.
Hay películas que son una respuesta urgente e inaplazable a las exigencias del momento. Aunque no se estrenó hasta 1985, el rodaje de La historia oficial comenzó dos años antes, con una dictadura argentina ya moribunda pero aún en el poder. Habría sido fácil hacer un relato de buenos y malos, pero Luis Puenzo fue valiente al apuntar a la urdimbre de silencios que sostiene a los totalitarismos.
.
La cotidianidad no se detiene en las dictaduras. La gente sigue yendo a cenar o al cine; sale de vacaciones; se enamora y se desenamora; visita a los amigos; celebra fiestas familiares; va cada mañana a trabajar; hace la compra… Son millones de personas las que no saben, hacen como que no saben o prefieren no saber lo que está ocurriendo. Y si saben, miran para otro lado. Terminada la pesadilla, se preguntarán por un segundo cómo fue posible para después seguir con sus vidas.
.
Puenzo sabía que la indiferencia del presente se convertiría en la desmemoria del futuro, presagiada por la canción que puntea el relato: “En el país del olvido…”. Por eso su cámara se centra en las supuestas personas normales, obviando a militares, policías y torturadores. La protagonista de La historia oficial, una mujer de clase acomodada sin más preocupaciones que su familia y su trabajo, representa a esas mayorías silentes. Da clases de Historia pero es incapaz de comprender el país actual. Sus alumnos pueden no conocer las hazañas de los próceres, pero tienen muy claro lo que ocurre en las calles. La ignorancia de ella no es fingida: cándidamente pregunta a una torturada por qué no interpuso una denuncia…
.
Poco a poco, las veladuras irán cayendo, en una toma de conciencia que tiene más de emocional que de política. Descubrirá que es imposible sustraerse al horror que la rodea y que la banalidad del mal está en las miles de rutinas que disimulan el espanto. La película se oscurece a medida que la protagonista va conociendo la verdad. Porque –y ahí está el gran mérito de Luis Puenzo– esa verdad no la va a hacer más feliz ni se sentirá mejor consigo misma. Es un imperativo ético que no le traerá ninguna recompensa y, además, la imposibilita para regresar a su tranquila vida anterior. Ni siquiera podrá encontrar consuelo en la religión: las jerarquías eclesiásticas ya han decidido de qué lado está Dios.
.
Esta interpelación a la sociedad argentina en su conjunto convierte a La historia oficial en una película sumamente incómoda. Mucho más, por ejemplo, que la reciente 1985, bienintencionado ejercicio de memoria que se instala en el más cómodo territorio de todos contra la dictadura. De hecho, el humor de teleserie que aligera 1985 está totalmente ausente en la entrega de Puenzo.La historia oficial fue un absoluto éxito. Barrió con todos los premios de la época, incluido el Oscar, primero para un filme latinoamericano. Su dupla protagonista, inconmensurables Norma Aleandro y Héctor Alterio, también cosechó todo tipo de reconocimientos. Ambos se volverían a encontrar quince años después en El hijo de la novia, otro de los grandes éxitos del cine argentino. Paradójicamente, el olvido juega de nuevo un papel fundamental en el personaje de Norma Aleandro. Quizás su alzheimer simboliza que los recuerdos terminan por desvanecerse y que hasta los más legítimos ejercicios de memoria terminan por ceder ante el imparable empuje de la vida.
Gracias por la opinión.