin embargo el resultado es satisfactorio. El silencio articula la relación. Pedro está profundamente resentido con Andrés y ninguno de los dos es muy comunicativo. Finalmente, la situación circunstancial va agrietando el muro que se levanta entre ambos, surgiendo una comunicación primero corporal y luego verbal.
La familia recuerda a las Bildungsroman (novela de formación), género literario en el que la historia desarrolla el paso de la juventud a la madurez de su protagonista. A lo largo de los 82 minutos que dura la película, Pedro se ve obligado a madurar repentinamente, enfrentado al hecho violento que lo sorprende. De alguna forma, el personaje que cierra la película es muy distinto al que nos encontramos al inicio y todo lo que sucede lo conduce a ese cambio, de la mano de su padre.
Dicho todo esto, vale la pena hablar sobre algunos detalles del proceso de producción que hizo posible la película. En una entrevista, su director narra que fue moviéndose por varios espacios en los que pudo darle forma al proyecto, pasó por España, México, la Berlinale, la Fabrique Cinema du Munde y el Festival de Cannes. Ya con un proyecto más claro se acercó a Ávila Film en Chile, DHF en Noruega y al programa Ibermedia, de quienes obtuvo el apoyo necesario para realizar la película.
¿Qué nos dice todo esto? Tal vez da luces sobre las alternativas para continuar la producción cinematográfica nacional: contar con un proyecto que a la vez que represente una apuesta personal tenga algo atractivo que decir; tener una historia que sea factible; estar dispuestos a mejorar el proyecto y buscar espacios para lograrlo; por último, peregrinar incansablemente con la carpeta bajo el brazo hasta encontrar los aliados necesarios para realizar la película.
Sin embargo, nos enfrentamos a varios riesgos como espectadores. El principal tiene que ver con el público para el que se escriben las películas y, finalmente, luego de realizadas, a quién terminan hablando. Porque, si la sobrevivencia del cine nacional depende de encontrar los recursos financieros internacionales que hagan posibles las películas, puede suceder que desde el guion se escriba pensando en hablarle a los festivales y a las productoras internacionales, dejando de comunicarse con el público venezolano. Esto, que es una inquietud abierta, tiene como contraparte la exitosa internacionalización del cine venezolano que han logrado varios filmes en los últimos años, desde Azul y no tan rosa hasta esta película que comentamos.
La obra de Gustavo Rondón Córdova se suma a otras que, contando de manera cuidadosa historias mínimas, han logrado traer a nuestra pantalla actuaciones bien labradas que abordan problemas íntimos con un enfoque global y visualizan distintas dificultades de la sociedad venezolana sin localismos. A través de una mirada cargada de elementos documentales, La familia logra superar las formas tradicionales del discurso cinematográfico sobre la violencia y al mismo tiempo recoge para la pantalla el conflicto profundo en la relación padre-hijo.
[1]. Término acuñado por Luis Ospina y Carlos Mayolo en el manifiesto presentado para acompañar el lanzamiento de Agarrando Pueblo en 1977