En Venezuela cacri es la palabra que funciona como denominador común al conjunto de perros que sin “raza” ni “pedigrí” habitan y transitan las calles de las ciudades. Criollos y callejeros, estos perros, a diferencia de los finos ejemplares de la burguesía, chillan cuando le agarran el lomo. Nunca como muestra de dolor sino como aullido que se rebela contra la discriminación, la injusticia y la desigualdad.
Durante el último trimestre de 2019 surge en Caracas, Venezuela, una propuesta fotográfica que, en pocos meses, generó la curiosidad suficiente para ganar seguidoras y adeptos. Un crew en el que una fotógrafa y seis fotógrafos, juntaron esfuerzos con la intención de expresar colectivamente sus trabajos fotográficos. Hablamos de Cacri Photos: callejerxs y criollxs. En un año de existencia, sus integrantes han participado en exposiciones individuales y colectivas, en las que destaca Nuestro Oficio (Nueva York, 2019): una muestra de los trabajos seminales del crew fotográfico. En la actualidad, su perfil de Instagram funciona como una galería que busca ensamblar una totalidad, al mismo tiempo que expresa cada una de las partes que la constituyen: contingencia, particular, absoluto, ocasión, encuentro, gesto y transparencia.
El presente texto pretende ser un ejercicio crítico. Lxs Cacris son amigos y un proyecto hermano de esta revista, pero la crítica es “un oficio arbitrario y ejercicio subjetivo de gente mudable” (Araujo dixit). Por tanto, y despachando toda noción de objetividad, digamos que buscaré dar cuenta de lo que considero es y puede llegar a ser este colectivo de fotógrafos. Como siempre, en la crítica, quien escribe tiende a inyectar sentidos y valores dentro de la obra o material con el que trabaja. Así, esta lectura no deja de ser un esfuerzo analítico por captar y aprehender una (o unas) de las inagotables formas de descifrar, clasificar y conocer el discurso que acompaña la producción de las fotografías.
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Detrás de la pared mediana, cinco niños alcanzan a mostrar sus rostros sonrientes al objetivo de la cámara. Sus cuerpos, invisibilizados por la armazón de cabillas y concreto, llegan a expresar inquietud, gesto, voluntad. La vieja cerca de alfajol ya no cumple su función privativa. Sin embargo, afuera la niña, con sus manos ancladas en el borde de la pared, con su cuerpo de cara a aquel espacio que le ha sido enajenado por el concreto, gira su cuello en el momento justo para ser captada por el lente. ¿Quién mira hacia el futuro?, ¿quién libre y quién “sujeto”?, ¿quién escapa o quién quiere ingresar a la cotidianidad de los bloques que funcionan como telón de fondo fotográfico? Leer esta foto de Maxwell Briceño, pensando al fotógrafo como protagonista, como el séptimo elemento, invisible, pero que persiste detrás del lente. En el contexto, la pop culture mediada por Dark y Stranger Things bien podría decirnos que ella, la foto, es una anticipación de lo que Cacri podría llegar a ser, o bien de lo que está siendo en un universo paralelo.
1.
Cacri es potencialmente una máquina de vanguardia. Sus integrantes no provienen, formalmente, de escuela alguna y, por lo tanto, no se conocieron ni se agruparon en espacios formativos y talleres fotográficos. Fundamento inicial de toda vanguardia: el agrupamiento. La calle, el bar o la caminata que cámara en mano define sentidos y proyecciones, les dio origen. Deseo, necesidad de referencia, alianza, aleación, agenciamiento: multiplicidad de géneros heterogéneos que establece uniones más allá de las edades, sexos y posicionamientos estéticos. Sin embargo, digo “potencialmente” y “vanguardia” porque, hasta ahora, Cacri es solo un rótulo de clasificación que les permite identificar e identificarse. No existe, aún, voluntad expresa de contagio. El engranaje productivo y su desborde se expresa en tanto condición de posibilidad.
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Detrás de los barrotes, el bodeguero vestido con camisa a cuadros y sombrero mira desafiante el objetivo de la cámara. A la derecha, su mano izquierda, con sus anillos, apoyada sobre el mesón donde reposa la caja registradora: cajón que guarda el dinero y los vales del fiado que deberán ser cancelados al finalizar la semana o el mes. En su mano derecha, el celular: instrumento de mediación en el mundo capitalista. Rodeado de bienes de consumo accesibles solo mediante el intercambio económico, el ojo tarda en captar un detalle: la niña que se refugia, dejándose ver a medias, detrás del cuerpo del hombre, de espaldas a la puerta semiabierta que funciona como línea de fuga en el fondo superior derecho de la foto. Mitad oculta, mitad visible. Refugio, protección, pero también exposición tímida que mira hacia el “más allá” de los barrotes y se sitúa a medio camino de la puerta trasera que se abre a otro escenario. En esa oscilación, la de la niña que mira y al mismo tiempo se expone y se esconde, se moviliza el trabajo de Cacri: juego de los límites, incertidumbre, riesgo.
2.
Cacri, surge en un contexto de producción simbólica bastante particular. Es decir, surge dentro, entre y más allá del campo cada vez más aislado y polarizado de las galerías y sus consumidores (Los Galpones, Hacienda La Trinidad, etc.) y la tendencia al testimonio y el documental derivada de la consolidación del chavismo en el poder. Interviniendo en un campo en el que la fotografía ora se encuentra subordinada al campo del poder, ora al campo económico, sus integrantes se movilizan, fundamentalmente, en el escenario de las redes sociales para dar cuenta de las grietas derivadas del anquilosamiento cultural y simbólico producto de la polarización. No hay romantización ni demonización de aquello que sus lentes captan. Sin embargo, siempre está el riesgo de lo exótico. Cacri se moviliza, surfea en esos bordes. Fotografiar la “miseria” sin hacerla pornográfica, fotografiar la “alegría” sin que olvidemos las condiciones estructurales de la pobreza. He allí su virtud, pero también, su posible condena. La repetición incansable de la contingencia siempre, casi siempre, puede devenir en la sustracción del acto de saber o de reflexión que acompaña la recepción de la obra. El faltante, en su propuesta, ya no es la composición, el plano, el desorden de los objetos que se recodifican en el acto fotográfico. El faltante se encuentra en la mediación de subjetividades logradas en la relación que ensambla producción de la foto y modos de percepción que, en este caso, podrían llegar a remitir a la memoria, a la restitución de lo abolido.
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El torrente de automóviles y motocicletas se paraliza en el instante del disparo fotográfico. Los puntos rojos dentro de la foto construyen una dominancia geométrica en la que cada quien y cada cual puede establecer sus líneas de fuga. Debajo de la línea roja que entre el automóvil y la vespa corta diagonalmente el plano, un motorizado contrae el rostro y muestra la fatiga propia de quien, expuesto, quiere llegar a casa. Sobre la diagonal, una mujer abstraída (como cantando) detrás del volante. Más allá, hacia el fondo, el Ávila arropando con sus enaguas la escena. Escondido, el detalle casi imperceptible: el rostro de mujer de mirada taimada que, al mismo tiempo que es cobijada por el Ávila, observa hacia lo invisible, aquello que los transeúntes miran y tienen como destino y que, a su vez, permanece oculto para nosotros.
3.
La estética (y la ética) de Cacri juega con lo documental y lo artístico. Una modalidad que estetiza el registro etnográfico y una práctica que etnografía el quehacer fotográfico. Cacri surge, proviene y va hacia la calle. Tal vez de ahí su nombre. Si el símbolo surge en lo real como si de una apuesta se tratara (Lacan dixit), la fotografía de Cacri, más allá de la función terapéutica que media entre la cadena de símbolos y lo real, expresa lo infatigable, lo indecible, lo inaprehensible. Frente a la pregunta lacaniana, ¿va a ser lo que es, o no?, Cacri se sitúa en el “o” para dejar abierto un campo de interpretación en el que quien percibe construye su propia significación. La “obscuridad”, el juego de sombras producto de la luz y el objeto que la proyecta, deviene en gesto lúcido.
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La estática fuente del Parque Los Caobos se ve desbordada por dos movimientos. Por un lado, cuatro niños, visibles, en el primer plano, juegan, chapotean y recorren sus bordes. Por el otro, el principio de Arquímedes que lleva la liquidez más allá de los límites que la contienen. En el tercio izquierdo y sobre el regazo de una de las musas de Magarall, un quinto niño, casi imperceptible, es arrullado y protegido. Metáfora del recuerdo y la nostalgia, pero también, expresión, deseo y condición de posibilidad de un país que aún se busca a sí mismo.
4.
Para decirlo con Barthes, en la fotografía de Cacri hay punctum: perturbación, pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte y también casualidad. El azar callejero se expande con fuerza para desestabilizar, en cierto sentido y al mismo tiempo, la realidad que ha sido y está siendo captada por la cámara. Interrogar la realidad, desdoblarla y hacerla vacilar, porque no hay “staged” ni puesta en escena. Lejos están de un escenario preparado con luces, reflectores y “modelos” que habrían de ensamblar una escena. Lo que observamos es justamente la realidad del momento, del espacio y de la temporalidad justa que capta un movimiento, un rostro, un gesto. Así, la carga de sentido que se manifiesta en tanto discurso, en la fotografía, obedece más al registro del inconsciente que se sitúa detrás de la cámara. En cada acción del fotografiar, lo racional queda subsumido en la reflexividad, en lo sensible, en la composición del momento, en el acervo de conocimientos a mano que le permite al fotógrafo decir: este es el momento, aquí hay una historia para narrar. Luego sí, la racionalidad. En la calma de la casa, cual búho de minerva, el fotógrafo condimenta el material crudo captado por su inconsciente.
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En el centro y sumergido dentro de un balde que hace las veces de bañera, el niño mira hacia la cámara. El humor acuoso de la mirada inocente, expresión del futuro, nos regresa el reflejo de nuestro sí mismo. En ellos podemos ver reflejados nuestros recuerdos para contrastarlos con el presente. Es en ese encadenamiento de sentidos que nos recuerda la infancia, donde advertimos la gestualidad del infante retratado. Las manos en posición de oración o reclamo. Mientras, los labios abiertos y mostrando la emergencia de los primeros dientes, esboza una reprimenda que expresa la disputa existencial de todo Kairós: pequeño lapso de indeterminación donde crisis y transición confluyen, para recordarnos la tragedia vital de toda elección humana
5.
Entre la producción, sus contextos y sus modos de percepción, dentro de los riesgos y situándose siempre en el “o” de la pregunta lacaniana, el punctum desarrolla, en la fotografía de Cacri, una fuerza expansiva. En ella, es siempre reconocible una localidad, un territorio, una cultura que podríamos llamar Caracas, Venezuela, los Andes, los llanos o el Caribe. Fotografía situada que rebasa los rasgos típicos del parroquialismo y construye un más-allá-del campo que, como diría Barthes, lanza la imagen “más allá de lo que ella misma muestra”. En sus fotografías, se juega la memoria y el presente, pero también las posibilidades del futuro: heterogenidad que dialoga y confluye, interculturalmente, hacia las interrogantes por el qué, el quién, el cómo y el cuándo.
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El ritual se va desarrollando conforme las costumbres y las tradiciones. El posicionamiento triangulado de quienes funcionan como representantes de lo sagrado se reproduce sin cesar en el plano. Por todos lados tríadas: tres personas, tres puntos, tres intersecciones entre isósceles, rectos y equiláteros. Alrededor del rojo que viste el “objeto” del ritual, la cadena de velas encendidas se ve silueteada por líneas circulares que proyectan un “tres” infinito. En la coincidencia central del triángulo equilátero que domina la fotografía, el detalle: las tres zábilas que, fundidas con el calor de las velas, parecieran sostener, como si de una corona se tratara, al “médium” que tabaco mediante pareciera llevar las riendas del ritual.
6.
Roland Barthes se refiere a la fotografía unaria como expresión de la trivialidad, es decir, cuando el punctum no raya ni agujerea. Lejos de este tipo de accionar fotográfico se encuentra la práctica de Cacri. En un contexto fotográfico dominado por Nelson Garrido y su ONG (Organización Nelson Garrido), Cacri apuesta por un tipo de fotografía que tiende a recordar los trabajos de Edgar Moreno. Sin embargo, la tradición, por aceptación u oposición, no deviene en corsé. Por el contrario, sirve para construir una narrativa contaminada que se expande y prolifera en cada fotografía. Entre lo liso y lo estriado, lo abigarrado y lo suelto, Cacri despliega sus líneas de fuga. Especie de copresencia en la que escenario, sujeto y detalle se articulan y relacionan para contar una historia.
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En el centro, el rostro suplantado. Acolchado y comestible, aquello que lo suplanta describe la imagen de un feto, de un cuerpo en crecimiento. Detrás del rostro oculto, y contrastado en una misma paleta de colores, la mujer de camisa roja: único rostro visible por completo, aunque de nitidez relativa. Hacia la izquierda, detrás de quien hace las veces de vendedor, un rostro que se anima a emerger de a poco. Algunas veces la mirada es secundaria en relación con los objetos, y el reflejo del espejo solo alcanza a devolvernos una imagen difusa. Sin embargo, la rostrificación, como nos recuerdan Deleuze & Guattari, no actúa por semejanza, sino por orden de razones. Es por ello, que el rostro no se contenta nunca con ocultar la cabeza. Ese emerger, en términos de discurso colectivo, es lo que yo, en tanto amigo y crítico, sigo esperando de Cacri. En esa espera, espero también que, dentro de algunos años cuando regrese sobre sus trabajos, pueda afirmar con Araujo que “como sucede siempre en el arte, lo que va a ser conciencia lúcida en la madurez está, con la fresca imperfección de lo auténtico, en el muñón de los trabajos iniciales”.
7.
En la propuesta de Cacri hay también caos. Un caos que busca trastocar las posiciones tradicionales que se empantanan complacientemente en la materia. Su fuerza expansiva descompone, al mismo tiempo que expresa el dominio técnico del operator: el fotógrafo. En ese dominio técnico, el caos deviene fantasma, espectro, para configurar un vacío desde el cual se construirán nuevos ejes de subjetivación y significación. Es este el reto futuro de Cacri. Dejar de ser la sumatoria de sus partes para comenzar a ensamblar una totalidad: punctum y azar que se expanden para conformar un discurso colectivo y una propuesta estética. Un discurso colectivo en donde las fortalezas de cada uno de sus integrantes se complementen y potencien entre sí: búsqueda estética y juego del color en Volpe; movimiento y temporalidad en Honta; fenomenología salvaje en Guerrero y Briceño; y solidez compositiva en Foucault que, aunadas al despliegue narrativo de Salvatore y Dikó (tríada que, desde mi parecer, ha consolidado y madurado una estética propia), podrían ensamblar una totalidad que renueve el campo de la fotografía en Venezuela.
Sigo a Cari porque tiene sentido de clase y destacan la belleza de lo que se supone no es «bello».
Quise decir Cacri.
Supongo que debe ser la nueva onda de que lo bello no es bello, seguimos en la deconstrucción del todo. Estos miserables utilizando la pobreza como mercancía cubriéndola del barniz de «arte»