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En su monólogo inicial Alma (Liv Ulmann) nos advierte que se hablará de una pareja: “no abandono este lugar porque aquí es donde nos hemos amado durante siete años…” Se trata pues de evocar una ruptura. Este es el marco: las ruinas del amor. También nos anticipa la causa: el miedo. Viajaremos pues al corazón del miedo. En una isla perdida, en contacto con los elementos: la belleza del paisaje y de las emociones que los unen. Es el problema del aislamiento: los fantasmas acuden, de forma tan masiva como irreparable. Y si el hombre es artista y se ve arrastrado por sus fantasías, inevitablemente aparecerán indeseables compañeros. Al principio de la película, Johan Borg (Max Von Sydow) pide a Alma que pose para un retrato, de modo informal. En la siguiente escena, apesadumbrado, le muestra los bocetos horrendos que ha pintado: “estos son mis demonios”. Al pintarla acaso ella haya ingresado en este universo creativo, desde el cual el terror acecha.
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Ella desearía que todo fuese más sencillo. Su amor nos parece inocente, frente a los tormentos que parecen dominarlo a él. Pero la simbiosis es inevitable y, de hecho, ella la anhela: “¿no crees que las personas que han pasado juntas gran parte de su vida acaban pareciéndose?” Esta es una pregunta peligrosa. Muestra un anhelo de fusión, de disipar las sombras y de unirse hasta tener los mismos pensamientos. Entonces, ¿de dónde proceden los fantasmas? Al parecer, se trata de los demonios del artista. Pero, si este fuese el caso, ¿qué sentido tiene que el primero de todos se le aparezca a ella? Y lo hace en la forma de una anciana que le invita a leer el diario secreto del artista; esto es, a penetrar en sus secretos. ¿Cuál es la causa que la mueve a aceptar dicha invitación? Ella es la primera que se deja seducir por los demonios, lo cual nos indica que no se trata aquí tan solo de los tormentos del artista.
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Acaso los demonios procedan del abismo entre uno y otro: son algo que comparten de algún modo, pero no en la forma de una comunión de almas. Tal vez sea precisamente el abismo que el deseo de fundirse con el otro hace patente. Si penetramos en los secretos del otro tal vez nos llevemos más de una sorpresa. Pues el pasado está presente. Los amantes no han nacido de la nada y ya destinados el uno para el otro. Existen pasiones soterradas, espectros dominantes como espejos. En el caso de Johan, se nos hace saber de la pasión tormentosa que lo unió a Veronika Vogler (Ingrid Thulin), lo cual a Alma no puede dejarla indiferente. Siempre somos más de dos: cualquiera puede ver que somos demasiados, a no ser que se deje llevar por la ilusión de vivir tan solo en el presente. Después de todo él es un artista y debe alimentar sus fantasías. Hay pulsiones que parecen más fuertes que el amor.
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Esta es la razón por la que ambos acuden a la cena en el castillo de los Von Merken: no pueden huir de sus demonios. Los personajes que lo habitan son siniestros. Entre ellos, el amor que une a Alma y Borg parece peligrar. Es cierto que entre los demonios ellos dos son los únicos que están realmente vivos. Aunque podemos ver que están (especialmente él) al filo del abismo. Si no sanamos las heridas, ni el poder del amor podrá salvarnos. A los demonios les gusta el buen vino y la música de Mozart. También aprecian el buen arte, algo que complace a nuestro artista. Lo cual no deja de acarrear nuevos peligros: ¿cómo salvarse del abismo si uno debe realizar una obra que despierte admiración y satisfaga la propia megalomanía? Se puede ser artista y estar enamorado, incluso ingenuamente enamorado como ella. Pero, ¿puede un artista abandonar o siquiera compartir la compulsión que lo ha llevado a ser artista, ese deseo irracional de expresar lo inexpresable, de decir lo indecible, de hacer visible lo invisible? Y no olvidemos que son los demonios los que le dicen que es un gran artista. ¿Qué puede hacer ella sino comprometerse a no abandonarlo?
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Todo lo anterior es solo una preparación para lo que tiene que llegar: la hora del lobo. Es la hora en que mueren más hombres y en que nacen más niños. Ya no pueden dormir: la densidad de la noche se ha apoderado de ellos. Entramos en una capa más oscura, que se manifiesta con la aparición de los terrores de la infancia. El lenguaje aquí sirve de poco. Se trata de una herida tan profundamente arraigada que ninguna palabra puede exorcizarla. Su legado es una violencia anímica que tiene que explotar, ya sea en forma de catarsis o de compulsión creadora. Lo máximo que puede lograrse es un precario equilibrio. Pero el niño endemoniado acecha, uniéndose al recuerdo de Veronika Vogler. El combate a muerte con el niño es una secuencia prodigiosa; filmada en un blanco y negro quemado por el sol, da cuenta de la violencia que profesa en contra de sí mismo. Esto es demasiado para Alma, en la cual el miedo ha penetrado hasta paralizarla. Liv Ullman es impresionante en esto: su rostro se crispa y sus ojos se abren como pozos. La crisis es inevitable. La cuerda se rompe y Johan se ve arrastrado a la locura. El espejo esta roto; pero, ¿qué reflejan sus pedazos? Precisamente esto: La hora del lobo.
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¿Se puede filmar lo que acabo de exponer? Bergman es el único cineasta capaz de una proeza semejante. Recoge los fragmentos rotos y los ensambla de forma delicada en una historia perfectamente tramada, apoyado en unos actores excelentes, en el hermoso paisaje de su isla y en la expresiva fotografía de Sven Nikvist. Él conoce a los demonios, tiene un pacto con ellos. La culpa, la frustración, los celos, el miedo, las heridas de la infancia… esas criaturas que nos corroen por dentro y, cuando son lo suficientemente fuertes, se unen para arrastrarnos al fango y devorarnos. ¿Qué podemos hacer? Basta con darles un papel secundario en el cual puedan desplegar sus habilidades y sentirse satisfechos, poniéndose al servicio de la obra. Una obra redonda, donde nada sobra ni nada falta, donde cada detalle es la expresión de su pasión creadora y de su amor a la verdad desnuda. Una verdad que solo puede tener cabida en el rostro de una mujer que mira a la cámara y desborda la pantalla. Por eso, tras la catarsis, Alma es lo que sobrevive, embarazada del artista. En la hora del lobo tiene lugar una destrucción, pero también se anuncia un nuevo nacimiento. Pero ese es el momento en que reaparece la pregunta: cuando una mujer lleva mucho tiempo viviendo con un hombre, ¿acaba pareciéndose a él? Lo cual suscita nuevas dudas: ¿acaso eso la lleva a pensar como él y a ver lo mismo que él ve? ¿Es esa la razón por la que veía los demonios? ¿Lo amaba demasiado o tal vez no lo amó lo suficiente? ¿Qué decir de los celos? Estaban tan unidos… de eso no cabe duda. Pero, ¿los unía el amor o los demonios?
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